A lo largo de los años 1921 y 1923, respectivamente, la inestabilidad de resistencia despuntada en el Rif contó con los beneficios de la permeabilidad limítrofe y del proceder impreciso de los funcionarios francos, de la que irremediablemente sacaron vitalidad las fuerzas tribales rifeñas. En este aspecto, la ausencia de determinación entre los delegados franceses y españoles sustrajo uno de los motivos de que el contexto generado tras el descalabro en Annual (22-VII-1921/9-VIII-1921) se alargara en demasía, amortiguando las últimas pujanzas del régimen de la Restauración y ratificando la pertenencia de España al elenco de países debilitados del escenario europeo. Si bien, mientras el malestar incipiente en otras potencias iba in crescendo, Marruecos se convirtió en la puerta trasera de intrigas alemanas que rebatían la escalada desorbitada de Francia y la incrustación hispana en el puzle colonialista.
A ello hay que añadir la pasividad de los mandos españoles. Hasta el extremo, que pronto les costó el apodo de germanófilos y un desazón imperecedero entre los actores más destacados y la Entente Cordiale, para quien el conflicto bélico se erigió en el punto de inflexión con relación a la representación española, visiblemente menguada al ser consecuente de las dificultades por las que discurría.
Advertido de este modo la falta de entendimiento entre las autoridades francesas y españolas sirvió de aguijón para hacer, si cabe, más prolongada la agonía al período que confluyó a Annual, extinguiendo los últimos ímpetus del régimen de la Restauración y corroborando una vez más, la cruda realidad de quedar relegada a ocupar un papel secundario en el tablero europeo.
Con lo cual, metafóricamente, la andanza de España en tierras africanas, contribuyó a agravar más el desapego que desunía al régimen de una parte considerable de la sociedad. Principalmente, cuando se destapó con toda su dureza la cuantía económica y social de una administración inadecuada y corrupción diseminada, con el suplemento acumulado de múltiples errores en el desempeño de los deberes y las responsabilidades. No obstante, ello no ha de hacer presumir que Marruecos estuviera emplazado a vaticinar una brecha insalvable en el acontecer del sistema.
En contraste, la aspiración colonial en Marruecos se engarzó desde el primer instante en una especie de alegato regeneracionista, que a su vez, preveía abarcar la otra orilla del Estrecho de Gibraltar como una utopía de ‘El Dorado’, con el desprendido arrebato e infortunio de los conquistadores españoles y en el que el temperamento podría recuperarse de las apesadumbradas secuelas cubanas.
Tal es así, que en varios intervalos de la colonización daba la sensación de que España se desquitaba por momentos de este lastre a los ojos de otras potencias y quién sabe, ante sí mismo, con otro cliché más renovado y competente. O acaso, con otras convicciones en sus instituciones y un engranaje más apropiado a la hora de desenvolverse.
Pese a todo, la austera presencia de la zona de influencia española y los instrumentos viciados de su dirección, indiferentes por los actores que se dieron cita en el septentrión marroquí, acabaron por enturbiar el proceso colonial en una sobrecarga desmesuradamente problemática para la configuración quebradiza del régimen.
No cabe duda, que la tentativa africana abocó irremisiblemente al régimen de la Restauración a sus últimos coletazos. Más bien, podría indicarse que cada crisis marroquí traslucía los deslices del régimen y su encrucijada particular para subsanarlos. Con la predisposición que esta situación insólita acomodaría por vez primera a la mayoría de los españoles frente un cara a cara ante el rompecabezas de una tierra baldía.
En otras palabras: el entuerto que meses más tarde acechó a Annual, se tornó en un resorte con el que se detectaron un conjunto significativo de decisiones reformistas, respaldadas por el compromiso político y el recato ciudadano avivado en diversos sectores de la Península.
Por lo tanto, no ha de sorprender que el régimen distinguiera sus últimos soplos de impulso, frenesí y crédito en su rehechura, como puntualmente han denotado varios analistas. Ello es incontrastable en base a los hechos acaecidos en los años vertidos, que probaron con destello cómo el repiqueteo colonial desarticuló y enmarañó la dinámica del régimen y desató un nuevo reacomodo político y social.
