Opinión

Nagorno Karabaj, el relato de una crisis humanitaria en el olvido

Nagorno Karabaj o Alto Karabaj, más conocido en Armenia como Artsaj, es un territorio emplazado en Transcaucásica, situado al Sur de Rusia y Georgia, al Este de Turquía y comparte frontera con el Norte de Irán. En términos políticos, el control de esta demarcación se halla en constante litigio entre Armenia y Azerbaiyán, mostrando un choque armado enquistado y cuyos intereses de actores imperialistas no pasan de largo, dejando caer en la balanza algunos indicios de las peculiaridades técnicas en cuanto a la competencia armamentística puesta en escena.

Hoy por hoy, las mayores potencias identifican la soberanía legítima a la República de Azerbaiyán. No obstante, por motivos de causas político-militares, la dominación existente sobre una parte de la región está a merced de la República Armenia de Artsaj, cuyo reconocimiento es mínimo. Tras algunas tentativas de entendimiento, las inflexibilidades latentes entre Armenia y Azerbaiyán detonaron en 2020 al son del fragor de las piezas de artillera.

Pero para una mejor incrustación de las piezas que conforman este puzle de lo que ciertamente acontece en este entuerto, por momentos, indeterminado, es preciso partir de la cuestión nacional de la antigua URSS o Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Inicialmente, hay que comenzar planteando que en su día el Alto Karabaj era un óblast o región administrativa en la Unión Soviética, dentro de la República Socialista Soviética de Azerbaiyán. Sin embargo, históricamente, su estratificación poblacional ha poseído ascendencia armenia.

Por aquel entonces, los bolcheviques instauraron un órgano político específico para la realización de las materias del Cáucaso en el proceso de acoplamiento territorial de la URSS. Primeramente, se dispuso articular el Alto Karabaj con Armenia, fundamentándose en el reconocimiento de la nacionalidad armenia. Si bien, la medida no se contempló favorablemente e imputó su voluntad política nacionalista en la política territorial soviética, desplegando cierta intimidación sobre Moscú.

En otras palabras: el Kremlin sospechaba que el cumplimiento del derecho a la autodeterminación de los armenios del Alto Karabaj rompiese la conexión entre el Partido Comunista de la Unión Soviética y el Partido Comunista de Azerbaiyán.

Obviamente, esto podría facilitar una ocasión óptima para la intromisión de las potencias imperialistas y Turquía en Azerbaiyán, sobre todo, tanteando los estrechos vínculos culturales entre Turquía y Azerbaiyán. Además, esta última es fructífera en combustibles fósiles, a lo que le acompaña su posición geoestratégica y logística. Lo que deja vislumbrar la preeminencia de la República de Azerbaiyán en el seno de la Unión Soviética. Luego, en 1923, el Alto Karabaj se encajó dentro de la República Socialista Soviética de Azerbaiyán con un estatus administrativo exclusivo.

Posteriormente, en la década de los ochenta y junto con la transformación de la política liberalizadora Glasnost, las tiranteces emergieron en el Sur y Este del Cáucaso. Conforme la Unión Soviética se hacía añicos políticamente, entre la población armenia del Alto Karabaj se propagó la interpelación de unir la región con la República Socialista de Armenia, causando el enojo de los nacionalistas azeríes. Y mientras tanto, en Moscú, Mijaíl Gorbachov (1931-2022) y sus seguidores accedieron al chantaje de los azeríes, sin prestar la debida atención a los armenios. Inmediatamente, los altercados entre éstos y los azeríes se agravaron, lo que desembocó en una guerra entre 1988 y 1994. Y seguidamente a que se firmara el alto al fuego, ambos consensuaron la partición de la región bajo el patrocinio de la Federación de Rusia.

“Esta es hoy por hoy la estampa de un país sobrecogido y perpetuado en registrar cientos de fallecidos y miles de refugiados en una tragedia humanitaria persistente que se resiste en el olvido, desenmascarando el juego de tronos de tres potencias empecinadas como Rusia, Irán y China por amarrar su dominio”

Hay que decir al respecto, que las bases del pacto ayudaron a los armenios, puesto que fueron ellos quienes destacaron en el frente. Esta primera confrontación se cerró en falso con el proceso de negociación de Minsk abierto en 1994. Los temas más recurrentes que debían solventarse por líneas diplomáticas no resultaron nada fáciles.

