Opinión

Las Reales Ordenanzas: la obra heredera de enseñarlas y conservarlas

Sin lugar a dudas, existe la opinión generalizada en que la ‘Defensa’, es un bien y un servicio público aceptado como intangible e imperceptible, y en la mayoría de las ocasiones, parece que su contenido no es descifrado lo adecuadamente. Partiendo del precedente de que, en las dos décadas transcurridas del siglo XXI, un número significativo de ciudadanos no percibe o contempla la ‘Defensa’ como una cuestión de Estado y que está a su disposición para avalar la liberad, el bienestar y la prosperidad.

Entre tanto, con el acogimiento del Real Decreto 96/2009, de 6 de febrero, publicado en el Boletín Oficial del Estado N.º 3 de fecha 07/II/2009, ‘por el que se aprueban las Reales Ordenanzas para las Fuerzas Armadas’, se culmina el relevo de las anteriores Ordenanzas reconocidas por la Ley 85/1978, de 28 de diciembre. Y, como tales, la fase de sucesión y actualización se origina tras más de treinta años configurando el criterio moral de la Institución Castrense y el sello en el que por antonomasia, se concretan las servidumbres y los derechos de sus integrantes. Teniendo por esencia predominante: “exigir y fomentar el exacto cumplimiento del deber inspirado en el amor a la Patria y en el honor, disciplina y valor”.

Para ello, la semblanza del militar ha de estar en harmonía con los principios determinados en la Constitución, fundamentalmente, en lo concerniente a la convivencia democrática y el respeto a los valores que la infunden. Es por ello, que las Reales Ordenanzas, en adelante, RR.OO. forman un mecanismo que satisface el código de conducta del militar y puntualiza los principios éticos y las reglas que han de regir su proceder, en atención a la Carta Magna y al ordenamiento jurídico.

En este aspecto, las RR.OO., abarcan un extenso elenco de valores, virtudes y cualidades individuales y colectivas a las que los componentes de la milicia han de empeñarse, independientemente de su rango.

Con estos mimbres, el propósito de todo Estado es facilitar seguridad en el más generoso sentido de su terminología. Para ello, la nación soberana se provee de la ‘Ley de Leyes’ o ‘Norma Suprema’, la Constitución de 1978, que sistematiza las interacciones dentro de ella, como sus vínculos con el Estado y lo que es más trascendental, circunscribe los poderes del Estado, valga la redundancia, intensificando que el Estado no se superponga a la Ley.

Hoy, cinco años después de pasar a la Situación de Retiro como integrante de las Fuerzas Armadas y quedar administrativamente adscrito a la Subdelegación de Defensa en Ceuta, no es fácil evocar como al mismo tiempo desasirse de una cronología tallada en el sentido del honor, el deber y de la subordinación impulsada con la rectitud, el compañerismo o la integridad

De este modo, se salvaguarda la independencia de sus residentes y se legitima la autonomía de la justicia. En definitiva, los principios en que gravita el Estado son la libertad, la seguridad y la justicia, porque son la punta de lanza para respaldar a las Fuerzas Armadas y que nuestro país comparte con otras nacionalidades europeas.

Según detalla la ‘Ley de Defensa Nacional’, los ejes de las Fuerzas Armadas se sustentan en la disciplina, la jerarquía, la unidad y la eficacia. El rigor en la disciplina y la unidad, o, expuesto con otro talente, la rectitud y la adhesión, se convierten en los cimientos principales del Ejército y se canalizan en la Patria, el deber y el honor. Si bien, en la observancia del deber, la noción que por encima de todo es la misión, para ello se ofrendan las abnegaciones que sean indispensables. O séase, la consumación del deber propagado en la lealtad-humildad-ejemplaridad.

Proverbialmente, se califica a este valor como el sentido del deber, lo que entraña que está interiorizado por aquel o aquella que lo practica decorosamente. Más aun, el honor, incrustado en las Fuerzas Armadas y en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, domina cuando reproduce su firme compromiso en la palabra otorgada, o con el juramento o promesa conferido, y estima que las actuaciones sean férreas en el querer a la verdad y la desconsideración incondicional por la falsedad y la doblez.

