Hoy, una vez terminado mi trabajo, en mi habitual regreso en bicicleta, mascullando esos pensamientos recurrentes que te asaltan con la misma facilidad que desaparecen, sin aportar nada especial, en ese camino que desando todos los días de camino a casa, me encuentro con la subsanación de las ‘anomalías’ que en forma de grava suelta, polvo en suspensión, agujeros, escalones artificiales padecíamos todos los residentes de la calle Padre Oses, ‘físicas propias’ donde el paso del tiempo aparece como el único responsable de su actual estado de conservación, pues su abandono resultó durante años más que evidente.
Mi sorpresa fue mayúscula al valorar todavía sin tráfico este ‘nuevo proyecto urbanístico’ del que has sido objeto esta zona residencial respecto a los accesos peatonales, reductores de velocidad, asfaltado, así como colocación de mobiliario urbano en forma de contenedores de reciclaje de distintos colores.
Lo primero que me llamó la atención, al margen de la evidente reparación del asfalto en la zona, ha sido la desaparición de los ruidosos, inútiles, caros y poco resilientes BRV (bolardo reductor de velocidad) desde aquí les doy las gracias, ese tipo de estructuras frágiles para los autos e incómodas para los ciclistas son una ‘tirita’, a modo de recordatorio permanente de la violencia vial que sufre dicha zona. Continuando con el tema que nos ocupa, debo señalar que la falta de esos BRV ‘ha sido posible’, mediante la elevación del propio asfalto en dos zonas concretas, a modo de ‘lomo de asno’, el cual, a efectos prácticos, corríjanme si me equivoco, han realizado los operarios lo mejor que han sabido, aunque entiendo que ‘su objetivo’ ha quedado muy lejos de lograrse, pues no supondrán ninguna merma en esa velocidad terminal, que algunos desaprensivos buscan con total impunidad. El que la normativa vigente establezca que la altura máxima de estos sea de 6 cm., me parece poco realista. Creo que el diseño de los reductores de velocidad deben de ajustarse a la velocidad máxima de la vía y no pretender que esa ‘altura generalista’ valga para todas, independientemente de sea cual sea el límite de su velocidad, (50, 40, 30, 20, 10 km./h.)
El siguiente ‘error’ constatado por la inacción de los responsables de la Consejería de Medio Ambiente, en ese ‘puzzle administrativo’ que conforman todos los ayuntamientos, donde son raras las ocasiones que presenta un cuadro digno de ser aplaudido, al ser recurrente el desarrollo de esos fallos, que muestran a las claras su particular visión en términos de movilidad, al ser los peatones los que siempre pagan esos despropósitos en un ‘escenario urbano petrificado’. Señalaré que el programa myTAO es usado para procurar esa conexión interdepartamental tan necesaria, por lo que todos pueden darse por aludidos, aunque a efectos prácticos queda demostrado que no es así.
Si observamos la disposición de los pasos de peatones en la imagen adjunta, y hacemos un ejercicio mental en 3D, podemos, sin mucho esfuerzo, imaginarnos ‘la oportunidad visual’ que logra un peatón en este arcaico diseño urbanístico, donde una recta perfecta de carriles anchos, sin aderezar por ningún ‘reductor de velocidad efectivo’, logra conformar todas las ‘variables’ en una ‘tormenta perfecta’, donde la probabilidad de sufrir sus consecuencias en forma de atropello parecen más cercanas e inevitables cada día que pasa en ese “nada se soluciona, si nada cambia” tan recurrente.
Señalaría que las velocidades dignas de ser alcanzadas en este escenario procuran, además, ruido, contaminación, G.E.I., tráfico de paso y otras repercusiones en esa frágil salud que sufrimos hoy. Pero si lo visible es pasado por alto de una forma tan alegre, no podemos pretender que lo invisible, por muy dañino que sea, logre siquiera ser valorado.
El Director General de la DGT, Pere Navarro, fijó una serie de variables que inciden directamente en las cifras de siniestralidad vial; éstas son: velocidad, ‘despistes’ y no respetar la distancia de seguridad, todas estas son responsables del 80% de los ‘accidentes de tráfico’. Esta realidad estadística, sumada a los datos que aporta el ‘Mapa de Accidentabilidad de la Ciudad de Melilla 2014/2018’, establecen que la velocidad es el principal responsable no solo de la siniestralidad vial, sino que incide como primera causa en la gravedad de los daños sufridos por la personas involucradas. El que el 80% de esas personas pertenezcan a grupos vulnerables debería hacernos recapacitar, para así exigir a los ‘responsables’ que eviten la inutilidad de esos ‘mantenimientos urbanísticos’ propios del día de la marmota, para desterrarlos de todos los barrios y lograr que ‘supuren’ de una vez por todas.
