Opinión

El principio de un final bélico que jamás debía haberse desatado (y II)

No más lejos de lo expuesto en el texto que antecede a esta disertación y desde las cavilaciones que se consideran lógicas de poder y geopolíticas, es imprescindible añadir que la obstinación de la Federación de Rusia ante la contrariedad de un movimiento de piezas por parte de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, entrañó la anexión intemperante de un espacio nacional.

La tesis de Crimea y la invasión de las tropas rusas en Ucrania han colocado a Vladimir Vladímirovich Putin (1952-69 años) en la palestra del tablero global como un mandatario que asesta otro de sus golpes enfilados a la reconstrucción imperial de la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Es decir, un líder que no tolera bajo ningún concepto el pluralismo geopolítico, esto es, entre otras, las determinaciones independientes de las exrepúblicas soviéticas.

Más aún, Putin, es distinguido como el promotor de la crisis presente, porque allende al entresijo a nivel local y regional que involucra a Ucrania, conviene traer a la memoria que Rusia fue y es considerada autora de obstaculizar cualquier tentativa de la Comunidad Internacional, e interceder en la República Árabe Siria para proteger los derechos de este pueblo. Pero, para responder a estas incógnitas es ineludible precisar la descripción realizada en las líneas anteriores, juzgando el factor proceso como la antesala irrevocable del trance humanitario que actualmente se vive en Ucrania, acabando con el símbolo de que Europa había logrado un estatus inmune a cualquier signo de guerra.

De lo anteriormente interpretado queda claro que Rusia y Estados Unidos defendieron puntos de vista externos enfrentados que, en los vasos comunicantes entrañaron maximización de poder relativo de uno y astenia de poder por parte del otro.

Desde estos términos fluctuantes, cabría preguntarse las siguientes cuestiones:

Primero, ¿ha sido Rusia la que no admitió el pluralismo geopolítico? O tal vez, ¿puede calificarse que el desempeño de la OTAN una vez extinguida la etapa de posguerra fría y su posterior ensanchamiento hasta los límites de Rusia fue y es un argumento de pluralismo geopolítico?

Segundo, ¿podría reconocerse como pluralismo geopolítico que imprevisiblemente la OTAN se emplace a pocos cientos de kilómetros de espacios nacionales sensibles de Rusia, como Volgogrado, lo que antes era Stalingrado? Tercero, ¿es viable que un peso pesado como Rusia deseche la geopolítica cuando esta disciplina no es desatendida por otros actores dominantes? Cuarto, ¿es pluralismo geopolítico aislar Ucrania de Rusia, induciendo a esta nación a una situación territorial asiática y no euroasiática? Y quinto, ¿es una coyuntura de deferencia geopolítica de Occidente estimular el tradicional sentido ruso de aislamiento?

Ciertamente, podría continuar planteando otras interrogantes como si la Rusia de Putin es un ejecutante que propone políticas de rasgo revisionistas o neoimperialistas. De lo que no cabe duda, es que, si definitivamente el conflicto en Ucrania se satisface en epílogos perjudiciales para el Kremlin, Ucrania es separada de su zona de influencia y pasa a ser parte integrante de los entes económicos y estratégicos de Occidente, Putin será para Rusia lo que Mijaíl Sergueievich Gorbachov (1931-90 años) a la Unión Soviética. Esto es, no será culpable del desvanecimiento de Rusia, pero sí será el hacedor de dejarla geopolíticamente desamparada, incomunicada y con intimidaciones yuxtapuestas a sus límites fronterizos del Oeste, prácticamente como se encontraba en los inicios del siglo XVII.

Atando cabos en lo que se pretende fundamentar, de prosperar la crisis en Ucrania en sentido contradictorio a una posible posición política-nacional de imparcialidad o bien manteniendo los nexos con Moscú, Putin habrá sido el dirigente que no consiguió contener que la Federación de Rusia transitara hacia un período de agitaciones geopolíticas. Más allá de los resultados obtenidos, es sabido que Putin es un líder conservador y no transformador como en su día recayó en la figura de Borís Nikoláyevich Yeltsin (1931-2007), o el propio Gorbachov.