Ni que decir tiene, que estas expectativas suscitaron un número ostensible de acciones reformadoras y entre algunas, manifestaciones, encargos de responsabilidades políticas y militares, formación de otras fuerzas políticas, controles punzantes en las Cortes o disolución de las Juntas de Defensa.
Además, el hado por la conservación del régimen residió en que estas proposiciones no llegaron a buen puerto por la parsimonia mortificante de la actividad interna y que a la postre, las desacreditó, hasta arrastrar a sus inspiradores en la incapacidad real de cristalizarlas. Y sin ser este el fundamento, pero si el guion de esta disertación, la sublevación y posterior golpe de Estado (13/IX/1923) perpetrado por el Capitán General de Cataluña, Miguel Primo de Rivera y Orbaneja (1870-1930), tuvo su génesis en la voluntad de enderezar la astenia del régimen y en menor medida, sostenerlo de los amagos externos.
A este tenor, el protagonismo del Imperio Jerifiano, designación histórica otorgada al actual Reino de Marruecos entre los siglos XVI y XX y bajo la gobernanza de las dinastías saadí y los alauitas, sería el de servir como indicativo del dinamismo social en la Península y catalizador de las últimas auras de la Restauración, infundiendo intereses de reformas sociales y políticas que la frialdad del régimen terminó desbaratando.
“Aun lloviendo sobre mojado, las crisis que presidieron a la Primera Guerra Mundial ayudaron a entonar y curtir los bloques, suscitando una política de pugna crónica en las relaciones internacionales. Matices que dilucidan el introito relampagueante a la guerra como recurso subversivo de enmendar la plana”
Con estas connotaciones preliminares, el tránsito enfilado hacia la Gran Guerra o Primera Guerra Mundial (28-VIII-1914/11-XI-1918) estuvo acentuado por dos crisis previas en Marruecos (1903 y 1911), exhibiendo la inclinación implacable de Alemania por desmoronar el frente común que sus adversarios habían satisfecho, así como el rediseño de la proyección colonial.
En tanto, las alianzas que trenzaron Francia, Reino Unido y Rusia (1891), además de la Entente Cordiale con Reino Unido y Francia (1904) y la Triple Entente (1907), fueron una réplica a la política trabada por Alemania con los sistemas de alianzas internacionales, intensificada por Guillermo II (1859-1941) al recinto colonial con su voracidad de expansión imperialista. Obviamente, de las crisis aludidas quedan al margen de esta exposición la crisis bosnia (1908) y la crisis balcánica (1912-1913).
Dicho esto, primero y bajo el gobierno del Sultanato, Marruecos había conseguido mantenerse como Estado independiente moderando los señuelos colonizadores de las potencias en marcha, aunque había suscrito tratos económicos con algunas de ellas. Tómese como ejemplo, Reino Unido. Amén, que la conquista francesa de Argelia inyectó un ingrediente de amenaza persistente sobre la soberanía marroquí.
Así, el sostén de Marruecos a los argelinos llevó aparejado la colisión con Francia en lo que se conoce como la Batalla de Isly (14/VIII/1844) y que como es sabido se saldó con la derrota marroquí. Paulatinamente este lance tuvo sus derivaciones en el devenir de Marruecos, mermando su capacidad militar y abriendo la región a la comercialización con otros estados occidentales. Y como no podía ser de otra manera, esta incidencia belicosa menguó ampliamente al país norteafricano.
Haciendo un alto en el camino a partir de 1880 crece la estampa europea en la superficie marroquí, donde apoderados, negociantes y algunos religiosos, abren brecha a sus cotas de atracción. Mientras tanto, Francia era a fin de cuentas el pretendiente más ambicioso en procurarse el predominio de Marruecos.
A diferencia de España, en principio con menos alicientes, pero que con el paso del tiempo iría incrementándose con la quiebra de las colonias americanas y asiáticas. Sin inmiscuir de este entorno, la fuerza de gravedad imprimida por Alemania y que a veces quedaba comprimida, gracias al hostigamiento de la política francesa.
Mostrada en estas líneas la antesala del marco que habría de desembocar en las crisis reseñadas y con el empeño de no excederme en la extensión de las mismas, el acuerdo franco-británico de 1904 permitía a Francia consolidar su supremacía sobre Marruecos. Claro está, a cambio de su reconocimiento del dominio de Egipto por Reino Unido. Ello apremió al súbito pronunciamiento disonante germano.
