Opinión

La parodia del cambio por la fuerza del mapa de Europa

La mutilación terrestre de Ucrania tras la anexión por Rusia de las zonas ocupadas, incrusta una nueva escalada a un conflicto bélico que se perpetúa más de siete meses y que ha inducido a una crisis mundial de gran escala, cuyos efectos todavía son complejos de exponer.

Entretanto, se ha llevado a término la incorporación de las cuatro regiones orientales de Ucrania tomadas tras la invasión de este país el pasado 24/II/2022. La farsa de referéndums celebrados en estas demarcaciones ha facilitado al Kremlin la evasiva para esa anexión, al igual que se produjo con la península de Crimea en 2014. Lo cierto es, que si nadie repone este movimiento en falso, la Federación de Rusia es más grande geográficamente y rica, dados los recursos naturales de la zona.

El único inconveniente es la guerra y Rusia ni mucho menos la tiene afianzada. Ello lo confirma la ofensiva ucraniana sobre la ciudad de Limán, una intersección ferroviaria esencial en Donetsk. Si bien, un triunfo irrevocable de las fuerzas de Kiev podría alojar la onda expansiva al mismo corazón de los territorios ahora anexionados por Moscú y echarle al traste la euforia al Kremlin.

Y es que, el recinto escogido para escenificar esta ampliación territorial no ha sido imprevisible: el Salón de San Jorge del Gran Palacio del Kremlin, foco de la antigua Rusia zarista, Vladímir Putin (1952-69 años) ha estampado los tratados de anexión. “Es el deseo de millones de ciudadanos. Y es su derecho”, ha declarado literalmente donde hace ocho años se rubricó la anexión de Crimea.

A pesar del facto en el anuncio metódico, ha instado en que no está en su voluntad el regreso de la Unión Soviética. No obstante, ha añadido que “no hay nada más fuerte que la voluntad de esta gente de volver a sus raíces históricas”.

El mandatario ruso subrayó un tétrico discurso antioccidental, posiblemente, el más severo que en ningún tiempo antes haya difundido contra Estados Unidos y sus aliados, a quienes culpó de continuar ejerciendo el colonialismo. Aludió que en el ayer fueron Estados “esclavistas entregados a la rapiña”. Al igual que dijo: “Ellos deciden qué países son civilizados y cuáles no; quién tiene derecho a la autodeterminación y quien no”. Todo ello, en referencia a que a Kosovo sí que se le concedió tal derecho, pero no a los cuatro territorios ucranianos recientemente incorporados.

Mismamente, extrajo del baúl de los recuerdos que Estados Unidos se convirtió en el primer actor del planeta en recurrir taxativamente a las armas nucleares, lo que sentó un precedente. Sacó a colación las atrocidades en escenarios puntuales como Corea, Vietnam, Afganistán, Irak o Libia. Una vez más recriminó la expansión de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), la presencia de bases americanas extendidas por todo el mundo y las coaliciones que está entrelazando en Oriente con Australia, Japón, India y Taiwán.

“Dirigentes europeos y aliados deslegitiman la anexión a Rusia de los territorios ocupados en Ucrania que representan el expolio del 15%, y que le valdrá a Putin para compensar el chantaje de la guerra nuclear que la cronifica y hace ahuyentar cualquier atisbo de paz”

Putin no titubeó en insinuar al pie de la letra que “las élites occidentales están levantadas contra Rusia. Son un desafío para todos, una negación completa del hombre, el derrocamiento de la fe y los valores tradicionales. La supresión de la libertad está adquiriendo las características de satanismo absoluto. Nuestra lucha es por una Rusia histórica más grande”.

Además, abogó por “proteger la libertad” de cara a quienes reclaman la “soberanía mundial” y se desenvuelven con “doble rasero”. “Occidente habla de un orden internacional basado en reglas, pero ¿de dónde vienen estas reglas?”, se interpeló en medio de prolongados aplausos.

