Categorías: Opinión

El proceso de transición en Siria patina junto a la violencia sectaria recrudecida

Era un grito a voces que los rebeldes que controlan la República Árabe Siria estaban sumidos entre la justicia ilusoria de ‘ojo por ojo’ y la venganza furtiva de ‘diente por diente’. Y es que la pugna por unificar el país pendía a cuenta gotas en su devenir, mientras los nuevos líderes hacían lo posible por encajar un gobierno operacional.

Dicho esto, los términos costeros del noroeste de Siria (Tartús y Latakia, baluartes del apoyo al depuesto presidente) se han visto fuertemente castigados por luchas derivadas en asesinatos a sangre fría, entre las Fuerzas de Seguridad del Gobierno sirio presidido desde el 19/I/2025 por el antiguo líder del Frente Al-Nusra, Ahmed Huseín al-Sharaa (1982-42 años), también conocido por su nombre de guerra, Abu Mohamed al-Golani y grupos armados insurgentes, concernientes en su amplia mayoría a la minoría alauita leales al antiguo régimen. Decía recientemente desde una mezquita de Damasco: “Debemos preservar la unidad nacional y la paz civil en la medida de lo posible, y si Dios quiere, podremos vivir juntos en este país”.

Ni que decir tiene que este sinfín de confrontaciones retratan la peor insurrección y los actos teñidos de sangre que haya experimento Siria hasta la fecha, con cientos de fallecidos en ambos bandos y escenas de saqueamientos y crímenes en masa, incluso de niños. En opinión de diversos especialistas que documentan el conflicto sirio desde su inicio, la recalada de refuerzos a la zona cero descompuso el equilibrio de poder a favor de las fuerzas progubernamentales, convirtiendo las jornadas sucesivas en una voluntad por apaciguar la demarcación, aunque no ajeno de imponentes daños.

Pero con anterioridad a lo que hoy por hoy, acontece en Siria, es preciso remitirse a las piezas de un puzle difíciles de encajar. Los años de guerra acumulados adquirieron cotas de complejidad y relevancia bastante significativa, emplazándolo entre los principales originados desde el punto y final de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Tal escala de intensidad se ha desencadenado por una sucesión de dinámicas precedentes y hechos puntuales, que durante su desenvolvimiento lo han vigorizado para mal, hasta agigantar el veneno de la virulencia.

Hay que partir de la base de la peculiaridad del régimen sirio como punta de lanza en su accionar. En principio, el liderazgo del Partido Árabe Socialista Baaz se estableció sobre unos cimientos ideológicos de izquierdas fraccionarios, tras la malograda República Árabe Unida (1958-1961) y la frustración del proyecto cardinal del panarabismo.

"Hoy Siria ilustra un tablero geopolítico altamente volátil con un futuro incierto y el respeto de los derechos humanos en caída libre"

De este modo, acabaría inoculándose una opresión embadurnada en dictadura personalista, pero que en definitiva, cristalizaría la Siria fluctuante que ha resultado, apuntalándose un artificio estatal musculoso y con respaldos específicos.

Además, en contraste con otros territorios de Oriente Medio como la Península Arábiga, se refleja a todas luces que Mesopotamia y el Levante son comarcas con más interacción, así como de más movimiento no ya sólo de urbes, sino igualmente de pensamientos. Si bien, Siria acomodada en la segunda de las dos últimas zonas antes señalada, posee una diversidad elocuente con diversos grupos que convergen, siendo los suníes y los chiíes junto con los kurdos, los principales; pero de igual forma, militan en menor volumen otros grupos destacados como los turcosirios y drusos.

Con estos indicativos y exponentes sucintos, el conflicto bélico sirio se ha mostrado con sus aristas de cara al mundo como una confrontación preferente entre suníes y chiíes, ya que la élite gobernante pertenece a una ramificación del credo chií, quedando aliada con la República Islámica de Irán. Matiz que no deja de ser manifiesto, pero implica quedarse a medio camino en su diagnóstico.

