Dos chavales de Melilla se están haciendo un hueco en el mundo del toro, pero todo no es grana y oro. Como dijo sir Winston Churchill, esto es una cuestión de ‘sangre sudor y lágrimas’.
Ese cóctel ya lo conocen Adolfo Ramos y Antonio Criado ‘El Goy’. Han sudado por los cosos peninsulares y en su propia tierra, han olido su propia sangre tras ser cornados y han llorado. Han llorado algunas veces de dolor, otras de impotencia y algunas otras porque la gente joven tiene que llorar, hasta de felicidad.
Se ven los trajes de luces, las poses toreras y los ramos de flores, lo que no se ve es el día a día, o la noche a noche de un novillero, cuando restándole muchas horas a sus novias, amigos, a su tiempo de ocio, se plantan en cualquier rincón taurino –‘La Mezquita del Toreo’– para entrenar con capotes y muletas. Son horas de entrenamiento bajo la mirada de algún experto que tiene que ser dura para que esa madera de torero se convierta en roble de arte.
Cuando Adolfo –que vive en Madrid– y Antonio –que lo hace en su Melilla– coinciden, no se lo piensan dos veces: ¡A entrenar!. Se van a la plaza de toros y se ayudan mutuamente porque no sólo les une un sentido de competencia taurina sino, lo que es más importante, una sólida y confesa amistad que nació hace ocho años precisamente en el ruedo del coso melillense, al aire de vaquillas y revolcones.
Adolfo tiene bien perfilada su carrera en manos de Fernando Cámara y sus apoderados, los madrileños hermanos Pérez Villena. Lleva toreadas 14 novilladas con picadores amén de las anteriores sin caballos. Ha salido por unas cuantas puertas grandes y, tarde o temprano, tomará la alternativa y se convertirá en el primer matador de toros de Melilla.
Antonio Criado sufrió una espeluznante cornada en tierras granadinas. Se ha recuperado y ya empieza a correr. También le complica la vida a su padre, Román, porque a diario le pide irse al campo a recuperar el sitio, sitio que se ha ganado a base de esfuerzo, sacrificio y algún que otro sinsabor. Pero ‘Goy’ también quiere ser torero, como Adolfo, y, conociéndole y conociendo a su padre, seguro que se placeará por toda España.
Tiempos históricos, tiempos de mucho penar pero también tiempo histórico porque lo que ocurre en Melilla y su Fiesta Nacional no ha ocurrido jamás. Verles sonreír, admirarles en sus vueltas al ruedo, sentir la afición de ambos es un privilegio para Melilla y los melillenses. Mientras tanto, ellos dan el callo, trabajan duro.
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