Pegados a Nador

Melilla es una de las ciudades españolas con más detenciones de yihadistas. La cosa parecía calmada, en comparación con lo que pasaba aquí en 2014 y 2015, cuando las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad realizaron al menos siete operaciones policiales en La Cañada, Reina Regente o el Rastro y hasta llegó a hablarse de cierto grado de ensañamiento con una determinada cultura de esta ciudad. Cuando creíamos que todo había acabado, volvemos a revivir la experiencia en el Tiro Nacional.

No es casual que los terroristas o los pichones de terroristas o los aspirantes a terroristas o como se les quiera llamar vivan en determinadas zonas de Melilla y no en otras. Seamos francos, el yihadismo florece en Occidente allí donde la marginalidad se lo permite. No digo que no pueda aparecer en otras partes, pero lo que sí digo es que, como el coronavirus, cala donde la pobreza campa a sus anchas.

Me comentaba hace un tiempo un abogado del turno de oficio de la Audiencia Nacional, que a la fuerza se ha convertido en defensor de yihadistas, que por norma general, hay un porcentaje de ingenuidad en los detenidos por yihadismo menos radicalizados. En su opinión, muchos no son conscientes de que compartir propaganda de Daesh entre amigos o con desconocidos por WhastApp, Telegram o Facebook está tipificado como delito de integración y colaboración en organización terrorista; que hablar sobre ello es considerado adoctrinamiento y que bajarse manuales, libros o artículos de temática radical y de adiestramiento es también un delito de terrorismo.

Puede que nos falte pedagogía al respecto, pero lo que es evidente es que a ese segmento de seudoterroristas ingenuos, como mínimo, les falta educación y lo que es peor, sentido común.

Hay quien cree que no es para tanto, que se exagera al meter en la cárcel a alguien que sólo ve vídeos de cómo decapitan a éste o aquel, pero se equivocan. Se empieza viendo publicidad de Coca Cola y al final uno termina comprándola en el súpermercado.

Que los detengan sólo por consumir y compartir vídeos y propaganda yihadista es, por decirlo de alguna manera, tranquilizante. Eso demuestra que las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, las mismas que echamos de menos cuando nos roban el bolso en la calle, sí están pendientes de este fenómeno que no nos es ajeno. Nuestra Policía y nuestra Guardia Civil son capaces, y lo han demostrado, de desarticular células o movimientos en estado muy embrionario. Pero sabemos que no siempre ha sido así. Y no podemos ignorar el riesgo que representan los radicales para la convivencia y la paz en Occidente y especialmente en esta Melilla nuestra que en estos momentos atraviesa sus horas más bajas.

Desgraciadamente, hace unos años aquí caló la doctrina de Daesh. El ISIS se le metió dentro a muchos jóvenes con su publicidad engañosa. Les vendía una vida futura en una tierra prometida, más cerca de Dios sin llamar las cosas por su nombre: se referían a Siria, Malí o vaya usted a saber. Y uno se pregunta, ¿cómo puede querer un joven educado en Occidente, por muy tercermundista que sea su barrio, aspirar ir a pasar trabajo a Alepo o a y querer asumir la Sharía como Carta Magna?

Es difícil de entender el fanatismo. Pero todos hemos visto lo que ha pasado en París. Sabemos cuánto dolor deja a su pasado y también hemos visto casi en directo que el fundamentalismo no conoce la palabra misericordia.

Sólo nos faltaba a los melillenses, con lo mala que está la cosa en esta ciudad, convertirnos ahora, de nuevo, en un avispero yihadista. ¿Por qué ahora, que apenas vemos ya en la tele noticias de las organizaciones Estado Islámico, Al Qaeda o Al Shabab?

Porque ese silencio, obviamente, no significa que hayan desaparecido. Y a las pruebas nos remitimos. El radicalismo no ha muerto.

La guerra en Siria no ha terminado aunque ya no se hable de ella. Tampoco se dice nada de la hambruna que recorre el país, sacudido por una crisis económica brutal. Eso significa que quienes no han podido salir de allí han tenido que hacer frente a la devaluación del 78% de su moneda, la lira siria. Eso significa también que los que aguantaron hasta ahora, tarde o temprano huirán y recalarán en nuestro Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes. Y eso significa, por último, que nuestro servicio de Inteligencia deberá estar más alerta que nunca porque nuestra ubicación estratégica en el norte de África, junto al paso fronterizo más importante del continente, nos hace especialmente vulnerables o lo que es lo mismo: somos atractivos para los captadores de combatientes. Porque de algún lado salen las balas en Siria, no nos quepan dudas. Alguien tiene que disparar las armas. Alguien las sigue vendiendo y alguien las sigue comprando. La guerra, como el narcotráfico, es un negocio. Tenemos que impedir, como sea, que los que sostengan esos fusiles salgan o sean reclutados en Melilla.

Que las cosas no iban bien por el Tiro Nacional, lo sabemos desde hace tiempo. No es normal, por más que lo parezca, que en un barrio apedreen a la Policía o a la COA; o que le disparen un perdigonazo a una profesora que camina por la acera. Por tanto no nos extraña que sea en ese ambiente donde haya florecido la afición a la propaganda yihadista.

Hemos descuidado determinadas zonas de Melilla que se han convertido en territorio comanche. No creo, ni mucho menos, que tengamos que hacer como Marruecos, que en su excesivo celo, organiza una redada antiyihidista al mes. Es su cupo. Todos los meses nos enteramos de una detención y leer este tipo de noticias habitualmente te lleva a cuestionarte si es teatro o de verdad el país vecino está minado de terroristas. ¿Y si lo está, eso se pega? No olvidemos que estamos pegados a Nador.

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