Opinión

A las puertas del primer aniversario de la guerra, las espadas siguen en alto

Pocos conflictos bélicos han estado tan acentuados por la percepción de sus actores preferentes sobre su historia como nación, como la guerra de Ucrania que pronto acumulará en su memorándum un año y que inevitablemente ha fracturado la paz de Europa. Sin inmiscuir, que ha causado millones de refugiados, zarandeado la solidez energética de múltiples países, empeorado la crisis económica mundial y amenazado la seguridad alimentaria de millones de personas.

Meses más tarde de la invasión rusa, la resistencia portentosa y el valor inquebrantable de los ucranianos han impedido la derrota. A decir verdad, el paisaje de la seguridad subsiguiente a la Guerra Fría (12-III-1947/26-XII-1991) ha variado y no hay nada definido, porque aún estamos en un momento de transición.

Luego, resulta complejo presumir cuánto tiempo aguantará el otro bando este grado de devastación en lo que atañe al personal militar y su moral, cabiendo acrecentar el coste de la guerra con la perspectiva de que el contendiente no esté lejos de quebrarse en sus tentativas. Para ser más preciso en lo justificado, el Jefe del Estado Mayor de Estados Unidos, Mark Alexander Milley (1958-64 años), no da su brazo a torcer que desde entonces, 100.000 soldados rusos han fallecido o resultado heridos en el campo de batalla. Y fijándome en los datos facilitados por la página web Oryx, desde el 24/II/2022 las fuerzas soviéticas han visto catapultados 1.491 tanques, de los cuales, 856 se destruyeron; 62 quedaron seriamente dañados y 55 abandonados. Además, el ejército ucraniano se ha apoderado de 518.

Si bien, aunque de manera involuntaria, la Federación de Rusia se convirtió en el proveedor de armas más importante de Ucrania, asimismo, se estima que los norteamericanos han gastado el 5,6% del presupuesto anual de defensa para echar por tierra prácticamente la mitad de la capacidad militar soviética.

A día de hoy, los intermitentes descalabros habidos sobre el terreno han deteriorado perceptiblemente la reputación del ejército ruso. Primeramente, hubieron de reagruparse hacia el Norte, llegando a la conclusión que les era inaccesible hacerse con Kiev y Chernígov. Ya, el 6/IX/2022, se produjo la indisposición del frente en el Noroeste en la región de Járkov. Y el 11 de noviembre hubieron de retirarse del enclave portuario de Jerson, hasta replegarse de una zona que cuarenta días antes había anunciado como anexionada.

Por otra parte, el propósito de disponer un corredor terrestre a Transnistria, demarcación independentista secundada por Rusia en Moldavia, ha quedado en agua de borrajas. Entretanto, Ucrania afirma haber rescatado más de 8.000 kilómetros cuadrados de territorio tomado por las tropas rusas.

En paralelo, Rusia también ha pagado un alto precio por la merma de su influjo diplomático tendente a desvanecerse. Tal es así, que en diversos encuentros con repúblicas centroasiáticas en los que ha participado Vladimír Putin (1952-70 años), se evidencia un enorme vacío en materia de seguridad en el Cáucaso. En otras palabras: el respaldo favorable a Moscú se condiciona única y exclusivamente a Bielorrusia, Siria, Eritrea y Corea del Norte. Y como no, la leyenda de “Rusia no es bienvenida”, se acrecienta. De hecho, el Ministro de Defensa chino, Wei Fenghe (1954-68 años), retrata la relación sino-soviética como una asociación y no como una alianza. Y de entre sesenta naciones, Rusia ha descendido del vigésimo séptimo peldaño al quincuagésimo octavo en el índice anual de Anholt-Ipsos Nations Brands, que cataloga a los estados según su marca o reputación.

El declive de este calado en cuanto al prestigio de un país como Rusia, ineludiblemente estancará el potencial de sus empresas para hacer negocios y ganarse a la Comunidad Internacional. Lo originará durante años, si no generaciones y causará más estragos que cualquier sanción económica.

