El tren salía finalmente con una hora de retraso. Un pasajero sentado al final del vagón, observa como otro pasajero sentado al principio del mismo se levanta y comienza a dar empujones en la pared del vagón. Pasados unos minutos, se levanta el observador y dirigiéndose al pasajero que estaba empujando le dice: “¡Disculpe mi curiosidad! ¿Le ocurre algo? ¿Por qué está usted empujando la pared?”. Éste lo mira con cara de asombro y le responde: “¿Acaso no sabe que hemos salido con una hora de retraso? ¡Intento hacer que lleguemos antes!”.
Parece ser que este señor no tenía interiorizada una lección de vida fundamental para el ser humano la cual no es otra que la de que no todo depende de nosotros y que por más esfuerzo que invirtamos en ciertas cosas, nada alterará el resultado final ya que no es de nosotros ni de nuestra voluntad y esfuerzos de quien o de que depende. El tren, por más empujones que le demos llegará a su hora prevista, aunque sea con retraso, no conseguiremos hacer que llegue antes.
En política es muy común y está totalmente normalizado el escuchar promesas a futuro de cambio y mejoras propuestas por quienes ostentan gobernar. Hasta aquí, todo bien, buenas intenciones de mejora para la sociedad y los ciudadanos, propuestas para conseguir una sociedad más justa etc. Pero, ¿qué pasa entonces con aquellas promesas que no llegan a cumplirse nunca? En un principio había interés y voluntad y seguro de ello estoy que en muchos de los casos incluso esfuerzos, negociaciones y otras acciones se llevan a la práctica para dar cumplimiento a dichas promesas, simplemente que al final y después de todo, no se consiguen materializar. El resultado final nunca dependió de nosotros, el esfuerzo y la voluntad puestas en ello sí. Empujar el vagón no nos hace llegar antes. Lo sabemos, seguro que con dedicar tan solo unos minutos de introspección podemos llegar a la conclusión de que así es, aún así, seguimos actuando como si todo, absolutamente todo dependiera de nosotros y lo tuviéramos bajo control. Conversando con un amigo hace unos días sobre política (créanme que se puede hablar de política sin discutir, aunque no todo el mundo tenga esta capacidad), me comentaba este sentir suyo y por supuesto de muchas más personas, sobre las promesas incumplidas. Él sostenía que la clase política solo prometía para llegar al poder y una vez instalado en él, ya se olvidaba todo lo prometido. Yo le expuse mi opinión, por supuesto, muy personal, y le decía que en muchas ocasiones no es tan fácil hacer realidad una idea o un proyecto y no por falta de voluntad, sino por otros muchos factores que se escapan de nuestro control. Por ello le dije que el problema no es la promesa en sí, de hecho es de obligado cumplimiento el que hayan promesas, propuestas y proyectos de futuro, eso sí, con un pequeño matiz. ¿Cuál? “¡Prometo ‘intentar’ con todas mis fuerzas y hasta donde estas alcancen el hacer tal o cual cosa!”. Como ven, estoy rompiendo una lanza a favor de la clase política e intentando desterrar el ‘piensa mal y acertarás’. El matiz ‘intentar’ lo cambia todo. Si hay algo que he aprendido a lo largo de mi vida, y creo tenerlo bastante interiorizado, es este concepto precisamente, el de saber que no todo de mí depende y que en la vida existen fluctuaciones, es decir cambios, algunos de ellos, en la mayoría de los casos diría yo, inesperados. Bien sea que hablemos de salud, lo cual desgraciadamente he podido comprobar en primera persona en estos dos últimos años, o que lo hagamos del ámbito laboral, etc. Fluctuaciones, recuerden esta palabra. No somos dueños de nuestro destino, menos aún del de los demás como para poder hacer promesas con total seguridad de cumplirlas, pero sí que podemos ser dueños de nuestros sueños, de nuestras aspiraciones y voluntad para llevarlos a cabo. Somos dueños de decidir que queremos intentar cambiar nuestra sociedad mediante nuestra implicación en ella, mediante nuestro compromiso y esfuerzo. Por todo esto, también podemos prometer, eso sí, prometer intentar, puesto que más allá de ello difícilmente podremos asegurar. Sé que es una visión política quizás algo inusual y a la que estemos poco acostumbrados, pero es la mía y probablemente más o menos compartida por los demás, igual creo merece también ser respetada y hasta quizás y con mucho atrevimiento lo digo, tenida en cuenta. Con esto podemos hacer que la política sea lo que realmente es. A mí me gusta definirla como el arte de facilitarle a la gente la vida, una definición tan simple y tan sencilla que probablemente por ello sea tan pasada por alto, pero es justamente esta la finalidad de la política, arreglar, construir, dar esperanza y cualquier otra acepción del estilo que se nos pueda ocurrir.
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