Salvador González se define como un enamorado de Melilla. Se cruzó con un familiar de camino a la Facultad de Matemáticas y acabó por dar media vuelta e inscribirse en la de Medicina. Afirma que se hizo dermatólogo tras trabajar con un médico de la ciudad en el Hospital Militar. Hoy recogerá la Medalla de Oro de la ciudad por sus logros como médico, profesor e investigador.
–¿Qué significa para usted recibir la Medalla de Oro de la Ciudad?
–Cuando me enteré, fue muy emotivo. Significa lo más grande que puedo recibir de mi ciudad. Soy un enamorado de Melilla. Pero eso es algo que no es especial allí. Todos los melillenses estamos enamorados de nuestra ciudad mucho más que los ciudadanos de otras localidades de las suyas. Las particularidades de Melilla nos hacen ser así. Me siento muy emocionado por este reconocimiento. Solo espero merecerlo y que las personas que han facilitado que me puedan conceder esta medalla sientan que sí la merezco.
–¿Por qué decidió estudiar Medicina? ¿Había alguien en su familia relacionado con esta profesión?
–En la época de 1975 y 1976 no tenía ningún familiar próximo que tuviera una carrera universitaria. Yo tuve la posibilidad de estudiar. Pensé en un inicio en Matemáticas porque había sido muy estimulado en esta asignatura gracias a dos profesores de Melilla, Don Enrique y Don Adelino, de las escuelas Cervantes y San Juan Bosco. Cuando terminé COU, gracias a las notas, me dieron una beca extraordinaria para que pudiera estudiar una carrera en Madrid o en Málaga y matricularme de Matemáticas. El mismo día que iba a formalizar mi solicitud de ingreso en la universidad me encontré con un primo segundo o tercero de mis padres, uno de los pocos que tenía carrera académica. Él era maestro. Me comentó que en Matemáticas lo único que podría hacer sería dar clases, así que cambié de dirección y me fui a la Facultad de Medicina ese día. Pero creo que cualquier carrera que hubiera estudiado en la que hubiera tenido contacto con la gente y siendo de Ciencias, las Matemáticas están siempre presentes en ellas, me hubiera gustado.
–No sé cómo ha sido su camino en el mundo de la investigación porque no es nada sencillo hacerlo en España. ¿Fue una necesidad o una opción salir del país para iniciar esta otra parte de su carrera?
–Estaba en España y trabajaba muy bien. Estaba a caballo entre Melilla y Málaga tras terminar la carrera porque pasaba consulta en la ciudad andaluza y tenía una interinidad de Dermatología y al mismo tiempo era médico de prisiones, donde estuve trabajando cinco años. Me encantó esa fase. También en esa época contaba con consulta privada. En esos años había hecho una investigación para mi doctorado y escribía sobre los casos que tenía. Llegado el momento pensé en irme al extranjero para seguir mis investigaciones. Me lo tomé como si fuera un año sabático. Primero tuve la opción de coger una beca del Hospital de San Luis de París. Sin embargo, a consecuencia de la enfermedad de mi padre la perdí. No obstante, más adelante envié una carta a la Universidad de Harvard y me respondieron que les indicara en un nuevo escrito mis intenciones. Me aceptaron, pagando un dinero, pero ésa fue la forma en la que me fui. Me cogieron un año, conocieron mi trabajo, y luego al siguiente me contrataron ellos. Más adelante salió una plaza de profesor y me dieron ésta. Estuve doce años en Harvard Medical School. Estuve haciendo investigación. Una de ellas fue muy relevante porque caí en un sitio especial con gente también muy especial. Aprovechando esto pudimos hacer patentes y un trabajo que me ha ayudado bastante.
–¿Cómo es de importante para un investigador conseguir una patente o que su investigación sirva de partida para otros?