El conjunto de todo ello ha llevado a Putin a no buscar ni tan siquiera una posible salida, sino la forma de aferrarse a una guerra improductiva. Y es que, esta guerra, valga la redundancia, transita hacia un nuevo curso con la llegada del crudo invierno, de ahí que esté cediendo el borde occidental del río Dniéper.

La fase actual reside en asolar las infraestructuras ucranianas, generar inconvenientes con los refugiados y lanzar un cerco económico contra Occidente. En verdad, en este punto se desarrollará esta conflagración y se decidirá el devenir de los acontecimientos. Amén, que lo que propiamente concretará los resultados, será hasta cuando están dispuestas las sociedades a seguir apoyando a Ucrania.

"He aquí, el vivo retrato de la agresión rusa a modo de guerra, que nos arroja un entuerto imponente de las capacidades militares de las fuerzas implicadas, así como del posicionamiento geopolítico de los países del planeta forzando un reequilibrio de fuerzas y una remilitarización"

Pero, para entender cómo se ha llegado a este escenario, es imprescindible recular hasta la era de la Unión Soviética, o mejor aún, a su disolución, cuando Ucrania al ser piedra angular de la URSS eligió con contundencia su independencia en 1991, algo que resultó ser el veredicto definitivo de lo que estaría por llegar.

Así que tras el reconocimiento de independencia de Ucrania, la alianza militar encabezada por Estados Unidos que se había enfrentado al Pacto de Varsovia sobre una base ideológica y mediante guerras subsidiarias, justamente para afianzar esa independencia, presionó hacia el Este, concentrando a los países de Europa del Este que habían estado en el círculo comunista. Aunque la incorporación de las repúblicas bálticas de Estonia, Letonia y Lituania no llegó hasta 2004, años después, la OTAN expresó sus máximas de brindar la entrada de Ucrania. Precisamente, es aquí cuando se traspasa la línea roja de Putin, quien dice que dicho organismo es una amenaza existencial y que la incorporación de Ucrania al seno de la alianza es una acción hostil.

O séase, la raíz del conflicto y una movilización con añoranza de la Unión Soviética.

Más aún, en 2013, un acuerdo comercial entre la Unión Europea y Ucrania deterioró las relaciones con Rusia. Y en 2014, el parlamento ucraniano depuso al presidente, lo que se ha retratado como un pronunciamiento y golpe de Estado sin precedentes de Víktor Yanukóvich (1950-72 años).

Esta ascensión imprimió un hito puntual en el conflicto, porque Rusia anexó Crimea señalando que salvaguardaba sus intereses y los de los ciudadanos de lengua rusa en Crimea, un territorio con fuertes observancias hacia el vasto país que se extiende sobre Europa del Este y Asia del Norte. Acto seguido, rebeldes prorrusos se alzaron en la región del Donbás, en el Este de Ucrania y se entabló una guerra civil que persiste hasta estos momentos y que desafía a la administración ucraniana contra las autoproclamadas repúblicas populares de Donetsk y Lugansk sostenidas por Rusia que ocho años después reconoció su independencia.

Adelantándome a lo que seguidamente fundamentaré, menor en cuantificación de soldados y armas, en estos meses las fuerzas ucranianas han exhibido cómo una fuerte moral es fundamental para hacer frente y avanzar considerablemente. En cambio, Rusia, se encuentra a la defensiva y con soldados forzosos, como civiles faltos de experiencia y presidiarios.

El respaldo clarividente de Europa y Estados Unidos ha rehecho al ejército ucraniano en tiempo récord y los HIMARS, sistemas de defensa antiaérea y la inteligencia están determinando su contraofensiva. Los guarismos hablan por sí mismos: en una jornada los ucranianos lanzaron más de 6.000 proyectiles, mientras que Estados Unidos produce 15.000 en un mes. Sin duda, el Kremlin fracasó al omitir la resistencia ucraniana y la respuesta de Occidente. Es un conflicto sin límites en el que Rusia no ha vacilado en castigar duramente a la población y Putin se ha saltado las leyes internacionales, con ataques indiscriminados para provocar el mayor desastre posible.

