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La retórica triunfal y paternalista en términos de hermandad hispano-marroquí

A pesar de declarase neutral durante la Segunda Guerra Mundial (1-IX-1939/2-IX-1945), el desenvolvimiento de la España franquista serpenteó entre lo que advertía como el ingenio de su política exterior y el pragmatismo ante el alcance de los acontecimientos. Dicho de otro modo: España transitó (1942-1945) de una imparcialidad enrevesada con los fascismos (Italia fascista y Alemania nazi) a los que Francisco Franco Bahamonde (1892-1975) debía en buena parte su triunfo, a la no beligerancia y a la sazón, pro Eje, ante la coyuntura de eximirse de los mandatos coloniales de la entente franco-británica, para a fin de cuentas volver a la neutralidad contemporizadora con los aliados, cuya determinación estribaría la estabilidad del Gobierno golpista, para más tarde legitimar su cruzada opresiva y presentarse como el ‘Caudillo de la Paz’.

De este modo, se instaló un régimen semifascista que aunó ingeniosamente los totalitarismos italiano y alemán en parcelas específicas como la política económica autárquica, la utilización de la simbología franquista como referente icónico, o el unipartidismo para marginar al resto. Y en sus últimos coletazos, el régimen deambuló más cercano a las dictaduras desarrollistas con un fuerte sesgo industrial, aunque en todo momento dilató los trazos fascistas vestigiales, diferenciado por la laguna de una ideología fuertemente acusada más allá de su aclamado nacional catolicismo.

Obviamente, el hecho de que España fuese denigrada por ser el único estado colaboracionista con el régimen nazi de Alemania que se mantuvo en pie, hacía que estuviese vetado a ser acogido en cualesquiera de los organismos internacionales para quedar postergado al destierro mundial.

Este divorcio diplomático y político que en ningún tiempo llegó a ser sistémico, no se superpuso en el terreno económico, al admitirse los acuerdos e intercambios comerciales con los que el Viejo Continente se surtía de productos de primerísima necesidad, además de materias primas indispensables para la industria. A pesar de ello, incluso en el interludio de más repulsa y desaires al régimen franquista (1945-1947), la amplia mayoría de los estados conservaron dinámicos sus baluartes distintivos en España por medio de los procuradores de negocios.

Luego, el encaje más adecuado en el tablero geopolítico de España se supeditaba a la corrección y digamos que remiendo, de su política interna. Y en aras a que la ‘cuestión española’ se solventara cuanto antes, era irremisible poner en escena una política práctica modulada en torno a dos ejes de maniobra que quedarían enmarcados en la senda nacional y de política exterior.

Me explico: con respecto a la primera, apremiaba una rehechura en los deberes de cargos y organismos a los que se aplicaría un efecto distanciado de enfoques reaccionarios que pudieran corresponder con postulados fascistas. Y la segunda, se hacía imprescindible la incrustación de lo que se denominó ‘políticas de sustitución’, con las que atenuar las derivaciones desencadenantes del purgatorio aislacionista y acometer la invalidación del castigo asignado, en la que para sorpresa de muchos el engranaje cultural resultaría resolutivo. Hasta el punto, de reforzar la estampa del Protectorado de España en Marruecos, distinguido en clave a un puzle de ‘hermandad hispano-marroquí’. Pero sabedor de su ardua posición internacional y de la no menos compleja colisión entre los sectores que acomodaban las bases del régimen, Franco, quiso amoldarse al ensanche dominante forjando una política cuyo único designio residió en su perpetuidad en el cargo. Y no era para menos, porque procedió a adecentar el totalitarismo y engrandecer el retrato refinado de una España conservadora y bastión frente al comunismo. Eso sí, sumida en una fase de transición hacia un sistema disfrazado de libertades convencionales.

Lo cierto es que el ‘Generalísimo’ se encomendaba a su suerte. Quizás, presumiendo que la unidad del bloque aliado se agrietara, como de hecho así sucedió. Particularmente, la corazonada entre soviéticos y estadounidenses, lo que terminó favoreciendo a España. Esta connotación confluyó en la polarización en torno a las dos potencias principales de la época, engarzada a la descoordinación entre las diversas acciones sobre el franquismo que se mostró en el respaldo eventual de Gran Bretaña, desfilando por la negativa de Estados Unidos y la empecinada obstrucción de Francia.