Sobraría mencionar en estas líneas, que vivimos en un período donde la farsa o el fingimiento es un arma arrojadiza y su víctima preferida, la autenticidad o la verdad, por lo que, a todas luces, el honor es cada vez más valioso.

Adelantándome a lo que seguidamente fundamentaré, ninguna sociedad o estado, y ni mucho menos, las Fuerzas Armadas, podrían desenvolver convenientemente sus quehaceres y funciones, si sus activos humanos no conservan un porte ético y los organismos una gobernanza congruente. La ética plasma infinidad de desempeños de irrebatible justificación y peso y de reconocimiento social, porque, ante todo, hace digno al que indaga el bien y no el mal, y al que prefiere el bien sin encaramar al mal.

Los valores consistentes e inmanentes de las Fuerzas Armadas, que no son únicamente de ellas, sino de la sociedad en su conjunto y de dónde se absorben, se contraponen en ese día a día a una desproporción entre la sociedad de hoy, distinguida por algunos estudiosos e investigadores como ‘líquida’.

No obstante, con orden y sin pausa, las Fuerzas Armadas se adecuan a los valores y principios, y en ese acomodo, radica su potencial moral, unido a la firmeza de su código ético y la cultura militar. Sin ir más lejos, el método integral de las Fuerzas Armadas, se basa en el ordenamiento avanzado de la ‘Ley de Defensa Nacional’, la ‘Ley de la Carrera Militar’, el ‘Real Decreto de las Reales Ordenanzas’, pero, sobre todo, en el carácter ético y en los principios y valores que lo conforman. Valores y principios en mayúsculas que, si no se contraen, se cultivan y se administran de manera inquebrantable, quedan en exiguos vocablos o en una declaración de intenciones vacía.


Las RR.OO. para las Fuerzas Armadas se asientan en los principios y valores de estas y hallan su puntal en las de 1978, una vez sancionada la Constitución y concatenada con las de 1768 de Su Majestad el Rey Carlos III, que permanecieron vigente durante más de dos centurias, conservando brillantemente su espíritu y vigor a lo largo de los tiempos.

Los códigos éticos patrocinan principios y valores que han de gestionar las operaciones de cualquier entidad o corporación. Y como tales, la dirección corporativa que vuelvo a aludir, más el código ético que recíprocamente se demanda, son intrínsecos. Simultáneamente, los códigos éticos acatan las competencias de legitimación y eficiencia.

Este concepto de código ético y gobierno corporativo, están emparentados a los pensamientos cada vez más generalizados, sobre la ética como requerimiento de comportamiento, porque lo ético es provechoso y la ejemplaridad trae beneficios. El producto de la ética y la ejemplaridad habrían de evidenciarse en ese espejo común sin distorsión, y en las Fuerzas Armadas es ineludible y parte de su cultura militar.

No ha de obviarse de este escenario, las perturbaciones circunstanciales que pueden trazarse en el devenir cotidiano y los cambios de paradigma, hacen que sea imprescindible ensanchar otros dinamismos y desafiar proyectos de resolución a las dificultades apoyadas en enfoques multidisciplinares e integrales, afinando paulatinamente los procesos de transformación.

Posiblemente, algunas y algunos adolezcan de cierto sentimiento o pasión patria, incurriendo en un incontestable retraimiento en el momento de manifestar o expresar los símbolos y las costumbres centenarias.

Fijémonos detenidamente en el honor, como cualidad moral asociada a la dignidad y la valentía. Nos hallamos ante un estilo, o, tal vez, un ethos; o, quizás, una fórmula interpretada para yuxtaponerse a contextos extremos al que se recurre como referencia, más que ante un mero valor sociológico.

Al mismo tiempo, entrevé el énfasis de una armadura intelectual para soportar la lucha y el combate, una realización que es una suerte de resarcimiento sobre la coherencia y que necesita de una resiliencia particular. Ello transforma al honor en toda una variable de anclaje en las debilidades y fortalezas.