A su entender, “no nos ven como una sociedad libre”, sino como “una multitud de esclavos”. Los “avariciosos” gobiernos occidentales, advirtió, intervienen únicamente en beneficio propio. “Ellos no necesitan a Rusia, nosotros sí defenderemos nuestra tierra con todas nuestras fuerzas y todos nuestros medios”. A este tenor, responsabilizó a los “anglosajones” de los sabotajes causados en los gaseoductos Nord Stream con los que “han comenzado a destruir la infraestructura energética europea. Todo el mundo tiene claro quién se beneficia de esto”.

En alusión a los refrendos consumados en las cuatro regiones ucranianas anexionadas, aseguró que “han expresado la voluntad de millones de personas. Es su derecho recogido en la Carta de la Organización de las Naciones Unidas. Se han pronunciado por restaurar nuestra unidad histórica”, agregó, antes de avalar que los vecinos de dichos territorios “serán siempre ciudadanos rusos”.

En la misma línea, tras tachar una vez más a Kiev de incurrir en un “genocidio” en el Donbass desde 2014, insistió al Gobierno ucraniano en “cesar inmediatamente las hostilidades y regresar a la mesa de la negociación”. Eso sí, dejó perfectamente manifiesto que las decisiones tomadas sobre las últimas anexiones, incluyendo la de Crimea en 2014, son “inamovibles”.

Con las últimas anexiones se abre otra escalada incierta del conflicto, como ha recalcado el Secretario General de las Naciones Unidas, António Guterres de Oliveira (1949-73 años): “Cualquier anexión del territorio de un Estado por otro Estado como resultado de la amenaza o el uso de la fuerza, es una violación de los Principios de la Carta de las Naciones Unidas y el Derecho Internacional”.

Según los analistas y especialistas en la materia, la adhesión de estas tierras ocupadas ilegítimamente por el ejército ruso obligará la revisión de la Constitución, ya reformada hace dos años en un cuestionado referéndum para que Putin pudiese perpetuarse en el poder hasta el año 2036.

Por aquel entonces, se implantó una cláusula que impide al Jefe de Estado ceder a otro país espacios que atañan a la Federación de Rusia. La anexión establecida en el Kremlin impondrá retocar el Artículo 65 de la Carta Magna, que comprende 85 entes federales que ahora pasarán a constituir 89. Los prorrusos de Lugansk y Donetsk pretenden mantener su estatus de república, lo que les asemejaría con las otras veintidós repúblicas actuales.

Este órdago ruso trasluce el hipotético manejo de armas nucleares tácticas. Una vez que la Duma de luz verde a la acogida de Donetsk, Lugansk, Zaporiyia y Jersón, el Kremlin podría valerse de este tipo de armamento para afianzar la nueva integridad territorial. La contraofensiva ucraniana podría ser el alegato para un golpe de efecto en la mesa de resultados calamitosos. Las anexiones pueden ser contempladas como un modus operandi para franquear las falsas apariencias del conflicto y una manera de que confunda una medida de éxito.

No cabe duda, que Putin quiere liquidar cuanto antes una guerra complicadísima con márgenes territoriales en algunas de las franjas más industriales y con recursos naturales de Ucrania que, por lo demás, puedan valer de cortafuegos para la seguridad de Rusia. Principalmente, con la posibilidad de que valorando una tregua, el resto de Ucrania se transforme en un satélite improvisado de la OTAN sin ser parte de ésta. Algo así como una imponente base militar a las puertas de Rusia, inexcusablemente, lo que quería eludir al iniciar su incursión.


Pero la pugna no está rematada: el ejército ruso ha de hacerse con la región de Donetsk y aún existe un extenso espacio bajo el paraguas ucraniano. A día de hoy, Rusia sujeta más del 60% de Donetsk que, junto a Lugansk acomoda el denominado territorio del Donbass. El pronunciamiento de esta superficie en 2014 contra la autoridad de Kiev llevó a la belicosidad rusa y en febrero a la invasión que prosiguió en dirección suroeste hasta articular estos territorios con Crimea.

