Sienten rabia e impotencia. Las menores devueltas a Melilla tras pasar sus últimos años acogidas en Palencia, en una residencia de la Fundación Diego Martínez, no entienden que sus planes de futuro se hayan truncado de la noche a la mañana. Y menos aún por razones económicas. “Querían ahorrarse los gastos de nuestra estancia allí, sin pensar en que ya teníamos una vida propia”, lamenta Mariem, de 17 años, sin disimular su enfado. Mientras dice esto, su compañera Aziza (ambos nombres son ficticios), que está a punto de alcanzar la mayoría de edad, asiente con la cabeza, con el semblante serio. Tienen la sensación de que el Gobierno local no ha tenido en cuenta ni sus sentimientos, ni sus opiniones, ni su bienestar antes de ordenar el traslado. “Estamos aquí en contra de nuestra voluntad y lo estamos pasando muy mal”, confiesan las dos jóvenes.
Mañana se cumplirá una semana desde que el grupo compuesto por trece menores, con edades comprendidas entre los 12 y los 17 años, regresó a Melilla para ingresar en la Gota de Leche. El cambio, aseguran Mariem y Aziza, está siendo “horrible” para las de mayor edad. Ellas vivieron en este centro antes de marcharse a Palencia, pero lo han encontrado muy distinto. “Algunas niñas meten droga en el centro y hay muchísimos robos y situaciones de abusos”, exponen las dos jóvenes. Según cuentan, ellas mismas han sido víctimas de este tipo de comportamientos. “A los dos días de llegar nos llamó una chica diciéndonos que estaban sacando nuestra ropa y pertenencias por la ventana para venderlas”, cuenta Mariem indignada.
Esta bienvenida no supone ningún buen presagio y las menores temen que otras compañeras puedan acabar metiéndolas en problemas. “Yo solo pido estar tranquila y que no se metan conmigo porque si no, no me puedo quedar callada”, señala Mariem, a quien todavía le quedan algunos meses para cumplir la mayoría de edad. Asegura que tiene muchas ganas de que empiecen las clases para poder centrarse en sus estudios y olvidarse del resto de los problemas. “En el centro hay mucho ruido, me tendré que ir a la biblioteca a estudiar y a hacer los deberes”, señala.
Por su parte, Aziza está deseando alcanzar la mayoría de edad, lo que ocurrirá el próximo mes. Según apunta, regresará a Palencia para continuar con sus estudios de peluquería, aunque las clases ya habrán dado comienzo. “Me fastidia tener que llegar con el curso empezado, porque eso se podría haber evitado, pero me queda el consuelo de que me iré de aquí en poco tiempo”, comenta. La joven ha sido incapaz de contar a su familia que el Gobierno local la ha traído de vuelta a Melilla. No quiere que sus padres y hermanos sepan lo mal que lo está pasando por culpa de su traslado.
Aunque en general las menores no se quejan del trato del personal del centro, afirman haber recibido comentarios despectivos de algunas educadoras. “El día que nos robaron nos enfadamos y le dijimos a una de ellas que tendría que haber hecho bien su trabajo y vigilar para que nadie entrase a nuestra habitación a robarnos, y nos respondió que ella trabajaba para cuidar a gentuza como nosotras, pero no para custodiar nuestras pertenencias”, manifiestan. Además, ambas inciden en que es habitual que los trabajadores contesten a las menores cuando protestan que “si no les gusta lo que hay, se marchen a Marruecos con sus familias”. Pese a ello, Aziza asegura que, en cierto modo, entiende a las profesionales del centro. “Hay trece educadoras para más de 80 niñas, así no se puede trabajar”, sostiene. “Pero no tienen derecho a faltarnos el respeto”, agrega Mariem.
Para las menores que vienen de Palencia, la pesadilla empezó mucho antes de su llegada a Melilla. Las dos adolescentes cuentan que no les confirmaron que serían trasladadas a la ciudad hasta finales de agosto, pero lo supieron mucho antes a través de otras niñas acogidas en el Centro Asistencial. “Lo hemos pasado muy mal porque no sabíamos qué iba a pasar con nosotras y nadie nos decía nada al principio, aunque intentaban calmarnos”, explican. Este verano han llorado mucho, según relatan, porque tenían miedo a perder todo lo que han dejado allí: amigos, novios, trabajos, estudios, a sus educadoras... “Es mucho lo que teníamos en Palencia, por eso nos está resultando tan difícil; allí habíamos hecho nuestras vidas”, lamentan. Mariem y Aziza dicen que desde la fundación trasladaron muchas propuestas a la Consejería de Bienestar Social para intentar que las menores se quedasen en Castilla y León. “Pero no les hicieron ningún caso”, lamentan.
El Faro intentó ayer contactar con el consejero de Bienestar Social, Daniel Ventura, para contrastar el relato de las menores, pero no obtuvo éxito.
La semana pasada, el consejero de Bienestar Social, Daniel Ventura, señaló que el dinero que se destinaba al convenio para atender a las menores en Palencia se invertirá en aumentar los recursos y el personal de la Gota de Leche. Afirmó también que se tomó la decisión de traer a las niñas de vuelta a la ciudad después de que desde Castilla y León pusieran “pegas” al número de menores acogidas por la fundación, pretendiendo que fuesen un máximo de ocho. Según sostuvo el consejero, “no era rentable” invertir 320.000 euros en un convenio para tan pocas niñas.
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