Toufik Diouri, Arquitecto, Aparejador, y MBA, ejerce en la Ciudad de Melilla desde 1995, aunque su experiencia laboral data de diez años antes en la península. Es la segunda vez que es proclamado Vocal Delegado del Colegio de Aparejadores de Málaga en Melilla, y ha dirigido la ejecución de obras singulares de la Ciudad como el Teatro Kursaal, el Centro de Salud de la zona Centro, la Plaza de Las Culturas, o el Nuevo Edificio Dotacional del CETI, entre otras.
Asimismo ha proyectado obras como el Nuevo Cerramiento del Campo de Fútbol Fernando Pernías, y sus nuevos vestuarios, la intervención patrimonial en la Casa del Gobernador, los Antiguos Juzgados Militares, y los Almacenes de San Juan, y actualmente está trabajando en proyectos y anteproyectos medioambientalmente sostenibles como la Adecuación de la Zona Oeste del Cementerio Musulmán y su nuevo Minarete, recientemente anunciado por la Consejería de Medio Ambiente, entre otros.
–¿Por qué es importante pensar en hacer construcciones sostenibles? ¿Qué ventajas nos pueden dar?
–Porque tenemos una deuda con el planeta, con nuestra tierra y con nuestros ciudadanos. Nuestra producción debe ser capaz de mejorar sus vidas en materia medioambiental, en progreso, en respeto por la naturaleza, y la industria es capaz de eso porque su sistema de producción se basa entre otras cosas en la posibilidad de control de los procesos, cosa que la construcción tradicional apenas si lo tiene.
Su empleo debe ser de calidad, y al ser especializado y específicamente formado se convierte en altamente competitivo y estable.
–Se ha señalado que la construcción industrializada es “un reto a tener en cuenta para los próximos años” ¿Ve la suficiente apertura de mentalidad en Melilla para que se comience a trabajar en ello?
–Bueno, lo de las mentes abiertas funciona en realidad como un efecto dominó. Siempre hace falta ese primer inversor, ese primer paso. A partir de ahí todo es ponerse.
No me preocupa tanto la tarea de abrir las mentes como la de diseñar el camino, organizarlo estratégicamente, evaluarlo en su justa medida, hacerlo creíble, que las administraciones locales lo apoyen de manera decidida y activa, y que se visualicen de manera efectiva los mercados de posible destino. El resto es más fácil. Con el camino trazado la inversión se hace más posible.
Es un camino aún muy verde, pero real, saludable, y de futuro para la ciudad. Así lo creo.
–¿Cómo le gustaría que fuese la Melilla del futuro en el ámbito de la construcción? ¿Cuánto tiempo se necesitaría para que fuese así?
–Sueño con una Melilla arquitectónicamente importante, no tanto por su modernismo de principios de siglo pasado o por su ciudadela histórica, que también, sino por una apuesta seria por la modernidad, lo contemporáneo, y por una puesta en escena claramente avanzada e innovadora.
La arquitectura es la carta de presentación de toda ciudad. Los mejores lugares urbanos del mundo se visitan y se valoran por su arquitectura, y por sus edificios. Una ciudad es bella porque lo son sus edificios. Y es fea por lo contrario.
La industrialización de la construcción, aunque se prevea para mercados ajenos, sin duda implementaría en la ciudad una forma de hacer, de construir, de diseñar, y de configurar espacios habitables, que transformarían de modo apreciable la fisonomía de la ciudad, convirtiéndola quizás en un ejemplo a seguir, en muchos aspectos, mejorando al alza su autoestima, que mucho me temo está bajo mínimos.
–¿Qué mensaje le gustaría dejar a los lectores?
–Después de la jornada celebrada el pasado 19 de mayo, algunos conocidos y amigos me repitieron en confianza lo mismo: es una buena idea, pero no aplicable a Melilla. Yo digo que no hay manera más efectiva y capaz de hundir la ciudad que teniendo esa visión derrotista.
Cuando se dice que algo bueno no lo es para Melilla, se está condenando a la ciudad a conformarse con su suerte, la que le toque. Pero el destino se lo trabaja la ciudadanía, a base de ilusión, fe, y determinación.
Sólo puedo decir que industrializar la construcción no es ningún invento, pues en Países Bajos, por ejemplo, el 50% de su producción constructora es industrializada.
Otro tanto ocurre, con otros porcentajes, en los países nórdicos, Alemania, Polonia, etc. Son sociedades que apuestan por la modernidad sin pedir permiso. Y Melilla tiene esa oportunidad.
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