Tanto en sintonía doméstica como de cara al exterior, Putin comporta un proceder de liderazgo no revolucionario sino, por el contrario, una forma clásica inapreciable en otros dirigentes rusos, e incluso soviéticos: fuerza y vigor del Estado, acaparamiento militar, impulso de proyectos geopolíticos, geoeconómicos y geoculturales, reminiscencia de la heroicidad y el patriotismo, política exterior en movimiento constante, etc.

El asunto concerniente a designios geopolíticos, geoeconómicos y geoculturales con base local, significan la vuelta de tuerca a modelos euroasiáticos o eurasionistas que proceden del siglo XIX y de los primeros cursos del XX.

Ni mucho menos, este regreso es algo que resulte novedoso, porque en tiempos de Yevgueni Maksímovich Primakov (1929-2015), primero como canciller y más tarde como ministro de Asuntos Exteriores y Presidente del Gobierno, propuso el menester de establecer una esfera euroasiática en antítesis a la política de poder que Occidente empleaba ante Rusia.

Como ya se ha referido, la condición de extenuación y convulsión geopolítica de Rusia no aceptaba este prototipo de concepciones. Si bien, cuando se rehízo el poder con la incursión de Putin, la intuición inmemorial de crear un medio entre múltiples actores contiguos, e incluso no inmediatos y reacios a un orden internacional con raíz en Occidente, vino a la agenda geopolítica de Moscú. Con lo cual, la crisis de Georgia y ahora la de Ucrania han reforzado la obligación de conformar una mole euroasiática.

Sin embargo, la persistencia rusa por cimentar un dominio que pluralice o sea una posibilidad a un orden internacional, es fundamental subrayar que algunas repúblicas ex soviéticas han evidenciado reservas de pertenecer a tal bloque, en tanto otras han objetado la idea. En otras palabras: los ex países soviéticos sospechan que el empuje eurasianista comporte una lógica de restauración de la superioridad rusa sobre sus espacios extranjeros fronterizos.

En suma, el conflicto de Ucrania es de índole intraestatal, pero igualmente, interestatal. Aunque la semblanza de esta nación es poco más o menos la de una inalterable confrontación crónica y pronunciamiento frente a Rusia, el raciocinio de poder interestatal como así la variable geopolítica es clave para abordar este entramado.

Por consiguiente, no se puede profundizar en este balanceo que acontece en Ucrania, sin valorar el sumario de las conexiones entre Occidente y Rusia después del desmoronamiento de la URSS. La conclusión de la ‘Guerra Fría’ no supuso para Estados Unidos que se olvidara de Rusia ante una hipotética amenaza. De ahí, valga la redundancia, que sostuviera un as en la manga con políticas de poder en la ampliación de la OTAN, limitando los resquicios de reemergencia del poder de Rusia.

La intención de integrar Ucrania a los organismos económicos y militares de Occidente, podría entenderse como la apelación categórica de aquellas políticas de poder en vigor. O lo que es lo mismo, Rusia recularía hasta toparse en un contexto de encerrona y bloqueo, esto es, el escenario geopolítico protohistóricamente más doblegado y amilanado por los soviéticos. Porque, aun salvando otros activos políticos y militares plenamente majestuosos, Rusia quedaría sin el activo que tradicionalmente le ha hecho ser un actor territorialmente escudado por naciones más o menos incomodas por tenerlo como territorio limítrofe, pero impulsadas, o más bien, apremiadas a practicar una política externa y de defensa sustentada en la moderación y deferencia, lo que en modo alguno denota que estas demarcaciones dejasen de ser autónomas.

