En un horizonte de sinuosas artimañas nucleares, cada vez son más los expertos y especialistas que ponderan en que estamos adentrándonos en una etapa de amenaza ‘CBRN’, que, por sus siglas en inglés, argumentan los amagos químicos, biológicos, radiológicos y nucleares. Y es que, desde la ‘Guerra Fría’ los Estados proliferantes en armamento nuclear han ido en incremento y las dinámicas permutan.
Para ser más preciso en lo fundamentado, la órbita de influencia acentuada por el apogeo de actores revisionistas con un proceder asertivo y un desmantelamiento paulatino de los arsenales nucleares dominantes en Estados Unidos y la Federación de Rusia, irrumpe un nuevo escenario en el que las potencias no estatales están cada vez más atraídas por este tipo de armas, empleando cualesquiera de las vías clandestinas para acceder a estos clientes.
Con lo cual, descifrar cuáles son los medios de oportunidad de los grupos terroristas que este análisis ofrece, resulta clave a la hora de concebir la amenaza que actualmente muestran, siendo un entorno que haría detonar el desconcierto y la inseguridad en las sociedades cosmopolitas.
Luego, lo que aquí se desgrana pone en énfasis los principales núcleos de propagación de las amenazas nuclear y radiológica, haciendo hincapié en las vulnerabilidades en el momento de tomar determinaciones que perturban el devenir de la seguridad nuclear, así como los puntos calientes del planeta en el que las tentativas se atinan más latentes que nunca.
Hoy por hoy, la intensificación de armas nucleares constituye desde el siglo XX uno de los desafíos más significativos para la paz y la seguridad internacional. Así, desde el enfrentamiento político, económico, social, ideológico, militar e informativo iniciado tras consumarse la ‘Segunda Guerra Mundial’, las dos potencias hegemónicas rivalizaban por el primer peldaño en el podio global.
No obstante, la finalización del orden bipolar daría paso a otro procedimiento, donde diversas potencias han logrado perfeccionar con éxito sus métodos nucleares, sin contabilizar aquellos que lo han pretendido y han fracasado.
El ‘Tratado de No Proliferación Nuclear de 1968’, en adelante, ‘TNP’, piedra angular en el marco jurídico que intervino como fórmula de contención para la ampliación de futuras propuestas militares, ha sido testigo de la manifestación de otros foros multilaterales y de sendas opcionales para alcanzar el desarme a nivel nuclear. Tómese como ejemplo el ‘Tratado de 2017’, rompiendo el molde y el statu quo efectivo en la reglamentación internacional.
Por lo tanto, nos encontramos en una circunstancia histórica en el que los dos principales colosos nucleares, llámense, Estados Unidos y Rusia, han visto empequeñecer gradualmente sus depósitos en los últimos años, posteriormente a que aceptasen minimizar la tensión en una carrera armamentística en la que no había ganadores: los tratados bilaterales han fomentado este desmantelamiento creciente.
Sin embargo, esta disposición ha sido neutralizada por las nuevas potencias revisionistas que, en su aspiración de remodelar el panorama internacional y espoleadas por sus antagonismos geopolíticos, evidencian que los campos de influjo y las dinámicas de poder están variando. La República Islámica de Pakistán y la República de la India son dos claros modelos de esta realidad, porque antes de lo previsto han progresado en arsenal nuclear en contraste con el ‘TNP’, que en ningún tiempo llegaron a firmar.
La totalidad de los poderes nucleares, exceptuando la República Francesa, han proseguido similarmente un pausado pero imparable desarrollo. De manera, que el denominador común en el curso de no proliferación ha terminado estribando de las supervisiones regladas del ‘Organismo Internacional de Energía Atómica’, por sus siglas, ‘IAEA’, único órgano capaz en materia de verificación de instalaciones nucleares y principal foro mundial intergubernamental de cooperación científica y técnica en la esfera nuclear.
En esta fragosidad cada vez más nuclearizada y con inconvenientes ostensibles en sumarios de confirmación en estados turbios como la República Popular Democrática de Corea, llamada comúnmente, Corea del Norte, expertos y científicos han dejado sobre la mesa si la emergencia del terrorismo nuclear es una amenaza en apogeo. Obviamente, este patrón de terrorismo se distingue por el hurto, confección u obtención de armas o equipos nucleares en el instante de efectuar un acto terrorista.
