En el entresijo crónico árabe-israelí, la formación y conservación de grupos de resistencia, así como sus repetidas pugnas con el Estado de Israel se producen con mayor ímpetu en los territorios palestinos y la República del Líbano. Al igual que el ‘Movimiento de Resistencia Islámica Palestina’ (Hamas) surgió de la ocupación militar israelí en Cisjordania, Jerusalén y la Franja de Gaza, el ‘Partido de Dios Libanés’ (Hezbolá), nació para neutralizar la presencia israelí y de sus aliados en el Sur del Líbano.
Y es que, la incitación sobre Israel para que dejara el Sur del Líbano y la Franja de Gaza desencadenó un masivo apoyo popular que se materializó en sendos triunfos en las elecciones municipales y nacionales. Ambos grupos islamistas armados evolucionaron a políticas cada vez más distantes, pero conforme continuaban siendo desaprobados a la exclusión por Estados Unidos y Europa, la quiebra con las fuerzas laicas se hace más recóndita y se pospone el pequeño resquicio de salida: la instauración de gobiernos de coalición respetados por sus pueblos. Actualmente, ello prosigue siendo el mayor de los desafíos para la cristalización de la democracia, porque en ningún otro sitio resulta más espinoso que en Palestina y el Líbano.
Con estos mimbres, tanto el grupo palestino Hamas como el libanés Hezbolá, son fruto del interminable conflicto árabe-israelí. En contraste con otros grupos islamistas del Norte de África y Oriente Medio, Hamas y Hezbolá afloraron para contrapesar de manera atropellada la ocupación del territorio árabe, evidenciando contracorriente la resistencia armada y la representación política.
Aunque Hamás es de origen suní y Hezbolá chií, el enemigo común sionista ha prescrito la potencial antipatía entre ambas facciones del islam; un ejemplo palpable de este desafecto son las diversas agresiones salafistas suníes contra los chiíes en Irak, a pesar de la disposición de las fuerzas de la coalición liderada por Estados Unidos. Pero, no más lejos del laberinto chií-suní, se ha confirmado con mayor vehemencia la ramificación instintiva del conflicto entre Israel y Palestina y el Líbano.
Recuérdese al respecto, que cientos de miembros de Hamas fueron deportados por Israel al Líbano en los inicios de los años noventa, donde acogieron instrucción por parte de Hezbolá y financiación de Irán durante la siguiente década. Hezbolá replicó a las arremetidas de Israel contra los palestinos hostigando a su vez la frontera Norte de Israel. La acentuación de la lucha con cada irrupción, fusionado al avance tecnológico del material de guerra empleado por los combatientes, no era más que el augurio de las colisiones que estaban por sucederse.
Como es sabido, la primera década del siglo XXI ha sido fiel testigo del cataclismo ocasionado al Líbano y a los territorios palestinos por parte de Israel después que Hamas y Hezbolá llevasen la voz cantante en las elecciones. Tras vencer en las urnas, era la oportunidad para encuadrar a Hamas en el cuasi Estado palestino y adelantarse a los resarcimientos de Hezbolá y a las campañas subsecuentes con Israel. Si bien, la Comunidad Internacional optó por no dar el visto bueno a la victoria electoral y aprobó algunas condiciones aplicadas por Israel de forma contigua.
“No más lejos de los chirridos ensordecedores de los últimos días en Jerusalén, la tesis principal es el conflicto jamás resuelto entre judíos y árabes, una estocada profunda en el propio corazón de Oriente Medio que ha convertido a la zona en un depósito presto a dinamitar”
Ahondando en la materia que me incumbe, Hamas y Hezbolá existen porque ganaron allí donde las corrientes nacionales laicas naufragaron en hacer frente a lo que se distingue en Oriente Medio como la incrustación extranjera del Estado de Israel. Resultando del colonialismo europeo y en absoluto dispuestos para la formación del Estado de Israel en 1948, los estados árabes próximos enviaron fuerzas concéntricas que fueron refutadas por las milicias sionistas.
