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Río de Oro. El río de Melilla (III)

Gaviotas y chorlitejos

El último tramo del río Oro es con mucho el más controvertido, al igual que ocurre en otras muchas ciudades mediterráneas con un régimen fluvial similar al nuestro. Cuanto más se acercan al mar estos ríos mediterráneos de cauce irregular, más lenta es la circulación de sus aguas, y llegan los temidos embalsamientos, ya que en su unión con el mar se suele formar una barra de arena.

El agua del río llega al mar filtrándose a través de esa arena, y sólo entra en contacto directo con el mar cuando las riadas provocan que el agua supere esa barra litoral. Esta agua embalsada servirá, pues, para evaluar si se está actuando correctamente a lo largo del cauce, y recogerá todos los errores cometidos río arriba.

Muchas desembocaduras de ríos mediterráneos son lugares pantanosos en los que suelen aparecer lagunas litorales que se extienden en mayor o menor medida según la entidad del cauce. Estas lagunas litorales son una zona de transición entre dos ecosistemas, el fluvial y el costero.

Las zonas donde se produce este nexo entre dos ecosistemas se denominan ecotonos, y se caracterizan por poseer más biodiversidad que cualquier ecosistema simple, al albergar especies de dos ecosistemas diferentes.

Las especies de aves que podemos ver allí son indicadores de la ambigüedad de este ecotono, pues podemos ver aves marinas como el charrancito (Sternula albifrons) o la gaviota reidora (Chroicocephalus ridibundus) junto a aves ribereñas como el chorlitejo chico (Charadrius dubius) a pocos metros de aves de agua dulce como la gallineta (Gallinula chloropus)

Lagunas y mosquitos

La mayoría de las lagunas litorales de la costa andaluza han desaparecido debido a la urbanización sin control de gran parte de nuestro litoral, con consecuencias imposibles de evaluar por su dimensión. El conflicto era previsible, pues estas lagunas ocupan las mejores playas, que se han formado precisamente gracias al aporte de arena de los ríos que alimentan dichas lagunas.

Son a su vez lugares poco propicios para habitar en sus cercanías por diversos motivos, entre los que destaca uno especialmente, los mosquitos. Estos insectos necesitan de estas aguas tranquilas para realizar su ciclo vital, y constituyen además el alimento principal de muchas de las especies que viven en estas zonas.

En el pasado, las enfermedades transmitidas por estos insectos causaban muchas muertes; consultando la historia de Melilla se puede ver que el paludismo, una enfermedad en la que los mosquitos hacen de vectores, hizo estragos entre los pobladores de la ciudad al comienzo de su expansión fuera de los muros de la ciudad antigua, y ya en esos tiempos se señaló a las lagunas cercanas a la desembocadura del río como responsables de la propagación de esta enfermedad.

Como siempre, la naturaleza nos marca el camino, aunque nos empeñemos en llevarle la contraria. En las zonas mejor conservadas, la alta presencia de fauna predadora de mosquitos, como las aves limícolas que se alimentan de sus larvas, ejerce un control férreo de la población de estos molestos insectos, manteniéndolos a un nivel similar al de otras partes de la ciudad.

Estos predadores necesitan de la vegetación lacustre para refugiarse, y de otros recursos que ofrece el río de forma natural. En el caso de vencejos, golondrinas y aviones, el río les suministra los dos principales recursos que necesitan cuando llegan a la ciudad dispuestos a criar: el barro para hacer sus nidos y los mosquitos para alimentarse. Por tanto, la mejor forma de contar con estos excelentes aliados para el control de los mosquitos es dejar que el lecho del río siga siendo de barro y no de cemento armado.

Carrizos y eneas

La vegetación fluvial es otro ejemplo evidente de por qué se debe dejar a la naturaleza que haga su trabajo. Las aguas tranquilas favorecen el crecimientos de las especies llamadas macrófitas, que en la desembocadura del río están representadas por el carrizo (Phragmites australis) y la enea (Typha angustifolia).

Estas plantas, que crecen de forma natural en nuestro río y que albergan entre sus hojas una gran biodiversidad, tienen la particularidad de que sus raíces filtran los contaminantes de las aguas, y ya son muchos los lugares de España donde se están plantando para recuperar zonas degradadas.

En Melilla podemos observar el poder de purificación de estas masas de vegetación fluvial simplemente asomándonos por el puente de Triana. Actualmente bajo ese puente hay un sumidero que se traga la poca agua que trae el río, y de paso la fauna que vive en ella. Pero en el otro lado del puente los carrizos y eneas forma un tapiz sobre la pátina de agua y en los pocos huecos que deja el carrizal podemos ver un agua sorprendentemente clara que circula además sin problemas entre esta vegetación, a pesar de la creencia de que estas masas vegetales son las causantes de su embalsamiento.

Las raíces de estas plantas, que están sumergidas en el agua, actúan de peines que retienen las partículas orgánicas, de las que extraen su alimento. Es precisamente la ausencia de esta vegetación que actúa de filtro en la desembocadura a raíz de las obras que sepultaron en una losa de cemento la zona más próxima al mar (la fuente de colores), junto al vertido ilegal de aguas fecales en varios puntos del cauce a la altura del barrio del Tesorillo, la que provoca la rápida eutrofización y por consiguiente al enturbiamiento del agua, con todos los inconvenientes que esto conlleva, como los olores y los temidos mosquitos.

El Plan de Renaturalización

El Plan de Renaturalización del Río de Oro es un proyecto que sigue las directivas europeas de recuperación de cauces y masas de agua y que realiza la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir en colaboración con Guelaya Ecologistas en Acción.

Se está llevando a cabo en el tramo del río que va desde la valla fronteriza, a la altura del puente de Mariguari, hasta un poco antes del puente de Alfonso XIII, ya en el Tesorillo. Actualmente está en su fase intermedia, y ya se han hecho actuaciones destacadas como la laguna de los Pájaros, una balsa alimentada con el propio agua subterránea del río de Oro y cuya misión es absorber el grueso de las inundaciones, además de servir de reservorio de biodiversidad y lugar de encuentro con la naturaleza para la ciudadanía.

En un futuro esta renaturalización del río debería extenderse también al tramo urbano que va desde el Tesorillo hasta el mar, pues a pesar de las continuas agresiones y los intentos, muy bien pagados, de sepultar su naturaleza en cemento, las numerosas surgencias naturales de agua del freático en esta zona hacen que la vegetación, y con ella la fauna, consigan dominar en poco tiempo al cemento y se adueñen del paisaje que se observa desde los puentes.

Este plan de renaturalización tiene que reparar los errores cometidos en el pasado y debe ser el camino a seguir en el futuro, en una zona llamada a ser lugar de ocio de los melillenses y escaparate de la ciudad para los visitantes. El río debe recuperar su dignidad, y los melillenses debemos recuperar nuestro río.

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