Opinión

El padre de la perestroika y el último líder de la Unión Soviética

Eran tiempos difíciles y convulsos, la recalada al poder en 1985 de Mijaíl Serguéyevich Gorbachov (1931-2022) va a presumir un cambio sustancial con el pasado. Por vez primera, un hombre relativamente joven coge las riendas de un gigante indispuesto e intenta su recuperación. La economía soviética se halla paralizada desde los años setenta, y como tal, esta reseña se ratifica con el declive de la producción, la caída de la productividad y el retardo imponente en el campo tecnológico con Occidente.

Y, en el horizonte, se atisba un plan de reestructuración conocido como ‘perestroika’ que trasladará al país a una economía de mercado capitalista, tras la frustración confirmada de la economía planificada. Para agrupar cada uno de los esfuerzos en las reformas, Gorbachov precisa deshacerse de una soporífera carga: los elevados costes militares de la Guerra Fría (1947-1991). De este modo, se originará el acercamiento a EE.UU. y el punto y final de una pugna que con innumerables fragosidades se prolongó unos cuarenta años.

Pero, para llevar a término sus objetivos económicos, éstos debían ir acompañados de una transformación en el orden político: el pluripartidismo y las elecciones libres. Además, estas disposiciones desencadenaron una fuerza gravitatoria que se mostró arrolladora: el nacionalismo de los círculos no rusos que, a la postre, acarrearon el naufragio de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, antigua URSS, e hicieron inalcanzable el experimento de Gorbachov. En otras palabras: se puso en movimiento un anhelante procedimiento de políticas aperturistas para fortalecer el desenvolvimiento económico y su democratización al estilo occidental.

Con estas connotaciones preliminares, el reciente fallecimiento de Gorbachov rotula a una de las figuras políticas más acreditadas y notables y, al mismo tiempo, contradictorias del siglo XX a la cabeza de la URSS, encajando una reforma de calado, aproximando a su pueblo a la libertad y poniendo fin al enfrentamiento político, económico, social, ideológico, militar e informativo, el cual comenzó al término de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).

Y es que, como cualquier persona bien definida, contaba con seguidores que lo contemplaron como un reformador legendario que trajo la libertad y la democracia a un país enteramente hermético de cara al exterior, implantando los conceptos de ‘glásnost’ (transparencia y libertad de expresión) y ‘perestroika’ (reestructuración). Así, también operaba con detractores para quienes sencillamente era alguien que extinguió una superpotencia mundial. Sea como fuere, Gorbachov, contribuyó a la metamorfosis de todo el escenario político internacional.

"La desaparición de Gorbachov como uno de los grandes políticos contemporáneos, cuya herencia marca aún la senda del mundo actual por su apuesta emprendedora en favor de la distención, demuestra su talante en buscar el anhelo de la libertad que subyace en los seres humanos"

A lo largo de los seis años y medio al frente de su gobierno pueden subrayarse diversos períodos, a través de los cuales prosperaban las reformas que desataron el mayor cambio sospechado, poniéndose fin al mundo bipolar y a la amenaza de un enfrentamiento nuclear entre Washington y Moscú que había acechado durante décadas.

El primer pensamiento con el que comienza su tránsito radica en la celeridad de la mejora económica, asentada en un juicio del contexto socio-económico, similar al expuesto unos años antes por Yuri Andrópov (1914-1984). Destacando que la Unión Soviética se había quedado a la cola en la competitividad tecnológica con los EE.UU. y, por consiguiente, en la carrera armamentística. La escapatoria de este entorno se vislumbraba en anticipar el impulso científico-tecnológico, apuntalando esta parcela con importantes inversiones, a la vez, que regenerando la praxis de los recursos materiales y humanos. Se entreveía que este envite avivaría la economía general, pero en la práctica se trató de un revés de la economía sobrecentralizada y sobremilitarizada de la Unión Soviética.