“En este montante geopolítico de compulsiones químicas, biológicas, radiológicas y nucleares entran a recrearse la voluntad terrorista, haciendo caer la balanza en igual o mayor medida, el lustre a las nuevas tecnologías, la adaptabilidad, atemperación y evolución en materia tecnológica"
A tenor de lo expuesto, la respuesta precedente es que aun con la letalidad que conlleva, es la advertencia menos objetiva y previsible de las cuatro que acomodan el grupo de armas ‘CBRN’. Toda vez, que, si nos adentramos en el asunto de posibilidades, un hipotético artificio radiológico comporta menos derivaciones en el ámbito económico o de volumen de perjuicios que el nuclear, muchas más probabilidades de que acontezca en términos respectivos, junto con las secuelas psicológicas que un desastre de esta naturaleza lidiaría.
Conjuntamente, el peligro se agranda porque se coliga con el ultimátum nuclear, pero en la práctica se justifica que forma parte de los arsenales regionales de armamento de destrucción masivo. Un artilugio de dispersión radiológica, conocido como ‘RDD’ o la terminología de ‘bomba sucia’, o un aparato de exposición radiológica distinguido como ‘RED’, es comparativamente más sencillo de fabricar que un mecanismo nuclear espontáneo, ya que demanda de menos destrezas técnicas y recursos económicos.
Ni que decir tiene, que el atajo a fuentes radioactivas es parcialmente más asequible que llegar a un arma nuclear intacta, y su criterio de dispersión o detonación responde a una sofisticación muchísimo menor que el de un explosivo nuclear o aparato nuclear imprevisto.
Aunque el dietario de la historia nos dice como la inminencia radiológica se ha producido por motivos naturales o incompetencias humanas como los accidentes sucedidos en la ‘Central Nuclear de Chernóbil’ (26/IV/1986), o la ‘Central Nuclear de Fukushima’ (11/III/2011), el menester de mejora terrorista y su transformación tecnológica ha abierto un abanico de resquicios que anteriormente no constaban.
La viabilidad de que un grupo armado propague el terror consiguiendo hacerse con un arma nuclear impecable, o tal vez, con un dispositivo de dispersión radioactivo, pone la señal y el grito en el cielo de alarma en la agenda política en materia de seguridad y defensa desde los inicios de siglo por parte de los grupos terroristas.
Visto lo anterior, no son pocos los acaecimientos de entidades terroristas que han corroborado su firme voluntad de apropiarse o desplegar un arma radiológica, o incluso nuclear.
La organización terrorista, paramilitar y yihadista, Al Qaeda, es el vivo retrato de este chantaje con un diseño en 2002 que acometía la elaboración de una ‘bomba sucia’ a su retorno de Pakistán; o la tentativa de procesarla en 2004 por una célula en Reino Unido; o las intentonas en 2006 del líder Abu Ayyub al-Masri (1968-2010), movilizando entre sus incondicionales a particulares científicos y entendidos nucleares.
A pesar de todo, las incitaciones pueden verse contempladas a corto plazo persiguiendo unas pautas y objetivos explícitos, como pueden ser conquistar la atención mediática que desalinee la escucha de otras cuestiones puntuales, como la de ocasionar una turbulencia a ras económico, o meramente como telón de fondo para promover el temor a la ciudadanía y generar el desbarajuste social.
Pese a todo, valerse de la iniciativa nuclear como maniobra que a largo plazo imprima la agenda política, se entrevé igualmente como un estímulo minucioso que interfiere claramente con las expectativas de aquellos estados que estén en el punto de mira de los grupos terroristas, ya sea por su renuencia a continuar en esa dirección de política exterior, o que el resto de las naciones o población le atrajesen a reducir su predominio en la zona.
De todas formas, es imprescindible aludir que, en intervalos preliminares, los grupos terroristas o separatistas, aun estando sugestionados en conocer y aparejar este instrumental nuclear, en la práctica parecen no disponer de un empeño real de cristalizar un atentado de tal envergadura.
Fijémonos en el caso concreto del separatismo checheno, que a sabiendas que podrían irrumpir en el centro de las metrópolis de Rusia, así lo ejecutaron en 1995 en el parque Izmailovsky, pero intuyeron que los desagravios de seguir sus pasos con el montaje de ‘bombas sucias’ culminaría admitiendo un infortunio desfavorable, porque el Kremlin impulsaría réplicas intransigentes y aplastantes contra ellos. Esta perturbación los inclinaría a elegir otras tácticas de actividad más convencionales.