Desde esta perspectiva es interesante confirmar como el Art. 14 de las RR.OO. es una reproducción del Art. 72 de las anteriores de 1978 y estas, a su vez, es un calco literal de las creadas por Don Carlos III en 1768. Porque reúne específica y meramente al ‘Oficial’, cuya energía e ideal se reporta actualmente al acervo de las Fuerzas Armadas. Por aquel entonces, se acrecentaba la amplitud de decisión de las categorías inferiores, incluyéndose al Soldado, quedando descrito el Art. 14 al ‘militar’, en vez de sólo al ‘Oficial’.

Luego, nos encontramos ante un pasaje de entrañable valor histórico y simbólico, su evolución es elocuentemente sobresaliente y afín con una innovación en el modelo: “El militar cuyo propio honor y espíritu no le estimulen a obrar siempre bien, vale muy poco para el servicio […], el contentarse regularmente con hacer lo preciso de su deber, sin que su propia voluntad adelante cosa alguna […], son pruebas de gran desidia e ineptitud para la carrera de las armas”.

Queda claro, que el honor es una pretensión de responsabilidad que se trasfiere a todos los militares, cuyo estatus queda en nuestros días encumbrado al emplazarse en la misma cota del Oficial. Así, se implementa una reflexión expresa de su profesionalidad coligada al honor; y, finalmente, se fortifica con la cohesión de equipo.

Es más, el susodicho Art. 14 se ensambla completamente con el ‘Bushido’, una pronunciación desentrañada como ‘el camino del guerrero’, a modo de código ético minucioso al que numerosos samuráis ofrecían sus vidas, pretendiendo fidelidad y honor hasta la muerte. Como señala Yamamoto Tsunetomo (1659-1719), samurái vasallo del clan Nabeshima de la provincia de Hizen, en Japón, “no se trata de mostrar lo que se encuentra en el interior de uno, porque ese interior se muestra con las acciones cotidianas”. Y es que, el merecimiento no está en los actos grandiosos que se admiten y se llevan a término, sino en la perseverancia del cumplimiento del deber, o en los pequeños menesteres cotidianos.

Asimismo, como indica Aristóteles (384-322 a. C.): “Somos lo que hacemos día a día. De modo que la excelencia no es un acto, sino un hábito”. Esta es la impresión que atesora la guía práctica y espiritual para el guerrero, el ‘Hagakure’ o ‘Hagakure Kikigaki’, cuando postula: “[…] no se tiene la determinación desde la cotidianeidad y se vive el día a día descuidadamente, sin la mínima coincidencia de lo que ha de ser un bushi”. Sino más bien, es imperativo estar dispuesto, lo que induce a la dedicación: “Ahora mismo es el momento crucial y ese momento crucial es ahora mismo”.

El honor militar está en conexión con la decisión, en acomodarla con el entorno real rectamente asimilado y se edifica en un juicio íntegro. La decisión es el fruto final de la praxis mental-cognitiva más significativa del militar. De hecho, es la capacidad que define al Mando.

En idéntica sintonía, el Art. 9 de las RR.OO. dispone que “la autoridad implica el derecho y el deber de tomar decisiones, dar órdenes y hacerlas cumplir, fortalecer la moral, motivar a los subordinados, mantener la disciplina y administrar los medios asignados”; mientras, en el Art. 62, se dicta que “en el ejercicio de su autoridad será prudente en la toma de decisiones […], sin que la insuficiencia de información, ni ninguna otra razón, pueda disculparle de permanecer inactivo en situaciones que requieran su intervención”.

A resultas de todo ello, puede confluir una predisposición cultural a sobre decidir, como prescripción para impedir el entumecimiento y las diversas actitudes elusivas procedentes de la constante falta de datos, o de la ‘niebla de la guerra’ que afirmara uno de los historiadores y teóricos más influyentes de la ciencia militar moderna, Carl Philipp Gottlieb von Clausewitz (1780-1831). La sobre decisión es en la esfera táctica, muchísimo mejor que la irresolución en la medida en que, además, está unida al ingenio, el talento y la anticipación. Es más favorable restablecer una decisión errada, que continuar en punto muerto.

