Opinión

El preludio del primer desembarco aeronaval de la historia mundial

A escasos años del centenario del ‘Desembarco de Alhucemas’ o ‘Día D’ de la Guerra del Rif, esta operación de naturaleza conjunta y expedicionaria parte de una campaña posterior más dilatada, porque se convertiría en la primera acción conjunta-combinada en la que intervenía España en las inhóspitas tierras africanas, para batirse duramente frente a un enemigo irregular y escurridizo de enorme espíritu belicoso, librando una batalla que hoy denominaríamos de contrainsurgencia

Pese a ello y a los arduos resultados en el orden político y social de su hipotético desenlace, las Fuerzas Coloniales de España en Marruecos conservaron su plena convicción en los principios de la acción conjunta, no dando el brazo a torcer en la trascendencia de la opción anfibia como factor primordial, en un escenario complejo y en buena medida inexplorado como era el litoral.

Pero, con anterioridad a los preámbulos iniciales, el máximo exponente del nacionalismo rifeño, Abd el-Krim (1883-1963), había enarbolado su hegemonía en el Rif apuntalándolo sobre fuentes gubernativas, religiosas y militares plenamente consistentes. Acomodadas sus huestes cuyo orden estiman algunos autores en 80.000 efectivos, más de 100 piezas de artillería, tres aviones, centros logísticos y una flamante red telefónica para engranar la Mahcama de Axir como eje neurálgico de su organización administrativa y militar. Podría afirmarse que su designio se sintetiza en mermar a las resistencias y agrandar sus dominios: primero, Yebala, en el grueso occidental; segundo, la expulsión de Francia del valle fértil del Uarga y granero del Rif con su empeño puesto en Fez, capital del imperio jerifiano y después, Agadir.

“Tras el colofón de Alhucemas, se vio acrecentado el maltrecho prestigio colonial y, a su vez, se robusteció el espíritu solícito de la nación, estando capacitada para satisfacer sus compromisos y viéndose dilucidado en aspirar a un puesto perdurable en el Consejo de la Sociedad de Naciones”

Es de esta manera como se desencadena el estallido del alzamiento en Yebala, Gomara y el posterior repliegue de los contingentes nativos en el área de operaciones occidental. Así, en la transición del año 1924, se dictamina la retirada de Xauen y la línea del Lau. El férreo retroceso de los puestos avanzados persistió hasta febrero de 1925, hasta alcanzarse un nuevo contexto estratégico y en el que inminentemente se vislumbra el ‘Desembarco de Alhucemas’ (9/IX/1925).

Y entretanto, el menester de reorganizar con firmeza los esfuerzos del Ejército y de la Armada en el norte de África, se evidenció en la audacia de aunar el mando de las Fuerzas Navales. Su consumación visiblemente sincronizada con la aviación terrestre y naval, resultó fructífera durante las acciones dificultosas de evacuación de los puestos del litoral de la zona suroeste de Tetuán: Uad Lau y M’Ter.

Con estas connotaciones preliminares, el 30/IV/1925, fecha en que se da luz verde a la proposición sobre el ‘Desembarco de Alhucemas’, la configuración de decisión responde a una institución vigorosamente jerarquizada al ocupar la Presidencia del Directorio Militar el mando del Ejército en África, el Alto Comisario en Marruecos y el mando de la operación en su conjunto. Indudablemente, me refiero al general Miguel Primo de Rivera y Orbaneja (1870-1930). Aunque se logró el consenso político al proceso de planeamiento, más adelante, la falta de delimitación de los niveles estratégicos y operacional serían incuestionables.

Descifrado el entorno de planeamiento, la estructura de decisión dio el visto bueno a la alternativa anfibia como recurso operativo del problema militar. Esta medida se tomó en base a los intereses nacionales y a las ideas sobre las capacidades y riesgos coligadas con esa línea de acción específica. La inseguridad se simplifica por la inquietud en la consecución del asalto anfibio en un espacio inexplorado, sin apoyo de infraestructura y con la incógnita originada en alusión a la ‘Batalla de Galípoli’ o ‘Batalla de los Dardanelos’, cuyas repercusiones hubieran sido irreparables.