Me explico: una vez derribado el muro del miedo, la dictadura se desmoronó mediante las protestas árabes (2010-2012) conocidas como Primavera Árabe, un pronunciamiento de crítica social como nunca antes, abanderando la resignación. Un clamor con levantamientos y rebeliones armadas que por doquier, se amplificaron.

Digo esto, porque el ingrediente religioso es un complemento en este escenario.

Igualmente, incurre la exposición del cambio generacional y psicológico, porque con la aparición de la globalización, en Oriente Medio y el Magreb conmutan la concepción de la juventud. Es más, una mutación en este colectivo que le hace colisionar con los patrones enraizados de padres y antepasados.

Posteriormente, la evolución de los antagonismos en Siria encandiló a que la población tomase parte con más ímpetu en las marchas y manifestaciones. En tanto, las dicotomías ideológicas y de aspiración de los grupos desafectos al régimen imposibilitó la constitución de una oposición conjugada, que ensamblado a la fatiga de la dirección, acarreó vacíos de poder explotados a más no poder por los extremistas.

A criterio de varios especialistas, éstos respaldan en lo que vienen en denominar ‘radicalidades nacionales’, residiendo en que en etapas concretas de crisis o desconcierto como la sucedida en Siria, se provoca un acercamiento de la urbe enfocado a paralelismos radicales, valiéndose de ingredientes intrínsecos dispuestos por realidades históricas.

Y como no podía ser de otra manera, los entendidos en la materia adjudican este factor al ascenso garrafal de la extrema derecha e izquierda y del integrismo, hoy presentes. Paulatinamente, los círculos integristas se reforzaron y los bandos yihadistas se hicieron mayoritarios. Entre ellos, Jabhat Fate hash-Sham, antes llamado Frente Al-Nusra, afín al Dáesh y Al Qaeda, tomando impulso en Siria e influyendo en el desarrollo de la guerra. Hasta el punto, de originarse la expansión del Dáesh que invadió amplias regiones no ya sólo en Siria, sino también de Irak, oficialmente, República de Iraq.

El desfallecimiento del Gobierno sirio se enmendó a pedazos por la complicidad militar, tanto de Irán como de la guerrilla libanesa Hezbolá, traducido fielmente como ‘Partido de Dios’. Pero no sería la única intromisión punteada, ya que los miembros del Consejo de Cooperación para los Estados Árabes del Golfo (Baréin, Kuwait, Omán, Catar, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos) resolvieron avalar a la insurgencia contra el régimen sirio.

Préstese atención a la rivalidad entre el eje chií y sunní que como en la República de Yemen y otros territorios, sostiene en Siria una disputa por la supremacía sobre Oriente Medio y empeorada por las muchas discrepancias persa-árabe y el aborrecimiento religioso. Amén, que aún se ocasionaron más acciones extranjeras en Siria: los episodios entrecortados del Estado de Israel circunscritos a replicar a las acometidas en los Altos del Golán e impedir que Hezbolá obtuviese armamento sofisticado de los depósitos sirios, e incluso obstaculizar cualquier posibilidad para llevar a cabo el desarrollo de armas químicas.

En este último aspecto hay que hilar fino, en lo que atañe a que Hezbolá discurrió de ser receptor del patrocinio tanto de Siria como de Irán a un protector del régimen sirio, por lo que ha revuelto su estatus. Indiscutiblemente, ello le otorga más fuerza de gravedad estratégica y de capacidad no sólo de proyección en el régimen sirio, sino igualmente para procurarse recursos.

Otro actor de calado que exhibe sus cartas sobre el régimen sirio es la Federación de Rusia. Por aquel entonces, comparecía de sobrellevar el lastre de una condena internacional por su intrusión en Ucrania y el declive de su disposición estratégica, al caer el régimen del presidente Víktor Fiódorovich Yanukóvich (1950-74 años) y surcar Ucrania al bloque occidental. Ello favoreció una campaña rusa en Siria para socorrer a uno de los aliados que le quedaban y desempolvar con la propaganda para llevar a término una operación contra el terrorismo yihadista.