Movimientos superpuestos que permitían programas islamistas, tales como los ‘Hermanos Musulmanes’, que posteriormente reproducirían a Hamas, fueron progresando y asimismo contenidos por el nacionalismo árabe laico.
Liderado por el Egipto de Nasser en los años cincuenta y sesenta, el panarabismo acabó derrotado en la ‘Guerra de los Seis Días’ (5-7/VI/1967), también conocida como ‘Guerra de 1967’, lo que acarreó el surtimiento de grupos islamistas en los años setenta y ochenta. Las tiranteces entre grupos laicos y religiosos persistirían sin solucionarse y enredaron la evolución de construcción del Estado árabe.
Hamas y Hezbolá son únicos dentro del espacio político del islam, como consecuencia de su cercanía territorial con Israel: su soporte popular se ha alimentado de la resistencia a la violencia israelí y de la voluntad para liquidar de modo práctico con la ocupación militar israelí de partes de su región. Tanto si han contraído el debido éxito o no gracias a Israel, algo es seguro: así como ya lo eran antes, Hamas y Hezbolá no son un peligro inminente como otros entes políticos del islam más punzantes de hoy en día, son parte de la solución.
Con el advenimiento del siglo XXI, ‘Hizb allah’ o ‘Partido de Dios’ (Hezbolá) y ‘Harakat al-Muqáwama al-Islamiya’ o ‘Movimiento de Resistencia Islámica’ (Hamas), se han transformado en dos de los grupos islamistas más activos del Mediterráneo Oriental y han trazado los mayores retos para el encaje de la democracia en Oriente Medio. El argumento de si englobar o no a estos movimientos islamistas en sus concernientes sistemas políticos ha ido ganando enteros en su política nacional.
Dado que el estatus de Palestina es bastante incierto y el del Líbano en todo momento débil, ambos grupos islamistas se han erigido en protagonistas cuasi-estatales, con influjo regional y refuerzo en las calles por no entregarse a las potencias occidentales como se advierte que han consumado sus hermanos laicos.
Hezbolá y Hamas conservan notoriamente posiciones políticas de línea dura, a la vez que son expertos sobre las intenciones conclusivas de sus movimientos y en las correlaciones con sus conciudadanos palestinos y libaneses. Estas rigideces internas entre moderados y la línea dura han confirmado ser robustas para las tentativas de apaciguamiento nacional, pero tanto la interposición internacional como las políticas israelíes han favorecido a mantener los lazos más violentos de estos movimientos islamistas.
Tras mostrarse por una misma causa, o séase, cesar con la ocupación militar israelí, Hamas y Hezbolá conllevan algo más que la religión. Así como Israel arrimó el hombro en la formación de ambos grupos, la resistencia armada se perpetuará mientras Israel siga ocupando territorio árabe.
Hamas se manifestó en la apertura de la intifada palestina a últimos de 1987 y pronto se hizo con apoyo tanto por sus procedimientos violentos contras las fuerzas armadas israelíes, y más concretamente sus acometidas constantes sobre los asentamientos de Gush Katif en la Franja de Gaza, como por sus progresivos componentes de apoyo social, que abarcaban guarderías, escuelas y clubs deportivos, así como mezquitas.
El volumen de dicha red social no puede ser excesiva, aunque fue esencial en la innovación de nexos duraderos entre grupos de diferentes sexo y edad, así como entre distintas porciones sociales.
El respaldo femenino se acrecentó entre las mujeres vinculadas a Hamas en relación con la resistencia armada capitaneada por los hombres. El apoyo al martirio, valga la redundancia, fue admitido por las mujeres y enaltecido por los hombres. Tal es así, que poseer un mártir en la familia era visto como un hecho digno. Sin lugar a dudas, la inercia del martirio como talente es moralmente censurable bajo los patrones liberales modernos. Mientras que en el islam el suicidio igualmente es condenado por el Corán, la yihad es apoyada en contextos explícitos.
Tan debatidas como puedan ser las coartadas de las misiones suicidas, es potencialmente incuestionable que las políticas israelíes hayan ayudado a avivar los lazos entre sus contendientes islamistas, Hamas y Hezbolá.