“El estrépito y la consternación de la guerra al Este de Europa que sigue escalando en agresividad, es un ataque premeditado y totalmente no provocado rechazándose cualquier atisbo de diplomacia, ha desatado un torbellino de galimatías cuyas consecuencias son imprevisibles”

Quizás, la senda de salida de la crisis en Ucrania demanda que esta no esté ensamblada a ninguna estructura económica y de seguridad, sino que, contemplando su circunstancia por la inconfundible pertenencia geomorfológica que ostenta, irreparablemente deba admitir una estructura federal que sustituya la unitaria de hoy, e internacionalmente contraiga una condición neutral.

Si de por sí es bastante dificultoso que el cariz que subyace evolucione hacia otros derroteros, ello conllevaría que Occidente desechase sus esfuerzos por persistir con políticas de poder, lo que influiría en beneficios de dominio para Rusia, porque no se advierte otra salida.

Es indispensable caer en la cuenta de un antecedente de naturaleza geoeconómica que no siempre es manifiesto, sobre todo, cuando se interpela el análisis del conflicto y se sustenta la conveniencia de incorporar Ucrania a las existencias económicas de Occidente. Antes que se desencadenara esta crisis, su comercio estaba encauzado a la órbita supranacional de la Comunidad de Estados Independientes, CEI.

A este tenor, Rusia acapara aproximadamente el 25% de las exportaciones de Ucrania, sin distinguir los fuertes engarces industriales que concurren entre ambos en el aspecto aeroespacial. Si a ello se agregan los mercados de la República de Bielorrusia y la República de Kazajistán, la sujeción de Ucrania en el segmento comercial alcanza alrededor del 60%. Amén, que Ucrania depende del gas ruso y por su superficie circulan 175.000 millones de metros cúbicos diarios que llegan a varios puntos de Europa, algunos de los cuales están en manos en su conjunto del abastecimiento ruso.

Otra referencia que posiblemente no se le otorga la debida importancia: aunque los estados miembros de la UE respaldan la soberanía de Ucrania para pronunciarse a su deseo de adherirse a la misma, no todos están por la labor de su oportuna inclusión, puesto que el fuerte segmento agropecuario del país del Este de Europa, podría llevar consigo un factor de competencia para la parcela europea no urbana.

En líneas generales, el conflicto en Ucrania demuestra su firme condición sub-estratégica, puesto que su falta de autonomía estratégica-militar ha puesto a los países europeos en una realidad complicada que, si permanece, necesitará que Ucrania renuncie a los lazos comercio-económicos con Rusia, algo que había prescindido desde el instante que resolvieron adoptar con un libreto estratégico ajeno, volver a mantener tiranteces con Rusia.

Si el laberinto se resiste en su indeterminación o, peor aún, escala calamitosamente a los acontecimientos actuales, las secuelas para el orden internacional serán mortíferas: desequilibrio progresivo porque las severidades entre los poderes preeminentes entorpecerán cualquier progreso en acuerdos ineludibles para la seguridad, como el que atañe a los entendimientos de armas estratégicas; pero, igualmente, se verán resentidos los desvelos de la Comunidad Internacional frente a las disyuntivas intraestatales e interestatales.

De la misma manera, un entorno establecido en la prolongación de la secuencia belicista que replica, socavará una de las principales inclinaciones de nuestro tiempo: la irrelevancia de las organizaciones intergubernamentales y de la proyección del derecho internacional.

A todo lo cual, la marejadilla que a la postre consumó la desmembración de Crimea de Ucrania y su incorporación a la Federación de Rusia, reflejó la enorme complejidad e impugnación jurídica en materias en las que se vieron envueltas las tendencias de actores relevantes. Es irrefutable que mirando el atropello perpetrado en Crimea se fragüe el desenlace coincidente con Ucrania al violentarse el principio de integridad territorial. Hubo deferencias con respecto a la aplicación del derecho de autodeterminación de los pueblos, pero ello era inaccesible porque únicamente podía ser administrado en concordancia con los presupuestos de la Organización de las Naciones Unidas, ONU, en aquellos casos de descolonización.