La política de aceleración, como una primera inyección de una aspiración práctica reformista, sería bien recibida tanto en la sociedad como en la esfera política, administrativa y militar. No obstante, a pesar de las fuertes inversiones de los recursos financieros, materiales y humanos que prosiguieron al Pleno del Comité Central donde se trazó dicha política, los resultados deseados no fueron conseguidos; más aún, los parámetros macroeconómicos permanecían deteriorándose.

Es precisamente en este intervalo puntual cuando Gorbachov sugiere políticas enfocadas no hacia el crecimiento, sino encaminadas a los cambios estructurales en el sistema de administración de la economía soviética, sin aspirar en ningún instante a echar por tierra sus bases.

La perestroika, tal y como se concebía este concepto en 1986, atribuía ejecutar algunas correcciones para realzar el estímulo del trabajador, así como hacer ostensible el principio de la autogestión económica de las empresas, todo ello inspirado en el modelo de economía planificada.

En cierta manera, el dictamen del estado de la economía daba la sensación de ser correspondido por cuantiosos sectores de la opinión pública. Ello, pese a que las recetas destinadas no tocaban ningún interés particular.

El XXVII Congreso donde se distinguió la perestroika, sobresalió por otras perspectivas de la problemática internacional, haciéndose perceptible la preeminencia de las dificultades globales, tales como la eventualidad de una guerra nuclear o una calamidad ecológica, conflictos de desarrollo, etc.

Ahora, el nuevo rumbo de las políticas superpuesto en la realidad de múltiples acuerdos multilaterales, no tardaría demasiado en proporcionar significativos beneficios políticos. En el terreno de las políticas económicas apenas hubo diversificaciones efectivas. Más aún, las cuantificaciones macroeconómicas de la Unión Soviética continuaban desmejorando.

El eslogan de aceleración que convivió durante una cierta etapa al lado de la especulación de la perestroika, se desmanteló gradualmente, mientras que ésta ganaba un alcance cada vez más extenso, abarcando no sin más variaciones en las metodologías de administración de la economía, sino igualmente, en otro enfoque de los ámbitos político e ideológico.

Entretanto, la pericia de Gorbachov se basó en convertir la Unión Soviética en una democracia euroasiática, para lo que algunos investigadores y observadores han valorado que con las asignaciones que entonces disponía, debería haber consumado la reforma económica y sólo más tarde de abordar la perestroika.

Pero tales apreciaciones niegan la circunstancia de que era el propio sistema en su conjunto el que estaba extenuado. Para enmendarlo era ineludible promover una reposición que incluyera el sistema político, económico, cultural y de la sociedad en su totalidad. A la par, la reestructuración habría de maniobrar en todas las vertientes. Si bien, la perestroika era algo así como un pronunciamiento que debía materializarse por cotas pacíficas y democráticas.

Al resonar la perestroika, Gorbachov se erigía en el verdadero protagonista de una convulsión, pero simultáneamente, proseguía residiendo como un miembro del aparato. O séase, un comunista acérrimo que mostró su entera lealtad al partido que acabó designándolo Secretario General.

Esta doble coyuntura de revolucionario y jefe máximo de la fuerza política, contrasta de modo categórico el devenir de su desempeño como la punta de lanza de la perestroika. Teniendo en cuenta que a lo largo de los años en la cúspide, se le ve fluctuante e impreciso ante las contrariedades transcendentes, por momentos prosperando y en otros desistiendo. Para darle forma a la democracia euroasiática iba a ser imprescindible restaurar el Partido Comunista de la Unión Soviética, por sus siglas, PCUS, que a su vez, era la principal fuente de poder.

Si cuanto antes se ambicionaba asentar la democracia, habría de desalojarse la prerrogativa del poder que su partido poseía de acuerdo con el Artículo 6º de la Constitución: lo que Gorbachov extrajo por medio de la revocación de esta disposición. La instauración del multipartidismo era la siguiente travesía, calificando esta idea como desecho para después, admitirla.

