Veamos: Paco Rubio es hijo de enseñantes –el señor Rubio, de la Academia Cervantes, nada más y nada menos– de tronío pero, desde que echó los dientes, se fijó en el arte, arte en sus esculturas, arte en sus fotografías, arte en sus creaciones. Hoy es funcionario de Instituciones Peniteniarias y lo que se le ocurra, lo plasma, con un estilo muy personal que se acerca al abstracto con claro guiño a lo figurativo. Paco arrancó en la escultura desde que era un chaval y sus primeras creaciones son sus 'esculturillas', las que ilustran este trabajo. Piezas pequeñas pero que hablan. Hablan de la maternidad, del esfuerzo, del sacrificio, de la belleza; es decir, hablan de todo lo que pueden y quieren hablar, acorde con la personalidad vehemente del creador.
Porque, eso sí, Rubio tiene las ideas muy claras, todas sus ideas. O se es, o no se es, nada de turbios postulados. El artista puede o no gustar; Paco puede agradar a sus conversantes o dejarlos con la boca abierta, habida cuenta de la firmeza de sus postulados sociopolíticos, pero presume de gobernarlos a su antojo y resulta imposible cambiarle el tercio a sus principales señas de identidad. Y en cuestión de arte, exactamente igual. En el momento en el que una de sus esculturas le guste o responda al primigenio objetivo del autor, la obra está acabada aunque sea sólo para dejarla en su casa o en su taller; el taller es todo un complejo de ideas y materiales a quienes espera el proceso de creación o, bien, la acumulación de obras terminadas que tienen su casa Paco Rubio.
El hecho de que a Paco no le haga falta un sobresueldo, capitaliza su obras porque el escultor trabaja para sí mismo, para complacer inquietudes personales. Con lo que tiene en su casa, Paco podría montar una exposición universal pero sólo comparece en los estrados públicos de vez en cuando, cuando se lo piden o cuando le da por colaborar con cualquier causa necesitada. Su inspiración artística no está reñida con los mejores acabados. Antes de que uno de sus trabajos abandone el taller de Rubio tiene que ser perfecto. De lo contrario aguarda pacientemente hasta que el creador lo estime oportuno.
Es un gran y persistente fotógrafo. Intuye lo que sus máquinas -porque tiene más de una y de tres- han leido y, si no está muy de acuerdo con el punto y final, persiste en la toma de imágenes. Sus colecciones sobre la Semana Náutica constituyen un derroche de buen gusto en el que velámenes, cascos y mar rizada amenazante integran momentos sublimes del trabajo de los navegantes, momentos que sólo Rubio entiende y conoce la forma idónea de darles vida propia.
Este estudiante de Magisterio guardaba mucho para sí y para sus amigos. Sus destrezas escutóricas y sus imágenes son de primera calidad. Se anuncia: “Lo que tengo en casa te va a encantar”. Y es que, como no para, ya tiene una nueva muestra que nos tiene de los nervios a sus incondicionales. Cuando el arte se manifiesta por una necesidad creativa y anímica, sin circuitos comerciales, ese arte es perfecto, como el de Paco Rubio.
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