Y en sintonía con lo sucedido, el tarro de las esencias se destapó con la recalada en Tánger del emperador Guillermo II, llamando la atención con la retórica de un discurso explosivo en el que pronunció sin ambages, su respaldo notorio al Sultán y la rendija coyuntural del sí a la independencia de Marruecos.
En cierto modo, Alemania hacía todo lo posible por exprimir la postración de la Triple Entente. O lo que es igual, Rusia acababa de ser vencida por Japón y con ello ponía fin a su expansión en Extremo Oriente, como a su influjo militar en el Pacífico y el zar afrontaba la Revolución de 1905, comprometiendo a Francia a tratar la disposición del África septentrional.
Hay que recordar que Alemania no desistía a sus intereses económicos en Marruecos, pero le era prácticamente inaccesible pugnar en este campo con Francia, mucho más asentada sobre el terreno.
Por lo demás, los medios económicos germanos optaban por promover acuerdos con sus homólogos francos y constituir una asociación regulada por los bancos de Holanda y París. Por consiguiente, el shock enardecido por las palabras desentonadas de Guillermo II en Tánger, origen de la primera crisis marroquí, no se debía tanto a componentes políticos y económicos.
El móvil residía en empantanar como fuese el avance de Francia y forzarla a una aproximación hacia Rusia y Alemania para distanciar al Reino Unido. Según esta maquinación, Marruecos sería el aval para Francia de este acuerdo ilusorio enfocado a agrietar la Entente Codiale.
Sean cuales fueren, cualesquiera de las suspicacias quedarían esfumadas tras la publicación en algunos rotativos, que si se dejaba como pez en el agua a Francia en ese territorio, cabría esperarse que actuase igualmente en otras zonas en cooperación con Reino Unido y en perjuicio de Alemania. En pocos meses y para truncar este resquicio artificioso, el efecto dominó más inmediato residió en la citación de las trece potencias que habían estampado su firma en la Convención de Madrid de 1880, mediante la Conferencia de Algeciras.
Lo irrebatible es que en el contenido plasmado en el Acta final de la misma, tanto Francia como España, obtuvieron el consentimiento para desplegar un protectorado sobre Marruecos, de la que la primera salió reforzada. El dato revelador que entre 1906 y 1909, entidades francesas (Schneider) y alemanas (Krupp) alcanzaran significativos compromisos económicos para lucrarse de las minas marroquíes y aumentar la capacidad de la Banque du Maroc, justifican como anteriormente he indicado, que lo que incumbía no eran tanto los intereses políticos y económicos. Realmente apenas atañe que la diplomacia germana patinara en algunas de sus conjeturas.
Lo que aquí corresponde señalar es la alarma extendida ante la forma de operar de Alemania, escépticas de que llegase más allá del mero desafío dialéctico. Y tras el episodio incisivo de Tánger, primero, Francia y Reino Unido pusieron sobre la mesa la viabilidad de una alianza militar en caso de acometimiento alemán; y segundo, España se implicó en colaborar si se alteraba el panorama en el Mediterráneo.
Sin obviar, que Francia acaparó la cercanía de Reino Unido y Rusia, aún pendientes del contencioso en Persia.
En suma: no sólo no se resintió la Entente Cordiale, sino que este precedente se electrizó por la conexión de Rusia en una fórmula de alianza (Triple Entente) notoriamente antagónica a la encabezada por Alemania (Triple Alianza). Llegados a este punto, la maniobra germana en Marruecos allanó la bipolarización del Viejo Continente y agigantó los espectros de la agitación mundial.
Pero retomando nuevamente el texto salido de la Conferencia de Algeciras, aunque se recalcaba la soberanía de Marruecos, quedaba una pequeña fisura para la intrusión de sus cuestiones internas.
Es más, Francia con el patrocinio de Italia, reemprendió su pretensión militar y se hizo con varias zonas en la franja oriental, cerca de los límites fronterizos con Argelia. Y el colofón que se desprende de la primera crisis, subyace en que Marruecos veía dilapidada su independencia que imaginaba acariciar.