A tenor de lo explicado, cuando afloraron cientos de organizaciones y asociaciones al amparo de estas disposiciones, concurrieron toda una sucesión de miradas y actitudes frente a la perestroika. Lo cierto es, que para señalar sólo algunas, estas tendencias la ampararon pero reivindicando cambios más tajantes y expeditivos, muchas las desdeñaron y otras se ubicaron en un lugar de centro.

Con el multipartidismo, la glásnost y las reformas, la sociedad entró en una especie de sacudida, apareciendo debates enconados y la Unión Soviética apareció alterada por esta onda de democratización. Los recelos se multiplicaron y en esta atmósfera creció el caos, la perturbación e irresolución que la decadencia del nivel de vida agrandaba.

A pesar de todo, en medio de estos giros inesperados, Gorbachov compitió por mantenerse en el centro, lo que esporádicamente le transfirió a la izquierda y otras a la derecha. Algunos estudiosos han creído reconocer lapsos o etapas en que estuvo más a la izquierda y otros, a la derecha.

Pero estos vaivenes parecen incumbir a que casualmente procedía como revolucionario, y otras como Secretario General del Partido, o integrante del aparato, en este momento fragmentado en diversas inclinaciones alumbradas en su seno.

El éxito de la destreza gorbacheviana lo apremiaba a acogerse a reglas que turbaban tanto a sus secuaces como contendientes. Su visual de centro se volvía enigmática cuando se trataba de solventar asuntos claves. De hecho, la deferencia al PCUS le alineaba crecientemente en su apoyo, que ver en él a una de las fuentes principales de sus inconveniencias.

A todo lo cual, el ejercicio de sus actividades estuvo condicionado por las estructuras de poder que volvían del pasado y su doble perfil de líder del PCUS y de la revolución. Con lo cual, su tentativa de innovar el partido resultó inapelable, porque como él mismo redactaría en su obra, las formas eran una misión inadmisible.

A resultas de todo ello, los inconvenientes como cabeza visible se exteriorizaron perspicazmente en dos campos claves para el futuro de la Unión Soviética: el entresijo de las nacionalidades y la reforma económica.

En cuanto a las nacionalidades, este rompecabezas se remonta a la constitución de la Unión Soviética, y allende, al imperio zarista, el cual sería evaluado como la ‘prisión de los pueblos’: más de cien estados y raíces que hablan distintas lenguas, con la semblanza de su historia, razas, tradiciones y creencias.

En los prolegómenos de los treinta, Iósif Stalin (1878-1953) desquitado de sus contrincantes, por fin puede imponer sus doctrinas sobre el escollo nacional. Su designio es la eliminación de las peculiaridades nacionales y sus modos de vida. Sin inmiscuir, que su herramienta es la violencia por medio de purgas, echando abajo las élites nacionales de los años veinte que han perpetrado un crimen injustificable, como es el de retornar a las fuentes de la confianza nacional.

El dictador soviético de origen georgiano, conseguirá suplirlas por otras elites que simbolizan un nuevo concepto de los vínculos entre los estados de la Unión Soviética, una noción retomada del Imperio de los Zares. Acto seguido de contrarrestar por la violencia las manifestaciones de independencia, e incluso el empeño de autonomía de los pueblos no rusos, conquistó un frente de unidad nacional y de conformidad étnica que en el tiempo se nutrió después de su muerte.

"El reciente fallecimiento de Mijaíl Gorbachov rotula a una de las figuras políticas más acreditadas y notables y, al mismo tiempo, contradictorias del siglo XX a la cabeza de la URSS"

A diestro y siniestro, los dirigentes soviéticos van a suponer que el misterio nacional es de la misma propiedad que el resto, algo así como una adquisición del ayer que medios adecuados saldarían para siempre.

