Esta semana, una parte de la historia de Clece en Melilla cumple 33 años. Hace ya casi siete lustros, en abril de 1990, 55 trabajadores y trabajadoras del servicio de limpieza del recién inaugurado Hospital Comarcal comenzaron un largo camino que ha llevado a la empresa a consolidarse no sólo como una referencia en la prestación de servicios para la ciudadanía melillense, sino también como una gran familia de profunda vocación social.
Lo que empezó siendo un pequeño proyecto ilusionante, alcanza hoy cotas inimaginables hace 30 años: 1.000 trabajadores/as en nómina en sus diferentes servicios, y una “casa” en la que se han entretejido miles de historias y vidas de personas, creciendo unidas bajo el espíritu de Clece.
Algunas de esas vidas de dedicación, como la de Pilar, han transcurrido a través de algunos de los episodios más desafiantes de nuestra historia reciente, convirtiéndose en pruebas vivientes de lo que las personas pueden lograr cuando trabajan juntas.
Pilar, ya jubilada, es una mujer luchadora que formó parte de la plantilla originaria del servicio de limpieza de Clece en aquel flamante Hospital Comarcal de 1990. “Fichada” por el equipo que montaba este nuevo servicio, y con apenas un año de experiencia como encargada de limpieza del antiguo Hospital de la Cruz Roja, Pilar recuerda cómo tuvieron que ir “inventado y organizando” absolutamente todo lo que hoy damos por sentado: los protocolos, la uniformidad, la logística y hasta la maquinaria destinada a cada tarea; “todo estaba por hacer, al principio ni siquiera teníamos uniformes”, recuerda con nostalgia.
“Quién me iba a decir a mí, aquel 9 de abril, cuando estábamos en la puerta esperando el traslado de los pacientes del Hospital Militar y de la Cruz Roja, que en ese trabajo iba a encontrar una familia”, reflexiona Pilar, quien también destaca el espíritu de colaboración reinante entre el equipo ante la tarea mayúscula que suponía afrontar un gran servicio como el del Comarcal; “casi no hacía falta que nadie nos dirigiera, y había mucha ilusión, mucha entrega; por ejemplo, recuerdo que un sábado noche hubo un incendio en un almacén del Hospital, y aunque había mucha gente de descanso, se corrió la voz y los/as empleados/as vinieron a ayudar sin que nadie los llamara, fue increíble”.
Pilar, como muchos otros melillenses que vivieron y trabajaron en la ciudad a finales de los 90, tuvo que afrontar uno de los años más aciagos de nuestra historia reciente: entre noviembre de 1997 y septiembre de 1998, se produjeron en Melilla la rotura del depósito de agua y el accidente del Vuelo 4101 de PauknAir.
Estas dos catástrofes pusieron en jaque tanto a los servicios sanitarios como a todo el personal auxiliar, incluidos Pilar y su plantilla de limpieza. De esta época, Pilar -quien también pagó un elevadísimo precio personal- destaca el compromiso de la plantilla: “Cuando se rompió el depósito de agua, todo el mundo estuvo a una; no había limpiadoras, médicos o enfermeras, todo el mundo estaba disponible para coger una camilla, y cuando ocurrió lo del avión, fuimos nosotros los que montamos toda la logística de limpieza en la lonja antigua, estábamos a las duras y a las maduras”.
Pilar también recordó cómo Clece se volcó con la ciudadanía melillense, especialmente tras el episodio del depósito, “la empresa innovó mucho, y pusieron muchos recursos a disposición de la ciudad sin coste adicional. Recuerdo que Clece trajo varios camiones para desatascar las tuberías que habían quedado colapsadas por la riada, y fuimos los primeros en traer unas cámaras especiales que permitían inspeccionar el estado de las tuberías por dentro”.
Aunque estas situaciones pasaron una innegable factura emocional tanto a Pilar como al resto de la plantilla, el balance de esos años es positivo gracias, principalmente, al gran ambiente reinante en el servicio.
“De Clece me he llevado muchas cosas buenas, conservo mis amistades, muchas de mis chicas todavía trabajan allí y me llaman, se interesan por cómo estoy y nos acordamos de todo lo que hemos vivido”, concluye, no sin antes mostrar orgullosa la carta de despedida que le dedicaron en su jubilación, “la tendré siempre colgada en la pared”.
Tras su jubilación, el puesto de Pilar fue ocupado por Ana María, y posteriormente por Maruja, quien actualmente está al frente del servicio. Maruja y Carmen Teresa son las dos únicas trabajadoras que aguantan al pie del cañón tras estos 33 años en el Hospital y pueden hablar con criterio de la evolución del servicio.
“Mira si han cambiado las cosas, que aquí hemos pasado de echarnos al suelo para abrillantarlo a contar con maquinaria de última generación”, afirman.