Y cómo no, el vacío de una opción opositora factible en el interior, perfilaron el robustecimiento acompasado del ‘régimen del miedo’, donde únicamente militaba la Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista, pronto renombrado Movimiento Nacional. Asimismo, la alineación con el capitalismo y el comunismo venidos de la Guerra Fría (1947-1991), más los escollos del proceso de descolonización y la ebullición del entresijo palestino, conllevaron que el tópico español dejase de situarse en el punto de mira de las Naciones Unidas (ONU).

Tras la oficialización en la regulación de relaciones hasta entonces amputadas, el régimen franquista estaba más afianzado y las mejoras cosméticas internas junto al resarcimiento internacional, dieron luz verde al fortalecimiento del partido único y otras reglas de juego proclives a robustecer la dictadura. El acervo de este sumario y el subsiguiente rumbo tomado por España, siendo desde aquí el punto de partida para abordar sucintamente el tema en cuestión, hizo caer la balanza de modo determinante en la tarea colonial. Ahora, sería en los preludios de 1947, cuando se promovieron las primeras modificaciones y el forcejeo por reprimir la revitalización del nacionalismo marroquí centelleando en el horizonte, agravado exponencialmente tras el retorno de sus líderes al Protectorado. Para ser más preciso en lo fundamentado, las primeras protestas impulsaron la contribución de los Servicios de Seguridad, Vigilancia y Orden Público y su proceder en los disturbios de Tetuán (8/II/1948), que alcanzaron su cenit cuando una manifestación ocasionó varios fallecidos, cientos de heridos y numerosos arrestos.

"He aquí la vuelta de la bestia negra del ejército español, Abd el Krim, al que rindieron pleitesía y ayudaron a asilarse en Egipto, para a la postre constituirse en la bocanada de aire fresco del movimiento de liberación"

Unos años después, el acercamiento de España en la palestra internacional rematada con su incorporación en la Organización de las Naciones Unidas (15/XII/1955), avanzó yuxtapuesta a la lucha por la Independencia de Marruecos y reconocida apenas tres meses más tarde. O séase, el 2/III/1956.

El entorno reinante antes desgranado y la sujeción a las muchas atracciones nacionales con la que enfáticamente interpretaban los militares golpistas el componente colonial en Marruecos, bifurcó en que la forma de operar en su Zona de Protectorado estuviera supeditado por el marco externo del artificio franquista.

Por lo tanto, la política colonial de estos intervalos persistió enclaustrada en la estricta observancia de los planes de la política exterior y más en concreto, en los alcances conquistados por la política árabe del franquismo.

En paralelo, el Residente General francés, Alphonse Pierre Juin (1888-1967), llegó a manifestar que lo que dictaminaba la política española en esos tiempos de postguerra, radicaba en el tira y afloja de la ONU. Esto se descifró en el acogimiento con repique de una política de doble rasero que zigzagueaba entre el dique de la represión y una tolerancia exclusiva direccionada al nacionalismo. Con esta estrategia la Alta Comisaría trataba de nutrir un frágil contrapeso entre la resonancia de un aspecto afable y amistoso con las inclinaciones nacionalistas. Además, de la preservación de un rocoso control del Protectorado marroquí.

Este cabeceo incluso prosiguió cuando tras emprenderse las ‘políticas de sustitución’, el Protectorado se erigió en el principal vínculo con el universo árabe e islámico. La aproximación a estas naciones, algunas de las cuales terminaban de franquear un proceso de descolonización por parte de un actor que desempeñaba una labor sostenedora en el septentrión marroquí, suponía una paradoja. No obstante, el posicionamiento español, aparentemente acogedor, pero indefinido al nacionalismo árabe, mantuvo a propósito estas relaciones de conveniencia.

Estas últimas se cimentaron entre otras, en agrandar el desdén general al colonialismo francés; centrarse taxativamente en la defensa de la causa palestina en los foros internacionales; pero sobre todo, tonificar los nexos históricos y culturales comunes ya esgrimidos como punta de lanza propagandística durante la Guerra Civil. Y fruto de esta política infundada, se instauró una red diplomática de embajadas, consulados y viceconsulados, así como centros culturales, potenciándose los tratos comerciales en clave internacional. O lo que es lo mismo: se reconstruyeron los contactos diplomáticos con algunos países. Entre ellos, Egipto.