Llama la atención que un organismo competente en materia de seguridad vial como es la Comisión de Seguridad Vial no participe en el diseño de estos viales, para que, en el uso de su experta opinión, nada quede al azar. Misma opinión merece el Grupo de Trabajo de Seguridad Vial que asesora a dicha comisión, el cual no ha sido consultado en ninguna forma para lograr que los errores enquistados durante décadas no se repitan de forma tan ‘insidiosa’. Nombro a estas dos entidades porque Melilla ConBici, forma parte de una de ellas (Grupo de Trabajo sobre Seguridad Vial) y en lo referente al plan de actuaciones en dicha calle en materia de seguridad vial puedo afirmar que no se nos ha consultado nada. El que la Consejería de Medio Ambiente, por medio de su consejero, presida este grupo puede resultar llamativo, pues esta Consejería es partícipe de esta ejecución urbanística y si no lo es, debería serlo.
En muy raras ocasiones nos encontramos con un lienzo en blanco, una zona que puede ser creada desde cero. Llama la atención que estas oportunidades, por pequeñas e insólitas que sean, se pasen por alto por esos responsables del diseño urbano. No logro entender cómo esta rara avis, en lugar de ser objeto de estudio y promoción en ese nuevo escenario que se nos presenta, donde el ‘rey’ de la ciudad debiera ser el peatón y que, sin embargo, las infinitas líneas de aparcamiento logran malograr la constatación de ese hecho, tal parece que ese ciudadano de segunda llamado peatón lo seguirá siendo unas décadas más, a tenor de las actuaciones que se vienen desarrollando en la ciudad, donde siempre cederá ese protagonismo publicitado al verdadero dueño y señor de nuestras vidas, el omnipresente y ‘archi-poderoso’ vehículo privado.
Quiero que este despropósito llevado a cabo en Padre Oses no llame nuestra atención en próximas fechas, espero que esos contenedores que hoy vuelven a ser colocados, en el mismo insidioso lugar, evitando que los peatones sean visibles, no resten a ningún ciudadano un átomo de vida. Recordemos que se debe procurar proteger las zonas residenciales. Pensemos que los usos de los barrios deben ser diseñados para albergar la vida entre los edificios y no amortajarlos en esa imperecedera cesión del espacio público hacia un ser inerte que nos enferma a cada minuto.
Un día se me dijo: “Javi, los aparcamientos son innegociables”, agradecí tamaña sinceridad, que consideré exagerada, cuando señalé que las personas que cruzan deberían ser visibles para los conductores y que, para ello, solo quedaba la opción de retirar los coches estacionados en las cercanías de los pasos de peatones. Entonces pensé ante aquella afirmación catastrofista solo sería cuestión de tiempo el que se me diera la razón. Que hayan pasado cuatro años de aquella ‘ilustrativa charla’, viendo las imágenes que comparto hoy, dan buena muestra de mi error, pues esa frase tiene una ‘vigencia demoledora’. Jamás se ha priorizado al peatón y jamás se hará, pues piensan, como malos políticos, que los aparcamientos dan votos y que, por el contrario, su eliminación los resta. Ésa es la única ecuación que al parecer se permiten estos ‘expertos matemáticos’, gestores de lo público, donde al parecer sólo la frase “PARA, MIRA, CRUZA” nos librará de sufrir algún mal.
Podría pensar que el personal técnico de movilidad y Medio Ambiente tuviera cierta capacidad de gestión, pero tal parece, viendo las obras que se suceden y amén de las que están por llegar, que no hay ‘nadie al volante’, teniendo que soportar, en los miles de viajes que me quedan por hacer, que el vicio de errar, además de adictivo y recurrente, al parecer es contagioso, haciendo bueno el refrán de “no hay nada más peligroso que un incompetente voluntarioso”. Les recomiendo que se formen, pues la voluntad bien encaminada no es mala consejera. No se preocupen por mí, aún no desespero, pues sé que incluso un reloj estropeado es capaz de dar bien la hora dos veces al día.
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