Más allá de empequeñecerse, la tendencia de la pandemia en esta segunda ola no aminora su evolución, lo que evidencia la enorme inquietud de algunas autoridades sanitarias. Si bien, las gráficas descriptivas del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias no permiten evaluarlo de una simple ojeada, se sospecha que España está inmersa en una espiral inquietante.
Y por si fuese poco, sumidos en el tiempo otoñal con los casos al alza y el período de gripe a la vuelta de la esquina, pero sobre todo, con la vista puesta en el invierno; sin duda, las dos estaciones en las que el virus podría ocasionar verdaderos estragos por las bajas temperaturas.
Con lo cual, el Viejo Continente que parecía en primavera estar desahogado con la contención de la curva epidemial, de nuevo varios de sus estados, entre ellos, España, claudican estrepitosamente ante la sacudida pandémica.
Y es que, desde los inicios de la crisis sanitaria, todos los requerimientos en la detención e investigación se han centralizado en lo que hasta ahora conocemos de las afecciones respiratorias.
Poco después de mostrarse los primeros coletazos en China e identificarse el código genético del patógeno, se determinó como prioridad detener las vías de transmisión viral de la enfermedad. Cuestión primordial, porque es la premisa de este relato que alcanza su protagonismo en los miembros de las Fuerzas Armadas, al convertirse en la punta de lanza con otra ofensiva, combatiendo con el rastreo la segunda oleada.
Antes de ceñirme sucintamente en el mayor despliegue en tiempos de paz, avalando las idóneas condiciones sanitarias para el mejor estado de bienestar de los españoles, con anterioridad, se había aprovechado el conocimiento más evolucionado con el que cuenta la ciencia en la transmisión de infecciones por vías respiratorias.
No obviemos, que el ser humano lleva siglos tratando de contrarrestar otros males que se propagan como el que en nuestros días soportamos.
Es indiscutible que disponemos de unas capacidades de reacción antes desconocidas como el confinamiento, o las medidas profilácticas, el uso de mascarillas, el distanciamiento social, etc., pero la única certeza que nos deja el SARS-CoV-2, comúnmente conocido como coronavirus, precisamente es la ausencia de certezas.
Actualmente, el COVID-19 nos ha confirmado ser mucho más que eso, porque pronto se desveló que es la conjunción perfecta de dos tipos de patologías: primero, el contagio respiratorio transmisible y segundo, el extenso abanico de trastornos no transmisibles como resultado de la infección primaria.
Con el transcurrir de los meses se ha valorado que la pandemia en sí, es una sindemia. Es decir, el complemento de dos o más epidemias o grupos de padecimientos recurrentes, en la que diversas interacciones se valen para empeorar el problema: España se ha convertido en un elenco de normas y pautas dispares para encarar el segundo ramalazo vírico, en los que la cuantificación de óbitos ha vuelto a aumentar considerablemente, si acaso, de forma más escalonada.
Sin un juicio uniforme establecido, ni umbrales determinados e inalterables, circunscripciones, municipalidades y autonomías confieren directrices en atención a la marcha epidémica. Así, siete de cada diez transmisiones se adjudican a la intensiva vida social, obviamente, el ‘telón de Aquiles’. En cuanto a los indicadores reglados por el Ministerio de Sanidad para estimar o no los mandatos que delimitan los movimientos, se agravan contundentemente en muchos territorios.
Luego, cabría preguntarse: ¿qué ha sucedido en el recorrido que hemos franqueado? ¿por qué otra vez el virus ha sorprendido a la comunidad internacional, y en este caso a España, abriendo una brecha entre los protocolos habidos y por haber y reavivándose de las cenizas para continuar ampliando el balance desolador de contagios y decesos? Hoy, adolescentes y jóvenes adultos se han erigido en los colectivos que registran más episodios de infección; una anomalía que se manifiesta por la alta actividad en la movilidad y en la interacción social de estos grupos.