De esta forma, la ‘hermandad hispano-marroquí’ oscilaba y vibraba como ‘hermandad hispano-árabe’ y de la que a bombo y platillo harían gala los representantes franquistas en las conferencias y encuentros.

Entretanto, si desde la vertiente política las autoridades coloniales no podían entrar en requerimientos explícitos de índole nacionalistas, en el trazado cultural, educativo y religioso sí que se extendió, en concordancia con la política árabe del régimen, un ejercicio que avivara y trascendiera esta especie de ‘hermandad’. Por ende, el golpe de efecto de la cultura árabe en la Península y en algunas de las metrópolis de la Zona Norte del Protectorado, se constituyó para el régimen en un ingrediente de reputación incuestionable.

Ni que decir tiene que el protagonismo de asociaciones, entidades y organismos, más la acentuación de recursos pedagógicos enfocados al fomento de procesos de enseñanza y aprendizaje, acomodaban una demonstración del encadenamiento en cuanto a la política utilitarista en razón de Marruecos y de las tentativas de España por congratularse con el espectro árabe. Si bien, igualmente se propugnó en la esfera política, al entorpecer las pretensiones coloniales de una Cuarta República Francesa (1946-1958) de patente anti franquista y que en no pocos discursos se encasilló como una reproducción comparable con la Tercera República (1870-1940).

Ahora, la milicia colonial francesa hubo de emplearse a fondo para salvaguardar su Protectorado, mientras Gran Bretaña orillaba su atribución en Palestina hospedando la inercia sionista. Y desde España se retroalimentaba su porte anti colonialista, guareciendo a nacionalistas marroquíes, argelinos y tunecinos evadidos de la Zona franca, cuyas ocupaciones eran permitidas e incluso sufragadas por la Alta Comisaría. Eso sí, dentro de una verificación implacable de movimientos y apartándose de la praxis del colonialismo de Francia, hasta compensar la atracción del nacionalismo con otras fuerzas políticas gravitatorias.

Claro está, que el realismo hispano bajo el que subyacen no pocas objeciones, se exprimió al milímetro por los nacionalistas marroquíes para sus aspiraciones. Y duchos de la falsa apariencia que proyectaba maquinar el régimen hacia la colectividad árabe, supieron manejar los cabos de la sutileza para armonizar dos líneas maestras contrahechas. Me refiero a la ‘cuestión española’ y siempre equidistante con la ‘cuestión marroquí’.

Dos ejemplos que corroboran lo antes referido, el primero recae en el emblema de quien a diestro y siniestro había abanderado como máximo exponente el nacionalismo rifeño, con instintos anárquicos y sediciosos siempre latentes entre las tribus del Rif y sus deseos de sacudirse el yugo colonial en la persona del líder supremo, Abd el Krim El-Jattabi (1882-1963). Por entonces, acogido en la capital de Egipto, quien paulatinamente se convirtió en el adalid de las corrientes de independencia magrebíes a través del Comité de Liberación del Magreb Árabe, donde poco después de ver integra la descolonización del Magreb, tras la independencia de Argelia, moriría.

Y segundo, la Casa de Marruecos en El Cairo, establecida por el franquismo y presta a abrirse paso con una contra propaganda penetrante, incidiendo a más no poder en la represión del nacionalismo y el control extremado de sus actividades por parte de los Servicios de Vigilancia y Seguridad.

Posteriormente, la plasmación del Estado de Israel (14/V/1948) y el fragor derivado del primer conflicto árabe-israelí (15-V-1948/10-III-1949), arrastraron que la Liga de los Estados Árabes sondease los intereses de sus engarces con España y omitiera, aunque transitoriamente, las críticas grandilocuentes por su posición de potencia protectora en el Norte de África, otorgándole su voto en la ‘cuestión española’. Pero a cambio, la capital de España que no admitía al estado sionista, debía mediar sobre los países hispanoamericanos, aunque esporádicamente, revirtiendo hacia la causa palestina en la ONU.

