No somos tan distintos del resto de españoles. A veces creemos que somos más de pueblo que las acelgas, pero no es así. El barrio nos ciega y pensamos que lo que vemos a nuestro alrededor es lo peor de lo peor, pero basta con sacar un pie de Melilla para comprobar que en todas partes cuecen habas.
Ayer, durante el primer día de cuarentena, como medida de prevención para contener el coronavirus, fueron muy pocos los melillenses que intentaron hacer una vida normal… en la calle. No sé si fue porque no se enteraron o porque siempre hay quien se cree que es el listo del grupo, pero hubo gente que se soltó la melena y salió a pasar el día en Los Pinos. Pero no se fueron de extranjis sino con coche, familia y bártulos. Hubo incluso quien salió con el perro por El Real y terminó en el Paseo Marítimo. Señor, dame un motivo para entenderlo.
Pero esto no es una paletada autóctona. No. Pasó en todas partes: desde Cataluña y Madrid hasta las zonas del Levante donde la buena temperatura invitaba a disfrutar de las terracitas con una ‘cerve’. La gente sigue sin entender que nos jugamos la vida y que para parar esta pandemia lo mejor, lo más sensato y lo patriótico es quedarnos en casa.
Alucino con quienes no perciben la magnitud de la tragedia. ¿De verdad no les dice nada que el Gobierno decrete el estado de alarma por segunda vez en toda nuestra democracia? No estamos ante una situación normal. Nadie ha vivido algo así en el mundo. Desgraciadamente somos pioneros. Podemos contar a nuestros hijos y nietos cómo sobrevivimos quince días encerrados en casa con toda la familia y la nevera llena. Si nos comemos todo lo que hemos comprado, los que tengan paga extra se la van a gastar en liposucciones y mallas para el gimnasio. No hay culo ni caderas que aguanten el paso del coronavirus sin expandirse hacia arriba, hacia abajo y hacia los lados.
Cada vez que veo a algún vigoréxico haciendo deportes en el salón de su casa y publicándolo en las redes me entra envidia, de la mala. Hay gente para todo. Pero sobre todo hay gente que cumple con lo que nos pide el Gobierno: quedarnos en casa.
Señores, señoras, diversos y diversas aprovechen para ordenar los armarios y jubilar lo que no les sirve desde la Segunda Guerra Mundial. Si no os servía hasta el viernes, no os va a servir después de esta cuarentena con la despensa a reventar.
Qué os voy a decir de los coleccionistas de papel higiénico. Los que necesitamos evacuol, Fabe de Fuca y laxantes varios no entendemos que haya tanta gente acaparando papel higiénico en toda España, pero también en Italia y Estados Unidos. De nuevo me mata la envidia. Cómo se puede defecar tanto en un país. Cómo ha podido el papel higiénico ganarle la batalla a las latas de atún, los macarrones o el arroz.
Hace unos años viajé a Cuba con mi marido y al llegar a mi casa de La Habana reparó en que no teníamos papel higiénico. Fuimos a una tienda y no había. Fuimos a otra y así hasta diez o doce comercios. Cuando finalmente encontramos papel higiénico, le pudo la ansiedad y compró tanto que le habrían faltado vida y esfínter para gastarlo todo. Yo creía que era una excentricidad en medio del subdesarrollo caribeño, pero ahora compruebo que el papel higiénico es una seña de identidad de la cultura Occidental. Pensamos más en nuestros culos que en las personas sin hogar que ni siquiera pueden seguir la recomendación gubernamental de quedarse en casa.
Pero los que sí podemos quedarnos en casa debemos hacerlo. Tenemos una oportunidad de oro para disfrutar más de los nuestros. Recuperar el roce y el cariño y de paso pararle los pies al coronavirus. Esto lo paramos entre todos, pero esta vez no hace falta estar juntos. Cada uno en su casa.
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