Hay que recordar al respecto, que la tenacidad indígena presta a enfrentarse en Alhucemas, no lo formaba una masa de atacantes al puro estilo europeo, sino un peculiar y pertrechado contingente guerrillero con un completo dominio del terreno, inmejorable movilidad en una tierra baldía y armamento moderno. La contextura se aglutinaba en posiciones diseminadas por el interior del recodo costero, alentadas con fuego de artillería, ametralladoras e innumerables reductos en las playas de Suani, Espalmadero y Sfia, además de las desembocaduras de los ríos Guiss y Nekor.

La encrucijada sondeada en la oportunidad, unido a la capacidad de distinguir desde la mar el punto culminante de aplicación de la fuerza, más la táctica encaminada a la obtención del objetivo operacional distinguido con el centro de gravedad de un adversario que, moviéndose como pez en el agua por confines interiores, había demostrado ser inexpugnable de cuantas operaciones terrestres se habían realizado.

Comenzaba a fraguarse el paradigma de un planeamiento llamado a forjar un impulso proporcionado, aleccionado y preconcebido sobre el marco de actuación en pleno corazón rifeño: la Bahía de Alhucemas. El soporte de la estructura operativa sería aportado por la estructura orgánica más idónea para desempeñar una misión pionera: las fuerzas terrestres, navales y aéreas del norte de África.

Pero, ante todo, es pertinente señalar que la ‘Operación de Alhucemas’ desenvainó la potencialidad reservada de una organización operativa conjunta, aunque ésta se entrevió en cierta manera disminuida por una segmentación enorme del espacio de batalla, con los movimientos en profundidad del elemento terrestre francés en la zona de combates oriental.

Sin inmiscuir, que antes hubo de convenir que los Altos Comisarios de las zonas española y francesa y las dos marinas de guerra, se apoyarían mutuamente para impedir el tráfico fraudulento de subsistencias y material de guerra, despojando a los rifeños de esos recursos mediante un estrecho bloqueo.

Este matiz hay que entenderlo como determinante, pues los rifeños se apropiaban con asiduidad de abastos, vestimenta, armamento, municiones y equipos de guerra que transitaban desde la zona francesa, desde el interior de la española y fundamentalmente desde Tánger en caravanas coordinadas por los cabileños de Beni Urriagel.

De hecho, durante el curso previo al desembarco las Mehal-las Jalifianas y la policía indígena se empecinaron en frenar el contrabando, como desarticular a las cabilas satélites que permanecían a retaguardia del despliegue y, sobre todo, constituir un servicio de información apropiado.

Partiendo de la base que había estudios precedentes bastantes perfilados, la planificación cuajó más rápido de lo esperado. Inicialmente, la previsión presumía algunas tentativas de desembarque en algunos puntos de la costa para descartar cualquier sospecha de las hordas de turbantes de la zona principal. En otras palabras: después de una incursión efectiva verificada a un tiempo en dos puntos con la finalidad de descomponer al ejército cabileño, pero simultáneamente, apartados por una línea batida por la artillería del Peñón de Alhucemas.

En principio se diseñaron tres probabilidades y de ellas se resolvió acordar la solución del desembarco en las playas de Sfia, Suani y Cabo Quilates dentro de la Bahía de Alhucemas, donde dispondrían del blindaje congruente de la artillería a escasos 700 metros del litoral.

Por ende, las comprobaciones aéreas y navales desvelaron que la Bahía de Alhucemas en esta ocasión sí que estaba guarnecida a la europea. O lo que es igual, reforzada con nidos de ametralladoras, alambradas, trincheras y minas que hacían imaginar que el coste en vidas humanas resultase elevado. Amén, que investigaciones hidrográficas mostraron que el exiguo calado de la concavidad en la costa obligaba a descender poco más o menos, que a un kilómetro de las playas, lo que era suicida ante la disposición artificiosa del sistema defensivo rifeño.

Inevitablemente, se ajustaron los primeros procedimientos y se decidió por prescindir el ataque directo al interior de la Bahía, por lo que se designaron las playas de Ixdain y la Cebadilla y la zona del Morro Viejo en el extremo oeste, como operación opcional a la de Sfia. Dichos bordes rocosos y quebrados estaban mal guarnecidos y desde ellos se podría comprometer las posiciones defensivas del contendiente. Pero la idiosincrasia peñascosa de estos litorales y la estrechura de sus riberas requería que la sorpresa táctica jugara un papel indispensable.

