Opinión

Religión de hombres honrados

Resultó El pasado viernes tuve la oportunidad de compartir con un notable número de compañeros la conmemoración del 40 Aniversario de nuestra salida de la Academia General Militar de Zaragoza como Tenientes, en nuestro caso, de Infantería. En realidad deberíamos haberlo celebrado un año antes pues salimos de la Academia en julio de 1980, pero la pandemia, que todo el mundo padece, lo impidió y nos obligó a aplazarlo hasta este año.

Pocas conmemoraciones más gratas y satisfactorias que la de poder volver a estrechar en fraternal abrazo a los amigos con los que, en mi juventud, entre los 18 y los 23 años, compartí 5 años de formación, de internado, de exigencia y sobre todo de culto a los valores de la milicia en los que nos formamos y a los que, posteriormente, entregamos nuestras ya dilatadas vidas al servicio de España y de los españoles. Mezclado en sólida formación con muchos de ellos, sentí sobre mis espaldas el peso de los versos de Calderón de la Barca dedicados a la milicia de entre los cuales se pueden entresacar los siguientes:

Y así, de modestia llenos, a los más viejos verás tratando de ser lo más y de aparentar lo menos.

Sorprende una barbaridad escuchar a la Ministra de Defensa defender la imagen de las Fuerzas Armadas participando en la misión de evacuación de Afganistán afirmando que se trataba de una acción de ayuda humanitaria que tenía por finalidad salvar vidas, como si ello fuera específico de esta operación y no de todas. Para los profesionales de las Fuerzas Armadas, personas de profundos valores morales, la finalidad de salvar vidas y garantizar la seguridad y bienestar de las personas es consustancial a todas sus actuaciones. Produce igualmente estupor que informadores dedicados a cubrir noticias relacionadas con la Defensa puedan llegar a afirmar que los militares, igual que pueden salvar vidas, también pueden arrebatarlas, obviando el pequeño detalle de que si tuvieran que hacer esto último, que es posible, sería con la finalidad, precisamente, de salvar la vida de otros, de los más vulnerables e indefensos. Establecer una equidistancia simple entre una cosa y la otra se antoja tremendamente injusto para los profesionales de la milicia.

Y es que el objeto esencial de las Fuerzas Armadas de las naciones civilizadas, entre las cuales se encuentra la nuestra, es el de garantizar la seguridad y el bienestar de las personas. Para ello, en ocasiones, pueden tener que llegar a emplear la fuerza, desde luego, pero siempre de manera proporcionada y amparada por el control jurídico de sus puntos de aplicación, su intensidad, su finalidad y su proporcionalidad. Es la diferencia entre emplear la fuerza con fines legítimos, para combatir el mal, que existe, o emplear la violencia con fines maliciosos, lo que, obviamente, no está amparado por cobertura legal alguna.

Es, precisamente, a través de ese desarrollo racional producido a lo largo de los siglos, como hemos llegado a los Ejércitos o a las Fuerzas de Seguridad de nuestros días. Atribuyendo el monopolio de la fuerza, que no de la violencia, que, como se sabe, es algo que se practica con un cierto grado de descontrol, cuando no existe nada más controlado en los Ejércitos modernos que el empleo de la fuerza, a las organizaciones armadas que representan la voluntad de nuestra sociedad bajo la dirección de nuestros representantes, legalmente elegidos por nosotros, los ciudadanos, legítimos copropietarios del bien administrado, nuestra sociedad.

Se me puede decir en este momento, que hay sociedades avanzadas en las que este monopolio de la fuerza por parte de las organizaciones armadas que actúan bajo la dirección de las autoridades no es tan evidente, ya que existe un grado de descontrol importante en cuanto a la titularidad de las armas existentes en el mercado. A ello respondería que, en esas sociedades, que se han constituido de manera más reciente que las nuestras de Europa occidental, los principios y valores empleados para su creación han hecho de la autodefensa la base de su configuración y en todo caso, el debate se mantiene abierto en las mismas, así como, por ejemplo, en otras áreas, como en la de la aplicación de la pena de muerte. Es por ello que me mantendré en los márgenes de nuestro modelo, el europeo occidental.

Es en ese modelo en el que, con el transcurso del tiempo, nos hemos esmerado en generar organizaciones armadas, sometidas a los principios de la ley, apartadas de la controversia política en el seno de las sociedades a las que sirven y dotadas de unos valores consagrados por nuestra sociedad, tales como el respeto a la vida humana, el empleo proporcional de la fuerza al riesgo enfrentado, la ponderación de la legítima defensa o el sometimiento del empleo de la fuerza a unas reglas de enfrentamiento supeditadas a refrendo legal, así como unos códigos éticos de conducta individual y colectiva, recopilados en el caso de España en las Reales Ordenanzas para las Fuerzas Armadas. El poema de Calderón sobre la milicia que citaba al principio, conocido, asimilado e interiorizado por todos los miembro de las Fuerzas Armadas concluye de la siguiente manera:

Aquí la más principal

hazaña es obedecer,

y el modo como ha de ser

es ni pedir ni rehusar.

Aquí, en fin, la cortesía,

el buen trato, la verdad,

la fineza, la lealtad,

el honor, la bizarría;

el crédito, la opinión,

la constancia, la paciencia,

la humildad y la obediencia,

fama, honor y vida son,

caudal de pobres soldados,

que, en buena o mala fortuna,

la milicia no es más que una

religión de hombres honrados.

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