No es ni mucho menos un espectro que transita por la aldea global, sino un mutante en pleno apogeo. El ‘antisemitismo’, una palabra que por activa y pasiva es repetida y se asocia a un conjunto de sentimientos, obcecaciones o acciones contra los judíos, tomando diversas formas a lo largo del tiempo y más aún en estos últimos trechos.
Sin duda, las páginas más infaustas de la Historia de la humanidad están encadenadas, primero, al antisemitismo religioso, y segundo, al racial. Como es sabido, las fechorías del nazismo denigraron durante varios períodos el ideario y los causantes del antisemitismo. Pero éste en sí, no se esfumó, perdura en múltiples actitudes de la cultura y en los grupos de extrema derecha, acogiendo formas invisibles en arengas de reprobación política y con la punta de lanza puesta en el conflicto árabe-israelí.
‘Antisemitismo político’ o ‘globalizado’ y ‘judeofobia’, son los apelativos que se utilizan para definir una compleja espiral de antisemitismo. Este se alimenta de las viejas cegueras y estereotipos del ‘antisemitismo clásico’, pero es distinto en su condición y papel. Si bien, el dietario ha confirmado que el grado de antisemitismo en una sociedad acaba convirtiéndose en el contador de la salud democrática, como del nivel de libertad que goza y del respeto a los derechos humanos. Lo cierto es, que se empecina con los judíos, pero jamás concluye ahí.
Dicho esto, los gérmenes de antisemitismo han sido frecuentemente predecesores de comunidades con espinosos inconvenientes y augurios de que el extremismo junto a los signos de violencia son apremiantes.
Por ende, el hervidero de odio mundial contra los judíos incrementado por la réplica imperceptible de Israel en Gaza a los terribles asesinatos de civiles israelíes por parte de terroristas de Hamás, no debe suponerse únicamente una reacción a la guerra que se libra en Oriente Medio. Asimismo, es fiel reflejo de los bríos demoledores que deterioran las sociedades norteamericana y europea occidental, donde la solidez y la democracia se encuentran con el agua al cuello.
Pero, para una mejor comprensión de lo aquí desgranado y en atención a la Alianza Internacional para el Recuerdo del Holocausto, que aglutina a Gobiernos y entendidos a fin de vigorizar, inspirar y suscitar la educación, la memoria y la investigación sobre el Holocausto, así como de conservar los compromisos de la Declaración de Estocolmo, abrazó la definición práctica y jurídicamente no vinculante de ‘antisemitismo’. Esta dice textualmente: “El antisemitismo es una cierta percepción de los judíos que puede expresarse como el odio a los judíos. Las manifestaciones físicas y retóricas del antisemitismo se dirigen a las personas judías o no judías y/o a sus bienes, a las instituciones de las comunidades judías y a sus lugares de culto”.
Y al hilo de lo anterior, el político francés Robert Badinter (1928-95 años), señala que “el antisemitismo en el mundo resurge constantemente, como una yerba venenosa. En la Edad Media fue de signo religioso y en el siglo XIX revistió un carácter nacionalista, antes de que la ideología nazi le imprimiera el sello de un racismo pseudocientífico. Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial se ha transformado en antisionismo”.
Luego, el ‘antisemitismo’ no es una anomalía contemporánea, sino una pócima plurisecular. Durante dos milenios, la condición de los judíos, fundamentalmente, en Europa, ha sido el equivalente a la exclusión, el sufrimiento y la persecución desmedida desde la ocupación de Jerusalén por Tito en el año 70 y el esparcimiento de los judíos por la cuenca mediterránea, donde fueron vendidos como esclavos por un coste de mercado que se desplomó en el Imperio Romano.