Y entretanto, en Crimea este principio tampoco podía concebirse alegando graves violaciones o crímenes padecidos por la población. Por lo tanto, una vez más, se ha atribuido por sobre el derecho de política de hechos realizados, una política sustentada en la predominancia de la prevención en base al abuso del poder.

Llegado a este recorrido de la exposición, si había de constar una escapatoria al inconveniente relativo a la aspiración de Crimea de dejar de formar parte del territorio nacional ucraniano, la misma debía ser fruto de un pacto inclusivo, esto es, entre todas las posiciones.

Pero, como lo dedujo el precedente inmediato en la República de Kosovo, en raras ocasiones se ganan resultados en base a la diversidad, porque entre otras confirmaciones, los actores superiores no confieren decisiones a otros y muchos menos a organizaciones intergubernamentales cuando se atinan intereses particulares y representativos.

Y en los ojos contemporáneos es interesante acentuar el protagonismo de los estados de Latinoamérica echando un vistazo a Crimea, puesto que sus posicionamientos dejaron caer en la balanza las discordancias que se vierten, cuando episodios internacionales de este calado, en este caso la anexión de Crimea y la invasión de Ucrania ponen contra las cuerdas el estado de situación con respecto a la complementariedad en la región.

Considerando que el principio de no intervención en los contenidos internos de un Estado, uno de los grandes principios del Derecho Internacional apareció en el seno de la Comunidad Latinoamericana, siendo llamativo como lo argumentó el referendo de la Resolución 68/262 de la Asamblea General de la ONU, sobre la integridad geográfica de Ucrania, que dicho principio no fuera salvaguardado en clave colectiva, sino de acuerdo a posturas político-ideológicas y enfoques que pusieron por delante a las crisis internacionales y visiones particulares respecto de Estados Unidos.

A resultas de todo ello, Ucrania es una herramienta esencial en la escena geopolítica tanto europea como rusa, que a día de hoy no ha sabido o podido hallar su puesto en los requerimientos por la lucha de la democracia contra la autocracia, o la libertad contra la sumisión o el Estado de Derecho frente a la tiranía que le han salpicado.

Este revés ha coartado tanto su política interior como exterior, partiendo el territorio entre oficialismo y oposición, o entre aquellos dispuestos a una occidentalización detectados en el Oeste y Centro de la nación, y aquellos propensos a una aproximación con Rusia por impulsos históricos y étnicos emplazados en el Este y Sur.

En este maremágnum de voluntades y anhelos, Ucrania ha de decidir de qué lado enmarcarse: ser un país sólido y musculoso internamente, para a posteriori, negociar una hipotética adhesión europea o cualquier otra fórmula que repare su realidad perjudicial. El diseño que se hizo del ‘Acuerdo de Asociación de Ucrania con la UE’ (21/III/2014), se trazó erróneamente, porque se convirtió en un ultimátum que ponía ganadora a la UE y dejaba frustrada a Rusia, algo que no consentiría.

La política que persiguió Víktor Fiódorovich Yanukóvich (1950-71 años) con anterioridad a desencadenarse la sucesión de revueltas del ‘Euromaidán’ o la ‘Revolución de la Dignidad’ (21-XI-2013/22-II-2014), era una estrategia amoldada al contexto ucraniano en materia de seguridad y defensa más bien neutral, desistiendo a asociarse tanto a la OTAN como a la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva, OTSC, esquivando la elección de un bando u otro, y gestionando unos mínimos contactos con Rusia para enmendar las relaciones entre ambos.

Es fácil imaginar que, si Ucrania hubiese rubricado el ‘Acuerdo de Asociación’ con la UE, a corto y medio plazo sus síntomas económicos habrían flaqueado y en esos trechos la Unión no disponía de la liquidez suficiente para financiar ese ajuste; probablemente el Fondo Monetario Internacional, FMI, lo hubiese efectuado, pero a cambio de aumentar el importe del gas y examinar el sistema de pensiones.

