Remedios Mariscal, de 97 años, recibe mañana el título de ‘Abuela de Melilla’ l Vive desde hace cuatro años en la Residencia de Mayores.
Vivía en un primer piso de la calle Ibáñez Marín y cada vez le costaba más salir de casa. Eso de bajar escaleras teniendo las piernas tan delicadas no le gustaba mucho. Éste fue uno de los motivos por los que decidió irse a vivir a la Residencia de Mayores. Hace cuatro años consiguió convencer a sus hijos de que era lo mejor para ella. El centro se siente protegida y asegura que el personal es de lo mejor que hay, es decir, que son muy buenos profesionales. Cuando vivía en su casa su familia la visitaba con frecuencia y contaba con una asistenta para hacer las tareas domésticas, ella insistió en irse a la Residencia. No se arrepiente de esa decisión. Afirma que sus hijos y nietos son muy jóvenes y deben disfrutar de la vida en lugar de estar tan pendientes de ella. Asevera que los años pasan muy rápido y que enseguida llega el cumpleaños 97, ella cumplirá esta edad en junio. Su sensación es que la vida transcurre sin que te des cuenta y por eso hay que aprovecharla, ya que con su edad no se pueden hacer tantas cosas como uno desea. Ésta es la filosofía de la ‘Abuela de Melilla’, Remedios Mariscal, una mujer amable de sonrisa fácil, aunque no le salga cuando la van a fotografiar.
Aún no se cree que le vayan a hacer un homenaje este viernes. “Es que no entiendo el por qué”, asegura a El Faro. Es un hijo y una trabajadora social del centro los que le repiten que porque se lo merece. Es una mujer entrañable que siempre se adapta a todo lo que le diga la familia o los trabajadores de la Residencia. Nunca pone problemas y sólo habla cuando tiene que hacerlo, asevera. No es una charlatana, pero es una mujer atenta. Siempre está pendiente de todo el mundo. Eso lo aprendió de muy jovencita.
Resulta que con diez años, sus padres la sacaron del colegio para que cuidara a un sobrino. Su hermana se quedó embarazada y con ella se trasladó a Ceuta para cuidar del bebé. Es de esas mujeres que aprendió a atender a los suyos y a desvivirse por los de la familia.
Una forradora de maletas
Remedios Mariscal no nació en Melilla, sino en un pueblo de Málaga, Cohín. Pero con tan sólo 4 años se vino a estas tierras con sus hermanos porque su padre consiguió un trabajo como capataz de una finca de Monte Arruit.
No estudió porque estuvo de niñera desde muy jovencita, pero no es una mujer analfabeta ni mucho menos. Cuando llegó a la adolescencia consiguió un trabajo en la fábrica de maletas que había en Melilla. Esta industria estaba en lo que hoy conocemos como Cine Perelló. Su misión, como la del resto de las chicas que estaban allí, era forrar de tela las maletas.
En este trabajo encontró no sólo una forma de ayudar en casa con los gastos, sino a su pareja. Allí conoció a su marido Antonio Pérez Astete. Este nombre les resultará muy conocido a mucha gente de la ciudad, ya que era el único capaz de arreglar las cámaras de fotografía y las máquinas de las tiendas de revelado. Todos le conocían por ser un manitas. Era tan bueno en su trabajo que incluso su hijo le pedía que construyera para él piezas que ni las fábricas realizaban.
Novios por carta
Remedios y Antonio fueron novios unos ocho años, les pilló la guerra y el sólo podía venir de vez en cuando a la ciudad. Su relación se mantenía viva gracias a las cartas que se escribían.
No fue hasta el año 1942 cuando vestida de blanco le dio el “sí quiero” en el altar del Sagrado Corazón. Luego vinieron sus tres hijos, José Luis, Salvador y Antonio. El último, confiesa Remedios, fue un intento más por si Dios les enviaba una niña, pero no pudo ser. Eso sí, sus hijos le trajeron nietas y con eso ella ya está feliz. Tiene ocho nietos y ocho biznietos, así que cuenta con muchos familiares directos que le dan mucho cariño a diario.
A Santander en Vespa
La relación que tenía con su marido era muy especial. Le añora y eso se nota cuando habla de él. Recuerda que antes de viajar en coche lo hacían en Vespa. Un año recorrieron toda España en una para llegar a Santander. Sus hijos guardan fotos en las que Remedios y Antonio salen con la cara tiznada de negro a excepción del contorno de los ojos que estaban protegidos con unas gafas para conductores. Con el polvo del camino, lo único que se libraba de acabar de color hollín eran los ojos.
Operarse de cataratas a los 97 años
La ‘Abuela de Melilla’ explica a el Faro que ha sido y es una mujer con suerte. Su marido la adoraba y la cuidaba como nadie lo hizo. “Me dio muy buena vida”, resalta. Con eso lo que quiere decir es que iban juntos a todos lados. Cuando se jubiló, se dedicaban a pasear por la ciudad. Visitaban a todos sus hijos y luego se iban a la Asociación de Vecinos La Paz, donde él jugaba al dominó y ella al parchís. Precisamente este juego de fichas es de lo que más le entretenía, junto con el ganchillo y el croché.
Ahora ya no está tan activa porque sus ojo no ven como antes. De hecho, se quiere operar de cataratas para recupera un poquillo de visión y puede continuar con sus labores. No le gusta estar ‘mano sobre mano’, prefiere tener una aguja y algo que coser o tejer.
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