Lo militar es una cultura de la decisión. Es más, el liderazgo lo es hasta el culmen de referirse al binomio decisión-liderazgo, por lo que ha de ser líder y denodadamente se le instruye para serlo. A la par, el honor es un llamamiento para acatar las normas, estar presto, acoger las órdenes del Mando formulando cualquier salvaguardia, vislumbrar virtuosamente las condiciones, tomar una decisión pertinente, consumarla y confrontar sus implicaciones.

El honor se ajusta maniobrando conforme a lo que, en el instante de materializarse, se distingue como lo más adecuado e ingenioso, operando comedidamente. Conjetura un episodio de entrega absoluta ante una coyuntura exclusiva. Y este se atina en el servicio prestado, la vida ejemplar y la exacta observancia de las órdenes recibidas, procediendo de manera modulada con los designios del Mando. Porque, en definitiva, el honor es la lealtad elevada al máximo exponente.

El célebre desiderátum del Soldado de los Tercios de Lombardía y Flandes, Pedro Calderón de la Barca (1600-1681), cita la obediencia en los Ejércitos como la piedra angular de la disciplina: “Aquí la más principal hazaña es obedecer […]”, compendiando los valores inmemoriales de las huestes.

Igualmente, que otros términos resumen los valores defendidos por el ‘Bushido’, hasta ser clave para precisar el honor. La estrofa se encuadra en otras más inmediatas en las que sobresale “el buen trato, la bizarría, la verdad, la cortesía, el honor, la firmeza, la opinión y el crédito, la obediencia, la humildad, la constancia y la paciencia”.

En otras palabras, no pretendas ni deseches antes Jefes que te apremien a la disciplina, porque a cambio, ellos te afianzan estos valores: “porque aquí a la sangre excede el lugar en que uno se hace; y sin mirar cómo nace, se mira como procede”. Estoy refiriéndome a los realces de los valores del ‘Bushido’ expresados en el fragmento de Calderón de la Barca. Estos componen caracteres, entre algunos, la paciencia, el laconismo, la imperturbabilidad o la inmediatez.

En resumidas cuentas, el honor desenmascarado en las RR.OO. es un baluarte en el que cobijarse en períodos de adversidad, un espacio de desahogo espiritual. Armando moralmente al militar para que resista entornos acuciantemente comprometidos.

Por lo demás, el honor autentica la sensatez y la prolongación de los actos al aflorar de la misma fuente y presumir una citación a la proactividad, o al ejercicio que es inconfundible del militar. Es por ello, que reprocha claramente la negligencia, la inactividad o la desidia.

Como comenta en su obra “Sobre la violencia” (2005), la escritora y teórica política alemana, posteriormente nacionalizada estadounidense, Hannah Arendt (1906-1975), considerada una de las filósofas más influyentes del siglo XX, “la violencia alberga dentro de sí un elemento adicional de arbitrariedad”. Sin embargo, este ámbito requiere de un código ético intachable.

Con lo cual, quien tiene puesto los cinco sentidos en estas materias, interviene íntegramente, confiriéndole a la violencia una visión sana, obedeciendo a los criterios y armonizándola para intentar que sea lo más reducida posible, y factible con las miras que aspiran a alcanzarse con su uso comedido.

Indiscutiblemente, la disciplina y la profesionalidad del Soldado, coartan el empleo de la violencia. El honor no aparece atribuido de fuera, sino que, contraídos los valores de la cultura militar, nace del interior y de la identidad, teniendo en ella a su principal juez. Y es que, la valoración externa que pudiera realizarse del honor, queda de esta forma dependiente a su evaluación interna.

En efecto, el ideal del Soldado es el guerrero, y queda en su conciencia solucionar la contradicción entre las órdenes tomadas y esta condición. Y, como no podía ser de otra manera, se le reclaman las responsabilidades legales, en tanto haya actuado para bien o para mal, pudiendo quedar estigmatizado su honor.