Subsiguientemente, la progresiva dominación francesa sobre Marruecos no podía ser bien contemplada por Alemania, que por otro lado cavilaba que las conclusiones de la Conferencia de Algeciras (16-I-1906/7-IV-1906) no la habían dejado complacida, exhibiendo músculo para obstaculizar el control francés sobre el Norte de África.
Adelantándome a lo que fundamentaré en la segunda crisis marroquí, desde 1907, el Sultán había hecho lo indecible, pero con apenas éxito, por implantar una inspección más eficiente sobre las tribus bereberes, así como ejecutar algunas primicias con visos modernizadores de la economía. Y en equidistancia a lo antes apuntado, es indispensable caer en la cuenta de que en la Conferencia de Algeciras había quedado perfilado el derecho de Alemania a imposibilitar que Francia se adentrara en el interior de Marruecos, fuera de los sectores costeros donde ésta por entonces aplicaba su encargo policial.
Esto es precisamente lo que ocurrió: en uno de los reiterados pronunciamientos contra el Sultán, quedaron acosados y describamos que acorralados, los ciudadanos europeos residentes en Fez.
Francia no titubeó en poner en movimiento a sus fuerzas expedicionarias para defenderlos, pero no se contuvo en este incidente y lanzó una vasta campaña militar cuya magnitud derivó en la toma de ciudades influyentes como la ya nombrada Fez, además de Mequínez y Rabat. A la par, España hacía lo propio en el territorio establecido por la Conferencia de Algeciras: Larache y Alcazarquivir.
Sin lugar a dudas, los acuerdos de 1906 estaban siendo quebrantados y de ello puso su acústica imponente los periódicos internacionales.
El conflicto que segundo a segundo iba desbocándose fue aprovechado al milímetro por Alemania hasta conferirle especial calado: las ligas pangermanistas junto a las esferas nacionalistas coaccionaron a su gobierno para que detuviera la carrera expansionista francesa y se prestara del momento para desquitarse los despechos digeridos tras la crisis de 1905, mediante la puesta en escena de un buque de guerra. Así, el 1/VII/1911, el cañonero alemán SMS Panther de la Clase IItis de la Kaiserliche Marine, accedía al puerto de Agadir, enclave estratégico entre Gibraltar y las Islas Canarias, en una tentativa de alarde contra la presencia franca en el interior de Marruecos. Al mismo tiempo, puede apuntarse que esta determinación como contrapeso de la actuación francesa, le acompañaba la artimaña de pretender compensaciones territoriales y adjudicaciones mineras. Evidentemente y al filo de los estragos de la guerra, este acto se descifró como otra provocación a Francia, porque controvertía su peso en Marruecos.
Curiosamente Rusia no se ofreció para tomar parte en una operación de este fuste, pero le valdría el apoyo británico a Francia para que Alemania cesase en sus requerimientos y en definitiva admitiera el diálogo con el gobierno francés. Concluyendo con un acuerdo sobre la demarcación de sus zonas de acción en África Central y por el que Alemania aceptaba el derecho de Francia a instituir un protectorado, en razón de cesiones territoriales enfocadas a la formación de la Mittelafrika, comportando el objetivo de la política extranjera de Alemania con anterioridad a la Gran Guerra.
Por último, esta crisis se orilló mediante un arreglo diplomático entre Francia y Alemania diseñado al modus operandi de los intercambios territoriales característicos del imperialismo europeo con el Tratado de Fez, oficialmente el Tratado celebrado entre Francia y Marruecos (30/III/1912) para la organización del protectorado francés en el Imperio Jerifiano.
Asimismo, es preciso pormenorizar que esta negociación la aprobaron el Sultán Abd al-Hafid (1876-1937) de Marruecos, miembro de la dinastía alauí bajo imposición y el representante francés Eugène Regnault (1857-1941), estando en curso hasta la declaración conjunta franco-marroquí de fecha 2/III/1956.
El texto concedía a Francia el derecho a ocupar algunas de las posiciones con el comodín de salvaguardar al Sultán, como la de asegurar las riendas del poder sosteniendo una dirección integrada por el Gobierno Jerifiano y el Sultán. Y en atención a sus términos, el Residente General poseía atribuciones incondicionales tanto en materias externas como internas, siendo el único capaz de representar a Marruecos fuera de sus fronteras. Sin embargo, el Sultán mantenía la potestad de firmar los decretos o dahirs dados por los Residentes Generales.
