La reunión mantenida entre el presidente de la Federación de Rusia, Vladímir Putin y el líder de Corea del Norte, Kim Jong-un, desató la inquietud en estados como Japón, Corea del Sur, Estados Unidos, Ucrania y sus socios europeos. Pero la República Popular China, la mayor solvencia económica tanto para Moscú como para Pyongyang, puede tener un razonamiento distinto.
Y es que, en lugar de objetar o acortar la buena sintonía entre Rusia y Corea del Norte, Beijing puede otear más ventajas que peligros para sí mismo en este soporte emergente, a criterio de los observadores, fundamentalmente, en lo que atañe a su competencia de gran potencia con Estados Unidos.
Y aunque no está lo bastantemente notorio el nivel de conocimiento que poseen los agentes asiáticos de los pactos entre Corea del Norte y Rusia, diversos investigadores dicen que es probable que el encuentro no haya prosperado sin cierta cota de consideración de los lazos de éste con ambos. Dada la trascendencia del apoyo que China le facilita, el gigante asiático queda en un segundo plano.
Sin duda, China es demasiado valiosa para Corea del Norte como para Rusia, por lo que para ellos sería incoherente realizar algo a sus espaldas que no le agrade. Con lo cual, el componente China siempre permanece vivo. Entretanto, ni Corea del Norte ni Rusia han hecho público los pormenores de los acuerdos conseguidos, pero los analistas indican que está lo suficientemente claro lo que cada uno demanda del otro para sus intereses generales.
En otras palabras: Moscú precisa cuanto antes nuevas provisiones de munición y proyectiles para nutrir lo que se ha transformado en una guerra de desgaste en Ucrania, y se tiene la opinión que Pyongyang se apresta de reservas. Tras años de sanciones por su programa de armas nucleares y misiles, necesita desde energía y alimentos hasta tecnología militar y Rusia dispone de todo ello.
Sin ir más lejos, la viabilidad de que Corea del Norte proporcione municiones a Rusia podría suscitar inconvenientes a China que, hoy por hoy, constituye la gran mayoría del comercio de Corea del Norte y continúa siendo el socio diplomático más pujante de Rusia tras la invasión de Ucrania.
Ni que decir tiene, que la Comunidad Internacional aguarda que Beijing fuerce a su gobierno para que acate las normas. Y en estos últimos meses, se ha esforzado por mostrarse como el valedor de la paz en el conflicto de Ucrania, en una tentativa por restablecer la voluntad malograda en Europa, que ha reculado ante el fallo de Beijing de seguir vigorizando sus nexos con Rusia a pesar del conflicto bélico.
No obstante, aunque podría decirse que China ha sido sensata a la hora de sortear cualquier pequeño resquicio de apoyo militar a Rusia, los estudiosos sostienen que puede considerar el potencial apoyo de Corea del Norte como un empuje a su suposición geopolítica, en el que Rusia sigue siendo un socio decisivo en medio de las paulatinas tiranteces habidas con Occidente.
Si Corea del Norte se encuentra por la labor de suministrar munición a Rusia, sería positivo para las expectativas chinas que Rusia no advierta un importante descalabro militar en el campo de batalla.
“Corea del Norte es algo así como una adaptación extrema en lo que Rusia se está transformando bajo la sombra misteriosa de Putin: una sociedad militarizada y distante de Occidente”
En ese aspecto, es positivo para los intereses geopolíticos de China y Rusia, por un lado, y los estados occidentales, por el otro. No olvidemos que en su día China apoyó a la Corea del Norte comunista en la Guerra de Corea y ha conservado una relación medianamente escabrosa con su vecino.
Al igual que en el pasado Rusia ha respaldado las sanciones de Naciones Unidas contra los programas armamentísticos de Corea del Norte, aunque igualmente ha sido culpada de ejercer una práctica improcedente de estos controles, y en los últimos años ha obstaculizado los esfuerzos para intensificar las sanciones y ha liderado las iniciativas para allanarlas.
En este momento como China se siente apremiada por lo que contempla un Estados Unidos y sus aliados cada vez más contrapuestos, podría admitir con entusiasmo un mayor acoplamiento tanto con Rusia y Corea de Norte como contrapesos. En este sentido, un vaivén en la relación entre Rusia y Corea de Norte en el que Moscú procure apoyo a Pyongyang, también suavizaría el apremio sobre China al igual que vigorizaría su posición en la zona.
China apuntalaría a una Corea del Norte más capacitada en muchos caracteres como el económico y militar y, valga la redundancia, a una Corea del Norte que siguiera figurando como un foco de dificultades para Estados Unidos. ¿Uno de los motivos? Cuando se tiene a una Corea del Norte más asertiva, se origina algún tipo de aliciente para que Estados Unidos y Corea del Sur reclamen la colaboración de China en términos de relacionarse con Corea del Norte.