Es imprescindible hacer raya de que Rusia dada su visión, cada vez necesita más de apurar su participación con socios como Irán, al objeto de optimizar su posición estratégica y transferir un recado de disuasión frente a Occidente, al trascender las sanciones económicas sobre su economía. A ello hay que añadir la actuación de la República de Turquía, ocupando en el norte una serie de posiciones. Su maniobra se promovió después de que Estados Unidos rechazase destituir al régimen sirio, además de la presión migratoria que sufre proveniente de Siria, más los atentados terroristas yihadistas padecidos y cómo no, por apoyar a las milicias turcosirias que ejercen contra el régimen sirio.

En todo este entresijo, que no es poco, la postura occidental ha sido considerablemente indecisa. Aunque en el preámbulo de estas turbulencias tanto Reino Unido como la República Francesa, querían pertrechar a los rebeldes sirios y predisponer la instauración de un frente común de la insurgencia regulado por grupos moderados. Pero éste se vio entorpecido por la dificultad de forjar esta coalición, como por el ademán de Estados Unidos de no querer cruzarse en el conflicto.

El caso es que con el surgimiento del Dáesh el porte norteamericano varió drásticamente, perpetrando una campaña especialmente aérea contra este grupo yihadista, a la vez que se conservaba alerta de que no se usasen armas químicas. Y no quedando aquí la cuestión, la administración estadounidense miraba con el rabillo del ojo los movimientos rusos, porque tras su interposición militar perseguía neutralizar de manera distante la perspectiva de fuerza de Rusia ganada en estos años en Siria.

La escabrosidad de complicaciones del conflicto sirio hacen espinoso una salida dialogada, puesto que las divergencias de guerra internacionalizada eterniza el duelo entre actores regionales. Llámense Irán y el Consejo de Cooperación para los Estados Árabes del Golfo; además, de potencias como Rusia y Estados Unidos; o Turquía ambicionando extraer algún protagonismo, e Israel, siempre al acecho.

Consciente del estancamiento habido en Siria, terciar con un mismo entender a tantos actores, como a los grupos internos sirios claramente belicosos, sin soslayar, los titubeos de la Unión Europea (UE) y Estados Unidos, esta última impredecible, con Donald Trump (1946-78 años) que no admite que Rusia prosiga adquiriendo influjo en Oriente Medio, es prácticamente una misión inalcanzable.

Examinado concisamente el caldo de cultivo anterior y análogo al contexto reinante, cuando el 8/XII/2024 Siria estaba llamada a dar un salto cualitativo con la caída de Bashar Háfez al-Ásad (1965-59 años) a manos de una coalición capitaneada por el grupo islamista Hayat Tahir al-Sham (HTS), cuya dominación se había establecido hasta ese intervalo a la zona de Idlib, este avance prosperó con el contrafuerte del Ejército Nacional Sirio (SNA), facción alentada por Turquía y protagonista incesante de contiendas con grupos kurdos en la frontera de Siria del noreste.

Desde ese instante, la inestabilidad en el resultar del Estado sirio y su Gobierno se hacían incuestionables, transitando a supeditarse en un cúmulo de elementos que los dirigentes de facto estarían apremiados a acometer resuelta y exitosamente, si verdaderamente aguardaban afianzar la estabilidad del país. Claro, que una de esas causas tenía conexión fundamentalmente con el rumbo a tomar en razón a la gestión de las localidades ribereñas inicialmente aludidas, en las que tradicionalmente residen la mayor cifra de la minoría alauita de Siria.

Escuetamente, los alauitas son un grupo étnico-religioso de la rama islámica chiita al que corresponden tanto al-Ásad como su padre, principales miembros de la dinastía que gobernaron Siria desde 1971 hasta la reciente caída de al-Ásad. Digo esto, porque tanto la sociabilidad de la minoría alauita por parte de las fuerzas afiliadas al nuevo Gobierno sirio, como las acciones de potenciales células alauitas contrapuestas a la autoridad de Damasco, se convertirían en puntos clave en la viabilidad de la transición pacífica hacia un Estado persistente.