Lo que interesa dejar recalcado es que como parte del tratado, Alemania acabó admitiendo los entornos de proyección franceses y españoles en Marruecos, obteniendo a cambio zonas en el Congo Medio, lo que en nuestros días es la República del Congo, más una colonia del África Ecuatorial francesa, los cuales resultaron parte de Camerún alemán.
Y en el horizonte de lo que más tarde habría de sobrevenir en el avispero marroquí, las tribus del Rif en plena ebullición tan solo reconocían la autoridad religiosa del Sultán, pero no la política. Desaprobando y digamos que abominando el acuerdo, ya que condenaban sin reservas que Fez, el corazón espiritual del islam y la urbe más importante de Marruecos, no tenía dominio ni influencia sobre el Rif.
En consecuencia, las dos crisis marroquíes, aunque no desataron una guerra en sí, favorecieron el caldo de cultivo para inocular una atmósfera de susceptibilidad y discordia, que aparejaron un residuo del contexto beligerante por el ansia de virar el statu quo presente y elevar los decibelios de la tensión hasta precipitar la carrera armamentística. También descorcharon el desenfreno germano de trapichear como potencia mundial y emitir la flama arrogante de su poderío naval.
Los agravios consecutivos robustecieron la armadura del sistema de alianzas entretejido en torno a la Triple Alianza y la Triple Entente (Alemania, Austria-Hungría e Italia / Francia, Rusia y Reino Unido).
“Las dos crisis marroquíes, aunque no desataron una guerra en sí, favorecieron el caldo de cultivo para inocular una atmósfera de susceptibilidad y discordia, que aparejaron un residuo del contexto beligerante por el ansia de virar el statu quo presente y elevar los decibelios de la tensión hasta precipitar la carrera armamentística”
Conjuntamente, este período converge con el desenlace del reparto colonial y el surgimiento de otros tentáculos imperialistas extraeuropeos. Indiscutiblemente, el ambiente alumbrado presumió que cualquier alteración del statu quo percutía de una u otra manera a nutridos actores y tornaba en deflagración cualquier eventualidad o desacuerdo.
De hecho, las diversas crisis con rastro bélico o diplomático que cuajaron desde los preámbulos del siglo XX, calibraron la entereza de la política de bloques, alternándose numerosos choques de índole definidos, pero que en la mayoría de las ocasiones demandaron pactos. Y cómo no, la segunda crisis encarnó un aviso para navegantes de la inminente detonación entre Francia y Alemania. El conflicto tonificó a la Triple Entente por el pleno apoyo británico a la primera, en los temas coloniales basados en su presunción compartida ante el expansionismo intemperante germano y omitía sus rivalidades pasadas.
Aun lloviendo sobre mojado, las crisis que presidieron a la Primera Guerra Mundial ayudaron a entonar y curtir los bloques, suscitando una política de pugna crónica en las relaciones internacionales. Matices que dilucidan el introito relampagueante a la guerra como recurso subversivo de enmendar la plana.
O séase, la primera crisis marroquí evidenció la obertura a la Gran Guerra, confirmando los titubeos de los equilibrios de poder y las asperezas pendientes por limar, venidas de las alianzas militares. Teniendo en cuenta que el mecanismo de alianzas desenvuelto en las décadas frontales, fragmentó a las potencias occidentales en dos estructuras en permanente efervescencia: la Triple Alianza y la Triple Entente.
En cambio, la crisis de Tánger tradujo las tiranteces latentes que definitivamente explosionaron en 1914 con efectos calamitosos.
Finalmente, tras lo desgranado en este pasaje, me atrevo en defender la tesis que los raciocinios de la crisis de Marruecos desvelaron a más no poder, un juego de intereses imperiales, habiendo sido ineludible recular en el tiempo y sintetizar la trama intransigente de comienzos del siglo XX, donde perceptiblemente las prolongaciones de la dominación europea, en su hambre inconfundible por agrandar a toda costa sus posesiones y controlar recursos, pulverizaron una parte representativa de África en colonias e incuestionablemente, Marruecos, con su disposición estratégica frente a las aguas del Mediterráneo, no iba a ser menos en convertirse en el punto de mira vislumbrado, fundamentalmente, por Francia y Alemania y en medio con prejuicios, España.
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