Por ello al contemplar y considerar la etapa transcurrida desde que tuve la dicha de permanecer en activo, ha sido nada más y nada menos, que servir y guardar a perpetuidad a un Ejército y a una gran Nación como España, en la que difícilmente puede declinar la simbiosis hombre-Patria-Dios

Como reza el Art. 48 de las RR.OO. expuesto a los límites de obediencia: “Si las órdenes entrañan la ejecución de actos constitutivos de delito, en particular contra la Constitución y contra las personas y bienes protegidos en caso de conflicto armado, el militar no estará obligado a obedecerlas. En todo caso, asumirá la grave responsabilidad de su acción u omisión”.

En consecuencia, depositarios y sucesores de una herencia común acrecentada en valores, tradiciones, hábitos, estilos, costumbres y símbolos revelados en el discurrir de los siglos, hoy atesorados en hechos históricos, gestas y hazañas, comporta vigorizar los valores de un Estado social, democrático y de derecho como es el Reino de España, con el firme respaldo de la Constitución y la Corona. Además, del honor y el respeto que merece una Institución como el Ejército, que viene acreditado por su ayer apasionado e impertérrito y su innegable contribución en el proceso integrador de una cultura, una Nación y un Estado, gracias a las cuales, podemos seguir disfrutando de las libertades conquistadas.

Y en este sentimiento del honor, que indudablemente promueve a obrar en todo momento el bien, lleva implícito al militar en el más exacto cumplimiento del deber, fusionado en la lealtad sugestionada por las relaciones entre mandos y subordinados, como el positivismo en el servicio y, principalmente, en la hostilidad del campo de batalla.

Obviamente, estos hombres y mujeres bajo la estela de una misma bandera, se les confía la competencia profesional, como la valentía serena y el desprendimiento para revestirse de paciencia en el rigor y la severidad de la vida militar, enarbolando la dignidad y el respeto a los derechos inviolables, que como se ha fundamentado en esta disertación, se esconden en las RR.OO. sin otras especificaciones que las emanadas de la necesaria protección de la disciplina y la defensa de la unidad de las Fuerzas Armadas, hasta mostrar los valores que refrendan a los Ejércitos de España.

Porque, que no quepa la más mínima duda de lo aquí expuesto, que los militares aman y conocen de primerísima mano, las secuelas atroces de la guerra despiadada y mortífera. Y, es que, con la convicción que el que es militar lo es para la eternidad, aflora aquella máxima que menciona a los integrante de la milicia, al declarar “que no hay nada más reservado que un militar en activo, ni más activo que un militar en la reserva”.

Hoy, cinco años después de pasar a la Situación de Retiro como integrante de las Fuerzas Armadas y quedar administrativamente adscrito a la Subdelegación de Defensa en Ceuta, no es fácil evocar como al mismo tiempo desasirse de una cronología tallada en el sentido del honor, el deber y de la subordinación impulsada con la rectitud, el compañerismo o la integridad. En un itinerario profesional transitado en diversas Unidades de la Comandancia General de Ceuta, definido en el empeño, la lealtad o la obediencia, e interiorizados en consonancia con valores comunes puestos con inquebrantable desvelo en el encargo inagotable del cumplimiento del deber. Quedando visiblemente enmarcado en un relato de vida abnegado y de profundo respeto vocacional.

Por ello al contemplar y considerar la etapa transcurrida desde que tuve la dicha de permanecer en activo, ha sido nada más y nada menos, que servir y guardar a perpetuidad a un Ejército y a una gran Nación como España, en la que difícilmente puede declinar la simbiosis hombre-Patria-Dios.

Finalmente, a ningún ciudadano se le desvanecerá de su ideario, que el Escudo Nacional que flamea en la Bandera rojigualda, así como cada uno de los emblemas de los Ejércitos que encarnan la semblanza viva de una historia ganada a base de sudor y sangre, rubrican en su cenit la Corona Real, símbolo irrefutable de la Soberanía Nacional.

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