Una de las características más singulares de la Melilla en la que vivimos es la de la convivencia entre diferentes culturas, religiones y modos de entender la realidad. No sólo la realidad de nuestra ciudad o la de nuestra nación, sino la de la propia vida en todos sus sentidos.
Cuando uno llega a Melilla por primera vez, se siente interpelado por los peculiares equilibrios con los que sus gentes conviven en un espacio de terreno tan indiscutiblemente reducido como nuestros 13 kilómetros cuadrados.
Inmediatamente, uno se siente compelido a pensar que ante la necesidad de tener que volver a verse irremediablemente un día sí y otro también, los melillenses han hecho de la necesidad de convivir y de llevarse bien un inexorable protocolo de vida.
Otra característica absolutamente ineludible es el hecho de que vivimos a unos 170 kilómetros de distancia de la ciudad española más próxima e irremediablemente vinculados para bien o para mal al hecho de tener a Marruecos como nuestro vecino más próximo. Este hecho marca también, indiscutiblemente, el devenir cotidiano de nuestra ciudad.
No por haber alcanzado un nivel de interiorización de estas realidades difícilmente comprensible para los que no han vivido nunca en Melilla, esta convivencia con hechos tan singulares como el de la distancia, la interculturalidad, la limitación de nuestro espacio vital o la condición de ciudad fronteriza, está exenta de dificultades que se presentan tozudamente ante nosotros un día sí y otro también. Lo que ocurre es que frente a estas dificultades hemos aprendido, por necesidad, a intentar buscar soluciones a los problemas que en otras latitudes se pueden solventar mediante la evasión del contacto con las mismas. Es decir, ignorando su existencia. En Melilla no es posible, en Melilla hay que afrontarlas, porque de no hacerlo, su impacto en nuestras vidas se deja sentir. Vaya que si se deja sentir.
Lo que ocurre es que muchas veces, a pesar de afrontar las dificultades, la solución de las mismas se manifiesta considerablemente compleja e implica asumirla con paciencia infrecuente en otras áreas geográficas de nuestra nación. “El problema es éste, la solución debería de ser ésta, pero el ponerla en práctica presenta estas dificultades”, de las que todos somos más que conscientes. Es por ello que el término recientemente incorporado al subconsciente colectivo nacional al socaire de la pandemia, como es el de la resiliencia, forma parte del ser íntimo de los melillenses desde hace muchas generaciones. Los españoles, en general, nos estamos haciendo resilientes por necesidad. El melillense lo es por naturaleza. Este sobreponerse a dificultades necesitando, en la mayor parte de las ocasiones, dosis extraordinarias de paciencia, ha llegado a formar parte del carácter natural de los melillenses.
Por otra parte, también sabemos que muchas de las soluciones a nuestros problemas han de venir, forzosamente, del exterior, dada nuestra condición de ciudad fronteriza y el impacto que tiene sobre nuestra ciudad todo lo que acontezca en Marruecos. Las soluciones a muchos de nuestros problemas, por tanto, requieren casi siempre, intervención del Estado, cuando no de instancias supra estatales como la Unión Europea, fundamentalmente.
Esta semana se ha vuelto a debatir en el Congreso de los Diputados una nueva batería de propuestas sobre medidas a adoptar frente a Marruecos ante el desafío planteado el pasado mes de mayo en la ciudad de Ceuta con la entrada forzosa de cerca de 10.000 marroquíes de manera ilegal en la ciudad. Las medidas planteadas, que finalmente fueron rechazadas, eran tales como archivar de manera inmediata todos los expedientes de reconocimiento de residencia legal a nacionales marroquíes, devolver de forma masiva a todos los individuos, incluidos los menores, que han violado nuestras fronteras de manera inminente o bloquear, incluso anular, la expedición o concesión de visados de entrada en Europa a todos los ciudadanos de países emisores de inmigración irregular como Marruecos, en tanto en cuanto estos países no readmitan en sus fronteras a todos los inmigrantes que dejan salir de sus costas en dirección a España.
En resumidas cuentas, un conjunto de medidas que, en caso de encontrar respuesta adversa por parte de Marruecos, como sería de esperar, dejaría poco margen para la adopción de nuevas medidas de respuesta. En otras palabras, agotaríamos en primera instancia toda nuestra capacidad de graduar nuestra respuesta de manera creciente en correspondencia al grado del reto planteado. En relaciones internacionales, cuando la estabilidad y el grado de bienestar de los ciudadanos se puede poner en juego, es prudente regirse por el principio de proporcionalidad en la respuesta y de gradación creciente en la dureza de las actuaciones propuestas. Lo contrario nos convertiría en cooperadores no deseados de una escalada de consecuencias imprevisibles.
Por otra parte, uno de los argumentos empleados para justificar la dureza de las actuaciones que se proponían era la de la presunta reducción de la distancia entre las capacidades operativas de las Fuerzas Armadas españolas y marroquíes, convirtiendo a éstas en potenciales adversarios capaces de imponer su voluntad mediante el uso de la fuerza a las Fuerzas Armadas españolas. Este análisis simple y poco justificado, aparte de alarmista, rompería el principio de la disuasión que contribuye a prevenir la generación de conflictos. Según este principio, los estados ejercen sus esfuerzos de defensa para convencer a cualquier potencial adversario de que el eventual uso de la fuerza para imponer su voluntad no conseguiría alcanzar sus objetivos y conllevaría más perjuicios que ventajas.
En definitiva, en relaciones internacionales, se ha de ser firme, contundente y perseverante, pero nunca deben obviarse, a fin de ser efectivos, los principios de proporcionalidad y disuasión.
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