Una de las estrategias electorales que mejor resultado genera es la de potenciar una némesis. Pasar de adversarios a enemigos como por ensalmo aunque sea de manera temporal, llegando en su momento a la posibilidad de ser socios si la cosa ‘conviene’. Que te odien y odiar y hacer que militantes y simpatizantes incondicionales, odien también, incluso a los seguidores y militantes del partido del odiado.
Igual da si después, por exigencias del apego y guion del poder, se deja de odiar ‘por el bien general’, dejando así a buena parte de la militancia propia perplejos o, cuanto, menos víctimas de la confusión. Éstos se afanaron en cultivar ese sentimiento, el del rechazo visceral y el negar sin reparo alguno.
Priman sobremanera los intereses de la cúpula a la hora de intentar gobernar y alcanzar sus prerrogativas, pero eso sí, por el ‘bien de la sociedad’ en su conjunto y, como no, del partido en general. Y no es que todas las formaciones se ejerciten en esta estrategia, pero en el ánimo de ver siempre todo lo malo de los demás para acrecentar lo bueno propio, suele necesitarse la concurrencia del sentimiento que vaya más allá de la mera negación.
Es un tiempo, como el que se vive, donde el grado de cumplimiento es inversamente proporcional a la intensidad de prometer; en el que todo espectáculo cabe en aras de llamar la atención en demasía y en el que se atropellan las comparecencias para dar color y brillo a tantas y tantas acciones de gestión ejecutadas y, sobre todo, prometidas de hacer. Tiempo en el que los ‘“incumplimientos’ deben ser, seguro, fruto de la colisión de planetas.
Tanto y muchos casos puro ruido que, por más que esto se arrebuje, no disimula ni mitiga lo que realmente sienten las carnes de los contribuyentes: techo y comida, además de todo lo necesario para una vida normal, sin excesos, y que están a nivel de puerto de montaña con niebla.
La vida se ha puesto cuesta arriba y para ello no hace falta ningún serial instructor político o experto que hable de cifras micro y macroeconómicas ni que cuenten cómo va el IBEX o el vaivén bancario con su terminología para más que ‘iniciados’. Baste el ejemplo en ver cómo tirita la cesta de la compra cuando se le saca a hacer ejercicio, brama por explícita.
Si además, la crispación e irritabilidad, tan conseguida siempre en las contiendas electorales y que perduran en parte en ese ínterin entre citas con las urnas, es fruto de la inducción de los comités de estrategia de algunas formaciones políticas en aras a los cálculos de aspiración al trono, el calado en la ciudadanía es claro y el poso permanece. Dista esto, en parte, para la aportación de la luz necesaria para ver y atender las grietas del bienestar.
Así, en estos prolegómenos de la batalla por los votos y su razón, gobernar, queda por reflexionar si el futuro, siempre presunto y aún ahora más que nunca, puede o no sustituir a todo lo que no se pudo, supo o quiso hacer en el pasado y su consecuencia, el presente, más allá del némesis de cada cual.
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