Con lo cual, apurar la toma del Donbass puede ser ardua, más aún después de la contraofensiva desbocada en el nordeste y que ha concedido a Ucrania reconquistar la zona de Járkov e Izium, porque las tropas ucranianas han puesto todo su ahínco sobre Limán, al objeto de cercar a las fuerzas rusas situadas en Donetsk.

La aspiración es abrir un pequeño resquicio en esa media luna de regiones asediadas por Rusia en el este de Ucrania y que significa poco más o menos, que el 20%. El Instituto para el Estudio de la Guerra, o séase, el Institute for Study of War, uno de los principales grupos de expertos que estudian las pormenorizaciones belicosas de Ucrania, ha sido concluyente: la convulsión de Limán “tendría graves consecuencias para la agrupación militar rusa desplegada en el norte de Donetsk y el oeste de Lugansk”.

O lo que es igual: el desmoronamiento de Limán “puede permitir que las fuerzas ucranianas amenacen las posiciones rusas a lo largo de la frontera occidental de la región de Lugansk y en el área de Severodonetsk-Lisichansk”. Esto “reduciría a mínimos la baja moral rusa”.

Al mismo tiempo se desencadenan intensos acometimientos cerca de Jersón, al norte de Crimea, bajo el impulso militar ucraniano y podrían intensificarse por el borde oriental del río Dniéper. En Zaporiyia, un bombardeo con misiles contra un convoy humanitario ha dejado decenas de fallecidos, en uno de los mayores estragos sucedidos por operaciones de guerra en este conflicto. Las dos partes se atribuyen una a la otra la responsabilidad de la acción.

Mientras, en Moscú la efervescencia de la anexión de los territorios ocupados ha ensombrecido un tanto el furor popular ante la incorporación impuesta de miles de individuos rusos, jóvenes y adultos para ser consignados a Ucrania, como refresco de las tropas allí emplazadas y ultimar la posesión de los nuevos territorios rusos. Así, en la Plaza Roja se observaban imponentes pantallas de vídeo con la arenga ultranacionalista “¡Donetsk, Lugansk, Zaporiyia y Jersón son Rusia!”.

Con el transcurrir de los meses, la contienda ya no es para los rusos una “operación militar especial”, sino una guerra de conquista. Las columnas que cada día bifurcan en dirección sur con miles de reclutas y los arrestos de centenares de sujetos regularmente por protestar contra el alistamiento inapelable, hablan por sí mismas de la transcendencia real del conflicto bélico.

En esta coyuntura, tras las intimidaciones de atacar Ucrania con armas nucleares tácticas y el enganche masivo de tropas rusas hacia el frente ucraniano, la pelota queda en el tejado de los aliados de Kiev.

De momento, Washington no ha tardado en comunicar otra partida de mil millones de dólares para Ucrania. Esta suma le permitirá adquirir armas y equipamientos adecuados de los proveedores armamentísticos norteamericanos. Queda claro, quién o quiénes se sirven provechosamente de esta guerra.

Al tiempo se acrecienta la inquietud en Europa, donde los estados abastecedores de armas están viendo descender precipitadamente sus depósitos. De hecho, en los últimos días se han producido varias reuniones con el sector armamentístico de la Alianza Atlántica, con la premisa de examinar la fórmula más razonable para aumentar la producción de munición y armas a fin de equilibrar los stocks y apuntalar la remesa de ese material a Ucrania.

Todo ello, sumido en la profunda crisis económica que se fragua sobre el Viejo Continente, y que en los próximos meses reportaría a la recesión de muchos de los miembros de la Eurozona, entre ellos, Alemania.

En este contexto, el país occidental prosigue haciendo oídos sordos a las peticiones del Gobierno de Ucrania y de algunos de los socios en la Unión Europea para surtir al ejército ucraniano de carros de combate más sofisticados. La administración de Berlín pone en la balanza que dar ese paso le llevaría a traspasar la línea roja sobre su verdadero alcance en la guerra que jamás será tolerado por Rusia.