Una fórmula que en vez de amedrentar a enfervorizado a la sociedad ucraniana: el 70% de la ciudadanía está dispuesta a combatir para conseguir la victoria. Desigual es el sentir de los rusos, porque la aprobación popular al conflicto se ha empequeñecido drásticamente al 27%, aunque Putin se muestra convencido que este año Moscú logrará la victoria.

Recuérdese, que bajo la insinuación de ‘operación militar especial’, las tropas rusas irrumpieron en Ucrania. Primero, se extendieron por el sector Norte y los espacios más próximos a la capital. Simultáneamente, numerosas ciudades sufrieron bombardeos, como Járkov, la segunda metrópoli más poblada.

En pocos días las tropas soviéticas asaltaron la región y la ciudad de Jerson, punto valioso en el Sur y contemplada como la entrada a Crimea, la península que Rusia se anexó en 2014 tras una votación discutida por Occidente. Su situación al Oeste del río Dniéper le proporcionaba establecer un corredor terrestre entre Crimea y las zonas en manos de los separatistas alentados por Rusia en Donetsk y Lugansk.

Ni que decir tiene, que esta ofensiva tuvo una implacable consecución en el Sur, pero en el Norte se topó con la indómita resistencia ucraniana, logrando recuperar importantes reductos en torno a la capital.

Con la llegada de abril, Rusia abandonó su avanzadilla hacia Kiev, se retiró en el Norte y centró sus esfuerzos en dominar el Este y Sur. Su proyección parecía encontrarse en purgar el territorio ucraniano y desmantelar a su dirección, pero tuvo que reforzar su táctica. Además, la zona del Donbás en el Este estaba en conflicto con la pugna entre las resistencias del gobierno y los separatistas rusos. Esta extensión comprendida principalmente por las regiones de Donetsk y Lugansk, convive una urbe rusófona y antes de activar la invasión, Putin había reconocido a ambas como independientes de Ucrania. En la primera, Rusia se hizo con la ciudad portuaria de Mariúpol, enlazando Crimea con todo el territorio que controla en el Este.

Y entre las postrimerías de la primavera y comienzo del verano, las tropas rusas apuntalaron su influencia en esta región. A fines de septiembre, Putin hacía el anuncio de la anexión de aproximadamente el 15% de Ucrania, englobando las demarcaciones de Donetsk y Lugansk, además de Zaporiyia y Jerson en el Sur, tras un sufragio ampliamente impugnado por la Comunidad Internacional.

A resultas de todo ello, varios investigadores tradujeron esta evolución sobre el terreno como una tentativa de obstaculizar las ayudas occidentales a las tropas ucranianas, que en aquellos momentos comenzaban a asestar importantes ramalazos en las fuerzas rusas. Pero la habilidad en cuanto a la sorpresa de la resistencia ucraniana ha sido y es, uno de los distintivos de estos meses de conflagración. Primero, apremiaron la retirada rusa de Kiev y más tarde, efectuaron una contraofensiva relámpago en la que reconquistaron parte del territorio tras la invasión.

Esta línea ascendente se produjo sobre todo en el Este y Sur, donde Rusia había obtenido sus mayores beneficios. Y como derivación de lo anteriormente referido, Ucrania confirmó haber rescatado las ciudades de Kupiansk e Izium, al Este de Járkov, dos centros neurálgicos aprovechados por Rusia para aprovisionar a sus tropas del Donbás. Reincidiendo nuevamente en el elemento sorpresa para extraer estos avances, junto a los automatismos de las plataformas de misiles de largo alcance venidas del ejército británico y americano y usadas para echar por tierra los suministros rusos, así como los puestos de comando y vertederos de municiones.

Hay que remontarse al 11/XI/2022, al producirse el mayor éxito cosechado de la contraofensiva ucraniana, cuando recobró la ciudad de Jerson, la primera en ser tomada por los rusos, al igual que espoleó la retirada del lado oriental del río Dniéper, crucial para llegar al mar Negro. Además, del significado estratégico, recuperar esta localidad supuso un golpe de efecto para el ánimo ucraniano, valorando esta actuación como un creíble principio en el punto de inflexión de la guerra.