Mientras tanto, el sostén bilateral entre los dos vecinos perjudicados por las sanciones, podría aminorar la presión internacional sobre China por sus fuertes vínculos con ambos. Puesto que China no es el único partidario de ninguno de los dos, disminuye el retraimiento de China por su apoyo a ambos. Si bien, aunque la estrechura de sus lazos no está exenta de impedimentos para Beijing, posiblemente sus dirigentes seguirían viéndolo como una recompensa neta.
Incluso una cesión de tecnología militar de Rusia a Corea del Norte que puede inquietar a China dados sus intereses en el equilibrio regional, podría comprender un margen positivo.
A China le incumbe sortear que las tensiones entre Corea del Norte y Corea del Sur, aliada de Estados Unidos, confluyan en un conflicto, lo que suscitaría un aluvión de refugiados por medio de sus propias fronteras, así como una respuesta militar norteamericana.
Tal cesión de tecnología militar será desestabilizadora para la demarcación, pero China sabrá lidiar la situación y cargará contra Estados Unidos y sus aliados de acorralar tanto a Rusia como a Corea de Norte. Esto acentúa la negativa de China a la OTAN asiática que contempla que Estados Unidos está orquestando. Pero a pesar de las posibles ganancias, los expertos postulan que China no está exenta a las coyunturas que pueden provenir de una Rusia o Corea del Norte más poderosas.
Llegados a este punto, aunque en 1985 Corea del Norte se adhirió al Tratado de no Proliferación de Armas Nucleares (TNP), sus pretensiones nucleares no dejaron de ser un desasosiego general, porque reinaba el recelo de que proseguía con acciones nucleares militares, pues desde la rúbrica del tratado no consentía revisiones a sus infraestructuras en Yongbyon por parte del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA).
Desde aquel momento, su observancia del tratado estribó de espinosas negociaciones bilaterales con el mandatario norteamericano en turno para aplacar sus objetivos nucleares, y conjuntamente conseguir algún beneficio con aplazar momentáneamente sus operaciones. Ejemplo de ello es el Acuerdo Marco de 1994 negociado con Bill Clinton, en el que Corea del Norte se comprometía a interrumpir los procedimientos de enriquecimiento de uranio y plutonio en Yongbyon durante ocho años, y confirmar su disposición a través de inspecciones a cambio del levantamiento paulatino de las sanciones económicas aplicadas por los Estados Unidos, como la construcción de dos reactores nucleares de agua ligera y la recepción de medio millón de barriles de petróleo al año.
Sin embargo, las seis bombas de plutonio que tenía no fueron eliminadas, como tampoco se quitaron las instalaciones de Yongbyon que debían ser desmanteladas y las inspecciones continuaron sin ser frecuentes como para comprobar que no hubiera medios ocultos para el enriquecimiento de uranio.
A esta contrariedad se añadió otra, el tratamiento de misiles norcoreanos y la exportación de éstos junto con sus dispositivos o tecnología a Siria, Libia, Pakistán, Irán, Egipto y Yemen. Reiteradamente las negociaciones de Estados Unidos alcanzaron una prórroga a cambio de compensaciones económicas y de la vía a servicios extranjeros para el lanzamiento de satélites.
Con la recalada de George W. Bush en el año 2000, la conexión entre ambos estados se volvió discordante, como resultado de las políticas proyectadas por la dirección de Bush después del 11-S. En el contexto de la lucha contra el terrorismo y durante la alocución sobre el Estado de la Unión de 2002, el presidente encasilló a Corea del Norte en el cuadro del eje del mal. Poco más tarde y en una entrevista para el Washington Post, declaró su antipatía hacia la República Popular Democrática de Corea, dejando manifiesto que la relación de Estados Unidos sería de total confrontación.
En 2003, Corea de Norte se apartó del TNP, justificándose en lo que dispone el Artículo X, párrafo I del Tratado: “Cada parte tendrá derecho, en ejercicio de su soberanía nacional, a retirarse del Tratado si decide que acontecimientos extraordinarios, relacionados con la materia que es objeto de este Tratado, han comprometido los intereses supremos de su país”.
Asimismo, continúa exponiendo: “De esa retirada deberá notificar a todas las demás Partes en el Tratado y al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas con una antelación de tres meses. Tal notificación deberá incluir una exposición de acontecimientos extraordinarios que esa parte considere que han comprometido sus intereses supremos”.
La disposición tomada por Corea del Norte se calificó como la escapatoria para hacer frente a lo que descifraron como una grave amenaza a su seguridad nacional y soberanía, ya que Bush valoró en su combate contra el terrorismo la descripción de armas nucleares tácticas más pequeñas para ejecutar agresiones nucleares restringidas de signo preventivo en contra de las centrales nucleares norcoreanas.
