Estos días el presidente del gobierno nos hizo llegar una carta que hemos podido leer todos. Nos habla de algo que reconocemos con mucha facilidad, el acoso personal y la persecución mediática que cruza todas las líneas rojas y te apunta como un dardo al corazón, que hiere siempre y una de mil veces atina de lleno y te aniquila.
No inventamos la herida, venimos a ella y la reconocemos, como dice la poeta Chantal Maillard. Esta herida es de todos y todas y lo es porque compartimos ese dolor y nos toca reflexionar sobre la humanidad en sí misma, o mejor dicho, sobre la deshumanización de todo.
El presidente en una carta sincera, nos interpela como sociedad y reflexiona en alto sobre el tipo de medios de comunicación que tenemos y su degradación, sobre el tipo de política que queremos tener y sobre el tipo de persona (y político) en el que nos queremos convertir, o no.
Lo vemos a diario, medios que funcionan a golpe de billetera sin importar el rigor o la verdad; profusión de noticias falsas en panfletos que se desparraman asimilándose a prensa seria, campando a sus anchas en ellos la xenofobia, el racismo y el machismo; artículos sensacionalistas propios de prensa amarillista; en definitiva, fábricas de estercoleros y odios que se vierten cada día en nuestra democracia y que son parte de las cloacas del Estado y de la degradación del pseudoperiodismo.
Por otro lado, la política de insulto y de la violencia que vomita y fagocita todo esto. Una gran parte de la derecha y ultraderecha faltona y mediocre que usa el bulo, la descalificación, la chulería y la amenaza, de forma constante. Empezando por sus líderes. Sirva como ejemplo la señora Ayuso a la que nunca se le afeó hacer broma de un insulto grave proferido en el propio Congreso, o la soberbia y el machismo del señor Feijoo de hace unos días cuando afirmó, cito textualmente: “ hay parejas de presidentes que han dejado de trabajar para no tener ninguna duda al respecto”. Es decir, que lo mejor es que Begoña Gómez se quede sin trabajar. En casa y de paso repasar el libro de “La perfecta casada” de Fray Luis de Léón. No sé qué pensará su mujer de esto.
Esta es una reflexión que debe llegar a todos lados :¿Qué escuela enseña estos valores? ¿Qué ejemplo damos como servidores y servidoras públicas? ¿De dónde proviene este modo de hablar?
Este lenguaje de la masa, que provoca la respuesta y a la par no la permite, y que es lenguaje, por esencia, agresivo, desafiante y dogmático, ha suplantado el lugar de la vida democrática.
La política actual no es una escuela del diálogo y de la disertación porque no se aprendió de Platón ni de los sofistas, ni la aprendieron de la dialéctica de contrarios de Hegel, ni interpela a ninguna comunidad ideal de hablantes que creen en el respeto o la democracia, como nos enseñaron Apel y Habermas, sino solo a unos cuantos, a esos que nos han robado la lengua materna, el lenguaje de la madre, de los cuidados y de la vida.
María Zambrano, en su obra Persona y democracia, afirma tajante: “Si se hubiera de definir la democracia podría hacerse diciendo que es la sociedad en la cual no sólo es permitido, sino exigido, el ser persona”. La carta de Pedro Sánchez nos concierne a todos y todas. Es preciso humanizar la sociedad y para ello ha de construirse la democracia como hábitat de su protagonista, la persona. Creando entre todos una red de seguridad donde ser servidor público no sea un infierno.
Debajo de esos “personajes” que solo parece que somos los y las políticas, en esa increencia y desafección que se ha instaurado en la sociedad sobre la política, está la persona que padece, la que es y la que ama. Da igual quien padezca la violencia, debemos no ponernos de perfil y condenarla o estaremos socavando y traicionando las raíces de la democracia que tanto nos ha costado construir.
Dentro de nada no habrá crisis de valores, lo que habrá es orfandad de ellos sino reclamamos y reivindicamos el sentido de lo que nos hizo llegar y estar en política. El amor a lo público y querer mejorar la vida de la gente y hacer política para ello, el cuidar y ser cuidados, la no violencia, deben poder convivir con lo personal e intimo. Entonces podremos decir que merece la pena, y la alegría.
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