"Pocos conflictos bélicos han estado tan acentuados por la percepción de sus actores preferentes sobre su historia como nación, como la guerra de Ucrania que pronto acumulará en su memorándum un año y que inevitablemente ha fracturado la paz de Europa"

Recientemente las anticipaciones con rúbrica rusa como ucraniana se han visto trabadas en seco, porque el plano militar difícilmente se ha alterado desde la recuperación de Jerson. Desde entonces, las hostilidades más violentas se agrupan cerca de Bakhmut, en la región de Donetsk.

En el resto de posiciones las fuerzas rusas parecen encontrarse a la defensiva. Mientras que con la recalada de la época invernal se ha ralentizado los movimientos ucranianos, que ahora aguarda más armas occidentales.

Aunque en apariencia no se ocasionen avances militares, las irrupciones rusas contra las principales metrópolis se han acentuado. Los bombardeos producen asiduos cortes de fluido eléctrico y en Jerson, convertida de facto en la primera línea de fuego en el Sur, sus habitantes escapan después de haber sido liberada.

Y en este foco los observadores presienten diversos escenarios, de los que redunda en cómo y cuándo evolucione la ofensiva de Rusia en primavera, porque el mandatario ruso ha dejado caer en la balanza la movilización de 50.000 nuevos efectivos y la incorporación de otros 250.000 para el año en curso.

Claro está, que será otra de las encrucijadas para la resistencia ucraniana, a la que numerosos expertos auguran que podría afianzar sus reconquistas sobre el terreno. No obstante, aún no es ostensible qué triunfos o fracasos comprometerían a ambos bandos a un mínimo atisbo de proponer la paz.

Obviamente y una vez más, las historias de cada patria conjugan un protagonismo explícito a la hora de poner a prueba esa determinación. Es sabido que Moscú había apostado por una vuelta de tuerca del aislacionismo norteamericano y la victoria de Donald Trump (1946-76 años) en las elecciones de medio mandato. La teoría apuntaba que iba a ser en los distritos indecisos donde los estadounidenses se alzarían contra los costes de la energía y la guerra.

Es incuestionable que en algunas encuestas surgió una erosión parsimoniosa del apoyo de los republicanos a la guerra, pero Joe Biden (1942-80 años) pareció trasladar una argumentación más sugestiva sobre la democracia intimidada en Estados Unidos y el Viejo Continente.

Y como resultado, el presidente estadounidense arrancó un margen superior de lo aguardado para dar carácter a su política sobre Ucrania durante los próximos años. Curiosamente, en los primeros días de diciembre, el líder republicano del Comité de Asuntos Exteriores del Congreso, Michael McCaul (1962-61 años), marcó ese extremo al indicar que los republicanos no mediarían por poner fin a la financiación de Estados Unidos. Dado que Biden ha provisto a Ucrania más de 18.600 millones de dólares en favor de la seguridad y 13.000 millones en ayudas económicas directas, no es de sorprender que McCaul reclame una mayor justificación de cuentas del gasto norteamericano.

Con Estados Unidos cuidando su posicionamiento sin atender a razones, la mejor elección para Putin recaía en Berlín, pero la imposición energética orientada a la República Federal de Alemania tiene tantísimos resquicios de romperse como de motivar la desindustrialización.

En un cóctel de proyección estatal y moderación particular, Alemania se ha aislado de la energía rusa, un éxito notable para un país que dependía del 55% de su gas. La industria alemana ha disminuido el consumo alrededor de un 25% desde los comienzos de 2022, mientras que la producción ha caído un 1,4%, atinándose con proveedores alternativos como Bélgica, Países Bajos, Francia y Noruega. Y como es natural, el estado de las reservas alemanas y las interrupciones parecen menos previsibles para este invierno en Europa, incluso aunque a largo plazo pudiese ser más alarmante. Alemania ha dirigido los esfuerzos para paliar los arrebatos por la subida de las facturas creando paquetes de subsidios.

En atención a los antecedentes aportados por el Instituto Bruegel, desde el destello de la crisis energética de 2021 los estados europeos han adjudicado o consignado la insólita cantidad de 705.500 millones de euros para socorrer a los consumidores de los precios graduales energéticos.