Fue entonces que Corea del Norte optó por reactivar su programa nuclear en la central de Yongbyon, viéndose beneficiado por lo que estaba representando el interés mundial en la guerra de Iraq, la cual comenzó Washington para atajar el auge de armas de destrucción masiva a nivel químicas, biológicas e incluso nucleares.
El OIEA aprobó una resolución emitiendo tajantemente la no observancia de Corea del Norte a sus deberes señalados en el TNP durante el período que fue estado parte, elevando el caso al Consejo de Seguridad de la ONU. Así, Corea del Norte, Estados Unidos y China se congregaron en Pekín, expresando de manera oficial a los Estados Unidos que poseía armas nucleares. Pocos meses después, se iniciaron conversaciones de seis partes, cuales eran Corea del Norte más China, Japón, Corea del Sur, Rusia y Estados Unidos.
En estas negociaciones, Corea del Norte solicitaba suscribir un Tratado de No Agresión con los Estados Unidos, más la normalización de las relaciones bilaterales entre ambos países, que las partes dejaran de problematizar su cooperación comercial con otras naciones, además que Estados Unidos fabricara los reactores nucleares convenidos bajo el Acuerdo Marco de 1994 y, por último, aumentar la ayuda alimentaria.
A cambio, Corea del Norte desmantelaría sus infraestructuras nucleares, ya no cometería pruebas con misiles y dejaría de exportarlos, al igual que los mecanismos para su encaje. Al poco tiempo, el Ministro de Relaciones Exteriores norcoreano refirió que llevarían a cabo una experimentación nuclear, generando una vez más indudable malestar entre las partes y la Comunidad Internacional.
En 2004, se materializaron dos series más de negociaciones, en ellas los Estados Unidos planteaba a Corea del Norte el suministro de petróleo procedente de China, un Acuerdo de Seguridad Multilateral, así como solucionar los requerimientos energéticos de este país. Esta proposición no fue admitida por Corea del Norte y un año más tarde, volvió a hacer un comunicado sosteniendo la tenencia de armas nucleares y acabó renunciando a las negociaciones.
A la postre, en 2006, Corea del Norte constató las suspicacias de la Comunidad Internacional, cuando por entones exhibió que había conseguido desarrollar su arma nuclear hasta llevar a cabo un ensayo subterráneo, detonando un artefacto de plutonio de poco más o menos un kilotón. Lo cierto es, que esta prueba no alcanzó el punto crítico como consecuencia de insuficiencias mecánicas y electrónicas.
Sobraría mencionar en estas líneas, que la alarma llevó a la inmediata recuperación de las negociaciones para atajar el programa nuclear. En 2007 se logró precisar un borrador del acuerdo que fijaba la suspensión parcial del programa nuclear norcoreano y, consecutivamente, una pequeña representación de científicos norteamericanos se trasladó a Yongbyon aclarando un insignificante avance en la materia.
Las consideraciones entre Corea de Norte y estos estados concluyeron en 2009 durante la presidencia de Barack Obama, cuando Pyongyang determinó no seguir en ellas. Un mes después, cristalizaría su segundo ensayo nuclear que lo reconoció abiertamente, hasta ser ratificado por la Comisión Preparatoria del Tratado para la Prohibición Completa de Ensayos Nucleares (OTPCE).
Cuando Obama llegó a la Casa Blanca, su dirección intentó apartarse de lo realizado por Bush, de ahí que en su discurso pronunciase el interés y voluntad para trabajar por un mundo exento de armas nucleares, mientras que la ‘Nuclear Posture Review’ de 2010 advirtió el contraste entre la elocuencia y el enfoque realista, para que su influencia nuclear no se convirtiera en irrelevante, ya que mientras queden armas nucleares los Estados Unidos necesitan conservar un arsenal nuclear adecuado y seguro para disuadir al contendiente para de esta manera garantizar la defensa y la de sus aliados.
Con relación a Corea de Norte, Obama empleó la política de ‘paciencia estratégica’, intentando distanciarse de la discordia desplegada por su antecesor de cara al programa nuclear norcoreano. Sabedor que negociar con Pyongyang conllevaba discordancias, lo que en un día podría ser relevante para el régimen norcoreano, a la jornada siguiente carecía de total relevancia, por lo que las sanciones se prolongaron en el mandato de Obama, impidiendo la importación de bienes, tecnología y servicios, así como la suspensión del envío de alimentos.