Mirando a Estados Unidos también ha sonado la alarma, porque es presumible que los sistemas más flamantes de artillería entregados a Ucrania sean reemplazados por otros más anticuados hasta recuperar la producción. Y es que, en una guerra de combate de artillería, como es la de Ucrania, esta medida podría conjeturar un serio revés para defender con éxito las contraofensivas de las fuerzas rusas.

Fijémonos en el afamado lanzamisiles Javelin, insignia de la resistencia ucraniana y que ha justificado ser un arma mortífera contra los carros de combate rusos, se han trasladado a Ucrania cerca de 8.500 unidades. Es decir, la creación de una década de este tipo de armamento ligero en Estados Unidos.

Ni que decir tiene, que la conflagración se halla en sus intervalos decisivos, con numerosos componentes sobre el terreno de combate, desde la notoriedad creciente de las ofensivas ucranianas, a la congregación de cientos de miles de soldados rusos hacia la zona del conflicto, o la viabilidad de que Rusia eche mano de armas nucleares tácticas si las cosas se tuercen demasiado y el reajuste ocasional de la entrega de armas a Ucrania, lo que otorgaría cierta ventaja a Moscú.

A resultas de todo ello, Rusia ha vetado en el Consejo de Seguridad una resolución suscrita por diez votos de los quince miembros que lo forman, en la que se expone que la anexión de ciertas partes de Ucrania por Rusia es una violación de la Carta de las Naciones Unidas, en la que se requiere el pronto repliegue de los límites fronterizos internacionalmente reconocidos.

Sucintamente, la resolución que contó con cuatro abstenciones, deliberaba que Rusia suspendiera “inmediatamente su invasión ilegal a gran escala de Ucrania” y se abstuviera “de cualquier otra amenaza o uso ilegal de la fuerza contra cualquier Estado miembro”, desacreditando “la organización de los llamados referendos ilegales en regiones situadas dentro de las fronteras reconocidas de Ucrania” y con los que Putin ha formulado la anexión.

“Esta anexión artificiosa de tierras por parte de Rusia es una maniobra de saqueo geopolítico que producirá que la guerra sea aún más resbaladiza, yuxtaponiendo un nuevo riesgo a las conjeturas estratégicas de Occidente y encarnando un reto a largo plazo para el curso del derecho internacional”

La resolución solicitaba a Rusia que “revierta su decisión de forma urgente e incondicional”. Amén, de fijar que se “retire inmediata, completa e incondicionalmente todas sus fuerzas militares del territorio de Ucrania dentro de sus fronteras internacionalmente reconocidas, lo que incluye las regiones a las que se dirigen los llamados referendos ilegales, para permitir una resolución pacífica del conflicto entre la Federación de Rusia y Ucrania mediante el diálogo, la negociación, la mediación u otros medios pacíficos”.

El pasaje de la fracasada resolución mencionaba “la obligación de todos los Estados en virtud del Artículo 2 de la Carta, de abstenerse en sus relaciones internacionales, de recurrir a la amenaza o al uso de la fuerza contra la integridad territorial o la independencia política de cualquier Estado, o en cualquier otra forma incompatible con los propósitos de las Naciones Unidas”. De igual forma, se refiere al deber de los Estados “de arreglar sus controversias internacionales por medios pacíficos, de tal manera que no se pongan en peligro la paz, la seguridad y la justicia”.

Finalmente, la réplica de Washington ha sido contundente: anticipar más sanciones encaminadas hacia la gobernadora del Banco Central de Rusia e integrantes de las dos cámaras del Legislativo.

Del mismo modo, Bruselas se apresta al octavo paquete de sanciones, con medidas económicas para acortar la capacidad militar e industrial rusa, además de incrementar la relación de personas y empresas ejecutoras de las consultas ilegales. Asimismo, plantea otras restricciones a importaciones de productos en el mercado único europeo y ha propuesto que no se brinden servicios europeos a Rusia.