Esta evolución toma el pulso con la política colonial ejecutada por la Administración Española (1946-1948), fundamentalmente, en sus fricciones con el nacionalismo marroquí. Los lapsos dificultosos de penuria y sus rastros resultantes de la postguerra, tanto dentro como fuera del Protectorado, conjeturaron un desafío en toda regla para el encargo económico y político, en la que el funcionamiento y las reformas inducidas por el Teniente General José Enrique Varela Iglesias (1891-1951) al frente de la Alta Comisaría de España en Marruecos y del Ejército en África (6-III-1945/1-IV-1951), además de Inspector de la Legión y de las Tropas Jalifianas, así como Gobernador General de Ceuta y Melilla, envolvieron de significación el colofón de los advenimientos.

Y más, siquiera, estando al corriente que este nombramiento hilvanaba a un militar de pura casta monárquica, carlista e insobornable al Jefe del Gobierno del Estado (Franco), en un cometido de indudable calado. Al tiempo, que al exhibirse crítico con el filón ascendente que ganaba la Falange Española, se le apartaba del meollo subversivo, por si acaso obraba como foco díscolo.

Hay que recordar brevemente que Varela reemplazaba en la Dirección Colonial al Teniente General Luis Orgaz Yoldi (1881-1946). Y entre sus vicisitudes, logró atar la entente con el nacionalismo dentro del arqueamiento entre las rúbricas de la represión y los beneplácitos propios de sus afanes.

Pese a todo, las circunstancias en la que se desenvolvió el mandato de su predecesor, difería de la enrevesada órbita nacional e internacional de postguerra que se anotaría en su Hoja de Servicio tras su recalada en la Zona del Protectorado.

"El cambio de paradigma de la política colonial española impuso instar a una reorganización de los componentes coloniales, así como una redistribución más efectiva y proporcional al presupuesto y al desempeño de sus cometidos en sintonía defensiva, que ante todo priorizara las funciones de vigilancia e información"

Llegados a este punto, es necesario incidir que la política de persuasión desdoblada por el Ministerio de Asuntos Exteriores y la instrumentalización del Protectorado para tales objetivos, implicaba no pocos impedimentos para dirimir la inspección de una superficie acreditada como el ‘avispero marroquí’, con una presteza colonial permisiva e implementada mediante un riguroso control sobre los nacionalistas norteños, y que en parte transgredía la política amistosa y afín trascendida por España. Sobre todo, tanteando la convulsión del apogeo del imperialismo con una cuantiosa campaña de contra propaganda y a posteriori, con la reaparición cómplice de sus líderes.

Sin inmiscuir, el carácter perentorio de esta realidad y las muestras de condena o las explicaciones impulsivas y entrevistas a medios árabes de circulación abierta, utilizadas agudamente como arma arrojadiza. De ahí, que el nacionalismo marroquí mercadease como pez en el agua sus derechos con otros intermediarios más propensos a la visión de la astucia.

Tampoco ha de quedar al margen de lo descrito, que la francofobia, como aversión u odio hacia Francia, en este caso por parte del Gobierno de Madrid, se arremolinó en torno a la admisión de varias disposiciones contrapuestas a los intereses franceses. En suma, con el cobijo de un número por determinar de nacionalistas evadidos de la Zona Sur y la fluctuación de conatos y señuelos cruzados, esta situación se prorrogó perjudicialmente hasta la consumación de la Independencia de Marruecos.

A este tenor, interesa destacar que con el paso del tiempo el hervor del nacionalismo era un grito a voces, contexto que unido al rasgo internacional del Protectorado, se desentrañó en una aceleración de la política indígena, ahora enfilada a imposibilitar que la incitación nacionalista afectara a la política árabe del franquismo.

Precedente que llevó a restablecer la Alta Comisaría y la figura del Majzén Central se asimiló al Cuerpo de Policía Colonial con el metropolitano. Igualmente, se efectuó con los Servicios de Seguridad, Vigilancia y Orden Público. Y no iban a ser menos otras directrices que venían a fortalecer los Servicios de Información y Vigilancia anexos a la Delegación de Asuntos Indígenas.