"La agravación del conflicto en Oriente Medio adquiere ramificaciones alarmantes en las comunidades judías y musulmanas y está dando la vuelta al mundo abriendo distintas disputas, entre ellas, el aumento de los casos de antisemitismo e islamofobia"
Podría decirse, que desde este tiempo se han dado diversos moldes de antisemitismo que en ocasiones se amasan. Desde la aprobación del Edicto de Constantino en el año 313 por el que se declaró el cristianismo religión oficial del Imperio Romano, el antisemitismo se ha cebado de la hostilidad al “pueblo deicida” que dio muerte a Jesús de Nazaret.
Cuando se ocasionaban matanzas y seguimientos, en algunos momentos se brindaba a los judíos el pequeño resquicio de escapar de la muerte o del exilio, a cambio de una conversión impuesta, lo que no obstaba para que revirtieran a ejercer nuevamente el judaísmo en cursos más generosos. La extensa y culturalmente fértil historia de los denominados judeoconversos en los estados cristianos es buena prueba de ello.
Con la irrupción de las naciones modernas, el antisemitismo se enfundó de un carácter básicamente nacionalista. A los judíos se les contemplaba como extranjeros y encausados en los países donde residían, aunque hubieran nacido en ellos.
El hecho de que los hebreos, a pesar del destierro que padecían, hubieran contraído compromisos de manera natural y llegado a ejercer importantes cometidos en la política, la economía o la banca, los convertía en desleales virtuales cuando afloraba la mínima dificultad, por entenderse que se encontraban al servicio de una intriga tramada por una inexistente “internacional judía” simulada por los antisemitas.
En las postrimerías del siglo XIX y con la alteración de las concepciones, el antisemitismo se proyectó ser científico y se hizo racial. De modo, que sistematizó a los judíos como seres de una clase inasimilable por los estados donde se asentaban, particularmente, las propias a la raza aria superior que corrían el riesgo de decaer por la aparición de judíos portadores de un sinfín de lacras. Y por si fuera poco a lo expuesto, a criterios de muchos, los judíos surgieron como una especie intolerable a la que se asignan exclusiones, confinamientos en guetos y señales en las vestimentas, algo así como si fueran seres peligrosos.
Por eso es indispensable distinguir el alcance que adquirió la Revolución Francesa, al proclamar en 1791 por vez primera, que los judíos afincados en Francia serían desde aquel momento ciudadanos de pleno derecho.
Recuérdese al respecto, que la misma jornada en que la Asamblea Constituyente, ya próxima a su consumación, ofreció su voto a favor de dicho reconocimiento, la hermana de Luís XVI (1754-1793) subrayaba en estos términos a una de sus allegadas de la familia Habsburgo de Viena: “La Asamblea Constituyente ha llegado al colmo de la locura, ha hecho ciudadanos a los judíos…”. Hago hincapié en este matiz, porque este empeño de reconocer a los judíos de plena ciudadanía derivaba en lo que más abominaron los nazis: los derechos del hombre y el ciudadano y la filosofía de la ilustración.
Según el tono de Adolf Hitler (1889-1945) en su primer libro titulado “Mi lucha”, en alemán, “Mein Kampf”, los judíos debían ser postergados enteramente de la comunidad del pueblo alemán. Ese antisemitismo frenético se convirtió en la fuente de las leyes raciales del Tercer Reich practicadas en Núremberg, cuyo fin era “proteger la sangre y el honor alemanes”, imaginariamente agraviados por la presencia de judíos.
Dando un salto en los acontecimientos, el Tercer Reich se desplomó, su fundador acabó quitándose la vida, los principales integrantes de su estado mayor fueron ahorcados o desaparecieron y el mundo halló la magnitud del genocidio cometido en Europa contra los judíos. Días más tarde de establecerse las Naciones Unidas, apareció en su seno un poderoso movimiento en favor de la plasmación de un Estado judío ya propuesto por los aliados desde la Gran Guerra o Primera Guerra Mundial (1914-1918).
La génesis de un Estado judío en Palestina, en virtud de la Resolución 181 de 29/XI/1947 de la Asamblea General de las Naciones Unidas, no se admitió por todos y la contestación recayó en la guerra lanzada por las milicias de los Estados árabes que penetraron en Palestina. La conflagración resultó propicia para los judíos y sus efectos son bien sabidos: el conflicto árabe-israelí jamás ha cesado desde la creación del Estado de Israel.