En la misma línea, Reino Unido, no se queda atrás con nuevas sanciones por las que “Rusia perderá el acceso a los principales servicios occidentales de los que depende, incluyendo consultoría tecnológica, servicios de arquitectura, ingeniería y asesoramiento jurídico transaccional para ciertas actividades comerciales”.

Por otra parte, Canadá ha informado de una nueva serie de sanciones para un total de ochenta y ocho ciudadanos rusos y ucranianos por su participación con Moscú e intervenir como compinches en los referéndums ilegales.

En consecuencia, dirigentes europeos y aliados deslegitiman la anexión a Rusia de los territorios ocupados en Ucrania que representan el expolio del 15%, y que le valdrá a Putin para compensar el chantaje de la guerra nuclear que la cronifica y hace ahuyentar cualquier atisbo de paz.

Visto desde el exterior, los referéndums emprendidos a toda velocidad en las zonas ocupadas de Ucrania parecen paradójicos y grotescamente de aficionados. En cierto sentido, muestran el sarcasmo de cómo Putin lidia a Occidente en otra evidencia más de burla por el derecho internacional y la concepción de democracia.

Pero el menester adulterado de los referéndums indica su verdadero designio: alumbrar una falsa impresión de progreso para los rusos y una coartada para la movilización de miles de reservistas a quienes en este momento se les puede decir que son mandados a Ucrania para salvaguardar un territorio que irrisoriamente no les pertenece.

Esta anexión artificiosa de tierras por parte de Rusia es una maniobra de saqueo geopolítico que producirá que la guerra sea aún más resbaladiza, yuxtaponiendo un nuevo riesgo a las conjeturas estratégicas de Occidente y encarnando un reto a largo plazo para el curso del derecho internacional.

La dimensión proporcionada a saquear territorio de un poder soberano y declararlo sin cortapisas parte de Rusia tras una incursión no provocada, es un quebrantamiento del derecho internacional y una de las lógicas por las que la aldea global no lo admite. Dicha anexión que evoca lo que llevó a cabo con Crimea en 2014, no variará el entorno de una campaña en la que el tiro le ha salido por la culata, contraviniendo a todas luces un precio cruento a sus fuerzas y que enardece una cisma encubierto y excepcional en las entrañas de Rusia.

Este amaño movido por medio de lo que Occidente sostiene que son referendos ilusorios y que instaura una realidad superpuesta sobre el conflicto, apareja varias ramificaciones significativas para los norteamericanos, como para el devenir del poder de Estados Unidos y la raíz de los valores democráticos. Sin inmiscuir, que la guerra podría dar la sensación para no pocos americanos, algo así como una lucha distante emergida de antiguas discordias en las cercanías de Europa.

Primero, en el espectro presuntuoso de política simulado por Putin, las anexiones tornan la guerra de una acción ofensiva a una de autodefensa. Esto se debe principalmente a que Moscú desde ahora fijará estas incautaciones como parte de un territorio ruso más amplio, lo que origina infundados recelos de un aumento bélico, porque Putin ya insinuó que emplearía todos los sistemas de armas para proteger fuese como fuese el estado ruso.

Segundo, este fondo de armario del conflicto puede aludir que el sostén de Occidente a Ucrania que visiblemente ha alcanzado importantes avances en el este y sur, vienen acompañados de una demanda de riesgo más elevada, dado que no existen indicios de que las fuerzas de Kiev renuncien a combatir para devolver el control de los territorios anexados.

Y tercero, en un largo plazo de tiempo, las anexiones clarificarán la razón por la que Estados Unidos y sus aliados han permanecido inquebrantables a la hora de ayudar a Ucrania.

En otras palabras: la guerra amenaza con ofrecer el precedente de una nación que sencillamente prospera hacia una más pequeña geográficamente de manera ficticia. Este marco no es únicamente la espada de Damocles en los márgenes de Europa, sino otra más incisiva que podría aflorar en general y sería repetida por otros regímenes autocráticos enquistados.

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