Primero, el estatus de Alto Karabaj quedaba en interrogante en caso se incluirse en Armenia o que se estableciese un nuevo estado. Como del mismo modo, se le prestaría una autonomía incuestionable dentro de Azerbaiyán. Y si esto finalmente se llevaba a cabo, sería preciso valorar qué margen adquiría esta autonomía y si se anexionaba a Azerbaiyán.

Segundo, las garantías para plasmar la contención militar y el acuerdo, como la desmilitarización de la remesa de las tropas imperialistas extranjeras y a qué potencias me estaría refiriendo.

Tercero, en alusión a la retirada de las tropas armenias, cuales serían los plazos ofrecidos y si ello abarcaba la totalidad del Alto Karabaj o únicamente una parte y quien inspeccionaría los accesos al territorio.

Cuarto, el regreso de los ciudadanos desalojados llevaría a sopesar cuándo y si fuesen imperativas las indemnizaciones. Además, cada estado asumiría su programa de ayudas internas y si los representantes internacionales darían ayuda. Y quinto, los lazos bilaterales tras la confrontación militar reportarían a sopesar quién se haría responsable del restablecimiento de la infraestructura que enlaza ambos países. Y cómo no, cuándo concluiría el bloqueo de Azerbaiyán contra Armenia.

A resultas de todo ello, la respuesta a cada uno de estos puntos, muy al contrario de lo que opinan los especialistas en relaciones internacionales, no estriba tanto en la voluntad intrínseca de los actores para lograr la paz, sino en la reciprocidad de fuerzas imparciales de las potencias imperialistas y aliados locales.

En el Alto Karabaj se han invertido las posiciones en la pugna imperialista desde 1994, porque algunas potencias se han visto reforzadas mientras que otras han decaído, como algunos elementos que han entrado en acción han conducido a cambios específicos y las alianzas se han acomodado según las coyunturas.

Al fin de cuentas, los nexos de poder entre las fuerzas burguesas se enlazan a leyes emprendedoras; a la inversa, las bases y acuerdos de los llamados métodos de paz son inalterables, ya que pertenecen a contextos e instantes determinados de los conflictos. Por ello, es de interpretar por qué en los acuerdos se producen quebrantamientos persistentes de los individuos involucrados en el menester geopolítico.

Comúnmente, dos son las lógicas que encaminan a las partes de los conflictos armados a acordar acuerdos consistentes de paz o altos el fuego: el triunfo íntegro de una fuerza sobre otra y el decaimiento moderado de ambas fuerzas. La primera, se descifra en la causa para proporcionar la rendición de los vencidos; la segunda, en un paréntesis que efectúan las partes para retirarse del impasse estratégico y reunir fuerzas en mayor proporción que se ocasiona como resultado de alargar el contrapeso del frente.

Cuando una de las partes se nota más musculosa y se delatan probabilidades visibles para la victoria, será cuestión de tiempo para que la negociación se desmiembre y repiquetee el estrépito de los tambores de guerra. Este es el raciocinio del fiasco de los procesos de paz: los más frágiles se agarran a las suertes de los acuerdos de paz, mientras que los fuertes se ciñen a su poderío.

El Proceso de Minsk duró entre 1994 y 2004, con el designio de convenir los resquicios de los cinco factores preliminarmente indicados. En aquel atajo en el que se intentaba negociar, quedó en el traste la hechura diplomática trilateral, concentrando la República de Artsaj y el Estado de Armenia en una única delegación. Entre otras alternativas, se examinaron las suposiciones de facilitarle garantías de seguridad al Alto Karabaj y las distintas expectativas de sustituir territorios.

Pese a todo, esta disyuntiva se extinguió y el grupo de Minsk fue gradualmente malgastando su reputación política.

Como derivación de esta frustración, el Proceso de Praga (2004-2006) inició su andadura por pasos. Las conversaciones se retomaron en la capital de la República Checa y, al mismo tiempo, se esperaba consensuar el estatus del Alto Karabaj tras refrendarse la paz. Aun así, tanto en Azerbaiyán como Armenia, los procuradores políticos fueron expuestos a grandes presiones, ya que numerosas parcelas sociales como la oposición política local, demandaban aspiraciones maximalistas que no podían ser aplicadas por la vía diplomática.

