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Política de hechos consumados

EL Príncipe de Asturias ha presidido por primera vez los actos del Día de la Hispanidad. Los problemas de salud del Rey obligaron a don Felipe a dar un paso al frente. Ayer no fue la primera vez que el heredero sustituía al monarca en un acto público o institucional, pero sí ha sido en el que ha quedado más patente la ausencia de don Juan Carlos y en el que mejor constancia ha dejado don Felipe de que está preparado para ocupar el puesto de su padre al frente de la Jefatura del Estado.
Los rumores que se escucharon hace unas semanas sobre una posible abdicación del Rey han quedado acallados de momento. No se habla de ‘transición’ formal en la Casa Real, pero los hechos, la salud de don Juan Carlos y circunstancias están haciendo que cada vez el Príncipe adquiera mayor protagonismo como máximo representante del Estado.
Así ocurrió ayer. Y lo más destacado es que, como no podía ser de otro modo, los hechos se sucedieron con normalidad y sin ningún sobresalto porque el Príncipe se viene preparando desde casi su nacimiento para suceder a su padre.
Además, don Felipe no se limitó a sustituir a don Juan Carlos en la tribuna para ver desfilar a las distintas unidades del Ejército. También fue el transmisor de un mensaje de calado político del monarca, unas palabras que probablemente contaban con aportaciones del propio Príncipe. De hecho, no pasó desapercibido para los periodistas presentes durante su lectura en el Palacio Real que en los papeles donde estaba escrito el discurso se podían ver algunas notas manuscritas.
Ante todos estos indicios, señales y evidencias da la sensación de que la Casa Real ha optado por una política de hechos consumados: El Rey no abandona la Jefatura del Estado, pero el Príncipe asume un protagonismo cada vez mayor y de forma más acelerada.
Aunque la monarquía no atraviesa por sus mejores momentos en España, el patente aumento del peso y presencia de don Felipe no es una decisión política. Pesán más las leyes naturales, que marcan unos ritmos inapelables que en este caso parece ir en consonancia con el tiempo político. Ambos relojes marcan al unísono la misma hora, lo que siempre es bueno tanto para el que espera para subirse al autobús como para el que debe bajarse porque ha llegado al final de su viaje.

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