“En cierta manera, la capacidad nuclear de Corea del Norte podría estar siendo subestimada: el autócrata desea ostentar a diestro y siniestro que posee un arsenal militar que lo aúpa en ser elemento clave en la región Asia-Pacífico”
Tras el fallecimiento de Kim Jong-el en 2011, su hijo Kim Jong-un, era designado el nuevo líder y con él, la táctica norcoreana se prorrogó en el mismo trazado hasta ahora. O séase, la provocación y el desafío a los Estados Unidos, además de generar la desconfianza a Corea del Sur y Japón con los numerosos experimentos nucleares y con misiles, unido al factor sorpresa que distingue a la política exterior norcoreana.
Ya con Donald Trump, ambos llegaron a hacer público su propósito de echar mano de toda su fuerza nuclear en caso de un posible ataque, rebasando el punto crítico en 2017, cuando Kim Jong-un no titubeó en declarar que la conducta de Trump era literalmente “el de un trastornado y que un perro asustado es el que ladra más fuerte”. Subsiguientemente, el Consejo de Seguridad de la ONU puso en escena la Resolución 2397, donde se atribuyeron importantes sanciones adicionales a Corea del Norte, tales como el recorte de un 90% a las exportaciones de petróleo refinado.
Ello significaba la barrera de la exportación de petróleo crudo a cuatro millones de barriles, estableciéndose la exclusión de trabajadores norcoreanos en el lapso de dos años o, tal vez, en menos tiempo.
Años después e inmersos en 2023, las armas de destrucción masiva han vuelto a estar en la palestra, y no ya sólo de la mano de Rusia, porque Corea del Norte es otro de los puntos peliagudos en la geopolítica global. Este actor es uno de los principales multiplicadores de alto riesgo de la región Asia-Pacífico. A ello se incluyen las complejidades habidas entre China y Japón por la dominación de las islas del mar de China Meridional, y entre China y Taiwán, por la soberanía de este país.
Actualmente, la persistente crisis del mundo con Corea del Norte ha entrado en otra fase de ebullición con los extraordinarios adelantos en el programa armamentístico y nuclear del régimen de Kim Jong-un. Su capacidad nuclear podría estar siendo subestimada: el autócrata desea ostentar a diestro y siniestro que posee un arsenal militar que lo aúpa en ser elemento clave en la región Asia-Pacífico.
Evidentemente, resulta complicado soslayar la realidad que envuelve a la propaganda desenvuelta por Corea del Norte, pero especialistas en la materia admiten sin ningún parangón, que ha hecho auténticas escaladas en el programa nuclear y que en poco tiempo estaría en disposición de lanzar un misil atómico intercontinental. Y es que, desde hace menos de un decenio, Corea del Norte ha conseguido no pocos progresos que han dejado boquiabiertos a la mayoría de los expertos. Entre otros, en 2017, demostró a todas luces que despliega la capacidad para lanzar un misil que podría llegar hasta la costa oeste de Estados Unidos.
En nuestros días la discusión reside en saber de buena tinta, cuándo adquirirá la capacidad para ubicar en un misil una cabeza nuclear. Igualmente, si ha logrado elaborar una bomba de hidrógeno o es únicamente un as sobre la manga del régimen. Lo que nadie duda, es de que tarde o temprano, cosechará su empecinamiento.
La presencia del Instituto de Armas Nucleares y el Departamento de municiones del Partido de los Trabajadores de Corea, son un ejemplo clarividente de los designios de Kim Jong-un.
Finalmente, la repetición de las pruebas es cada vez superior: Corea del Norte tiende a ejecutar los lanzamientos de misiles para estampar hechos políticamente importantes del régimen. De la misma manera, como indicativo de su desagrado con los ejercicios militares efectuados por Estados Unidos y Corea del Sur. Los lanzamientos le permiten tantear los misiles para amplificar las capacidades y conservar la preparación operativa. A fin de cuentas, con estos ensayos afina la capacidad de alcance intercontinental con un arma de destrucción masiva que podría acarrear graves resultados.
Aunque las resoluciones del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas imposibilitan a Corea del Norte realizar lanzamientos de misiles o satélites, según la ONU, Corea del Norte persiste con su plan que presume, entre otras cosas, nuevos misiles balísticos intercontinentales.
En consecuencia, Corea del Norte es algo así como una adaptación extrema en lo que Rusia se está transformando bajo la sombra misteriosa de Putin: una sociedad militarizada y distante de Occidente.
Recién estrenado el nuevo milenio, Rusia rubricó el régimen internacional de sanciones asignado a Corea del Norte por su guion indebido de armas nucleares. Si bien, es probable que Kim Jong-un requiera acceso a la tecnología rusa de misiles que perfeccionaría tanto el alcance, como la fiabilidad y la flexibilidad del sistema de armas nucleares. Así, aunque el efecto más contiguo de cualquier acuerdo Rusia-Corea del Norte podría ser sencillamente hacer la vida más fatigosa a los soldados ucranianos en la guerra que se libra, también trastornaría y agitaría en última instancia la estabilización nuclear en Asia.
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