Creía que en esta ciudad habíamos superado aquellos años de riski, persecuciones policiales, filas en Melilla La Vieja para coger bocadillos de las ONG, entierros y necrológicas de niños extranjeros no acompañados, que vivían en la calle, víctimas de pederastas y pedófilos; de la prostitución; de xenófobos y racistas. Víctimas de la mala suerte de no haber nacido en España.
Creía que habían pasado ya los tiempos en que los niños extranjeros no acompañados dormían a la intemperie en Melilla, esnifaban pegamento en las puertas de los supermercados, pedían limosnas en las calles o vivían debajo del puente del río de Oro o dentro de la fuente del parque del Tesorillo.
Pero este fin de semana he visto niños durmiendo en las escolleras de Horcas Coloradas. A la vista de todos, a plena luz del día. Me gustaría que igual que lo he visto yo, lo vieran las autoridades responsables de su tutela.
Entiendo que en otras épocas, desbordados como estábamos, acogiendo a más niños extranjeros de los que podíamos asumir, estas cosas fueran incontrolables. Pero con la frontera cerrada, no deberíamos tener menores durmiendo en la calle.
Ni tampoco en un solar, donde, como hemos podido comprobar este fin de semana, un joven ex tutelado por la Ciudad Autónoma perdió la vida, al parecer, de forma violenta.
Melilla no puede convertirse en un cementerio de niños marroquíes. No lo queremos nosotros y tampoco lo quieren sus padres, por mucho que se desentiendan de ellos.
El problema de los menores extranjeros no acompañados es un conflicto enquistado en España desde los años 90. No es posible repatriarlos porque su país no los acepta, pero tampoco facilita que podamos darlos en adopción a padres que están deseando criar un hijo aunque no sea suyo.
Es muy triste que uno de los paseos más bonitos de Melilla se vea empañado por la triste imagen de menores extranjeros, que descansan sobre trapos en lo alto de un acantilado.
Lo que no quiero para mi hijo, tampoco lo quiero para ellos. Los niños no deben dormir en la calle y no podemos conformarnos con la explicación de que siguen ahí porque rechazan los centros de acogida; porque no se adaptan a las reglas; porque no reconocen la autoridad del tutor...
Ninguna de estas excusas nos vale. Si el niño entra de forma irregular en Melilla tenemos que hacer lo posible por devolverlo a su familia. Porque donde mejor está, es con los suyos. Y si eso no es posible, hay que conseguir que el menor duerma y descanse bajo techo. Si tiene familia en Melilla, habrá que buscarla y hacer lo posible para que afronte la responsabilidad que le corresponde.
No se trata sólo de buscar parientes en Marruecos. También hay que involucrar a los familiares que pudieran tener en Melilla. En cuanto la gente vea que le toca asumir algún tipo de responsabilidad, ayudará a disuadir a quienes vienen soñando con una Europa que sólo existe en sus cabezas y en la televisión.
No podemos quedarnos de brazos cruzados otros 20 años a la espera de que Marruecos decida qué hacer con sus menores. No podemos seguir siendo la guardería de un país que no recibe de vuelta a sus niños. No podemos seguir alimentando el efecto llamada.
Y eso sólo hay una forma de pararlo: promoviendo más condenas a Marruecos en la Unión Europea por la violación de los derechos de la infancia, como ocurrió cuando el reino alauí fomentó la entrada en Ceuta de miles de niños no acompañados y, en muchos casos, engañados.
Es verdad que no estamos ante un problema grave, atendiendo al número total que entra cada año a la ciudad. Pero no podemos seguir pensando que esto es un problema puntual, porque puede ir a más e irá a más teniendo en cuenta las altas tasas de natalidad y pobreza que gasta nuestro vecino.
Ahora, que nos quedan pocos niños extranjeros en la ciudad, es el momento de volver a poner sobre la mesa el debate sobre qué hacer con ellos y qué futuro queremos para ellos. No es lo mismo devolver 250 que intentarlo con 1.000.
Decidamos lo que decidamos, es impresentable que gobernando la izquierda en Melilla veamos a niños durmiendo en las escolleras de Horcas Coloradas, en pleno invierno y con la pandemia del coronavirus desatada. No me puedo ni imaginar el frío y la desolación que puede llegar a sentir un niño que no pidió venir al mundo.
Por eso creo que esos menores son nuestra responsabilidad. Si no hay niños durmiendo en las calles de Berlín, no puede haberlos en las calles de Melilla. No queremos parecernos a Haití. Nos guste o no, tenemos que solucionarlo.
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