Para ellos la única forma de disipar la traba nacional es erradicar las discrepancias para que irrumpa con todo su vigor el pueblo soviético. El marxismo-leninismo configuró un principio legitimador del Estado multinacional soviético, interesando para poner coto al nacionalismo no ruso y a otros modos de autoafirmación de Rusia.

Cuando la perestroika, la glásnost y la democracia comenzaron a socavar las bases ideológicas de la Unión Soviética, la incógnita nacional, políticamente entumecida desde la década de los treinta, regresó a la superficie. El desgaste del marxismo-leninismo carcomía el andamiaje que ensamblaba al pueblo soviético.

Por otra parte, las acusaciones contra Stalin y sus quebrantamientos direccionados a las nacionalidades ayudaron a agravar los sentimientos nacionalistas, provocando una auténtica detonación de sentimientos patrios que se profirió con singular pujanza en los estados bálticos, donde se materializaron muestras de ofuscación para encomiar a las víctimas de las deportaciones estalinistas y exigir más derechos.

En resumidas cuentas, en poco tiempo casi la integridad de las nacionalidades que satisfacían la Unión Soviética se convirtieron en actores políticos que acudían a distintas tácticas, implicando desde manifestaciones y huelgas, hasta evidencias constitucionales y elecciones.

A pesar de las complejas fórmulas nacionalistas, los análisis posteriormente divulgados en Moscú después de los estallidos, confirmaron a todas luces que el centro parecía estar confundido por su propaganda y había llegado a pensar que el problema nacional ya no acaecía pero estaba enquistado.

La perestroika y la glásnost predispusieron el resurgir de la identidad nacional y estimularon sin habérselo planteado, las fuerzas nacionalistas e independentistas. Conjuntamente, la cresta de democratización hizo que la gente se sintiera libre para dialogar, organizarse políticamente y proclamar abiertamente sus pretensiones.

De esta manera, emergieron discusiones causadas en la distribución de las fuerzas productivas y en la política nacional-cultural, además de lo referente al avance de los idiomas nacionales, el colofón de las alternativas sociales en varias regiones, como el desarrollo discordante y los cambios demográficos y ecológicos operados en ellas.

La plataforma del partido acerca de la demanda de nacionalidades estuvo negada para plasmar políticas objetivas en este campo y el movimiento independentista comenzó a expandirse. La pugna de las repúblicas por su soberanía e independencia, fusionada a la crisis económica y al deslustre del nivel de vida y la espiral de huelgas, encajó a la Unión Soviética ante un gravísimo escenario en que se encararon a través de un enjambre de amonestaciones el gobierno central y los gobiernos de las repúblicas.

Repentinamente, el 23/IV/1991, Gorbachov consiguió un acuerdo con los presidentes de nueve repúblicas, incluido Borís Yeltsin (1931-2007), refrendando un pacto consignado a ganar nexos estables entre el mencionado gobierno central y los gobiernos republicanos de la Federación Rusa, Turmenia, Azerbaiyán, Kirguisia, Bielorrusia, Tadjikistán, Uzbekistán, Ucrania y Kayakstan, respectivamente.

Ni que decir tiene, que la alianza proporcionaba pleno apoyo a las propuestas formuladas por el gobierno central para salvar la economía y, a su vez, establecía una senda para efectuar importantes cambios políticos que se abordarían con la rúbrica del Tratado de la Unión. Dentro de los seis meses inmediatamente a la firma se aprobaría una nueva Constitución con elecciones generales.

A decir verdad, es de cara a la crisis económica con la que Gorbachov justifica sus más serias reticencias como líder que algunos han juzgado como incapacidad económica. Remotamente de afirmar un enfoque integral de reforma económica, desde los inicios de la perestroika eligió actuar paso a paso con reformas parciales. Los expertos de aquel momento enarbolaron las resistencias a las que habría de hacer frente una transformación radical de la economía.

