La Audiencia Nacional ha dado luz verde a que se retomen desde este jueves las devoluciones de menores marroquíes que entraron en Ceuta en mayo pasado, animados por el Gobierno de Rabat.
La Sala de lo Contencioso de la Audiencia Nacional se declaró competente para estudiar el recurso interpuesto por la Red Española de Inmigración y Ayuda al Refugiado, que consideró que la instrucción enviada por el Ministerio del Interior a la Delegación del Gobierno para que procediera a la devolución de los menores marroquíes varados en Ceuta viola los derechos de los niños.
Sin embargo, la instrucción que salió de la Secretaría de Estado de Seguridad, del Ministerio de Fernando Grande Marlaska, es más simple que pestañear: sólo indica que hay que proceder a devolver a los niños “respetando sus intereses y derechos”.
La Audiencia afea que esa instrucción no esté más fundamentada, pero en esencia es ajustada a Derecho. De hecho, lo que le viene a decir la Sala de lo Contencioso a la ONG es que no es contra Marlaska contra quien tiene que ir.
Si las devoluciones presuntamente se han hecho sin el informe preceptivo de Fiscalía que se necesita para llevarlas a cabo, no ha sido por orientación de Madrid sino por desliz de quien la ejecuta, en este caso, la Delegación del Gobierno en Ceuta. Blanco y en botella.
Así que si la ONG quiere paralizar el proceso deberá demandar al organismo pertinente. Y en esto, sinceramente, creo que ha fallado el olfato de quien se querelló. Han subestimado a Marlaska. Se les olvida que es juez y que, por defecto, trabaja apegado a la ley. ¿A alguien se le ocurrió que el ministro podía enviar por escrito una instrucción para sacar a los niños de Ceuta cuanto antes, sin atender a la norma?
No es sólo mérito de Marlaska. ¿A quién se le ocurre que después de que estallara el tema de las cloacas del poder en el Ministerio del Interior se le iba a pasar por la cabeza a alguien actuar sin ajustarse a la ley teniendo como tienen la lupa encima?
Evidentemente, la Delegación del Gobierno de Ceuta ya está alertada y sabe lo que tiene que hacer, porque como dijimos hace unos días, el proceso no es sencillo, pero tampoco es imposible cumplir con los requisitos legales para que los niños vuelvan a sus casas o sean acogidos en una institución dedicada a su tutela.
Lo realmente importante es poner en valor el tratado de 2007 que ahorrará mucho sufrimiento a los niños, que dejan a las familias atrás, asumiendo responsabilidades que no les corresponden como menores de edad que son.
No sé hasta qué punto es fiable la cifra de menores extranjeros no acompañados que entran cada año en España. No me dejan tranquila ni siquiera los niños que arriban a nuestro país animados por sus familiares lejanos. Esos tienen un techo donde vivir, pero no escapan al sufrimiento que entraña ser emigrante.
Qué decir del resto: al cumplir los 18 están básicamente condenados a la calle, a la pobreza y a la soledad. El daño psicológico que se está causando a una generación completa de marroquíes es irreversible.
Nadie vuelve a tener una vida normal después de haber dormido durante días o semanas, a la intemperie, en las escolleras de un puerto. Esa pena le perseguirá toda su vida. Ahora parece que no pasa nada, pero cuando esos sentimientos arraiguen, la tristeza y el miedo llegarán.
¿Es eso lo que queremos para los niños? Lo que no queremos para los nuestros no podemos quererlo para los de otros. Es verdad que muchos de los menores que emigran reciben en España una Educación que no se pueden permitir en Marruecos. Pero los niños con quienes mejor están es con sus familias. No hay nada como crecer en una zona de confort, por muy disfuncional que sea esa zona.
Básicamente, en los países pobres lo normal es la disfuncionalidad. Por tanto se vive el trauma de ser hijo de madre soltera y, por tanto, ser pobre desde la cuna, compartido con la comunidad.
Otra cosa son los niños huérfanos. Por muy severas que sean las instituciones en España que, por cierto, tienen fama de serlo, no quiero ni imaginarme lo que se puede llegar a vivir en un orfanato marroquí. De ahí la importancia de poner en valor el Tratado de repatriación de menores de 2007, que asegura inversiones sociales y económicas en las zonas de las que vienen los niños.
Nos guste o no, la inmigración se ha desbocado desde la crisis de 2008, que recortó a lo bestia la ayuda a la cooperación al desarrollo. No es que antes del boom del ladrillo no hubiera inmigración. Siempre la ha habido. Desde los siglos de los siglos. Pero es normal que la gente deje atrás una tierra donde no tiene qué comer. Es cuestión de supervivencia. Es legítimo.
Por eso es tan importante que la comunidad internacional se vuelque en acabar con el avispero del Sahel y con el terrorismo en esa zona. Ahora mismo, tras la crisis de la pandemia del coronavirus, ningún estado Occidental está en condiciones de pagar una guerra que no es suya. Seguimos sin entender que todas las guerras son nuestras. Lo que pasa en el Sahel, también nos afecta a nosotros.
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