Opinión

Ocho décadas después que reescriben el ocaso de la ignominiosa cruz gamada

Tanto el dietario junto a las efemérides e inacabables memorias que persisten incandescentes de la Segunda Guerra Mundial (1-IX-1939/2-IX-1945), ésta continúa henchida de significativas batallas esparcidas en sus múltiples frentes. O séase, sucesos que en fechas señaladas entrelazan la memoria histórica de la sociedad occidental, porque transitando de generación en generación ha sido el andamiaje fidedigno de múltiples producciones culturales, ya sean literarias o audiovisuales. Y dentro de estas acciones despunta la peculiaridad de la guerra urbana.

Obviamente, valga la redundancia, el espacio urbano acabó erigiéndose en marco belicoso como su propia designación detalla. De modo, que capítulos como los de Stalingrado (31/I/1943); Varsovia (17/I1945); Berlín (2/V/1945) o París (19-25/VIII/1944), que es el que me lleva en estas líneas a su fundamentación, rubricaron un sinfín de páginas escritas con sangre y fuego que para bien o para mal, determinaron el devenir de los acontecimientos.

Dicho esto, la Tercera República Francesa fue ocupada entre los meses de mayo y junio de 1940 por las tropas de la Alemania nazi, en su inatajable progreso hacia el Oeste y Sur del Viejo Continente. Ya el 22/VI/1940, se sellaba un armisticio franco-alemán que como resultante más inmediato produjo que dos tercios del territorio francés, incluyendo su capital, padeciera una invasión en toda regla y que un Gobierno satélite de Alemania se constituyese en el resto del estado. Sin embargo, las tropas francesas dirigidas por el General Charles André Joseph Marie de Gaulle (1890-1970) que pudieron ser evacuadas antes de que la conquista se consumara, no se entregaron.

El caso es que en ningún momento estuvieron por la labor de reconocer la legitimidad de la Francia de Vichy o régimen de Vichy, cuyo nombre expreso es el Estado francés, como régimen político y Estado títere establecido por el mariscal Henri Philippe Benoni Omer Pétain (1856-1951), en parte de la superficie francesa y en el conjunto del Imperio Colonial franco, procediendo durante la penetración de las Fuerzas del Tercer Reich. Hasta el punto, de proseguir combatiendo contra las Fuerzas del Eje, en nombre de la ‘Francia Libre’.

Este empeño de persistir siempre en la lucha contra el fascismo y el régimen nazi particularmente, nutrió el brío beligerante de la ocupación germana de los voluntarios civiles franceses, que bien fuera desde puntos de vistas nacionalistas-gaullistas o desde visiones comunistas, acomodaron la Resistencia.

Administrativamente estas unidades se contemplaron como las Fuerzas Francesas de Interior (FFI) y su intimidación iría in crescendo, dado que el conflicto bélico cambió el sino de la todopoderosa Alemania de Adolf Hitler (1989-1945). Máxime, tras la coalición del bando aliado con la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y los Estados Unidos de América, en un vasto frente antifascista que fue aprisionando a Italia y Alemania, hasta que en 1944 le tocó el momento a la Francia conquistada. Con lo cual, en el horizonte se vislumbraba la Batalla de París.

Como es sabido, el 6/VI/1944, se inició el Desembarco de Normandía. Una operación de las Fuerzas Aliadas en el Frente Occidental para ejecutar un movimiento magistral de pinza a Alemania, mientras la URSS hacía lo propio desde el Frente Oriental. Entre estas fuerzas concéntricas que incidieron progresivamente por el Este resaltaba la Segunda División Blindada de la Francia Libre o División Leclerc, al mando de Fhilippe Leclerc de Hautecloque (1902-1947). Una avanzadilla destacada por ser la única unidad que maniobraba bajo la bandera francesa y con el añadido de su hechura, porque en su seno combatían hispanos antifranquistas y africanos de las colonias.

A medida que las tropas aliadas se aproximaban a la capital francesa, la Resistencia intensificó su empuje sobre los forcejeos de ocupación germano. Regularmente las Fuerzas Francesas del Interior se terciaban en dos direcciones: la gaullista y la comunista que rivalizaron a más no poder por entrever cuál rescataba París y de qué modo.

