En cuanto acaben las fiestas, la Ciudad tiene por delante el reto de hacer hasta lo imposible para rebajar las cifras de paro escandalosas que tenemos y que las malas lenguas auguran que irán a más, forzadas por las circunstancias. Porque ya lo dice el refrán: a la fuerza ahorcan.
Empresarios de Melilla han cruzado los dedos tras la propagación del rumor de que en octubre, a más tardar al cierre del primer trimestre del año que viene, Marruecos pondrá fin al comercio atípico.
Eso significaría, por una parte, un alivio para el tráfico fronterizo en Barrio Chino y Farhana, pero por otra, un puñetazo en la boca del estómago a los centenares de familias melillenses que viven del contrabando.
Nadie sabe de dónde sale el rumor, pero va en sintonía con la exigencia de empleo digno que durante décadas se ha reclamado de este lado de la frontera.
Un empresario local, que por motivos obvios prefiere mantener el anonimato, situaba el principio de la debacle económica en Melilla en el momento en que las autoridades locales y el exdelegado del Gobierno Abdelmalik El Barkani decidieron “transformar” Beni Enzar para convertirlo en un paso exclusivo para turistas.
Creyeron que despejando la frontera de fardos, nos lloverían marroquíes adinerados y la economía de la ciudad iba a sufrir un subidón tal que nos iban a faltar comercios para gastar tanto dinero.
La idea no era descabellada, pero cometieron un grave error de cálculo. Esto se parece mucho a la historia del niño pijo, hijo de un albañil que se parte la espalda para que su vástago lo tenga todo y a él le da vergüenza aceptar en público que su padre junta ladrillos.
Quienes idearon la nueva estrategia que relanzaría a Melilla al ránking de las ciudades españolas que más turismo atraen no cayeron en la cuenta de que lo de que da de comer en esta ciudad son los fardos, no los turistas.
Tantas pegas, tantas colas, tanto registrar la bolsa de los visitantes, tanto veto al borrego marroquí, que al final Melilla se quedó sin turistas y ahora peligran los fardos.
Marruecos aprovechó el malestar de sus ciudadanos para darnos el golpe de gracia. Primero cerró la aduana de Beni Enzar porque le dio la gana, sin consultar, apelando al concepto que tiene Rabat de ‘decisión soberana’. Lo de amigos para siempre sólo se lo creen los diplomáticos españoles.
Ahora ‘alguien’ lanza el globo sonda de que los marroquíes pondrán punto y final al comercio atípico. Ese ‘alguien’ quiere saber cómo lo recibimos. Le gusta disfrutar con nuestras contradicciones. Nuestro sí con la boca pequeña. Nuestro no, lleno de razones y derechos humanos.
Pero a ver quién le va a dar trabajo a los cientos de melillenses que se sacan un dinerito en la frontera. No son solo mujeres explotadas; ancianas machacadas por unas monedas. Son también españoles que, hartos de no conseguir un trabajo decente en Melilla, se fueron a la frontera y allí se dieron de bruces con que ni está tan mal pagado como dicen ni ellos son una excepción.
Algunos deberían rezar para que esto sea un bulo porque en mayo hay elecciones y la gente cuando no tiene trabajo, cambia.
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