Mientras, a pesar de detectarse las infecciones y contenerse los brotes, sin embargo, a partir de los dieciocho años es más complicado indagar los posibles contactos de los positivos, dando la sensación de encontrarse fuera de control.
Según se desprende de las referencias facilitadas por Sanidad en cuanto a la distribución de casos por franjas de edad, se confirma una proporción significativa de jóvenes que quedan sin diagnosticar. A ello hay que añadir, que un importante número no son conscientes que padecen la enfermedad, pudiendo transferirla a otros individuos sin percatarse.
De ahí, que una de las principales alternativas para vencer al virus, sea la praxis conducente al acceso de los teléfonos de contactos de un positivo. Un ejercicio decisivo que puede enmarañarse y caer en saco roto, cuando los localizados desconocen la persona infectada.
Con estos antecedentes preliminares, en instantes indecisos de desconcierto por los azotes del patógeno, he aquí a los Soldados de los Ejércitos de España con nombres y apellidos, que trabajan afanosamente mano a mano frente a una aplicación informática, con el rol intachable de rastreadores para detectar a quiénes hayan estado en contacto directo con ciudadanos, que una vez se han realizado las pruebas de detección de infección activa, bien la prueba rápida de antígenos, o la de ARN viral mediante un RT-PCR o una técnica molecular equivalente, finalmente, dan positivo.
Tras noventa y ocho días, el 21 de junio se daba por concluida la Operación Balmis con 8.200 militares y más de 20.000 intervenciones caracterizadas por la ejemplaridad y desenvoltura en las múltiples misiones desplegadas en aquellas fechas trágicas; no muy lejos, ha quedado aquel escenario epidemiológico que se presumía algo más controlado y los servicios militares parecían no ser ya tan indispensables.
Por aquel entonces, durante algo más de tres imperecederos meses, o séase, de mediados de marzo a junio con el Estado de Alarma, el Ejército salió a las calles poniendo su granito de arena para atenuar los muchos esfuerzos y consagrarse en cuerpo y alma como la vanguardia de la sociedad, en la pugna sin cuartel para enfrentarse al coronavirus.
Con el paso a la normalidad y el resurgir de los rebrotes, ni mucho menos las circunstancias que nos envuelven distan mucho de ser la deseada, abriéndose una grieta en cuanto a los guarismos de contagios comparables con los peores pronósticos pandémicos. Una coyuntura extraordinaria que vuelve a emplazar a los militares en la primera fila con otra misión trascendente.
Aunque no se constata una unanimidad notoria, un sinnúmero de expertos anclan el 12 de junio como el pistoletazo de salida de la segunda ola, a la que el Ministerio de Defensa se ha adelantado responsablemente, volviendo a reafirmar su disponibilidad de ayudar a reducir los contagios, regresando a las labores de descontaminación de espacios comunes y puntos críticos, como residencias de mayores u otras instalaciones de especial relevancia; o el levantamiento de hospitales, albergues de campaña o alojamientos temporales; o el transporte de enfermos, material o fallecidos; como el soporte sanitario.
Conjuntamente, ofreciendo las potencialidades de la Sanidad Militar, como el Hospital Central de la Defensa Gómez Ulla de Madrid; o los Centros de Farmacia y Veterinaria Militar, donde prevalece la entrega y el elevado nivel de despliegue.
Con una hipotética segunda fase de la Operación Balmis a la vuelta de la esquina, los activos humanos de las Fuerzas Armadas se han formado con ahínco para aleccionarse en un intenso periodo de formación, al que le ha seguido una segunda fase de adaptación a los procedimientos y protocolos propios de las Comunidades y Ciudades Autónomas de Ceuta y Melilla, para colaborar en funciones del rastreo de contagiados y en el seguimiento de las situaciones de aislamiento y cuarentena, al calor de los encargos que demandan su contribución dando lo mejor de sí.