Los nacionalistas pretendían apaciguar los ánimos de los sectores civiles más revolucionarios, ofreciéndole una rápida recalada del Ejército de Liberación. En otras palabras: conforme las tropas aliadas iban superando a los alemanes y les desalojaban de sus reductos en tierra francesa, el ‘Día de la Liberación’ estaba más cerca. Si bien, el 18/VIII/1944, las milicias comunistas proclamaron la llamada generalizada contras las fuerzas nazis de ocupación. Por lo tanto, París sería rescatado sin aguardar que comparecieran los aliados. Ante lo cual, en la jornada siguiente las esferas gaullistas contestaron emplazando a la resistencia parisina al levantamiento y sin esperar la conformidad del Gobierno provisional de Francia.

"El instante culminante de la liberación categórica de París se puede valorar como histórica, ya que contrastó un punto de inflexión trascendente para la decadencia del ejército nazi, terminando un año más tarde con el revés indiscutible tras el acceso de los aliados en Berlín"

Después de cuatro años de intenso sometimiento alemán, París se enfureció y los operarios del transporte urbano, tanto de ferrocarril como de metro, se declararon en huelga y claudicaron en sus labores rutinarias, siendo favorecidos por la policía francesa. Y entretanto, las fuerzas comunistas decidieron apostar por la puesta en escena de métodos de guerrilla urbana, acometiendo en pequeños grupos a unidades de tropas nazis apartadas.

A aquel choque callejero le siguió la toma de varios edificios estatales, oficinas gubernamentales y comisarías, evidenciando con su accionar la liberación parisina. Ahora, hombres, mujeres y niños se dispusieron a la formación de repentinas barricadas en las vías, pero éstas se encontraban perfectamente custodiadas y según fuentes aclarativas, los contingentes alemanes se presumían en alrededor de dieciséis mil soldados, ochenta tanques y sesenta cañones a merced del gobernador Dietrich Von Choltitz (1894-1966).

Irremisiblemente y prestos básicamente en operaciones encaminadas a la defensa, no pudieron sustraerse que exprimiendo un alto el fuego transitorio convenido por el cónsul Raoul Nordling (1882-1962) con el alto mando alemán, la resistencia se hiciese con las riendas del ayuntamiento. Posteriormente, el 22/VIII/1944, el desenvolvimiento del combate callejero y ante la proyección de unas tropas perfectamente guarnecidas luchando contra civiles insuficientemente provistos para enfrentar mayores intervenciones militares, los mandos aliados determinaron que Leclerc se adentrase en París con la Segunda División Blindada apoyada por la Cuarta División de Infantería del Ejército de los Estados Unidos de América.

De esta manera, se aguardaba conseguir el imperioso descalabro germano. Y al frente de la División Leclerc se enmarcaba la Novena Compañía, distinguida como ‘La Nueve’, en la que perseveraban afanosamente soldados procedentes de Madrid, Valencia, Zaragoza, Cataluña, Andalucía y Canarias. Ni que decir tiene que estos hombres eran parte acérrima de la porción republicana española compuesta por ciento sesenta veteranos de la Guerra Civil Española (17-VII-1936/1-IV-1939) que llegaron a Normandía el 1/VIII/1944. Amén, que en la Batalla de París intervinieron dos decenas. Primordialmente eran de signo socialistas, comunistas y anarquistas, aunque igualmente acudieron nacionalistas catalanes y vascos.

A pesar de los incuestionables contrastes ideológicos, estos soldados republicanos exhibían la unidad como estandarte para la guerra contra el fascismo occidental, como precedentemente lo habían demostrado en España contra las tropas franquistas. Curiosamente prefirieron denominar a sus carros de combate con señas de identidad hispana como ‘Madrid’, ‘Guadalajara’, ‘Brunete’, ‘Guernica’, ‘Ebro’, ‘Jarama’ o ‘Santander’, y que ineludiblemente apuntaban a la designación de las batallas más emblemáticas de la Guerra Civil en la que un lustro antes habían peleado hasta la extenuación. Aunque en el imaginario republicano había cabida a otros apelativos llamativos como ‘España cañí’ y ‘don Quijote’.