El ardor guerrero para hacerse dueño y señor y afianzar la cabeza de playa estaba citado en estos márgenes, y una vez garantizado el éxito del desembarco se procedería a un segundo arrojo en las calas contiguas, o bien, se exprimiría el alcance inicial para progresar y amplificar la cabeza de playa como indicio para una acometida posterior hacia el interior del Rif.

Al referirme sucintamente a la Fuerza Terrestre, Aérea y Naval partícipes, hay que comenzar exponiendo que desde la máxima del planeamiento se creyó suficiente con poner en tierra un contingente aproximado de 18.000 hombres y su correspondiente ganado, engranado en una unidad tipo División a tenor de dos Brigadas Expedicionarias de Infantería procedentes de las Comandancias de Ceuta y Melilla, operando cada una con doce y once Batallones, respectivamente.

En lo que concierne a la Fuerza Aérea, aún no figuraba el Ejército del Aire, pero sí que concurrían los Servicios de Aeronáutica Militar y Naval, no siendo elevada a la categoría de Arma de Aviación dentro del Ejército hasta concluida la Guerra de África. No obstante, aunque para esta intervención en el área de Melilla se concentraban en torno a 300 aparatos de vuelo, se optó por emplear una cantidad menor y mantener en la superficie peninsular reservas que habilitaran la labor aérea el tiempo oportuno, aun si el número de aviones reunidos en el norte de África duplicaba a la suma habitual de los desplegados en la zona.

Por lo demás, la escasez de información fiable sobre el estado terrestre enemigo en las entrañas del territorio, impuso concretar un plan aéreo de reconocimiento topográfico y visual de la demarcación prevista de operaciones. Para ello, se extrajeron múltiples imágenes que conformaron la confección de diversos mapas, especialmente la franja colindante a la Bahía de Alhucemas que abarcaba 15 kilómetros hacia el interior.

Además, por su cercanía al litoral y al no poder ascender el globo lo imprescindible para la observación y posterior corrección del tiro de la artillería, se contempló que el aerostato de la aeronáutica militar quedase inmovilizado al acorazado Jaime I.

Producto de la eficacia del modelo de cooperación entre los medios aéreos y terrestres en un período en que el engarce tierra-aire difícilmente se encontraba lo adecuadamente avanzado, hay que considerarlo valioso debido al atrevimiento y entusiasmo de los pilotos y al conocimiento de la guerra de maniobra.

El protagonismo del portahidroaviones Dédalo agigantó sustancialmente la disponibilidad inmediata de los medios aéreos, convirtiéndose en un componente multiplicador y con ello, los mecanismos destinados a la vigilancia crecieron, lo que fue una pieza crucial a la hora de tomar decisiones.

Asimismo, se introdujo un novedoso nodo dentro del centro de mando y control dispuesto en el acorazado Alfonso XIII, concediendo velar con soltura los requerimientos críticos de coordinación con los dispositivos aéreos. Esto último complementó favorablemente el sistema común de información, cimentado en el cuadriculado de la zona recogido por imagen aérea y un plan de comunicaciones.

Teniendo en cuenta que desde Melilla hasta la Bahía de Alhucemas se alcanzaba un trayecto de vuelo de unos 90 kilómetros, la mitad de ellos sobre espacio enemigo, se acondicionaron los aeródromos próximos a la línea del frente de Dar Qebdani y Dar Drius que procedían con infraestructuras permanentes.

Por último, la Fuerza Naval se conjugó lustrosamente con una tarea destacada en el transbordo de los contingentes y en la práctica del plan de fuegos de preparación para el asalto, aprovisionando fuegos a las unidades de infantería desembarcadas en arreglo a los pasos dados de contrabatería terrestres del peñón y el puntal cardinal de la Fuerza Aérea.

“La tajante mutación psicológica de la milicia española que tras el descalabro digerido en el ‘Desastre de Annual’, volteó la inercia de la apatía y el estigma que profesaban hacia las tribus indomables en arrebato y deseo de revancha en el septentrión marroquí, convirtiéndolo en arma irrevocable para tornear la derrota definitiva de la sublevación bereber”

La interposición aeronaval de por sí arriesgada, se unificó con otras en varios sectores tanto españoles como franceses. Con el propósito de sortear una concentración rifeña en el objetivo, pero sobre todo imposibilitar un refuerzo repentino del ejército cabileño, se precisaron los frentes terrestres españoles del este y oeste, a la vez que se hilvanaron ejercicios demostrativos en puntos de la costa, emprendiéndose acciones terrestres francesas en los límites fronterizos entre las dos zonas del Protectorado.