Razón de ser por la que en estos últimos intervalos han puesto al día sus planes de contingencia. Para este momento tan delicado las mejores armas son los teléfonos que emplean para proceder a los rastreos; toda vez, que el contendiente vuelve a ser un adversario intangible y misterioso en un campo insólito, donde los efectivos militares en coordinación con el Ministerio de Sanidad y las Comunidades Autónomas vuelven a ser una herramienta esencial.
Esta nueva Operación denominada ‘Baluarte’, es una designación con la que el Ministerio de Defensa quiere realzar el pleno compromiso de las Fuerzas Armadas “como punto fuerte de la protección contra el asalto de tropas enemigas”, poniendo a disposición cerca de 2.000 militares desenvueltos por la geografía española.
Hombres y mujeres a modo de pelotones rastreadores, que no solo cristalizan el cometido de identificación de contactos estrechos de los positivos, sino que al mismo tiempo, se prestan como herradores de las instrucciones recibidas para compartirlas con la sociedad. De esta manera, regresa la estructura inicial con una dirección, implementando sus acciones bajo el paraguas del Mando de Operaciones Conjuntas, abreviado, MOPS, donde recalan las solicitudes de ayuda formuladas por las Comunidades y Ciudades Autónomas: tras ser analizadas para su posterior ejecución, se distribuyen entre las diferentes ramas militares del Ejército de Tierra, Ejército del Aire, la Armada y la Unidad Militar de Emergencias, UME.
Hoy por hoy, es la Inspección General de Sanidad de la Defensa quién lo conjuga magistralmente; pero, si eventualmente se reactivase la Operación Balmis, pasaría a estar en manos del MOPS.
Esto entraña que las tareas de apoyo de vigilancia epidemiológica efectuadas por los miembros de las Fuerzas Armadas, aparte de los cuidados de desinfección y refuerzo logístico y sanitario que paulatinamente vayan surgiendo, serían armonizadas por este órgano.
Por lo tanto, la familia castrense retorna al contexto excepcional en el que se encontraba el pasado 15 de marzo, dispuesta y en alerta permanente para emplearse a fondo en cualesquiera de los enclaves autonómicos, archipiélagos e islas menores. Dejando muy claro, que los Ejércitos no tienen entre sus competencias desempeños de orden público o de seguridad ciudadana, porque estos quehaceres le incumben a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado.
Es necesario puntualizar, que antes de ponerse manos a la obra para llevar a buen puerto esta encomienda, en dicha Institución se ha procedido a un minucioso cribado de selección entre sus hombres y mujeres de las Unidades, Centros y Organismos, en quienes reúnen las actitudes requeridas y cualificadas para el encaje e incrustación del rastreo.
Preferiblemente, se ha indagado a personas con destrezas en el diálogo y ciertas habilidades expresivas, facultades en las relaciones sociales y conocimientos en ofimática; pero, sobre todo, con un perfil sanitario.
Una vez escogidas, llega la etapa de la impartición de disciplinas para interiorizar lo sustancial y subrayar la esencia de los objetivos que le han sido asignados. En este espacio de formación los rastreadores se cultivan en cómo preguntar, o cómo iniciar la charla con la persona incógnita, adiestrándose en los métodos que establezcan un entorno favorable en la interlocución.
En cambio, ahora en los trechos que corren son otros los instrumentos que le acompañan, pero no por ello menos provechosos: me refiero a dispositivos como la telefonía y el ordenador, a los que le son inherentes los dotes de empatía y el don de palabra.
Asimismo, el ‘Curso de Rastreadores’ toma como punto referencial el Centro Internacional John Hopkins, con la casuística sanitaria, real y estimada en su desarrollo con técnicas de trabajos rigurosos.
A su vez, este aprendizaje se estructura en cinco módulos de formación en los que se ofrece una exposición científica de los caracteres fundamentales del SARS-CoV-2, tales como el virus y la enfermedad; los cuadros clínicos; los períodos de incubación e infectivo; los factores de riesgo; los mecanismos de transmisión; las medidas de prevención; el procedimiento para el rastreo y los principios de actuación.