El último conato de negociación se plasmó en el Proceso de Madrid (2007-2018), tratándose de retomar alguna senda de entendimiento, haciendo cierta distinción programática a la hoja de ruta llevada. Definitivamente, la negociación alcanzó un callejón sin salida y Azerbaiyán comenzó a enfilar sus mecanismos de guerra. La decepción de los diseños diplomáticos fallidos enfatizaba que ni Azerbaiyán y Armenia habían logrado ser tan vigorosos como para hacerse con el Alto Karabaj. Aunque Azerbaiyán se encuentra por encima de Armenia demográfica, económica y militarmente, no ha conseguido interponerse en el territorio. Por su parte, los armenios no han demostrado ser demasiado competentes como para afianzar la autoridad en la región, engarzar Artsaj con el Estado de Armenia y obtener la aprobación internacional.

De aquí proviene la existencia de la República de Artsaj y su estatus respectivo. La similitud de fuerzas militares, trasluce la misma predisposición: los armenios aguantan la tenacidad que les brinda el panorama accidentado, pero están faltos de capacidad ofensiva. Su astucia se circunscribe a la defensa, o como mucho, al deterioro de la capacidad de empuje de los azeríes. Al hilo de lo anterior, en abril de 2016 Azerbaiyán emprendió un ataque contra diversos recintos estratégicos en una conflagración que se le bautizó como la ‘Guerra de los Cuatro Días’ (1-4/IV/2016).

Aunque Rusia estuvo en condiciones de atajar la ofensiva por un tiempo, no daba la sensación de que esta realidad permaneciese demasiado tiempo. Primero, los azeríes prosiguieron consolidando sus posiciones militares y diplomáticas y segundo, tras las reprobaciones de 2018, el círculo burgués que desplegaba la supremacía política en Ereván (Armenia) fue desalojado del gobierno. Así, la nueva administración de Nikol Pashinián (1975-47 años) ha procedido con más ahínco en las demandas del Alto Karabaj. Azerbaiyán tampoco ha estado exenta de problemas internos: las dificultades económicas y la corrupción han posicionado a la opinión pública en contra del régimen de Ilham Aliyev (1961-61 años).

De igual forma, en las postrimerías de 2020, se desarrollaron duras muestras de reprobación enarbolando la recuperación del Alto Karabaj, reclamando una declaración de guerra contra Armenia. Claro, que a las clases intransigentes azeríes se les ha puesto en bandeja una ocasión ideal para silenciar los desmentidos internos bajo la bandera nacional, hacer suyas algunas zonas estratégicas armenias y restablecer las negociaciones desde una perspectiva de influencia más propicia.

Llegados a este punto de la disertación, a fines de 2020, dinamitó la confrontación armada entre armenios y azeríes (27/IX/2020-10/XI/2020). Esta lucha se incrementó conduciendo a una incursión más desbocada del ejército de Azerbaiyán. Los azeríes utilizaron acorazados y la infantería ligera en la lucha de corta distancia, con la mediación de helicópteros y dispositivos dron. También, en largos recorridos se valieron de los misiles teledirigidos de alta precisión y drones de gran alcance.

Desde el comienzo de las operaciones Azerbaiyán tomó la iniciativa en el frente de más de 200 kilómetros, conquistando baluartes armenios y el abrupto relieve del Sur de Alto Karabaj. Mientras en las filas armenias se agrandaba el desconcierto, los azeríes arremetieron contra infraestructuras estratégicas y se hicieron acreedores de las rutas de abastecimiento progresando en varios espacios.

A día de hoy, el entresijo interburgués de Artsaj es fruto de las enrevesadas dinámicas potenciales a nivel local en la región. Para hilvanar sucintamente un mínimo marco de entendimiento con respecto a este contenido, la exploración de los intereses de los actores con cotas manifiestas de participación en el Alto Karabaj puede ser un punto de inflexión, al distinguirse las posiciones, conductas e interdependencias.