A resultas de todo ello, el 26/VIII/1925, empieza en la guarnición de Ceuta las operaciones de carga en los buques de transporte, e idéntica maniobra se ejecuta en Melilla el 2 de septiembre. Pero en plena fase de embarque, un día más tarde se interpone un acometimiento rifeño sobre la posición de Cudia Tahar en el sector de Tetuán, así como en Issonal, en la zona francesa.

Para ser más preciso en lo fundamentado, el 5/IX/1925, las Fuerzas Coloniales de Ceuta abandonan el puerto rumbo a Uad Lau, para llevar a término el simulacro señalado en los planes de operaciones con el fin de enmascarar los movimientos previstos. Este convoy era custodiado por las Fuerzas Navales del norte de África y sus integrantes estaban repartidos en siete transportes. A la par, las Unidades de la Agrupación Oriental y las Harkas de Solimán el Jatabi y Moh Asmani recibieron la consigna de embarcar en río Martín, portando veinticuatro barcazas tipo K de las veintiséis que contaba, ya que la Brigada Saro entraría en acción en el primer escalón durante la ocupación.

Posteriormente, se incorporaría la Flota de Instrucción recién venida de la Península e igualmente ingresaría Primo de Rivera acompañado de su Estado Mayor.

Esa misma jornada se habría camino la columna de Melilla asistida por unidades de la marina francesa, dirigiéndose hacia Sidi Dris para perpetrar una operación de castigo y de distracción que se prolongaría hasta los días 6 y 7.

La meta principal de la actuación se sustrajo en apoderarse de una base de operaciones capaz de guarecer y permitir la maniobra a un ejército de alrededor de veinte mil hombres, desde la playa de la Cebadilla hasta Adrar-Sedum inclusive, englobando Morro Nuevo, Morro Viejo, Cala Bonita, Cala del Quemado, Buyibar, Empalmadero, Taramara, Cala del Monte Malmusi y Monte Palomas.

La impresión de hacerse con el macizo de Amekran era fruto de las operaciones impuestas por el contorno abrupto que amortiguaba el aguante indígena, haciéndolo más vigoroso en las elevaciones y baluartes montañosos, hasta conseguir cuanto antes el afianzamiento de la cabeza de playa.

A la postre, se trabajaba denodadamente para profundizar y ensanchar la cabeza de playa cuyo premio radicaba en el control absoluto del área de la Bahía de Alhucemas, como las elevaciones del Morro Viejo, Yebel Malmusi, Yebel Busiluf y Mohamed, con cotas entre los 310 y 500 metros.

En paralelo al cumplimiento de la operación establecida, el respaldo francés se dilucidaría en una colaboración conjunta en el tiempo con la llegada de avanzadillas que de sur a norte restablecieran las circunstancias en la zona francesa del Alto Uarga, e invadiendo las divisorias meridionales del Rif, aparte del apoyo directo de las fuerzas marítimas y aéreas.

Sin pretender realizar una narración pormenorizada del plan de operaciones por la extensión limitada de estas líneas que solo me permite esbozar una panorámica general, estaba comprendido en cuatro fases bien definidas. Primero y ejecutado en un único día, se desarrollarían demostraciones sincrónicas de las columnas de Ceuta y Melilla sobre Uad-Lau y Sidi-Dris.

Segundo y con cuarenta y ocho horas de plazo, ambos núcleos descenderían sucesivamente, el primero proveniente de Ceuta lo haría en la playa de la Cebadilla con la encomienda de cercar Morro Nuevo y acomodar un compacto frente defensivo; y el segundo, derivado de Melilla, que hasta entonces estaría insistiendo en la demostración frente a Sidi Dris, a su vez, se subdividía en dos, de los que el de vanguardia empleando las barcazas que la columna de Ceuta le facilitase, efectuaría demostraciones sobre los litorales emplazados a oriente de Morro Nuevo, para desembarcar en la que hallase menos resistencia, o en la misma playa de la Cebadilla, si las incidencias del momento lo sugiriesen. Toda vez, que la segunda fracción embarcaba y a modo de reserva, podía ser incrustada donde se le demandase.