No es momento de deliberar en este texto sobre la conveniencia de los derechos de unos y otros, o cuál es la mejor medida para poner un punto y final a este entramado. Pero sí cabe hacer constar que como resultado del conflicto, el antisemitismo se ha vuelto a abrir camino bajo el apelativo de ‘antisionismo’.
Es necesario ser conscientes y reconocer que con esa designación que toma como señal preferente el ‘sionismo’, realmente se está dirigiendo la diana a los judíos. Yo diría que el antisionismo no es más que la manifestación simultánea del antisemitismo, esto es, el despecho y resentimiento hacia los judíos.
Es incuestionable que el antisemitismo contemporáneo no muestra las mismas peculiaridades que en tiempos del emperador Constantino. Hoy en día se escurre como pez en el agua en las redes sociales y por medio de discursos y vídeos de elocuencia principalmente siniestra diseminados por explícitos sitios web.
Ni que decir tiene, que los atentados de Hamás en el que fallecieron más de 1.400 personas, en su mayoría civiles, han emprendido un encadenamiento de episodios que han hecho que los judíos de todo el mundo se sientan seriamente amenazados. Y ahora que el gobierno israelí ha buscado la compensación mediante un sinfín de acometidas aéreas y operaciones en Gaza encaminados contra Hamás, las escenas aterradoras en las comunidades palestinas inquietan con abrumar aún más, si cabe, la afinidad pública por Israel en el extranjero, y en algunos casos, ayudan a producir un ambiente que corre el riesgo de deteriorar todavía más la persecución contra los judíos.
Yendo a hechos concretos, en Estados Unidos se nota una atmósfera de creciente inseguridad. Fijémonos concretamente en los colegios diurnos judíos que han debido suprimir las clases. En paralelo, se han cerrado las sinagogas y las redes sociales se saturan de odio extremo contra los judíos, dejando a una comunidad que en ningún tiempo podrá evadirse de su desgarro histórico interrogándose, una vez más, dónde y cuándo podrá sentirse segura.
Con lo cual, el enconamiento de la antipatía es palpable. El sentimiento de que los judíos norteamericanos que estudian en la Universidad de Cornell puedan aterrarse tanto por el peligro de ver sus vidas en juego en el campus de la ‘Ivy League’ en Nueva York, o que ni siquiera puedan comer juntos, parece inadmisible en los tiempos que vivimos. No obstante, así sucedió tras las intimidaciones de muerte anunciadas en las plataformas digitales.
Las tensiones en sí ya eran elevadas después de que un profesor de la Universidad de Cornell expresara públicamente en un acto propalestino que estaba literalmente “exultante” por los atentados perpetrados por Hamás, porque el grupo terrorista había alterado el contrapeso de poder. Después pidió disculpas por sus palabras incendiarias. De hecho, la policía hubo de incrementar las patrullas y la gobernadora de Nueva York se trasladó al campus para afirmar que “no toleraremos amenazas, ni odio, ni antisemitismo”. Pero en el fondo el efecto dominó de miedo inunda Cornell.
Los turbulentos avisos en línea en la Universidad que son únicamente una parte del aluvión de antisemitismo encolerizado por las consecuencias de la guerra de Gaza, mantiene a muchísimos judíos interpelándose si su seguridad puede estar asegurada en Estados Unidos, o más bien dañada, por no hacer referencia a Israel, donde los ataques de Hamás hicieron saltar por los aires el ansia de seguridad para el pueblo judío. Conjuntamente, los reproches propalestinos en algunas universidades han traspasado la línea roja del antisemitismo, llevando a republicanos y algunos demócratas a insinuar que los campus quedan a merced del radicalismo de extrema derecha.