Su propósito es aportar una teoría sucinta hasta confluir en aptitudes imprescindibles para verificar la búsqueda integral de los contactos, como la obtención de las señas de identidad para una mejor discriminación en los contagios, computar la cuarentena y dar respaldo a los sujetos implicados.
Para que el repertorio de herramientas logren los frutos esperados se supeditan unos criterios afines. Comenzando por la vertiente psicológica, elemental en la orientación de los afectados y las reglas de comunicación, hasta reunir un intercambio fluido de información.
Tómese como ejemplo el equipo de rastreadores de las Unidades de Vigilancia Epidemiológica, abreviado, UVE, aleccionados en los principios básicos de la transmisión, la prevención y el control del coronavirus; la forma de averiguar las sintomatologías; fórmulas de intercambio comunicacional y las cuestiones de ética, en consonancia con la vigilancia de Salud Pública.
Posteriormente, su labor reside en la entrevista vía telefónica de la persona infectada, para a la mayor prontitud y menor pueda ser el estropicio en la concatenación de contagios potenciales, se refresque algún indicio con quién estuvo, cuánto tiempo permaneció aproximadamente en exposición y el volcado de algunas indicaciones de última hora, con la finalidad de ubicar al posible transmisor.
El rastreo se emprende en el instante que la Comunidad o Ciudad Autónoma unifica cualquier positivo, seguidamente es oportuno interesarse por quién está al otro lado del aparato, nunca desvelando la identidad de la persona que les ha revelado la pista, hasta que proporcione sus contactos estrechos y así conformar una base de datos, que gradualmente perfilará otros hilos conductores para proceder a las llamadas respectivas, siguiendo la secuenciación anterior y previniéndoles de la realización inmediata de la prueba para el diagnóstico del virus y la puesta en cuarentena.
En otras palabas: el deber es capital y pende de la trayectoria discurrida en un gráfico de contagios integrado por los que han dado positivo y sus contactos estrechos. Todo un engranaje de prevención cuya utilidad ha quedado justificada en los últimos meses, para responder de manera eficaz al desafío sanitario.
En este entresijo, es apremiante la localización de tres estadios específicos para subsiguientemente, ensamblar las piezas de un puzle indeterminado de contactos con la firme voluntad de dar con los ‘casos positivos’, ‘casos sospechosos’ y ‘casos probables’, hasta detener a corto plazo los eslabones de propagación.
Curiosamente, este aprendizaje no es comparativamente novedoso para los componentes de las Fuerzas Armadas, porque desde que irrumpió la crisis epidemiológica, en su Red de Centros, Unidades y personal de Sanidad del Ejército de Tierra, Ejército del Aire, la Armada y la UME, se protocoliza y renueva constantemente el rastreo. No obstante, una de las grandes bazas que deben quedar bien enraizadas en los manejos de la comunicación, es la escucha activa.
Tal y como se ha fundamentado en las líneas precedentes, la empatía juega un papel irreemplazable, al experimentar racional y objetivamente lo que siente el individuo al otro lado del receptor, pudiendo participar afectivamente en una realidad ajena a esa persona.
Hoy, el relato diario de nuestros soldados discurre intensamente tras una jornada al otro lado del teléfono, amortiguando una y otra vez y cuántas sean necesarias, un listado ilimitado y concienzudamente elaborado. Cada mensaje es distinto y aglutina su carga emocional: algunos se dilatan en demasía y otros culminan en un santiamén.
Lo más preocupante se sustancia en el momento que no existe una respuesta que desentrañe alguna pista, por minúscula que ésta resulte, para desenmascarar un universo inacabado de contactos.
Consecuentemente, una vez más, los militares españoles hacen frente a una crisis sanitaria global, que pone en graves aprietos a un sinfín de regiones. Haciéndose visibles con la Operación Baluarte, en paralelo a la Operación Balmis, que deja al descubierto todo un armazón humano de alta cualificación técnica, gran capacidad de maniobrabilidad y un amplio conocimiento de emergencias, que acomodan para minimizar al máximo el impacto epidémico.
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