LA tranquila jornada de sol y playa de la que estaban disfrutando ayer algunos melillenses se vio inesperadamente interrumpida por la llegada de una nueva patera. Los inmigrantes consiguieron poner pie en nuestra ciudad después de que los agentes de la Benemérita se vieran obligados a permitirles el paso debido al lamentable y peligroso estado de la embarcación en la que viajaban. Sin embargo, ése no fue el principal motivo que empujó a los guardias civiles a ceder a las pretensiones de los subsaharianos. Algunos de ellos, según explicó ayer la Delegación del Gobierno, habían protagonizado un “escabroso” episodio al coger a los niños que viajaban con ellos en la embarcación para amenazar con arrojarlos al mar.
Esta escena pone de manifiesto dos asuntos. En primer lugar, demuestra el grado de desesperación de estas personas, que llegan a poner en peligro la vida de inocentes e indefensos pequeños para alcanzar su objetivo de dejar atrás el mundo de miseria del que proceden.
Y, por otra parte, vuelve a quedar de manifiesto que en el problema de la inmigración no hay un bando de los ‘buenos’ y otro de los ‘malos’; al menos no se puede asignar en exclusiva ninguno de estos adjetivos a todos los subsaharianos ni a todos los agentes de la Guardia Civil o de la Policía Nacional. Sólo los miembros de las mafias que se dedican a la inmigración ilegal merecen el reproche y el desprecio sin contemplaciones. En los otros casos es necesario analizar el comportamiento de cada uno de los individuos. Así, por ejemplo, los inmigrantes que viajaban en la embarcación y pusieron en riesgo la vida de los niños no deberían encontrar cobijo en el CETI. Su lugar debe estar, en primer lugar, en las dependencias de la Jefatura Superior de Policía o de la Comandancia de la Guardia Civil a la espera de practicarles las oportunas diligencias antes de ponerles a disposición judicial acusados del delito recogido en el Código Penal que mejor refleje su acción. Luego, tras prestar declaración ante el juez, deberían ingresar en prisión hasta el día de la celebración del juicio. A continuación, cumplir la pena correspondiente si son encontrados culpables. Y finalmente, ser devueltos a su país. Sólo así individuos como los que protagonizaron esa despreciable acción serán plenamente conscientes de que están pisando un país que, además de oportunidades y prosperidad, también ofrece garantías a cualquier ser humano de que sus derechos van a ser defendidos y, por lo tanto, se perseguirá a quienes pretendan vulnerarlos.
En esta ocasión los reproches caen sobre algunos de los inmigrantes que viajaban en la embarcación. Pero no sería justo que siempre fuera así. Otras veces las críticas, si se quiere actuar con justicia, deben caer hacia el otro lado. Hay indicios de que no todo se esta haciendo bien en este lado de la valla. Si no, ¿por qué los inmigrantes huyen a la carrera de los guardias civiles para ‘refugiarse’ en la Jefatura Superior de Policía? Ayer se repitió esta misma escena, que “da cuenta del nivel de aleccionamiento previo con el que llegan (los subsaharianos) a la ciudad”, afirmaba ayer la Delegación del Gobierno. Pero no explicaba de qué estaban los inmigrantes advertidos ni el motivo de sus recelos hacia los agentes de la Benemérita en Melilla.
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