"La inexistencia de un liderazgo centralizado ha confluido en una competición desquiciada entre grupos islamistas, milicias locales y facciones opositoras, problematizando una exigua rendija de luz para un permisible equilibrio de fuerzas concéntricas"

Ciertamente, desde su entrada al poder, Huseín al-Sharaa se ha apartado de cualquier instigación a la venganza étnica en sus afirmaciones, haciendo un llamamiento a la unidad del pueblo sirio y a la representación de la totalidad de los grupos que lo satisfacen, pidiendo a sus fuerzas a sortear cualquier acción violenta.

Huseín al-Sharaa, declaró en su día al pie de la letra que “el mantenimiento de la paz civil era un deber para todos y advirtió de una gran catástrofe”, si Siria seguía enclaustrada en forcejeos internos y sectarios.

No obstante, no todas las facciones vinculadas a las Fuerzas de Seguridad, principalmente en las comarcas costeras, acatan estas pautas. De hecho, en los meses distados desde el establecimiento del Gobierno, se han justificado en múltiples circunstancias sucesos de los calificados “asesinatos por venganza”, tanto en Tartús y Latakia como en departamentos del interior de Siria, como Homs o Hama, que igualmente contabilizan un importante número de población alauita.

Para ser más preciso en lo fundamentado, la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (ACNUDH), divulgó a principios de año un comunicado emplazando a la moderación, en contestación a los informes repetidos de asesinatos selectivos de integrantes de la minoría alauita de Siria, indicando las pruebas gráficas de dramas vividos en ciudades como la mencionada Homs.

En la amplia mayoría de la casuística bajo la consigna desde Damasco de velar y defender a las minorías, las autoridades locales han abierto investigaciones. Pese a ello, subrayan que las intervenciones de las fuerzas sirias se ciñen única y exclusivamente a detener a componentes del antiguo régimen para llevarlos ante la justicia y contrarrestar presumibles células insurgentes.

Y entretanto, el Observatorio para los Derechos Humanos (SOHR) con estancia en Reino Unido, definía literalmente a los agresores como “luchadores islamistas aliados con las nuevas autoridades sirias”.

Yendo someramente a los últimos hechos sangrientos, comenzando por las postrimerías del mes de febrero, sería complejo para las Fuerzas de Seguridad y Policiales, quienes se vieron forzadas a capotear una crisis en la ciudad de Jaramana, a tres kilómetros al sureste de la capital siria y asumir el avance de Israel en los términos sureños de Daraa, Quneitra y As-Suwayda.

Subsiguientemente, con el comienzo de marzo dos individuos pertenecientes al Ministerio de Defensa fallecieron en Latakia al ser sorprendidos en una trampa, lo que de inmediato desató una operación de busca y captura. La Agencia de noticias estatal (SANA), pormenorizó a los promotores de las víctimas como “grupos de restos de milicias de al-Ásad”, mientras que en las acciones materializadas al respecto, el SOHR aumentó a cuatro el guarismo de muertos.

Alcanzado el 6/III/2025, las cargas y atropellos entre facciones disidentes y las Fuerzas de Seguridad adquirieron una dimensión superior. Las primeras referencias vinieron de las afueras de Jableh, localidad costera próxima a la Base Aérea de Jmeimim y aeródromo utilizado por las Fuerzas Armadas de Rusia, donde se produjeron fuertes colisiones entre insurgentes y las Fuerzas de Seguridad.

Poco más tarde se ocasionó la detonación de cuantiosas condenas en Tartús, tras la divulgación de documentos gráficos que confirmaban varias emboscadas por parte de facciones disidentes. Hay que concretar que las Fuerzas Antigubernamentales se aglutinan con la designación de Brigadas del Escudo Costero (CSB), pero durante los combates circuló por las redes sociales un aviso exponiendo la creación del Consejo Militar por la Liberación de Siria (MCLS) y especificando que esta organización asumía la tarea de la “liberación de toda Siria”.

Ante la extensión de los altercados por diversos lugares del contorno marítimo, el Ministerio de Defensa de Siria dio luz verde al traslado de refuerzos desde distintos puntos del interior del país.