O lo que es lo mismo: como revolucionario debería haber tomado la decisión de restaurar la economía en su totalidad; como miembro del aparato quiso no contraponer directamente a las fuerzas de la resistencia al cambio, o tal vez, no tuvo la visión pertinente para desafiar intensas reformas, o ambos ingredientes se armaron para imposibilitarle desenvolverse de manera irrevocable.

Por lo demás, las leyes que sancionó y las medidas asumidas se marcaron por el compromiso y, como habían sido incrustadas sin un sistema fijo, tuvieron el efecto contrario al esperado. Toda vez, que lo que habría de acontecer habla por sí solo: el año 1990 se cerró con un tenebroso balance destapando que el producto nacional bruto cayó un 2%, la renta nacional el 4% y la productividad del trabajo el 3%.

Desde el plano político se manejó un realineamiento de fuerzas que refutaba su liderazgo: mientras sobresalía de forma acusada la estampa de Yeltsin cuya reputación aumentaba, se atenuaba su rastro.

En consecuencia, digamos que Gorbachov, estadista con un destino paradójico, fue constructor y demoledor. Cómo el mismo redactó de puño y letra: “Revolución significa construcción pero también implica demolición… La revolución requiere demoler todo lo que es obsoleto, paralizante y obstaculiza el progreso rápido. Sin demolición no se puede limpiar el camino para una nueva construcción… Y por supuesto, la demolición provoca conflictos y algunos feroces choques entre lo viejo y lo nuevo”.

Primero, como constructor procedió a la reforma política y la empresa del multipartidismo, lo que representó la finalización de la exclusiva del poder por el PCUS; mediante la glásnost y la democracia hizo operable la incidencia de la sociedad civil y su discurso libertario puso término al desasosiego que calaba en la vida soviética. Y, segundo, como demoledor, desbarató el sistema totalitario recibido del estalinismo; su abandono de la ‘Doctrina Brézhnev’ o ‘Doctrina de soberanía limitada’ consintió la conclusión del imperio soviético en Europa Oriental.

Durante su tiempo de mandato dispuso de una amplia cooperación con EE.UU. que trajo aparejado un nuevo sentido de estabilidad en la arena internacional y se acrecentó en todas partes la convicción de una paz duradera. Y como no, su política dio luz verde a la reunificación de Alemania.

Asimismo, las realizaciones soviético-norteamericanas que han suavizado las tiranteces desde que Gorbachov subió al poder, comprenden cuatro convenios de importancia en materia de control de armamentos.

Pero, sin duda, la mayor conquista es su aportación incuestionable a la consumación de la Guerra Fría. El 21/XI/1990 finalizó en París la Conferencia sobre Seguridad y Cooperación Europea, siendo elogiada por un histórico acuerdo sobre reducción de fuerzas convencionales en Europa que se firmó por la Organización del Tratado del Atlántico Norte, OTAN, y el Pacto de Varsovia.

Ningún otro líder encarnó mejor las expectativas y aprensiones del encuentro que el Presidente Gorbachov, quien recibió felicitaciones por su papel determinante en el desmantelamiento de los regímenes comunistas en Europa Oriental. Todos los allí presentes estaban seguros de que el destino inmediato de Europa estribaba en que lograse sacar a la URSS de las tinieblas.

La Carta de París para una nueva Europa viene a reflejar claramente el distintivo que Gorbachov reveló en su obra ‘Perestroika. Nuevas ideas para nuestro país y el mundo’. En ella expuso literalmente que “Europa es nuestro hogar común, en donde la geografía y la historia han entrelazado apretadamente los destinos de docenas de países y naciones”.

Esta es en definitiva, la desaparición de uno de los grandes políticos contemporáneos, cuya herencia marca aún la senda del mundo de hoy por su apuesta emprendedora en favor de la distención, demostrando su talante en buscar el anhelo de la libertad que subyace en los seres humanos.

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