Durante esta etapa de adiestramiento, Hamas profundizó en el modus operandi de los ataques suicidas con bombas de Hezbolá y del ‘Pasdarán Iraní’ (Guardianes de la Revolución) durante la década de los ochenta en el Líbano, enclave del que retornó para ponerla en práctica en Palestina. Asimismo, Hamas estrechó conexiones con Siria e Irán que acogieron la oficina regional de Hamas dirigida por Khaled Meshaal (1956-67 años) en Damasco.
Gradualmente estas afinidades se fortalecieron y cuando detonaron las beligerancias en los frentes Norte y Sur de Israel, los efectos se confirmaron claramente entre los territorios palestinos y el Líbano.
En el año 2000 los diálogos de la Cumbre de Paz en Oriente Medio de Camp David II se frustraron y la intifada se restableció. En lugar de palestinos arrojando piedras a israelíes, como Isaac Rabin (1922-1995) estableció durante los disturbios iniciales, Yasir Arafat (1929-2004) apostó por militarizar este período con su nuevo grupo armado ‘Kataeb al-Shuhada al-Aqsa’ (Brigada de los Mártires de al-Aqsa). El dictamen del líder nacionalista palestino procedía de su extenso desengaño con las discordantes políticas internacionales y de sus tentativas de equilibrar la paulatina preponderancia islámica de Hamas.
La alusión al martirio se convirtió en un artificio para cautivar a los jóvenes reclutas de los grupos islamistas. Al-Aqsa hace mención a la mezquita de la Cúpula de la Roca en la Explanada del Monte del Templo, donde el ex primer ministro israelí, Ariel Sharón (1928-2014) realizó en el año 2000 una visita insinuante. Pero Arafat no calculó correctamente y la reprobación israelí fue tan colosal, que cualquier rastro de poder nacional alegórico que tuviera la Autoridad Nacional Palestina (ANP) se redujo arduamente.
Este virulento envite obligó a los europeos a implicar a Hamas en su elenco terrorista: poco después de un ataque suicida en 2003, Hamas ya se había circunscrito en la lista negra de Bruselas. De esta forma, Arafat podía solicitar públicamente, y digamos que sarcásticamente como Israel, que estaba combatiendo contra una amenaza islamista, y así conservar su poder, pero era demasiado tarde, porque en 2001 varios aviones se estrellaron de manera sincrónica en Estados Unidos.
A lo largo y ancho de la primera década del siglo XXI, año tras año la causa de paz se prolongó, pero el statu quo estaba permutando drásticamente. Israel no cejó en su empeño con el establecimiento de ‘hechos sobre el terreno’, para en seguida colonizar Cisjordania y Jerusalén. El desahucio de palestinos y el desmoronamiento de sus casas simbolizaron, por último, el revés definitivo del proceso de paz. Hamas y otros grupos islamistas insatisfechos, como la ‘Yihad Islámica Palestina’ (YIP) y su brazo armado ‘Saraya Al-Quds’ (Las Brigadas de Jerusalén), estaban por la labor de enmendar la continuación de la lucha armada por la judaización de Palestina.
Hoy por hoy, la guerra de facto contra la ascendente colonización judía de Cisjordania y Jerusalén, igualmente distinguidas como Judea y Samaria por los judíos más ortodoxos, persiste siendo el mayor de los escollos para las negociaciones entre palestinos e israelíes desde el inicio de la ocupación en 1967.
El paulatino dominio de los colonos judíos hacen más complicado su control por parte de Tel Avic, dando origen a opresiones que no tienen calificativos en la política israelí. Como se justificó por la presión de la Administración de Barack Obama (1961-62 años) en 2010 para restaurar las conversaciones de paz, los líderes israelíes se han opuesto tajantemente a acabar con la ampliación de la colonización judía, lo que también ha trastornado las relaciones entre Estados Unidos e Israel. Ni que decir tiene, que los ataques del 11-S aumentaron la alianza geopolítica entre Estados Unidos e Israel, lo que llevó a instaurar un nuevo “Gran Oriente Medio”.
