A la UE no le consta que exista ningún tipo de problemas en el tráfico de mercancías entre Melilla y Marruecos. Lo ha confirmado este 22 de agosto el comisario de Vecindad y Ampliación de la Unión Europea, Olivér Várhelyi, al eurodiputado de Ciudadanos Jordi Cañas, que preguntó por el bloqueo a las exportaciones españolas en la frontera de Beni Enzar.
Contrario a lo que ocurre en el único paso fronterizo que está abierto en estos momentos en la ciudad, donde no se permite la entrada de mercancías hacia Marruecos y se registra hasta la sonrisa de quienes cruzan el control marroquí, la UE da por hecho que productos procedentes de España o de cualquier país europeo tienen preferencia comercial para entrar en el país vecino.
Si la Unión Europea no está al tanto de lo que ocurre en la frontera de Melilla es porque España no se ha quejado de ello. En cambio nuestro país sí se plantó en Europa para pedir su intervención en el diferendo con Argelia. Aquí hay algo que nos estamos perdiendo.
Por eso es importante saber de quién es la responsabilidad de que Europa no sepa que desde Melilla no entra ni un Danone a Marruecos. ¿Se ha quejado la Delegación del Gobierno al Ministerio de Asuntos Exteriores por el exceso de celo en los controles marroquíes? No lo sabemos con certeza. Yo no pondría la mano en el fuego.
El caso es que a Europa no ha llegado la queja y la pregunta es sencilla: ¿por qué? ¿Se ha quejado España? Insisto, nos quejamos cuando Argelia congeló unilateralmente los intercambios comerciales con nuestro país y el ministro de Exteriores, José Manuel Albares, canceló sus asistencia a la Cumbre de las Américas y se plantó inmediatamente en Bruselas para hablar con el Comisario de Política Comercial.
Pues bien, no tenemos noticia de que una queja similar se planteara en Europa tras el cierre unilateral, por parte de Marruecos, de la aduana de Melilla el 1 de agosto de 2018. Ojo, que solo se cerró en el sentido Melilla-Nador porque desde el país vecino siguió entrando mercancía en nuestra ciudad hasta el 13 de marzo de 2020, cuando con la excusa de la pandemia Rabat cortó el tránsito fronterizo en ambos sentidos.
Si queremos que las cosas cambien, desde el respeto, tenemos que agotar todos los recursos legales a nuestro alcance para conseguir la regularización del tráfico comercial entre Melilla y Marruecos. No podemos entretenernos frente al espejo preguntándonos quién es la más bella entre las bellas mientras nuestra ciudad se asfixia. ¿Dónde se ha visto que se prohíba el pataleo a los ahorcados?
En Melilla estamos muy acostumbrados a la queja anónima. Me sorprende ver la cantidad de perfiles falsos que pululan por las redes sociales. La gente no para de protestar por esto o por aquello, pero muy pocos se atreven a poner la cara y la firma en una denuncia por miedo a las consecuencias.
Recuerdo que hace unos años era casi imposible conseguir que un melillense diera su opinión ante la cámara o se prestara a decir su nombre para hacer una denuncia. Por suerte, hemos avanzado mucho en ese sentido. La gente se moja cada vez más y ahora sólo falta dar el salto de la denuncia en Facebook a la denuncia pública en Comisaría o ante los poderes públicos.
Entiendo que lo mismo le pasa a nuestros representantes políticos que no sé si por prudencia o incapacidad manifiesta se quedan en el lamento local y no van más allá, como en el caso que nos ocupa. Es increíble que con todo lo que estamos viviendo en la frontera no haya una queja formal de España al respecto, a sabiendas de que este comportamiento marroquí viola los acuerdos firmados con la Unió Europea.
Si no somos capaces de defender nuestros derechos, nadie los va a defender por nosotros. Las leyes están ahí; los acuerdos están firmados y es nuestro deber hacer que se cumplan, desde una posición abierta al diálogo y sin montar un 'show' diplomático. Pero dejar que Marruecos siga comiéndonos la tostada no parece ser la mejor de las opciones disponibles. Eso sólo trae más inseguridad jurídica a Melilla y más miedo a que termine en manos de los marroquíes.
Hay que aprender a exigir lo que nos corresponde por los cauces legalmente establecidos. Tenemos que enterrar esa creencia de que si nos quejamos, molestamos a Marruecos y las cosas pueden empeorar. Peor de lo que ya están, es imposible. Nos queda muy poco por perder. Lo único que en estos momentos nos puede quitar el Gobierno marroquí es el pasillo humanitario que ha consentido abrir para que las familias de un lado y de otro de la frontera puedan verse los fines de semana.
Y aún así hay mucha gente que no cruza a Marruecos porque no es capaz de soportar las colas infernales que se montan especialmente en este primer año de Operación Paso del Estrecho tras el parón de la pandemia.
Me temo que en España no nos tomamos en serio la prepotencia marroquí. También me temo que no nos hemos sentado a negociar abiertamente porque siempre se puede hacer algo por mejorar una relación. No podemos seguir anclados en la creencia de que dos no se pelean si uno no quiere. En nuestro caso no queremos enemistad con Marruecos, pero desde el país vecino solo nos llegan gestos beligerantes.
Sin ir más lejos, el acoso a nuestros barcos con el objetivo poco disimulado de convencer por las bravas a los propietarios de embarcaciones de Melilla para que amarren en el Puerto del Atalayón si quieren disfrutar de la costa marroquí.
Tiene que haber algo que España pueda hacer para echarle el freno a esta guerra fría que tenemos montada en la frontera sur. Tenemos que entender de una vez por todas que somos europeos. En cuanto nos lo creamos, convenceremos a nuestro vecino de que levante la bota de nuestro cuello. No está pisando a Melilla. Ni siquiera a España. Está pisando a la Unión Europea.
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