La campaña prediseñada de acoso y derribo abre una brecha vital en el terrorismo religioso o ideológico, con el máximo exponente en el fundamentalismo islámico. Mostrando sin tapujos el carácter más despiadado con un rodaje nuclear y radiológico. Amén, que esta postura puede invertirse drásticamente, pero por fortuna no ha ocurrido hasta la fecha, porque los potenciales operacionales de acomodar y desenvolver un arma nuclear o un conector de diseminación radiológica, así como las previsiones precisas para confeccionar este instrumento explosivo son minúsculos. A ello ha de añadirse las dificultades que aparezcan en la fase de planificación y actuación del ataque, son exponencialmente superiores que los contratiempos hallados en un horma más habitual de agresión terrorista.
No hay que olvidar al respecto, la resonancia que luce una determinada organización terrorista inmediatamente más tarde de materializar una acción de tales dimensiones, la cual no sería confrontable con la identificación que les propondría una praxis terrorista con armas convencionales.
Sin lugar a dudas, es un método innovador de gran repercusión y pionero, lo que se convertiría en una acentuación de seguidores a su causa. Además, otros grupos querrían repetir el sello nuclear en sus miras estratégicas, poniendo en serio riesgo y trasladando el foco de atención internacional en los estados proliferantes y sus plantas nucleares.
En definitiva, el entresijo nuclear puede esgrimirse como capacidad de actuar en los dictámenes de política exterior. Si se reflexiona y discurre oportunamente a Al Qaeda deseosa de presentir a un Estados Unidos fuera de todo margen en Oriente Próximo, inquietar a la Comunidad Internacional en general, o a Washington en particular, concedería a actores no estatales cierta acotación de respaldo.
A decir verdad, tomarían peso en la balanza de poder o, quizás, aupándose en la mesa de negociación de manera indirecta, afectando a los pueblos, instituciones regionales o incluso, presionando en el esfuerzo político con usos de extorsión y disuasión. En este aspecto, cabe subrayarse, que lo elemental es establecer si es una argucia irreal o un soborno verídico.
A resultas de todo ello, es necesario incidir en la trama de inseguridad nuclear y en los desiertos de poder que subyacen en los tiempos que corren. Sabedor que los arsenales nucleares han avanzado en consonancia a las exigencias de cada promotor, casi todos han rehecho su armamento y se han hecho con la afamada triada nuclear, que abarca los misiles balísticos de largo alcance terrestres, aéreos y submarinos. Adicionalmente y excluyendo al Reino Unido, uno por uno de los Estados nucleares tiene en sus depósitos armas nucleares tácticas.
Estas, también denominadas ‘armas no estratégicas’ y a diferenciación de las ‘armas nucleares estratégicas’, son ingenios de corto alcance a una distancia inferior de 500 kilómetros, más asequibles en cuanto a su tamaño, cómodas de trasladar y susceptibles de ser sustraídas.
Este ideal de patrocinio o consentimiento aleatorio estatal a los movimientos terroristas en manipulaciones enrevesadas en territorio nacional, abre las puertas a la proyección, consecución y operabilidad de los grupos terroristas a futuribles atentados. Si a esto se le une que varios estados, como Pakistán, no disponen de un módulo estatal jerarquizado y uniforme, o que algunos están sumidos en transacciones comerciales con radicales islamistas en el complot de armas y materiales dispuestos para ser destinados con propósitos destructivos, lógicamente la inestabilidad aumenta.
Por lo general, los sistemas de seguridad en plantas nucleares norteamericanas y aquellas con diseños análogos en cualesquiera de los escenarios atómicos, cuentan con medios relevantes de detección y prevención de acometidas terroristas que producirían una liberación importante de radioactividad. Aun así, persisten otros lugares e infraestructuras libres al público, como centros sanitarios o establecimientos de investigación con metodologías de seguridad anticuadas, o que directamente se privan de ellas, o cualquier otro remedio de control regulatorio.
Sin soslayar, que la abundancia de radioactividad para servirse en estos sectores es menor que en las plantas nucleares, constando un grave riesgo de sustracción, extracción o desatención de aquellos materiales de doble utilización que con la suficiente dosificación terminaría convirtiéndose en una emergencia apremiante.
El matiz del ensanchamiento del tránsito indebido de material radioactivo, demuestra otra de las fisuras de la seguridad en el orden nuclear. Si de por sí elaborar un artificio radioactivo es un trabajo relativamente más fácil que la de saquear una bomba nuclear intacta, o componer un trasto nuclear improvisado, el simple hecho que refunde los materiales cualificados en el mercado negro, ya sea en un puesto encubierto o en la red de redes, internet, ratifica la traba a la que deben enfrentarse los más perjudicados por este negocio sumergido.