Llegados a este punto de la disertación, al igual que la invasión de Irak y Afganistán dirigida por Estados Unidos, la intrusión de las potencias occidentales en el Líbano y los territorios palestinos, ha corrompido todavía más la democracia en Oriente Medio. Este es el resultado más innegable e igualmente pasado por alto, de la política exterior de Estados Unidos en el resto del planeta.
Entretanto, como aliado transatlántico de Washington, Europa, tiende a alentar a Estados Unidos, ya fuese con la expedición de tropas a Afganistán o tendiendo misiones humanitarias para facilitar apoyos más circunspectos a los esfuerzos para transformar la seguridad global. Tanto en el Líbano como en los espacios palestinos, la Unión Europea (UE) ha facilitado su visión en la vigilancia de elecciones y en la innovación de la policía para avalar elecciones limpias e inequívocas. Amén, que a pesar de lo generosas que estas misiones puedan haber resultado, se han politizado cada vez más y ayudan a fragmentar aún más a las fuerzas políticas laicas de los islamistas, posponiendo los propósitos de una reconciliación nacional con miras a extraer una receta de poder compartido.
Lo cierto es, que mientras eran convictos a la exclusión por los actores occidentales, los grupos islamistas electos han sometido con notoriedad a grupos armados más violentos y extremistas, como es el caso de los salafistas suníes que sostienen una exégesis más rigurosa del islam. Pero, para una mejor interpretación de lo expuesto, hay que remitirse al año 1992, cuando Hezbolá determinó participar en las elecciones libanesas con la aprobación de Ali Jamenei (1939-84 años), obteniendo los ocho escaños de su lista electoral. La participación indujo a una escisión dentro de Hezbolá, pero, a su vez, le otorgaron más justificación al ‘Partido de Dios Libanés’ como fuerza nacional oficial. El mecanismo central del Estado se vio forzado a reconocer la autenticidad de la resistencia armada comandada por Hezbolá contra la ocupación israelí del Sur del Líbano. Es más, dicho reconocimiento por parte del Estado favoreció para que Europa no incluyese en su lista a esta organización como grupo terrorista.
Claro, que apuntar en este cuadro a Hamas, pero no a Hezbolá, fue otra muestra de la quebradiza política exterior europea en el Mediterráneo Oriental. Dado que los discriminados chiíes emergieron de los suburbios periféricos de Beirut y del Sur del Líbano como un órgano político dinámico, el peso demográfico también se terció a su favor.
De manera análoga a la marcha de Hezbolá, o séase, de un grupo de resistencia armada a un partido político, la etapa de evolución de Hamas ha llevado más de una década. La organización que se declara yihadista, nacionalista e islamista se negó a reconocer los Acuerdos de Oslo de 1993. Uno de los designios era aplacar el movimiento democrático de la primera intifada y poner un tipo de dirigentes que harían lo que Israel plantease.
“Hoy por hoy, la guerra de facto contra la ascendente colonización judía de Cisjordania y Jerusalén, igualmente distinguidas como Judea y Samaria por los judíos más ortodoxos, persiste siendo el mayor de los escollos para las negociaciones entre palestinos e israelíes”
Frecuentemente expuesto como el causante de truncar el proceso de paz por quiénes lo admitían, lo que pausadamente se fue asemejando como una ampliación de los asentamientos en Jerusalén y Cisjordania, Hamas practicó una actitud más resuelta en su disputa por la liberación nacional. Con el repliegue forzoso de Israel del territorio palestino de la franja de Gaza, junto con el fiasco de Israel para regular una cesión efectiva de la seguridad a la ANP, Hamas aprovechó para las elecciones legislativas palestinas de 2006 la plataforma ‘Cambio y Reforma’.