Ambas coinciden en destacar que las labores del servicio de limpieza de un hospital son complejas, porque “se trata de desinfectar y no se pueden cometer errores”. Según señalan, la gran exposición de Melilla a enfermedades infecciosas que son raras en otros lugares de España, como ocurre con la Tuberculosis, la Meningitis, el SARS o, en su momento, el Ébola o la Gripe A, ha llevado al personal de limpieza a estar muy acostumbrado y formado para afrontar los riesgos de entornos infecciosos, lo que ha terminado siendo una ventaja llegado el momento de superar el gran reto de la pandemia por la Covid-19.
Sobre esta cuestión, las trabajadoras recuerdan que “la enfermedad impuso muchísimo respeto, pero más por la incertidumbre que por el miedo, puesto que estamos muy acostumbradas a trabajar en entornos infecciosos”. En medio de este escenario a veces desolador, surgieron entre el personal historias de valentía y compromiso, como la de varias compañeras que decidieron permanecer fijas en Urgencias y en las plantas Covid, rechazando rotaciones porque “ellas estaban muy seguras de saber protegerse, de manejar a la perfección los EPIs del coronavirus, y no querían exponer a otras compañeras.
Prefirieron asumir el peligro ellas solas y no enfermaron”. También recuerdan con cariño cómo la plantilla de limpieza despidió a una compañera entre aplausos, haciéndole un pasillo, después de haber superado los peores momentos de la enfermedad. “Esto lo hacíamos también, junto con el personal sanitario, para despedir a aquellos pacientes que, tras haber estado muy enfermos, eran dados de alta”.
El trabajo diario del equipo durante más de dos años de pandemia, sumado a estas muestras excepcionales de compromiso y humanidad, ha dado sus frutos. El personal ha recibido decenas de cartas de agradecimiento y ha vivido momentos entrañables, “como cuando la Guardia Civil nos traía pizzas para agradecernos el trabajo durante lo peor del confinamiento”.
Carmen Teresa, que también es la empleada que más años lleva trabajando para Clece en Melilla, insiste en el espíritu social y humano de la empresa, y cómo entre todos consiguieron formar una gran familia; “puede que ahora que hay más gente nueva esto se vaya perdiendo, pero es ley de vida. Hay que dejar en manos de las nuevas incorporaciones el garantizar la supervivencia de esta manera única de entender el trabajo y el servicio a los demás”, reflexiona.
Entre estas nuevas incorporaciones a la plantilla se encuentran trabajadores y trabajadoras que llevan “sólo” unos pocos años trabajando, aunque todos destacan la gran suerte de contar con un trabajo estable en el que poder crecer. Una de estas nuevas incorporaciones nos cuenta cómo entró en el servicio, “pasé de cubrir vacaciones de manera esporádica a que me acabaran llamando para una jubilación. Clece se acordó de mí y me vine sin pensarlo, con los ojos cerrados”.
El Hospital Comarcal, en el que se han entretejido todas estas historias, se enfrenta ahora a los inevitables vientos de cambio que soplan desde las obras del nuevo Hospital Universitario, pero la plantilla no es ajena a los retos. Como sentencia Carmen Teresa, “aquí seguimos, así que mal no lo habremos hecho”.
Como señala el delegado de Clece, Cristóbal Sánchez, los grandes esfuerzos llevados a cabo durante estos últimos años han permitido mantener la excelencia de los servicios pese a los cambios en el panorama económico y legislativo, pero que no son totalmente inmunes a la “tormenta perfecta” que está atravesando el tejido empresarial español. Los estragos de la pandemia, una inflación disparada o el aumento en las bases máximas de cotización son solo algunos de los factores que amenazan a las empresas, independientemente de su tamaño.
A todos estos factores exógenos, señala el delegado de Clece, “las empresas que gestionamos servicios públicos esenciales tenemos que afrontar desafíos añadidos”, como los derivados de la Ley de Contratos del Sector Público y de la Ley de Desindexación, “ya que se nos obliga por Ley a asumir los sobrecostes derivados de cualquier imprevisto que surja desde la firma del contrato con la Administración hasta la finalización del mismo, sin repercutírselos a nadie. Las empresas somos parte de la vida diaria de la ciudadanía, y desarrollamos labores vitales, tanto en materia de servicios como a nivel social, que no deberían estar sometidas a este nivel incertidumbre”, concluye el delegado.
Finalmente, Cristóbal Sánchez ha querido hacer una mención especial a su equipo de trabajadores y trabajadoras por su compromiso, iniciativa, dedicación y proactividad diaria, puesto que gracias a ellos/as ha sido y es posible continuar prestando un servicio de calidad. Además, destaca que el objetivo de la limpieza del Hospital Comarcal no se basa sólo en que la ciudadanía pueda hacer uso de sus instalaciones con un óptimo grado de limpieza, sino hacerlo de forma responsable, utilizando productos y técnicas respetuosas con el medio ambiente y, sobre todo, fomentando la integración laboral de personas de colectivos vulnerables en todos los servicios que prestamos.
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