A decir verdad, estas unidades semiorugas eran valiosas y eficientes en el campo de batalla por su compás superlativo y soltura de respuesta. Motivo por el que se emplazaban en la vanguardia. Y es que su función residía en prosperar al frente del regimiento y peinar propiciamente la zona antes de que apareciese el grueso de las tropas. Sin inmiscuir, que en el fondo eran unidades de combate al uso.

Tras tomar la demarcación de Écouché, a unos doscientos sesenta kilómetros de la capital, el 23/VIII/1944, la Segunda División Blindada recibió la encomienda de encaminarse a París. Y entre ésta, se encontraba ‘La Nueve’ al mando del capitán Raymon Dronne (1908-1991). A criterio de mandos destacados franceses, eran individuos valerosos, complicados de ordenar, empecinados en su misión, pero sobre todo, curtidos y fajados en un malestar moral crónico por su contribución en la Guerra de España. Aun así, actuaron la noche del 24/VIII/1944, para dar la cara ante las tropas nazis y poner su granito de arena en la resistencia parisina.

Sin dilatarse demasiado en el tiempo, un total de treinta y seis soldados vinculados al antiguo Ejército Popular de la República Española, junto a otros cuatro soldados franceses, se convirtieron en ser los primeros en tomar el centro de la capital del Sena, después de cuatro años de dominio germano. El arribo de la vanguardia del Ejército aliado reavivó el anhelo y los deseos de la resistencia. Prueba de ello lo retuvo al pie de la letra Albert Camus (1913-1960), novelista, ensayista, dramaturgo, filósofo y redactor jefe del periódico Combat, cuando glosó en su editorial textualmente: “brilla con todo su esplendor con la esperanza y el dolor, posee la llama del valor lúcido y todo el resplandor no solo de la liberación, sino también de la libertad cercana”.

El escalón blindado ordenado por Dronne y complementado en el mando por Amado Granell Mesado (1898-1972), alcanzaba aquella noche el ayuntamiento de París. Y con anterioridad, se habían consagrado palmo a palmo a rescatar de la periferia Sur a aquellas personas cautivas en manos alemanas.

Tras ser acogidos con regocijo por la resistencia parisina que contemplaba más próximo el logro del triunfo, el desenlace del combate y la liberación ambicionada de la ciudad se enfocaron en el barrio de Marais, donde en la Rue des Archives consiguieron derrotar a la tropa alemana apoderada de su salvaguardia.

Horas después, iba a ser protagonista de varias refriegas en las que las fuerzas republicanas de ‘La Nueve’ obtuvieron una labor definida, pero el Ejército aliado precedido por la Segunda División Blindada de la Francia Libre o División Leclerc, prosiguió prosperando de manera imparable por las arterias de París junto a los grupos franceses de la resistencia.

En la tarde del 25/VIII/1944, la bandera francesa ondulaba flamante en la Torre Eiffel, reemplazando al yugo nazi con su bandera infamante de la cruz gamada que se plantó tras la invasión de París, y donde prevaleció desde el preámbulo de la conquista nazi durante nada más y nada menos que mil quinientos días.

Ante la contingencia crítica de las fuerzas alemanas y con buena parte de la ciudad rescatada, fuerzas aliadas, mayoritariamente norteamericanas, en fase de acordonar París y las tropas manejadas por la División Leclerc, asaltaron terreno. En tanto, el gobernador alemán en París, Von Choltitz, recibió la resolución inmediata de Hitler de transformar París en un campo de escombros y no dejar piedra sobre piedra de su rica pertenencia histórica-artística antes de verla extraviada. Sin duda, he aquí la réplica incontrastable y lapidaria del dictador nazi: ‘victoria o exterminio del enemigo’.

De hecho, el alto mando germano tenía todo más que preparado e ingeniado a su suerte, pues había mandado un número significativo de soldados para que se predispusiesen única y exclusivamente a incendiar y hacer desaparecer las principales estatuas, monolitos, obeliscos y monumentos, pero fueron totalmente nulos en su ejecución al ser interceptados por las barricadas populares que se entrecortaban en su trayecto. Y para el colmo, el apoyo del Ejército aliado agravó el entorno.

Franqueada una semana vehemente cargada de innumerables huelgas, parapetos con barricas, carruajes volcados, palos y piedras improvisados y hostilidades callejeras, la milicia alemana terminaría rindiéndose y Gaulle, el principal líder militar de la Francia Libre, hacía su entrada clamorosa en la ciudad. Mientras, los soldados germanos entregados transitaban hacia su cautividad con las manos sobre la cabeza como signo de sometimiento entre un laberinto de injurias e improperios sacudida por la urbe franca, en pago de su anterior desconsideración.

