Opinión

¿Qué pasa en el Leopoldo Queipo?

En los últimos quince días El Faro ha publicado dos denuncias interpuestas por familias de alumnas agredidas en el instituto Leopoldo Queipo. La situación es preocupante porque aunque se ha hablado mucho en nuestro país del aumento de la violencia entre jóvenes y adolescentes tras la pandemia, no habíamos tenido conocimiento de incidentes relevantes de este tipo en Melilla. O al menos estos no habían sido puestos en conocimiento de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado ni habían trascendido a la prensa.

Pues bien, tenemos dos denuncias por bullying y agresiones en el entorno escolar en un mismo instituto y en menos de quince días. Restar importancia al asunto no solucionará el problema. Hay que debatirlo y analizar las causas porque estas situaciones no son buenas ni para el centro ni para quienes sufren a los abusones. No vivimos en el Bronx y tampoco queremos que esto se convierta en el Bronx.

A raíz de las denuncias interpuestas por las familias de alumnas agredidas en el Queipo, se han puesto en contacto con El Faro vecinos de las inmediaciones del instituto ubicado en la Avenida Primero de Mayo para denunciar que las peleas de alumnos de este centro son constantes. Según nos cuentan, es habitual que los adolescentes queden en el entorno del puente del Tesorillo o del río de Oro para pelearse y arreglar cuentas pendientes.

Los padres y madres no nos merecemos que nos llamen a casa o al trabajo para avisarnos de que nuestro hijo ha recibido una paliza en el colegio o el instituto porque a una compañera le gustó una pulsera que tenía y se la quitó o porque la niña le pareció demasiado "pija" para ir a un centro como el Leopoldo Queipo. Eso es inaceptable.

Por eso somos partidarios de denunciar situaciones de bullying en las aulas. Es la única forma de que profesores y padres estén al tanto de lo ocurre y puedan tomar medidas al respecto. También hay que pensar en la conveniencia de reforzar con talleres y charlas los valores que se supone que los niños traen aprendidos de casa: sobre todo, el respeto mutuo, que es fundamental para garantizar la convivencia en las aulas.

Hay que convencer a los estudiantes de que los violentos no son los héroes sino simplemente abusones y, por tanto, no merecen disfrutar de la popularidad en la clase. Hay que marginar este tipo de actitudes. A los maltratadores, el poder se lo da el colectivo. Sin la aprobación o el silencio de todos, no tiene poder. Hay que quitarles el poder.

Los alumnos deben ser conscientes de que mantenerse pasivos ante una injusticia, solo hace que esta injusticia vaya a más. Un solo alumno no puede hacer frente a quien pega a otro, pero todos juntos sí pueden. Para eso es necesario que la clase entienda que el bullying se frena entre todos.

Ni el físico, ni la clase social, ni las miradas o los gestos ni el talento, ni las diferencias ni las conductas pueden servir de argumento para justificar a los violentos. Tampoco es admisible que paguen justos por pecadores. Hay que ser severos con quienes dinamitan la convivencia. A la escuela se va a estudiar. Quien quiera convertir las aulas en un ring de boxeo, debe ser sancionado y el castigo ha de ser ejemplar.

Los alumnos tienen que entender que sólo mantendrán su aula libre de bullying si permanecen unidos y si son inflexibles ante comportamientos intolerables en la escuela. Sacar el móvil, grabar una pelea y difundirla en las redes sociales no puede ser aplaudido ni merece un "Me gusta".

Los estudiantes deben entender que la popularidad no se gana machacando a los débiles. Esos valores hay que inculcarlos porque visto lo visto necesitan que nos empleemos a fondo en ellos.

En casos de violencia en las aulas es importante que los responsables de los colegios e institutos de Melilla estén pendientes de lo que ocurre a su alrededor porque los padres y madres enviamos a nuestros hijos a estudiar, confiando en que estarán seguros en el instituto o el colegio.

Pero si queremos que los profesores protejan a nuestros hijos, obviamente es importante que las familias apoyemos su autoridad en las aulas. La palabra de un docente tiene que ir a misa. Ni se discute ni se pone en duda delante de sus alumnos.

También parece importante que se cubran las plazas vacantes y las bajas por enfermedad en los colegios e institutos porque una clase sin docente se presta más al conflicto que la que tiene un adulto al frente.

En definitiva, nos preocupa que estas situaciones denunciadas en el instituto Leopoldo Queipo no sean incidentes puntuales sino que se estén dando con asiduidad en otros centros de enseñanza de Melilla.

Vivimos en una ciudad pequeña, donde solemos decir que nos conocemos todos. Por tanto, a un estudiante acosado en clase le faltan rincones para estar a salvo. No podemos permitir que nuestros hijos vivan con el miedo a ser agredidos; que incluso hagan rechazo al colegio o el instituto por temor a las burlas o al maltrato. Por eso es importante crear conciencia de grupo y que el grupo entienda que si atacan a uno, los atacan a todos.

No es admisible que una adolescente tenga ganas de suicidarse por ser agredida en clase. En esto el centro tiene muchísima responsabilidad. Pero también la tenemos todos como sociedad. Urge buscar y encontrar mecanismos que ayuden a quienes se ven desbordados y llegan a pensar que la vida solo tiene 24 horas. Hay que animarles a salir del bache y eso solo se consigue protegiéndoles de los que acosan.

La Fiscalía de Menores juega, por tanto, un papel importante. Los castigos deben ser proporcionados y a la vez ejemplares. Los que pegan, maltratan, acosan o persiguen a compañeros de clase deben recibir ayuda especializada para entender que la violencia no es la vía adecuada para dirimir diferencias.

Si queremos una enseñanza libre de bullying, hay que tomar medidas para que esto sea una realidad.

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