Hay que valorar las numerosas peripecias de apropiación radioactiva en el Viejo Continente procedente de la República Federal de Nigeria, o el hecho que en una incautación se extraviasen por la travesía fuentes radioactivas, ponen al descubierto la obtención de estos géneros radioactivos en los proveedores no regulados de la economía.
"Lo que aquí se desgrana pone en énfasis los principales núcleos de propagación de las amenazas nuclear y radiológica, haciendo hincapié en las vulnerabilidades en el momento de tomar determinaciones que perturban el devenir de la seguridad nuclear, así como los puntos calientes del planeta en el que las tentativas se atinan más latentes que nunca"
Con el andamiaje del desequilibrio regional, el reglamento internacional en vigor en la lucha contra el terrorismo nuclear ha conjeturado un bálsamo a este prototipo de amenaza, debido al consenso que ello ha motivado. Las disposiciones del Consejo de Seguridad en lo que atañe al terrorismo y a la incidencia nuclear y radiológica, sobre todo, la Resolución ‘1373’ (2001) y la ‘1540’ (2004) de cooperación nacional, regional e internacional contra el terrorismo nuclear se acogieron con satisfacción. Del mismo modo, la ‘Convención sobre la Protección Física de Material Nuclear’, por sus siglas, ‘CPPNM’, reformada en 2016 y con carácter vinculante, compromete a los Estados parte a salvaguardar las instalaciones y materiales nucleares y ayudar con respuesta temprana en razón de robo o extracción.
Otros acuerdos y actividades como el ‘Convenio para la Represión de los Actos de Terrorismo Nuclear’ (2007) y la ‘Iniciativa Global para la Lucha contra el Terrorismo Nuclear’ (2010), por sus siglas, ‘GICTN’, articulan los pilares en el marco jurídico que tratan de defender y vigorizar la seguridad nuclear.
Pero no ha de descartarse de esta disertación el puzle de Pakistán, Rusia y los antiguos satélites soviéticos. Comenzando por Pakistán, su fragilidad social y mutabilidad de lealtades políticas, plasman que se revele como uno de las estados en imprecisión nuclear estratégica.
Este territorio asiático es el único que ha expresado sin reservas sus pretensiones de extender, y de hecho lo ha perfilado, un programa de armas nucleares tácticas. Sobre todo, como demostración a la República de la India que desplegó una estrategia militar ofensiva con su ‘Doctrina Cold Start’. Esta prolongación de armamento nuclear táctico, contendría un avispero para la asechanza de los grupos terroristas de materiales nucleares.
En cambio, mirando a Moscú con más de 1.870 armas no estratégicas en 2020, se erige en uno de los puntos más calientes de la Tierra, con elevado peligro de saqueo de materiales fisibles o radioactivos. Desde el desplome de la Unión Soviética (25/XII/1991), el legado nuclear de Rusia a largo plazo resulta inadmisible, porque es tan desmedido como gravoso de conservar. Es sabido que su preponderancia geopolítica con el contrapeso nuclear es irrebatible: un verosímil error en los procesos de sostenimiento habituales podría abrir grietas y perforaciones en la superficie rusa.
Finalmente, el tráfico fraudulento de material nuclear y radioactivo en antiguos satélites soviéticos prevé un reto adicional en toda regla a la seguridad universal. Esta intimidación se vislumbra acuciantemente en la desestabilización de itinerarios comerciales de las demarcaciones de Osetia del Sur y Abjasia, o en Moldavia con el uranio enriquecido desvalijado en el año 2011.
En consecuencia, el terrorismo nuclear o radiológico es la pesadilla más mortífera, violenta e innovadora a la que cualquier país tendría que hacer frente con efectos irresolutos. El cataclismo de vidas truncadas, así como las derivaciones económicas, políticas, sociales y psicológicas serían tan demoledoras, que atribuirían un salto cualitativo y cuantitativo en la concepción no ya sólo de la sociedad implicada, sino igualmente, en el sentir de la opinión pública.
En este montante geopolítico de compulsiones químicas, biológicas, radiológicas y nucleares entran a recrearse la voluntad terrorista, haciendo caer la balanza en igual o mayor medida, el lustre a las nuevas tecnologías, la adaptabilidad, atemperación y evolución en materia tecnológica, más la marcha supeditada de los conocimientos técnicos y científicos.
En resumidas cuentas, si el recelo a un conflicto interestatal de esta índole fue la gran inquietud de la ‘Guerra Fría’, en nuestros días, la amenaza es tan real, aunque la clarividencia del riesgo sea en menor escala.
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