Sin soslayarse, que la UE tampoco inspeccionó benévolamente la política de visados, una cuestión que la ciudadanía entendió como un rechazo y la posición de dominio que presentó la Unión con la puesta en libertad de la ex primer ministro Yulia Timoshenko (1960-61 años), algo que incomodó a Ucrania porque especuló que su poder judicial desentrañando la ley, había procedido acertadamente.

“Transcurridos los primeros días desde el primer indicio de las armas más destructoras del ejército ruso en tierras ucranianas agrietando múltiples frentes, la guerra ha cambiado para siempre la faz del Viejo Continente, vislumbrando y entreviéndose un futuro difícil de presagiar”

En contraste, en cuanto a la dirección rusa su política se ha vertido de manera más ingeniosa, poniendo en jaque discursos de paternalismo hacia una nación que Putin cree es parte de Rusia, con quien mismamente comparte idioma y etnia, abriendo una rendija sin exigir ni imponer a una factible contribución en una eventual Unión Euroasiática, a la vez que exterioriza su jerarquía de autoridad con operaciones claras y concisas cuando Ucrania estaba próxima de suscribir con la Unión su aceptación, como el cierre de fronteras, la negativa de importar determinados productos ucranianos, la eliminación de autorizaciones de trabajo, etc. Demostrando que aún sin emplear la fuerza hasta antes del 24/II/2022, un mínimo contacto Ucrania-UE sería inadecuado.

A decir verdad, Rusia ha sustraído mayores réditos de este conflicto, englobando a su circunscripción Crimea, incluyendo el puerto de Sebastopol y lo que ello simboliza, y manteniendo a Ucrania a raya como aliado ante Occidente, con un margen de amortiguamiento frente a vaivenes geopolíticos y otros amagos que hagan oscilar su soporte político.

Todo ello, valorando la onda expansiva que hoy cae sobre Rusia, con sanciones en los sectores de la energía, las finanzas y los transportes, la desconexión del sistema bancario y aéreo se afianzan con el devenir de la guerra, si bien, no se ha llegado a las medidas más extremas. Se trata de coartar la vía de Rusia a los mercados de capitales europeos, al igual que comprimir su acceso a tecnologías cruciales como aparatos electrónicos e informáticos, además del impedimento a la exportación de tecnologías y equipos de renovación de refinerías de petróleo.

Asimismo, estos castigos inhabilitan a individuos en los círculos de poder, con congelación de activos o restricción de entrada a la zona de la UE, añadiéndose a las designadas contra sujetos cercanos al mandatario ruso.

Consecuentemente, Rusia no da su brazo a torcer que a los pies de sus límites fronterizos se concrete una parábola de estados que sugieran sin más, acoplarse a Occidente, prosiguiendo con la especulación de los ámbitos de influencia, porque el cerco geopolítico es una de las aprensiones que no está dispuesta a admitir de ningún modo. Por ello, la paradoja de este conflicto incandescente, no dejando a Ucrania que se aproveche de punta de lanza con miras a potenciales riesgos geopolíticos y amenazas de Occidente.

Lo cierto es, que el estrépito y la consternación de la guerra al Este de Europa que sigue escalando en agresividad y enquistándose conforme se desarrolla, en un ataque premeditado y totalmente no provocado rechazándose cualquier atisbo de diplomacia, ha desatado un torbellino de galimatías cuyas consecuencias son imprevisibles, con el recelo evidente de la inestabilidad que nos puede hacer añicos, y que de por sí está tensionada enfrentando una aparente recuperación de la crisis epidemiológica, agravará muchos de los problemas con los que ya lidiaban los gobiernos del mundo.

Finalmente, transcurridos siete interminables e inagotables días desde el primer indicio de las armas más destructoras del ejército ruso en tierras ucranianas agrietando múltiples frentes, la guerra ha cambiado para siempre la faz del Viejo Continente, vislumbrando y entreviéndose un futuro difícil de presagiar.

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