De la misma manera, dados los brotes incendiarios de críticas en Tartús y ser acusados de disparar contra los manifestantes, las Fuerzas de Seguridad aplicaron un toque de queda, que ni mucho menos entrañaría el ocaso de las refriegas. Es sabido que algunos de los convoyes padecieron emboscadas por las facciones insurgentes, llegando a controlar a los residentes del pueblo de Istamo. Y con la ciudad de Jableh como el principal núcleo de las hostilidades, tras la presencia de los refuerzos el escenario parecía contenerse.

Esta disyuntiva deja al descubierto un terreno prolífico para las imputaciones y todo tipo de propaganda. Fuentes allegadas al Ejército Nacional Sirio (SNA) y en continua ofensiva con las Fuerzas Democráticas Sirias (SDF), culparon a éstas de estar facilitando ayuda a las avanzadillas rebeldes.

Por otro lado, los insurgentes declararon haber conseguido el dominio absoluto del plano costero, aunque parece irrebatible que las Fuerzas de Seguridad jamás perdieron el mando de ningún territorio en el transcurso de las escaramuzas. Las denuncias de ejecuciones y arremetidas contra civiles son muchas y resultadas de ambos bandos. Según algunos medios de comunicaciones, las Fuerzas de Seguridad a lo largo de su actuación de contraataque, habría cometido asesinatos y masacres de modo generalizado.

Sobraría sacar a relucir que tras los últimos acontecimientos, el destino del país incrustado en la creación del nuevo Estado de Siria, todavía es indeterminado y ahora más encaminado a lo incógnito.

En las primeras horas del conflicto Huseín al-Sharaa hizo constar en una alocución su propósito de traer “a los restos del régimen caído ante un tribunal justo”, acentuando la trascendencia de salvaguardar a los ciudadanos y garantizar la paz, avisando a las Fuerzas de Seguridad que “no permitieran a nadie sobrepasarse ni reaccionar sobremanera”.

En cambio, el ministro de Defensa de Israel, Israel Katz (1955-69 años), tachó a Huseín al-Charaa de “terrorista yihadista de la escuela de al-Qaeda que está cometiendo actos horripilantes contra la población civil”, insistiendo en las nefastas relaciones entre ambos estados. Estas luchas en el noroeste de Siria se incorporan a otros desafíos que flagelan la estabilidad de Siria.

En estas últimas jornadas Israel ha proseguido su campaña de bombardeos en Qardaha y las inmediaciones de Tartús, sumando un acometimiento aéreo sobre una base militar donde se localizaban armas relacionadas al antiguo régimen. Sin obviar, que las Fuerzas Hebreas han prolongado la expansión de su disposición en el sur, entrando en comarcas de la provincia de Quneitra. Asimismo, en el sur el Frente Islámico de Resistencia en Siria, prevenía al ejército israelí de su continuidad en superficie nacional, exigiendo la autoría de diversas irrupciones en su contra. Finalmente, en Al-Sanamayn, las Fuerzas de Seguridad hubieron de enfrentarse a clanes locales y en As-Suwayda se originaron protestas masivas de sujetos de la minoría drusa, en contra del gobierno de Huseín al-Sharaa.

En consecuencia, si tras la caída de al-Ásad se generaron mínimas esperanzas de estabilidad, Siria afronta un arduo proceso de transición política singularizado por luchas intransigentes de poder internas, más la recuperación de un Estado desolado por las secuelas de la guerra y el peso embravecido de varias potencias. La inexistencia de un liderazgo centralizado ha confluido en una competición desquiciada entre grupos islamistas, milicias locales y facciones opositoras, problematizando una exigua rendija de luz para un permisible equilibrio de fuerzas concéntricas.

En otras palabras: en un intermedio decisivo en la díscola transición, la violencia resurgida pone contra las cuerdas los pocos éxitos tocados, porque un clima de escepticismo deshace cualquier atisbo de transición. Haciendo de Siria un tablero geopolítico altamente volátil con un futuro incierto y el respeto de los derechos humanos en caída libre.

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