–La verdad es que es especial. La investigación no tiene la ayuda fundamental, que es la económica. No hay recursos para investigación en España. Muchos investigadores que son muy buenos y que están preparados tienen que irse al extranjero. Pero en España se es muy creativo. Sin embargo, no tiene la cultura de las patentes que es realmente lo que reporta dinero para seguir haciendo investigación y que es un apoyo económico por parte de las instituciones o de becas. En mi caso, al estar en Harvard pude hacer una investigación en ese momento y ser puntera en el ámbito del cáncer cutáneo. Ha sido fácil conseguir apoyo económico allí y tener recursos. En España, posiblemente, lo que he conseguido en Estados Unidos no lo hubiera logrado. Me dedico ahora, sobre todo, a la atención de pacientes y a la asesoría de investigación. A pesar de ello, es verdad que sigo haciendo investigación en mis ratos libres, que luego sale publicada en buenas revistas científicas, pero verdaderamente sin apoyo económico.
–¿Cree que puede servir de inspiración para los jóvenes de la ciudad?
–Creo que sí. Me gustaría de hecho que esta Medalla de Oro me permitiera también ir un día a la ciudad para dar una charla en Bachillerato para animar a los jóvenes. Si uno quiere, se logra lo deseado. Yo no soy especial. He trabajado muchísimo y si no hubiera trabajado tantas horas no hubiera conseguido esta meta. Yo he logrado esto y lo puede hacer cualquiera. Lo importante es que te guste lo que haces.
–¿Y por qué se decantó por la Dermatología?
–En principio, estaba interesado en cardiología. Pero fue en el Hospital Militar de Melilla, donde estuve de alférez seis meses, el espacio en el que tuve la oportunidad de trabajar con el dermatólogo José Muñoz. Me acuerdo perfectamente de él, aunque fuera de ese ámbito sólo nos vimos una vez más. Pero él fue muy importante para que yo tomara la decisión de escoger Dermatología. Me encanta. Es una especialidad en la que se puede hacer de todo, desde simplemente medicina, a cirugía o investigación puntera. Y como tiene el acceso que tiene, para investigación es la más fácil de todas las especialidades de Medicina.
–La piel es el órgano más grande del cuerpo y los médicos siempre dicen que es el que menos cuidado y atención recibe.
–Bueno, en realidad ahora se está en duda sobre si es el órgano más grande. Este año se han escrito una serie de artículos en los que se habla de que el intersticio (espacio entre la piel y los órganos del cuerpo o músculos) puede considerarse un órgano. Si verdaderamente es así, sería el más grande y luego sería la piel con mayor extensión. En cuanto al tema que plantea, si salgo a tomar un café y coincido con alguien siempre tiene que hacerme una pregunta sobre la piel. Esto es diferente a si hubiera sido cardiólogo. Todo el mundo tiene problemas en la piel y además, es un órgano que vemos de forma constante. Quizás tenemos el estómago feo, pero como no lo vemos, no es lo mismo a que tengas la piel mal.
–¿Cuál cree que es el reto que tiene la Dermatología?
–Yo vengo trabajando en el cáncer de piel. Mis objetivos son prevenir y, en el caso de aparezca el cáncer, detectarlo precozmente. En los dos ámbitos he llegado a dar con beneficios para los pacientes. En el diagnóstico he desarrollado la microscopia confocal, para ver la piel por dentro sin necesidad de tomar una biopsia. Tenemos lesiones que son invisibles al ojo humano y que te pueden matar, como un melanoma amelanótico. Y con el microscopio confocal se ve. Sin ir más lejos, una chica de unos 30 años fue a la consulta con este melanoma en la nariz y no se veía clínicamente, sólo se veía una sombra. El reto más importante que tenemos los dermatólogos es evitar la muerte temprana de los pacientes con cáncer de piel. Nosotros tenemos que el melanoma es un cáncer que se puede prevenir, pero anualmente hay más pacientes con esta enfermedad. Eso no puede ser. Si tenemos un cáncer que se puede prevenir, no debería morir ningún paciente. Ése es el mayor reto que tenemos todos los dermatólogos que nos dedicamos a la clínica y a la investigación.