"El empeño de persistir siempre en la lucha contra el fascismo y el régimen nazi particularmente, nutrió el brío beligerante de la ocupación germana de los voluntarios civiles franceses, que bien fuera desde puntos de vistas nacionalistas-gaullistas o desde visiones comunistas, acomodaron la Resistencia"

En la jornada siguiente, Gaulle, precedía la formación victoriosa por los Campos Elíseos. París había sido rescatada por un precio muy elevado: la muerte de tres mil soldados alemanes, más un millar de integrantes de la Resistencia, ciento treinta soldados de la División Leclerc y seiscientos civiles. Evidentemente adquiere sentido la arenga a la ciudadanía que el General declaró ese mismo día: “¡París, París ultrajado! ¡París arrasado! ¡París martirizado! ¡Pero París liberado! Liberado por el mismo, liberado por su pueblo con el concurso de los ejércitos de Francia, con el apoyo y concurso de toda Francia, esto es, de la Francia combatiente. Esto es, de la Francia auténtica, de la verdadera Francia, de la Francia eterna”.

Pero por encima de todo, París era absuelta del tormento por la acción denodada de los combatientes republicanos, más bien antifranquistas para no entrar en mayores tintes aclaratorios y a los que Gaulle les confirió la consideración de llevar la voz cantante en el recorrido del Arco del Triunfo hasta la Place de la Concorde. Llegados a este punto de la disertación, a pesar de que fueron soldados hispanos incorporados en la estructura militar francesa y por extensión aliados, los primeros en aparecer en París para aliviar a la Resistencia y luchar ante el contendiente alemán, los españoles compusieron el combinado extranjero más nutrido dentro de las Fuerzas Francesas de Liberación. Por ende, su participación no es lo suficientemente consabida por la sociedad en general. Y mucho menos, en España que en Francia, donde sí que paulatinamente ha ido siendo objeto de diversos reconocimientos públicos.

Todo ello corroborado por el escritor de talla Camus, al dar la razón en un artículo divulgado el 5/X/1944, el valor encomiable en mayúsculas de los soldados españoles que ofrecieron lo mejor de sí en la liberación de París con unas palabras sublimes: “Nuestra lucha es la suya”. Aunque en su arrebato interior no consiguieron que las tropas aliadas eludiesen a España de los tentáculos de la dictadura de Francisco Franco Bahamonde (1892-1975).

Queda claro, que la aportación hispana en la Resistencia no fue una cuestión abordada por la historiografía hasta hace comparativamente poco tiempo. Al menos, mediadas cuatro décadas más tarde de los propios hechos. Primero, porque Francia dispuso originalmente redactar su historia adherida a la narración forjada por el nacionalismo republicano galo. Y segundo, porque en la España del caudillo no se permitía, si se permite la alusión, la atención de los españoles antifranquistas que apoyaron a vencer a la Alemania nazi, aliada del bando franquista.

Aunque podría decirse que se constata un tercer razonamiento de naturaleza técnico: la infinidad de obstáculos para acceder a las fuentes bibliográficas y la reserva de los protagonistas que no requirieron para sí ninguna deferencia. Alcanzado el siglo XXI la atracción historiográfica se incrementó por el análisis sobre los soldados españoles que lucharon en el bando aliado en la Segunda Guerra Mundial. Hay que recordar que en España se habían privilegiado los estudios en numerosas ocasiones propagandistas más que historiográficos sobre la División Azul. Es decir, los españoles que combatieron en el bando de la Alemania nazi contra la URSS en el Frente Oriental.

Por fortuna, años después diversas disertaciones nos han cultivado sobre los sucesos de aquellos atrevidos antifascistas por la libertad, permitiéndonos estar al tanto de la veracidad histórica de la Batalla de París como del papel que desempeñaron. Además, varios autores permanecen dando algunas claves para saber quiénes eran estos sujetos ignorados que hacían gala de los mejores procederes del antifranquismo.