En definitiva, los criterios buscados con esta batería de actuaciones coligados a la intromisión interna y externa del nacionalismo marroquí y cómo no, tendentes a sortear que la exacerbación de las prácticas del Partido Reformista Nacional (PRN) y de sus filiales satélites en las metrópolis y puntos clandestinos de la región, pudieran perturbar o si acaso, descomponer, el orden establecido y con ello, la imagen convenida del Protectorado.

Finalmente, el cambio de paradigma de la política colonial española orientado al devenir de los reveses en la palestra internacional, impuso instar a una reorganización de los componentes coloniales, así como una redistribución más efectiva y proporcional al presupuesto y, sobre todo, al desempeño de sus cometidos en sintonía defensiva, que ante todo priorizara las funciones de vigilancia e información.

Argumentación por la que el Ejército de África, llamado en su génesis, Ejército de Operaciones de África y desde 1927, Fuerzas Militares en Marruecos, hubo de ver reducida la plantilla de efectivos, posponiéndose su andamiaje táctico consagrado. Es decir, surcando de articularse en Cuerpos de Ejército y Divisiones, a una estructura meramente territorial que definía la efectividad de dos Comandancias Generales y una Subdivisión Territorial (cuatro circunscripciones), cuya misión consistía en conservar el establecimiento y guarnición. Amén, que estaba en la recámara para su presunta interposición, la acción inmediata para salvaguardar las plazas y núcleos urbanos contra sabotajes y golpes de mano encubiertos, así como la supervisión de los límites fronterizos terrestres y marítimos, en base a la aparición incisiva de los nacionalistas marroquíes.

En consecuencia, si en la etapa desgranada en estas líneas predominó una política utilitarista y pendular entre las fórmulas de la represión y las concesiones, pormenorización esta última que concierne con la ilustración idílica que se procuraba fraguar y en el imaginario la elocuencia resonante y paternalista, para al menos captar los estados de opinión imperantes sobre las ansias de independencia del nacionalismo marroquí, no iban a ser menos los nutridos partidarios e integrantes del PRN, siempre al acecho, junto a los cabecillas diseminados por el territorio norteño que abanderaban un posible levantamiento de las cabilas rifeñas y la vuelta de la bestia negra del ejército español, Abd el Krim, con sus declaraciones incendiarias expandidas como la pólvora, al que rindieron pleitesía y ayudaron a asilarse en Egipto, para a la postre constituirse en la bocanada de aire fresco del movimiento de liberación.

Desplazamiento incierto de las piezas de un puzle en el escenario jerifiano que se antoja escurridizo y escabroso, haciéndose ostensible el rizo entre la magnitud cultural de la política árabe del franquismo y, por otro, el papel dispensado por el Protectorado como instantánea accesible y solícita del régimen. Mientras que en la otra cara de la moneda, se desprende la efervescencia in crescendo con su epicentro en el mismo recinto calamitoso de tiempos pasados (annus horribilis) para las Tropas Coloniales Españolas: el Rif, con su cosmovisión particular de hacer la guerra y la maestría de fingir sumisión al poder militar, cuyas heridas todavía no estaban cicatrizadas. O mejor dicho, a duras penas lo podían estar, porque en un plano intrínseco, pero enteramente evidente y extrapolable a los que habían luchado ante las huestes rifeñas en la Campaña de Pacificación (1925-1927), divagaba el instinto de revancha para devolver alegóricamente el golpe asestado años atrás.

En tanto y con carices a propagarse, la prolongación del conflicto, pero en esta ocasión por derroteros políticos, ya que con él reaparecía el jarabe amargo del aparatoso fiasco militar en la que como es sabido España había tocado fondo. Lo que tampoco favorecía la concepción pacífica y de hermanamiento que se quería mostrar.

Ahora es posible dejar caer que el manejo solapado de los elementos indígenas y el calibre propagandístico en cuanto a los éxitos cosechados por la gestión colonial, han de encajarse en la basculación que demandaba el sostenimiento del régimen franquista, poco más o menos, embadurnado en tierras africanas, más la premura de rastrear fuera como fuese, escarbando hasta debajo de las piedras si ello lo indujese, el apoyo a los ojos del mundo árabe, con tal de ver descartada aquella sobrecarga, por momentos insoportable, del ostracismo internacional.

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