Hasta ahora se ha significado en estas líneas los antagonismos imperantes entre Azerbaiyán y Armenia. Toda vez, que tanto Rusia como Turquía e Irán se atinan en la espiral de la zona. Pero, si cabe, en un calibre superior, puede prestarse atención al tándem imperialista occidental y China, emplazándose en un cara a cara.

“La complejidad en torno al territorio de Nagorno Karabaj con siglos de data, es una superficie cuestionada y reconquistada a Armenia que en este momento difícilmente puede dejar de ser un paisaje sombrío, demoledor y devastado por minas y escombros, nos remite a deferencias de rasgos histórico, político, geoestratégico e incluso, étnico-religioso”.

Comenzando por Rusia, en los últimos tiempos se ha notado que sutilmente ha reemplazado su posición en el conflicto de Alto Karabaj. Me explico: ya no alienta a los armenios de modo absoluto y tampoco le interesa incomodar a Azerbaiyán. Primero, porque ésta se ha convertido en un actor fundamental de su industria armamentística; segundo, porque el supuesto apoyo de los azeríes a los islamistas rusos podría conllevar a Moscú a quebraderos de cabeza por la seguridad interna; y, tercero, entraría a jugar el notable peso del mercado energético de Azerbaiyán. Aun así, garantizar esta sujeción sigue poseyendo un fondo espinoso en la política exterior de Rusia.

Además, por decirlo de algún modo, Armenia desempeña el arte de ser un pulmón para Rusia. Como Azerbaiyán es socio de Turquía, las posibles ocupaciones de territorios armenios conjeturarían un esparcimiento de su influjo en los límites fronterizos soviéticos. Lo que mejoraría las posiciones geopolíticas de la OTAN. Así, Armenia y Rusia han rubricado un Tratado de Seguridad Colectiva y sostienen un estrecho lazo comercial dentro de la Unión Económica Euroasiática. Eso sí, desde 2018, el acercamiento de Armenia hacia la Unión Europea no ha satisfecho a Rusia, tanto que el Kremlin puede en cualquier instante hacer presión sobre Ereván, quitándose el sostén diplomático en las cuestiones afines al Alto Karabaj.

Con todo, no ha de soslayarse que el último armisticio derivado con la intervención de Rusia, conlleva a varias trayectorias para el Kremlin. Primero, ubicar sus tropas en demarcaciones intervenidas por Azerbaiyán desde la descomposición de la URSS; segundo, confirmar la posición de la potencia más influyente de la zona, siendo el único agente exterior en el proceso de paz; tercero, impedir que la labor turca se establezca en sus tierras; y, cuarto, apuntalar su amistad con Armenia.

Al dar paso a otro de los protagonistas en este tablero fluctuante como es Turquía, es bien sabido su actitud hacia Azerbaiyán. En palabras literales de su presidente Tayyip Erdoğan (1954-68 años), ‘una nación, dos países’. Asimismo, este estado ha usado su internacional islamista consignando mercenarios de Libia y Siria a combatir en el Alto Karabaj.

De todas formas, la asistencia dispuesta desde Ankara a Bakú ha sido incondicional e incuestionable, política, diplomática y militar, pero sobre todo, mediáticamente. Y una vez se legalizó el pacto de paz, pretendieron enviar algunos inspectores de paz al Alto Karabaj, pero Rusia desde el principio le cerró sus puertas. Y como es indiscutible, Turquía se engancha al empeño expansionista en el Cáucaso con determinación para poner a prueba a Rusia.

En cuanto a Irán, ha actuado de observador y no se ha justificado cualquier atisbo de su intrusión. De hecho, cuando se abrieron los conflictos no se posicionó claramente con ninguna de las partes, más que nada le inquietaba el riesgo que presumiría para su seguridad nacional una guerra próxima a sus fronteras. De ahí, que hiciese ostensible una apelación para conseguir un compromiso político. Sin inmiscuir, que la ciudadanía de Irán es de origen azerí en un 16%, mientras que la de Azerbaiyán es musulmán chiita. Esta circunstancia hace que este país discurra con sigilo para no caer en ningún socavón de la política de Azerbaiyán. En cierta manera, se desconoce hasta dónde puede alcanzar su capacidad de dominio en la República Islámica en el Alto Karabaj.