En este momento el toque de una sacudida tintinea tenue y persiste condicionado a las partes marginales de la izquierda y derecha. Eso ha impulsado a Putin a variar una vez más la estrategia y valerse de otros instrumentos bélicos precisos para languidecer la audacia occidental. Las arremetidas contra infraestructuras energéticas civiles que se emprendieron en octubre, no se trazaron meramente para ocasionar sufrimiento en Ucrania, sino para desmantelar y hacer inhabitables los barrios y espolear un segundo enjambre de refugiados que Occidente no puede enfrentar.

Buen ejemplo de ello es que el 70% de los emigrantes ucranianos cruzaron los límites fronterizos de Polonia y otra vez por motivos históricos no existen signos de rehúso. Para este país Rusia únicamente es sinónimo de ocupación, genocidio, dominación y comunismo.

En consecuencia, en muchos aspectos los tentáculos de esta guerra es la colisión entre dos relatos inconciliables, y como tales, nos deja divisar algunas enseñanzas. Entre ellas, la trascendencia de una moral vigorosa y de contar con armamento moderno. Un conflicto en el que Putin ha conmovido el rumbo de la Historia y el destino de los ciudadanos de la exURSS, cuando mandó a sus tropas la invasión para recomponer la omnipotencia del Kremlin. No vacilando en castigar a toda una población y saltarse por los aires las leyes internacionales.

Acontezca lo que acontezca, las espadas prosiguen en alto con el punto y final de los carros de combate, la eficacia de los drones o la magnitud del armamento llegado de Europa; pero, sobre todo, el vocablo negociación queda en el destierro no ya solo del glosario de ambos rivales, sino igualmente de sus aliados.

A día de hoy, nadie es capaz de predecir cómo concluirá esta conflagración, aunque algunos defienden que Rusia ya ha sido vencida y que quedaría por desentrañar cómo se cristaliza su fiasco militar. Es decir, mediante un pacto que marque unas fronteras circunstanciales no reconocidas internacionalmente, como viene funcionando desde hace décadas en la Península de Corea. Coyuntura que le concedería a Putin y grupos más cercanos recuperar la apariencia al mantener de facto algunos de los territorios confiscados, o por medio de un derrumbe del régimen soviético comparable al hundimiento de la Alemania hitleriana (1933-1945).

Y frente a quiénes entonan los cánticos de sirena de la celebridad del Gobierno de Kiev, Moscú parece guardarse un as bajo la manga con una contraofensiva para la primavera. Sin soslayarse, que la maniobra más sensata continúa residiendo en facilitar armas al Ejército de Volodímir Zelenski (1978-44 años), al objeto que prevalezca en una guerra que, según y cómo por apreciación generalizada, es tan nuestra como suya.

La logística rusa sigue siendo el caballo de batalla, porque parece como si no hubiese asimilado los errores cometidos tras sus participaciones desacertadas y aciagas en distintos y enmarañados conflictos. Y como no, las fuerzas expedicionarias extranjeras extendidas para la lucha a modo de mercenarios, han valido para enarbolar el plantel de una política de desagravio y crueldad.

Finalmente, la política de ‘tierra quemada o arrasada’ adquiere espinosísimos efectos inmediatos y también a medio y largo plazo, porque muchas de las poblaciones ucranianas han quedado devastadas, repletas de minas y cuerpos en el corazón de la desolación depositados en fosas individuales y comunes, algunos irreconocibles. O lo es lo mismo: ejecuciones, escabechinas y linchamientos descritos como crímenes de guerra, que en la jerga militar rusa se entiende como ‘zachistka’ y que al pie de la letra significa ‘método de limpieza’ desde que en 1995 se puso en práctica en Chechenia, con evidentes tintes de genocidio.

He aquí, casi un año después, el vivo retrato de la agresión rusa a modo de guerra, que nos arroja un entuerto imponente de las capacidades militares de las fuerzas implicadas, así como del posicionamiento geopolítico de los países del planeta forzando un reequilibrio de fuerzas y una remilitarización.

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