Opinión

Nueva normalidad 2.0

Hace un año, los españoles en general y los melillenses en particular, afrontábamos el escenario de la ‘nueva normalidad’, que nos ofrecían nuestros gobernantes con bastante escepticismo. En el caso de nuestra organización profesional, dicho escepticismo se tornaba en inquietud máxima, ante el exceso injustificado de entusiasmo, que se oponía a la ausencia de datos objetivos para el mismo.

Ya en marzo de 2020, desde este sindicato, estimábamos el número de fallecidos en España dentro de un rango que oscilaba entre un escenario medio de 50.000, hasta un escenario máximo de 100.000. Los exabruptos, disfrazados de críticas, hacia nuestras estimaciones, se volvieron finalmente contra los que las hicieron. Asimismo, en junio de 2020, advertimos de que el riesgo en Melilla iba a ser máximo, dado que el cierre de las conexiones aéreas y marítimas de nuestra ciudad había creado una burbuja, no sólo epidemiológica en nuestra tierra, sino ‘mental’ en nuestros políticos, que no habían aprendido nada de lo ocurrido en la península.

Miles de contagiados después, entre los que tenemos que lamentar 97 fallecidos (95 de ellos tras el fin del estado de alarma inicial), nos ofrecen otra vez un escenario de ‘nueva normalidad’, al que hemos rebautizado en nuestro título, siguiendo el argot tecnológico del que tanto abusan nuestros gobernantes, y con el que pretenden tapar la falta de contenidos, con escaso éxito, por cierto.

En el verano de 2020 muchas medidas propuestas por este sindicato no fueron tenidas en cuenta. Ni se exigió PCR de entrada en nuestra ciudad, ni se realizaron cuarentenas de ingreso, ni se hicieron aislamientos con criterio epidemiológico. Tampoco se penalizó adecuadamente a los infractores, ni se realizaron inspecciones suficientes. Para más INRI, hemos asistido a una educación obligatoria presencial absurda, que ha supuesto numerosos contagios innecesarios, convenientemente maquillados, ya que todos los niños ‘sintomáticos positivos’, curiosamente, se contagiaban en el ámbito familiar, por decreto de la Consejería. Tener la más alta ratio de alumnos por aula de nuestro país, duplicando las recomendaciones nacionales, se solventó con unos ‘tramos’ presenciales de 3 horas, insuficientes para una educación de calidad, pero perfectamente adecuados para el contagio del COVID, eso sin tener en cuenta las aglomeraciones a la entrada y salida de los colegios, donde decenas de niños se hacinaban a la espera.

Ahora desde la Consejería de Economía y Políticas Sociales, que parece que también gestiona la Salud Pública, nos intentan convencer de la bonanza de la medida de suspender la obligatoriedad del uso de mascarillas en espacios exteriores, emanada del Gobierno central.

En los países que mejor han gestionado la pandemia, esta medida se ha implementado con ‘circulación cero’ del virus, como es el caso de China, o con muy escasa incidencia, como es el caso de Israel. Es interesante mencionar que en este último país, se ha vuelto a obligar al uso de mascarilla en exteriores, a pesar de que la incidencia acumulada/14 días en ese país es de 3 casos por 100.000 habitantes, mientras que en Melilla multiplicamos por 20 esos datos. Pero claro, nuestros expertos políticos deben disponer de un conocimiento muy superior, para desdeñar las acciones que se han realizado en dichos países.

El hecho de que la vacunación avance, no justifica en absoluto la medida. A pesar de la generosa y omnipresente dosis de propaganda derrochada desde la Consejería, a día de hoy, la realidad es que Melilla sigue por debajo de la media española en porcentaje de personas con vacunación completa. Mientras que la media nacional (en el momento de redactar estas líneas) alcanza el 29,4%, en Melilla estamos en el 27,5%, muy alejados del 36,9% de Asturias y a años/luz del 70% que nos garantizaron hace meses que disfrutaríamos en junio de este año, cifra por debajo de la cual, la supresión de la obligatoriedad de las mascarillas en exteriores, implica asumir riesgos innecesarios y gratuitos.

De lo anterior se desprende que Melilla está muy lejos de la incidencia acumulada de 25 casos/100.000 habitantes en 14 días, así como del 70% de población con vacunación total, parámetros epidemiológicos que muchos expertos marcaban como imprescindibles, ambos dos, para la supresión de las mascarillas en exteriores. Sorprendentemente, el criterio del ministerio de Sanidad, que hasta hace bien poco coincidía con el de los expertos, ahora ha virado, sin que lo hayan podido justificar.

Por tanto, no existen motivos para la euforia, máxime cuando la densidad de población en Melilla, con 7.300 habitantes por kilómetro cuadrado (la autonomía con mayores cifras de España y una de las más altas del mundo; piénsese que la densidad media española es 94 habitantes/km2), sumado a la insuficiencia crónica de recursos asistenciales de nuestra ciudad, deberían invitar a la cautela, y no al alborozo. Si le sumamos que seguimos sin solicitar PCR/tests antigénicos de entrada a la ciudad, aunque, en el colmo del absurdo, sí se lo facilitamos a los ciudadanos que salen destino a las islas Canarias o Baleares, no entendemos tanto júbilo.

No sólo ello, la nueva variante delta (india) del COVID-19 (y las que vendrán), el aumento de movilidad de los melillenses, con especial frecuentación de la Costa del Sol, bien por vacaciones, bien por segunda residencia (que recibirá extranjeros procedentes de zonas de elevada incidencia) y la falta de control PCR de entrada en nuestra ciudad, invitan más a la prevención y a la cautela que a la algazara y a la supresión de medidas preventivas.

En ocasiones anteriores, los errores de la Consejería los hemos pagado los ciudadanos y los profesionales. Más de 9.000 contagiados y casi 100 muertos son demasiados. Además los profesionales de la salud están exhaustos, agotados física y psíquicamente, no sólo por haber sufrido una gran tasa de contagios (incluyendo muchos casos de COVID persistente y el fallecimiento de nuestro compañero, el llorado Dr. Galindo), sino por estar muchos meses contra las cuerdas, víctimas de los desatinos de políticos sin capacitación, sin sensibilidad y sin una mínima capacidad de autocrítica.

Por todo ello, nos parece injustificable que no se haya contado con los profesionales sanitarios a la hora de asumir las nuevas medidas. Es desolador que el vacío que genera la ausencia de criterio en las políticas de salud pública se cubra con propaganda pueril y resulta doloroso constatar la falta de sensibilidad hacia las víctimas, olvidadas por nuestros políticos, pero no por sus familiares, ni por los trabajadores que los hemos atendido. Tristemente, se hacen más actuales que nunca los versos del genial poeta oriolano “Muerto mío, muerto mío, nadie nos siente en la tierra, donde haces caliente el frío”.

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