En otros tantos lugares del planeta, esta cadena de acaecimientos ha derivado en múltiples casos de antisemitismo en el Viejo Continente, que frecuentemente han sido desacreditados por las autoridades estadounidenses en el pasado por no tomar las medidas oportunas, incluso cuando la plaga estaba haciendo de las suyas en Estados Unidos.
"El antisemitismo, una palabra que por activa y pasiva es repetida y se asocia a un conjunto de sentimientos, obcecaciones o acciones contra los judíos, tomando diversas formas a lo largo del tiempo y más aún en estos últimos trechos"
En uno de los sucesos más temibles e inquietantes, una muchedumbre exaltada invadió la terminal aérea del aeropuerto de la región rusa de Daguestán, de mayoría musulmana, donde aterrizó un vuelo proveniente de Tel Avic, a la exclamación de “en Daguestán no hay sitio para los asesinos de niños”.
En definitiva, son acciones con aterradoras resonancias vistas en la década de 1940, un período de desgaste que ya ha sido recordado en los últimos dieciocho meses por el acometimiento ruso contra la población civil en Ucrania.
Poco más o menos un siglo más tarde del ascenso del nazismo y del inicio del Holocausto que terminó truncando la vida de al menos seis millones de judíos europeos, los descendientes de los fallecidos vuelven a sentirse intimidados por la historia que los envuelve.
Los países que comúnmente confirmaban “nunca más” en los eventos recordatorios del Holocausto, en este momento se enfrentan a la responsabilidad de hacer frente al antisemitismo, de la misma manera que se vieron apremiados a movilizarse contra la retórica, la fogosidad y los prejuicios antimusulmanes tras los atentados del 11-S efectuados por Al Qaeda, que igualmente es una amenaza hoy, como advirtió al pie de la letra el presidente de Estados Unidos Joe Biden (1942-80 años), en su discurso tras regresar de un viaje a Israel: “Rechazamos toda forma de odio, ya sea contra musulmanes, judíos o cualquiera. Eso es lo que hacen las grandes naciones y nosotros somos una gran nación”.
Ante lo visto, Biden anunció nuevas medidas para contrarrestar al antisemitismo en los campus universitarios y altos funcionarios insistieron en el menester de rechazar la animadversión antijudía: “Es peligroso, es inaceptable, en cualquier parte del mundo, ciertamente aquí en Estados Unidos”. Pero los esfuerzos para repeler este contexto con más seguridad puede tener importantes obstáculos mientras se mantenga la consternación en Oriente Medio.
En un universo por momentos irresoluto, las fuertes reprobaciones a la respuesta militar de Israel se centralizarían únicamente en su gobierno y, tal vez, no repercutirían contra los judíos de todo el mundo, muchos de los cuales se resisten a la administración de línea dura. De cualquier modo y en la práctica, el antisemitismo podría extenderse abiertamente como la pólvora, como de hecho así está sucediendo.
Y es que, sin ir más lejos, en los últimos años, en Estados Unidos el antisemitismo ha sido inducido a menudo por grupos de extrema derecha radicales populistas. El aborrecimiento del nacionalismo blanco se enquistó en el año 2017 por la amenazadora entonación de los manifestantes en Charlottesville (Virginia), de “los judíos no nos reemplazarán”.
Así, el expresidente Donald Trump (1946-77 años) jugó sus cartas con una retórica antisemita, al mencionar que “los judíos norteamericanos estaban movidos de lealtades duales a Estados Unidos e Israel, y que deberían estarle más agradecidos por sus políticas sobre el Estado judío”. Pero la respuesta a la exacerbación de la crisis en Israel y Gaza ha demostrado a todas luces que el antisemitismo igualmente escalda en la extrema derecha.
Tómese como ejemplo, que algunos componentes propalestinos en Estados Unidos parecieron ceñirse a Hamás, un grupo militante palestino descrito como organización terrorista que ha aplicado la represión a los palestinos de Gaza y ha consumado las masacres israelíes.