Tercero, gravitaría en la gestación del siguiente avance, sin perfilar los días oportunos para reconstituir las unidades. Y cuarto, se puntearía una ofensiva definitiva con la intención de expandir y consolidar la base de operaciones al objeto de protegerse de los fuegos enemigos.

Llevadas a cabo las demostraciones anfibias frente a Uad-Lau y Sidi-Dris, a última hora del día 7, las embarcaciones que trasladaban las fuerzas se presentaron en la zona marcada. Sin embargo, las condiciones desfavorables de la mar y el ímpetu imparable de las corrientes marinas entorpecieron cualquier intento por cumplir con el horario fijado y el desembarco se pospuso hasta la mañana siguiente.

Ya con las primeras luces del día 8 se agruparon a algunas millas de la costa del Morro Nuevo las barcazas K con sus respectivos remolcadores. Para el hostigamiento de los reductos rifeños se contó con la artillería naval y terrestre, ya que desde el Peñón de Alhucemas a las piezas no les quedó otra que emplearse a fondo. Además, había que incluir el castigo infligido por las piezas navales de la escuadra española y la escuadra francesa, siguiendo un diseño de fuego que se prorrogó entre tres y cuatro horas desmantelando cualquier resquicio de refuerzo y resistencia.

Ahora, reunidas las distintas barcazas que habían de integrar la punta de lanza de los embates del desembarco, se entabla una maniobra atrevida, decidida y audaz, madurada y preconcebida para alojar a las tropas en el mismo enclave estratégico de la rebeldía cabileña y así comprimirla hasta asfixiarla.

En consecuencia, si desde tiempo inmemorial era sabido que para la pacificación del avispero marroquí hacía falta apoderarse de la Bahía de Alhucemas para, desde allí, esparcirse sobre el resto de la región, el ‘Día D’ de la Guerra del Rif representó el punto de inflexión de una época teñida de dolor, pero también, el principio del fin de una guerra que extenuó a la nación y selló de manera imborrable a numerosas generaciones.

En la combatividad aérea hubieron de coordinarse brillantemente las aeronaves de la Aviación Militar y la Aeronáutica Naval Española y la Aeronavale Francesa, junto con la escuadra combinada hispano-gala para sostener la penetración de las tropas hispanas, la consolidación de las playas y la progresión hasta Axdir, centro sumamente importante y decisivo de la perturbación del caudillo rifeño.

Gracias a esta acción militar sin parangón, vino la paz y con ella quedaron abortadas las enmarañadas tensiones sociales y políticas que la conflagración había impulsado. Al mismo tiempo, desapareció la hemorragia de hombres al que el pueblo llano le tocaba poner la cuota de sangre y parte de la emigración movida por ella, más el ahorro de dinero que pudo ser dedicado exclusivamente a inversiones públicas.

Sin soslayarse, que este acontecimiento predispuso la institucionalización del régimen con el segundo mandato de Primo de Rivera, dando cabida al directorio civil de signo tecnócrata y con ello se abordaron reformas postergadas. Como es ostensible, tras el colofón de Alhucemas se vio acrecentado el maltrecho prestigio colonial y, a su vez, se robusteció el espíritu solícito de la nación, estando capacitada para satisfacer sus compromisos y viéndose dilucidado en aspirar a un puesto perdurable en el Consejo de la Sociedad de Naciones y en solventar el asunto de Tánger.

Y es que, la intensificación espectacular de la competencia, eficiencia y positivismo de los miembros de las Fuerzas Coloniales de España en Marruecos le permitió asumir un objetivo rotundo, sin que su asechanza se avistara reprimida por el influjo político de turno, por otro lado, proclive a seguir la corriente con la rebelión, aunque comparablemente se indagase una salida política.

Finalmente, la tajante mutación psicológica de la milicia española que tras el descalabro digerido en el ‘Desastre de Annual’, volteó la inercia de la apatía y el estigma que profesaban hacia las tribus indomables en arrebato y deseo de revancha en el septentrión marroquí, convirtiéndolo en arma irrevocable para tornear la derrota definitiva de la sublevación bereber.

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