No más lejos de la disuasión de los riesgos inminentes, a Irán le concierne una estabilización de poder en el Cáucaso para preservar su corredor logístico con Rusia y la India. Este proyecto apodado INSTC supondría una opción atrayente al canal de Suez. Si Rusia escogiera entre Armenia y Azerbaiyán, dicho corredor vería frustrada su conexión con Irán. Y si cualquiera de los dos se aislase de Rusia y, a su vez, se arrimase al entorno de la OTAN, esto se interpretaría como una amenaza militar directa.

Mismamente, se constata otro ingrediente externo que supeditaría el comportamiento del estado persa: la confabulación entre Azerbaiyán e Israel. En este aspecto, resulta valioso ofrecer una pequeña matización sobre el posicionamiento de la entidad sionista para desenredar patrones sobre el mapa geopolítico. Israel, como el vasto almacén de destrucción masiva que se le considera, se ha transformado en el actor que más material bélico negocia con Azerbaiyán: se prevé que entre 2006 y 2009, los sionistas transfirieron a los azeríes una cantidad de armamento estimada en 825 millones de dólares.

Aparte de la contribución económica, es viable que ambicione poner contra las cuerdas a Irán, su mayor contrincante, a cambio de los perjuicios que le ocasiona Irán con la consistencia de Palestina o el amparo de Hezbolá en Líbano.

Visto y no visto, el eco de los cañones del Cáucaso tampoco ha dejado impasible al gigante asiático. Para ser más preciso en lo fundamentado, el Ministerio de Asuntos Exteriores de China se declaró firmemente en contra de la guerra, solicitando a ambas partes la paz y estabilidad.

No cabe duda, que China efectúa inversiones cada vez mayores dentro del proyecto comercial expansionista distinguido como Belt and Road Initiative, amplificando vínculos lineales con Armenia, pero sobre todo, con Azerbaiyán. En una sucesión eurasiática más extensa, a China le interesa el resarcimiento entre Irán, Rusia y Turquía. Realmente, no está por la labor que una única potencia reúna demasiada fuerza, porque desea diversidad de oportunidades para ajustes comerciales que adquieran escala territorial.

Si bien, para refrendar acuerdos atrayentes, a China le es indispensable sortear discrepancias permisibles entre las potencias eurasiáticas y exhibir el emblema del inversor no partidista. Eligiendo para ello no hacer declaraciones abiertas sobre la política interior de otras naciones.

Es por ello por lo que la burguesía china se afana por el control de otros espacios por las áreas empresariales y financieras, llegando a trazar métodos para hacerse con tierras de estados soberanos y recursos naturales, manejando deudas como instrumentos de presión.

En consecuencia, la complejidad en torno al territorio de Nagorno Karabaj con siglos de data, es una superficie cuestionada y reconquistada a Armenia que en este momento difícilmente puede dejar de ser un paisaje sombrío, demoledor y devastado por minas y escombros, nos remite a deferencias de rasgos histórico, político, geoestratégico e incluso, étnico-religioso, que irremediablemente sigue dejando en el aire el enorme desafío por controlar la región de Artsaj. Un país sobrecogido y perpetuado en registrar cientos de fallecidos y miles de refugiados en una tragedia humanitaria persistente que se resiste en el olvido, y que como no podía ser de otra manera, desenmascara el juego de tronos de tres potencias empecinadas como Rusia, Irán y China por amarrar su dominio.

En el caso del Imperio Ruso y la posterior disolución de la URSS por poner un ejemplo, incentivaron el surgimiento de requerimientos nacionalistas que por decenios difusos habían estado entumecidos o en estado de retardos temporales, pero que a la postre reabrieron el debate sobre el futuro de la zona.

El porte quebrado asumido por las direcciones rusas hacia esta zona caucásica, surtió el caldo de cultivo perfecto para que tanto la comunidad armenia como azerí, pretendiesen derechos propios en esta segmento territorial, contexto que resultó ser una disputa inflamable de intereses entre las partes.

Finalmente, recién estrenado el año 2023, las tensiones entre el gobierno de facto de Nagorno Karabaj y Azerbaiyán no se detienen, aunque han existido etapas de relativo apaciguamiento. La praxis diplomática por lograr un remiendo irrevocable, no ha tenido justificación, debido a las posiciones enconadas de ambos contendientes que se antojan inalcanzables de allanar.

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