Expuesto de otro modo: eran antimilitaristas e incluso pacifistas, pero soldados portentosos en sus ideales. Su decisión y autonomía en el momento de llevar a término la guerra, conectaba afinadamente con el espíritu impetuoso de Leclerc. Para ser más preciso en lo fundamentado, no admitían hacer un uso indebido de la obediencia debida a las órdenes fuera del sentido común. Como igualmente tan solo respetaban a los mandos que daban buen ejemplo en el combate.

Curiosamente, aunque el contexto ha variado drásticamente en los últimos trechos, el reconocimiento público resuelto en Francia es cuantitativamente superior que el recibido en España. Y no por ello resulta paradójico que habitualmente tanto representantes franceses como españoles, les rindan la correspondida consideración y su historia haya sido examinada mediante distintos componentes urbanos. Como expresó el ex presidente François Gérard Georges Hollande (1954-70 años) en la ceremonia del septuagésimo aniversario: “para que todo cambie no hay que borrar nada”. Una enseñanza atractiva para los tiempos actuales donde se pretende armonizar y aquilatar la memoria democrática.

En consecuencia, tras cuatro largos años de sofocación y arbitrariedad nazi, Gaulle, movido por la efervescencia del momento que tanto había esperado, declaraba que la capital francesa había sido “liberada por sí misma, liberada por su pueblo, con el apoyo de Francia entera”.

Con dichas palabras se moldeaba una leyenda sobre la Resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial, dejando en la omisión la extraordinaria concurrencia de trescientos sesenta hombres de catorce nacionalidades, entre ellos, los españoles, integrados en ‘La Nueve’, una compañía sumada en la División Leclerc. Oficialmente se instituyó el 24/VIII/1943 en África, territorio al que habían acudido decenas de miles de republicanos exiliados tras la consumación de la Guerra Civil. Aunque no fue la única unidad con españoles entre sus filas, pero sí que se convirtió en la más compacta.

Subsiguientemente, fue desplazada a Argelia al objeto de recibir el adiestramiento pertinente con el equipamiento que le surtía Estados Unidos, previamente a ser centralizada en Marruecos y reasentada en Escocia para rematar su instrucción antes de dirigirse a Normandía. O séase, estos hombres atesoraban la experiencia acumulada bajo la bandera republicana en España y en tierras africanas con Francia.

Desde el 19/VIII/1944 y ante la imposibilidad de detener el progreso de los aliados tras el desembarco en las playas de Normandía, los parisinos emprendieron un alzamiento contra los invasores germanos y los conjurados de la Francia de Vichy. El pronunciamiento los condujo a la resistencia dispuesta por las Fuerzas Francesas del Interior (FFI), en las que se topaban jóvenes, mujeres y ancianos infatigables en su maniobrar, haciendo frente a los ocupantes y colaboracionistas.

El punto y final de la supremacía nazi en París imprimió la primicia en la construcción de un relato nacional por parte de las nuevas autoridades, que radicó en hacer hincapié sobre la vivacidad de una entereza que contó con la colaboración colosal para neutralizar la tiranía ante los nazis del régimen de Vichy que se había desplomado mientras se liberaba.

Esta visión conceptuada de ‘resistencialismo’, se utilizó políticamente tanto por los comunistas que se rezagaron a la hora de entrar en resistencia, como por Gaulle, que precisaba una nación unida tras ganar el pulso a sus contrincantes internos y fraguar el optimismo de los principales aliados.

Pero no todos los lugareños de París participaron celosamente en la liberación de la capital, así como no todos los franceses sobrellevaron regularmente la atadura nazi. En principio, afloró una inquietud de orden público con motivo del peligro de purgas y batidas de los que ayudaron a los alemanes. Un hecho específicamente perceptible con mujeres marcadas de haber mantenido relaciones con nazis que acabaron a la vista de todos con la cabeza rasurada.

Finalmente, el resistencialismo otorgó a las autoridades esquivar la cuestión del colaboracionismo con los alemanes. Si bien, la proliferación de las muchas versiones coincidió con la muerte del estadista francés que dirigió la resistencia, quien reproducía la descripción y la interpretación oficial.

Y a la postre, el instante culminante de la liberación categórica de París se puede valorar como histórica, ya que contrastó un punto de inflexión trascendente para la decadencia del ejército nazi, terminando un año más tarde con el revés indiscutible tras el acceso de los aliados en Berlín.

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