Imbroda nos puede parecer más o menos bueno; peor o mejor gestor; incluso puede que no nos convenza su forma de entender y hacer política. Puede que nos disguste, que en su gobierno hayan tenido cabida familiares cercanos.
En mi opinión, por muy buenos que sean, por mucho olfato político que tengan; por mucha confianza que el ex presidente tuviera depositada en ellos, esa manera de hacer los nombramientos para cargos públicos o de partido es trasnochada. Ya no se hacen las cosas así en casi ninguna parte de Europa por una cuestión de higiene democrática.
Aunque tengo que reconocer que en España se hacen y se defienden todavía en Podemos (véase el matrimonio entre Pablo Iglesias e Irene Montero) o en el PSOE (Josep Borrell, ex ministro de Exteriores y canciller europeo con Sánchez, y Cristina Narbona, ex ministra de Medio Ambiente con Zapatero y actual presidenta del PSOE).
Señores, hasta hace poco teníamos dos ministros españoles viviendo bajo el mismo techo y durmiendo en la misma cama, al menos sin esconderse. No me gusta como tampoco le gusta a la mayoría de los electores españoles.
En definitiva, creo que a Imbroda lo debemos juzgar por sus actos; nunca por su edad. Aquí todo el mundo tiene algo que aportar y los mayores han vivido más, por tanto, han enfrentado más problemas y han encontrado más soluciones para ellos. En ningún caso, las canas pueden ser el talón de Aquiles de un político.
Entre otras cosas, porque no es cierto que ser veinteañero y estar en política sea sinónimo de solvencia. Ahí está Mohand Mohamed Mohamed para demostrar que la edad no es un aval de buena gestión. Pero ni siquiera esto es una verdad absoluta o una excepción. En España hemos tenido presidentes jóvenes desde la transición y eso no nos ha salvado de crisis económicas brutales o de escándalos de corrupción terribles.
Adolfo Suárez llegó a la Presidencia en 1976 con 44 años; Felipe González, en el 82 con 40; Aznar ganó las elecciones en 1996 con 43 años; Zapatero, en 2004 con 44, Rajoy, en 2011, con 56 y Pedro Sánchez llegó a la Moncloa en 2018, con 46 años.
Todos infinitamente más jóvenes que Donald Trump, que se proclamó presidente de Estados Unidos con 71 años o Joe Biden, que lo ha conseguido con 78. Ambos son los presidentes más votados de la historia de los Estados Unidos. Y allí, en el país más poderoso el mundo, es normal llegar a la cumbre de la política pasados los 70 años. Pero, eso sí, sin escándalos en la mochila. En eso los americanos son extremadamente rigurosos. Lo dicho: no se trata de edad sino de trayectoria.
El problema no es que Imbroda cumpla 77 años en junio. Hay jóvenes que se visten como abuelos y hay mayores como Harrison Ford o Clint Eastwood, a los que a nadie en su sano juicio enviaría a un parque a dar de comer a las palomas.
Yo, personalmente, creo que Imbroda debe echarse a un lado para que el PP de Melilla pueda volver a ilusionar. No es cierto que a los ciudadanos no nos importa haber salido en los telediarios por tener el Gobierno con más consejeros investigados.
Más ahora, cuando una auditoría en el Puerto revela que las obras de la Estación Marítima tuvieron un sobrecoste de 9 millones de euros y el expresidente de Melilla dice que no sabe nada de eso. Mal, muy mal, que no lo sepa. No podemos fiarnos de alguien que no se entera de lo que pasa en una de las obras más importantes acometidas en esta ciudad.
Por cierto, el viernes pasado se me mosquearon en CpM porque les reproché injustamente que no hubieran denunciado el caso de ese sobrecoste en los juzgados si tan mal les parecía. Bueno, pues mis disculpas. La Autoridad Portuaria está personada en el caso contra José Luis Almazán, ex presidente del Puerto, que fue grabado pidiendo una mordida de 400.000 euros para las europeas del PP. El audio, que fue publicado por La Sexta, pone los pelos de punta. La entonces joven promesa del PP se definía como “un equilibrista” que tenían que contentar a sus jefes. ¿Quiénes eran sus jefes? Tarde o temprano lo sabremos.
En el año 2009, Mustafa Aberchán puso en conocimiento de los juzgados de Melilla el sobrecoste de las obras de la Estación Marítima y el tema quedó sobreseído. Ahora, la auditoría encargada por Víctor Gamero demuestra que a pesar de lo que nos costó el muelle Ribera II, se emplearon en él materiales de menor calidad a la que merecía la obra. Queda por demostrar en qué se empleó hasta el último céntimo.
En junio del año pasado, hubo una operación de la Guardia Civil en el Puerto de Melilla y ya no hemos vuelto a saber del caso. No me parece casual que estalle ahora, cuando Imbroda aspira a revalidar su cargo de presidente del Partido Popular en esta ciudad. Para nadie es un secreto que Pablo Casado detesta todo lo que engendra sospechas de corrupción o le hace pensar en ella. Sabemos, porque así lo ha dicho, que está por la labor de quitarse de en medio a todo el que recuerde a los votantes la etapa de los maletines, las comisiones y el dinero de la caja B.
Todos recordamos aquel pleno en el que Imbroda animó a Aberchán a denunciar el caso del sobrecoste de las obras de la Estación Marítima porque seguir hablando del tema, sin llevarlo a los juzgados era, en su opinión “chau chau”. Pues bien, ya está en los juzgados. A ver cómo acaba la cosa.
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