A resultas de todo ello, diversos análisis académicos han probado que el antisemitismo suele repuntar en las intensidades de crisis del conflicto palestino-israelí. Esto apunta que es una fuerza enmascarada bajo la superficie en la sociedad estadounidense y que sólo precisa del señuelo de una coyuntura para dinamitar y hacer de las suyas en un grado indefinido.
Sin embargo, la política cada vez más fragmentada en los estados occidentales, ya zarandeados por el extremismo, hace que el procedimiento entonado de la cuestión palestino-israelí sea casi inalcanzable. La interlocución dañina en las redes sociales y el alud de información errónea, empeoran el problema, mientras que los secuaces inclinados a ayudar a Israel o a los palestinos, suelen comparar las operaciones de Hamás y de la dirección israelí con civiles que no tienen ningún control sobre ellos.
Junto a las muchas amenazas y el acoso soportado por los judíos en las últimas semanas, los estadounidenses también quedaron golpeados por el aterrador apuñalamiento mortal de un niño de seis años en Chicago de ascendencia palestina. Este asesinato sacó a la palestra la repercusión nociva de los antagonismos históricos en Medio Oriente y puso de relieve la dimensión de la enorme desdicha humana de la región, en la que civiles israelíes y árabes, se ven repetidamente prendidos en relatos espeluznantes en los que no tienen ninguna responsabilidad.
El entresijo de Israel-Palestina es tan enrevesado desde el marco histórico, geográfico y político, que a los propios políticos occidentales les resulta asequible asirse a cualquier cariz del conflicto para impulsar sus conclusiones políticas. Cada asesinato incurrido, masacre o guerra desatada, esparce las semillas de sus sucesores en la región. Este escenario se está evidenciando en las políticas plasmadas por el conflicto en Estados Unidos y Europa.
Desde los ataques indiscriminados en Israel, los manifestantes que respaldan los derechos de los palestinos y se enervan por las víctimas en los aglomerados círculos urbanos y los campos de refugiados de Gaza, han sido culpados en los medios conservadores de alentar a los terroristas.
En el pasado, los leales más comprometidos de Israel han pretendido de manera tergiversada tachar de antisemitismo cualquier apreciación a Israel por parte de políticos o periodistas.
Entretanto, algunos miembros de la izquierda, al solicitar un alto el fuego urgente en las últimas jornadas, han parecido impugnar el derecho de Israel a defenderse después de la cruel matanza de civiles.
Por otro lado, las amenazas antisemitas resultan de la idea de que los judíos, por distinción, deben compartir de alguna manera la responsabilidad de lo que se piensa con relación a la repulsa del Estado palestino, o las políticas de construcción de asentamientos de línea dura en territorio palestino en la Ribera Occidental que se han materializado bajo los gobiernos israelíes.
En consecuencia, la agravación del conflicto en Oriente Medio adquiere ramificaciones alarmantes en las comunidades judías y musulmanas y, a su vez, está dando la vuelta al mundo abriendo distintas disputas, entre ellas, el aumento de los casos de antisemitismo e islamofobia que se han visto sumidos en lugares emblemáticos. Dando a las personas la oportunidad de confirmar sus recelos y, por tanto, trasladarlo a las calles en formas y fórmulas inadecuadas. Si bien, habiéndose perdido la capacidad de diálogo, parece como si retornásemos de la mano del siglo pasado, empuñando las etapas más oscuras y brumosas de la historia.
Tal vez, pareciera que no hemos aprendido lo suficiente que los acontecimientos derivados de la discriminación, la hostilidad, el prejuicio y el odio hacia los judíos en amplios sentidos, no nos ha hecho comprender lo que verdaderamente implicó el Holocausto y lo que ello representó para mal en la vida de millones de personas.
Con lo cual, no es por casualidad que las universidades de élite de Estados Unidos se hayan convertido en espacios concretos de múltiples alzamientos y algaradas antisemitas y de escrache de acoso y derribo a estudiantes judíos americanos, recriminados del supuesto genocidio en Gaza. Por lo tanto, la revalorización del ‘antisemitismo’ es la adicción más grandilocuente del resurgir totalitario.
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