Por consiguiente, tomar en consideración a Hamas y Hezbolá, es una utopía que ambos aporten la paz entre Israel y el universo árabe. Grupos islamistas más extremados como Al Qaeda y otras ramas salafistas asumen programas frenéticos que no son conformes con la política global contemporánea, pero los grupos palestinos y libaneses son más realistas acerca de la esfera nacional de su área de dominio. La condición, atributo o rasgo de los grupos islamistas como círculos terroristas, surte las diversas ramas del islam en una religión violenta. Ciertamente, tanto Hamas como Hezbolá se han valido del suicidio como técnica para alcanzar sus propósitos de liberación nacional y lo han justificado con promesas inverosímiles del más allá.
No obstante, la renuncia de estos hábitos allí donde Israel se ha retirado militarmente, debería ser encomiado en lugar de descalificado. Hamas no ha empleado atentados suicidas desde hace varios años y ha mantenido una tregua con Israel cuando creó un Gobierno de unidad nacional palestino con el partido político Fatah.
Por otro lado, se constata un parentesco directo entre los atentados suicidas y la ocupación extranjera. Me explico: Hezbolá no ha manejado atentados suicidas desde el fin de la ocupación israelí del Sur del Líbano, mientras que los atentados suicidas crecían de manera exponencial en Irak y Afganistán con la ocupación encabezada por entonces por los Estados Unidos.
Una vez que Israel resuelva poner fin de una vez por todas a su ocupación militar de territorios palestinos, libaneses y sirios, los dos grupos islamistas más pujantes del Mediterráneo Oriental habrán que articularse a las administraciones de unidad nacional. La pregunta es si las fuerzas políticas laicas quieren que este modelo sea una realidad o si ya no es demasiado tarde para llevarse a cabo.
Hamas y Hezbolá deberían hacer todo lo posible por concluir con la ocupación israelí de territorio árabe, pero también han reconocido expresamente la ‘Iniciativa de Paz Árabe’ (IPA) como el punto y final de la coyuntura con Israel.
Tal como avanzó Arabia Saudí en la cumbre de la Liga de Estados Árabes oficiada en Beirut en 2002 y ratificó en Riad en 2007, las veintidós naciones árabes y musulmanas miembros reconocieron, exceptuando Libia, hacer la paz y distinguir a Israel, siempre y cuando ésta restablezca los departamentos árabes a los límites fronterizos de antes de la ‘Guerra de 1967’.
Atrás queda en el año 2010 el retorno de la aldea de Ghajar a la supervisión de la ONU, que realmente fue válida, pero únicamente quedó en agua de borrajas. Mientras tanto, la Comunidad Internacional puede suscitar la intervención política de Hezbolá y Hamas en sus pertinentes sistemas cuasi estatales.
No más lejos de los chirridos ensordecedores de los últimos días en Jerusalén, la tesis principal es el conflicto jamás resuelto entre judíos y árabes, una estocada profunda en el propio corazón de Oriente Medio que ha convertido a la zona en un depósito presto a dinamitar en cualquier instante. Este forcejeo mirando a cualesquiera de los lados a percutir, ha causado decenas de miles de muertos y millones de refugiados.
Israel y los valedores de sus políticas vigentes en la mayor parte de los estados, comparecen asiduamente a la narrativa del antisemitismo para intentar deslegitimar cualquier acusación o apreciación de las operaciones del país judío.
Resulta extravagante que para defenderse, las autoridades recurran a una apología en el que muestran a Israel como una democracia inacabada pero abierta a todo tipo de calificaciones, mientras que, simultáneamente, cualquier acusación de graves quebrantamientos de derechos humanos es apreciado como un ejercicio de antisemitismo.
Pero por mucho ahínco que exterioricen las autoridades israelíes y sus salvadores en deslegitimar las revelaciones de violaciones de derechos humanos, culpándolas de antisemitismo y de complot internacional de falsedad, no podrán esconder de ningún modo la situación que realmente subyace.
Una realidad que lleva aparejada el desahucio forzoso de población palestina y el derribamiento de sus viviendas, como acciones de represión contra organizaciones civiles palestinas querelladas de terrorismo, agresiones ilegítimas potencialmente constitutivas de crímenes de guerra y escaladas de acometidas contra la urbe y sus bienes en la Cisjordania ocupada.
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