Opinión

¿Molestan los niños en Melilla?

Desde el año 2019, Melilla viene registrando una regresión de la natalidad. Es algo que ya han experimentado, muy por delante de nosotros, otros territorios de nuestro país, entre los que destacan los pueblos de la España vaciada. Allí, donde lo han perdido todo, hoy celebran la llegada de niños que les permita reabrir colegios y tener voz para reclamar servicios públicos desaparecidos por la pérdida de población.

Noto cada vez con más frecuencia que en Melilla hay locales comerciales en los que molestan los niños. No os asustéis si un día os encontráis un cartel de "Niños, no".  Me temo que aquí hay gente a la que le irrita la felicidad, la ilusión y el alboroto de la infancia.

Paradójicamente, quienes no tienen hijos se ponen como meta, tenerlos, pero a la vez se quejan de que los niños hagan ruido cuando ríen, cuando juegan, corren, saltan o descubren el mundo con las manos y los ojos. Sí, los niños son ruidosos, pero bendito ruido.

En la península es cada vez más común ver bares junto a los parques infantiles o viceversa, que se abran parque infantiles junto a restaurantes. Incluso, hay locales enfocados en las familias con niños que montan parques de bolas y tienen monitores para que los peques jueguen en cuanto terminan de comer y no se sienten a la mesa, con cara triste repitiendo una y otra vez "Me abuuurrooo" o, lo que es peor, enganchados a la tablet o el móvil.

En Melilla eso no existe. Somos muchos los padres y madres que echamos horas y horas a la intemperie en parques y plazas de la ciudad mientras nuestros hijos juegan y se divierten. Somos muchos los que salimos de casa cargados de agua, zumos, mandarinas, plátanos, bocadillos... Parecemos 'Food trucks', dispuestos a pasar una tarde pendientes de los críos.

Si hubiera un bar junto a la pista de skate de General Astilleros, igual los padres podrían tomar un té y leer la prensa mientras los niños disfrutan de ese sitio alucinante, donde conviven peques y adolescentes sin que unos molesten a otros. Ese parque es un paraíso lleno de convivencia y oportunidades, pero está desaprovechado.

Lo mismo pasa con el Parque Forestal. A nadie se le ha ocurrido montar algo sencillo, que no sea muy contaminante, que produzca poca basura, pero que dé cobijo a los padres, mientras sus hijos disfrutan en un entorno verde y seguro.

En la península, hay grandes superficies que tienen zona de juego y cuidadores para los niños, de manera que los padres y madres hacemos la compra mientras ellos se divierten y hasta en ocasiones son ellos los que preguntan cuándo vamos de nuevo de compra porque les encanta.

Hay incluso restaurantes que han incorporado el formato de recreativos para niños más 'self-service' para adultos y resulta que los fines de semana tienen una cola enorme en la puerta. Las familias se matan por coger un sitio dentro.

En Melilla llevo dos fines de semana seguidos siendo testigo del trato desafortunado que a veces damos a los niños en locales de la ciudad. Solo los padres sabemos la ilusión que les hace a los peques ir a comer a una hamburguesería. Lo que menos les interesa en realidad es la comida. No quieren ir porque tienen hambre: quieren ir porque sienten que entrar en ese sitio es un premio. En ese sitio les regalan un juguete, un libro, globos o fichas Pokémon; hay parque de juegos y, en definitiva, es un sitio guay.

Sin embargo, en ese sitio pensado como paraíso de la infancia le ponen pegas a los niños que van con sus patinetes o bicis y llegan sudados y sedientos. Entonces se convierten en un problema.

Y si quieres quejarte y pides una hoja de reclamaciones, más vale que lleves tu propio boli porque una encargada te dice a cara de perro que no te deja el suyo.

Lo mismo en un supermercado de la ciudad: dos niños se quedan encandilados en la zona de juguetes. Uno de ellos coge uno entre sus manos. Poco después llega la guardia de seguridad, interroga a los niños hasta que finalmente uno confiese que sí, que iba a tocar un botón en el pecho de un muñeco y sin querer se rasgó un poco el hueco que de fábrica trae el plástico protector.

En ese momento, la guardia de seguridad llama a la directora del supermercado y sale en busca de la madre con los dos niños 'detenidos'. La madre pregunta asustada qué pasa y le dicen que tiene que pagar los 19 euros que cuesta el muñeco porque con el plástico rasgado, nadie querrá comprarlo y que esa es la manera de que su hijo aprenda y sea educado.

La madre del niño pide pruebas de que eso no estaba roto cuando su hijo lo cogió y le dicen que está grabado en las cámaras de seguridad y que aunque no pueden enseñarle las imágenes, su hijo, de corta edad, ha reconocido los hechos.

Finalmente la madre se negó a pagar los 19 euros que costaba el muñeco. El niño llorando, le pedía que lo pagara para que no la llevaran a la cárcel. Su amigo muerto de miedo, diciendo que él no había sido. En fin, como no le mostraron pruebas de que había sido su niño, ella no pagó el juguete. Por supuesto, no hubo policía ni detención ni nada por el estilo, pero el mal rato se lo llevó ella y se lo llevaron los niños, acosados como dos delincuentes.

Yo lo habría pagado y a la vez habría devuelto el carro lleno de comida que iba a comprar y nunca más habría pisado ese sitio. Son dos formas distintas de reaccionar ante un mismo problema.

Sé que habrá quien piense que los niños no deben acompañar a los padres a la compra o que no se les debe dejar solos. Pero para hacer la más mínima crítica al respecto, como mínimo, hay que tener hijos y ocuparse ellos.

Hay en este país un concepto equivocado de la maternidad y la paternidad. En la vida real, no todas las madres somos capaces de tener cuatro hijos y recuperar el abdomen de Pilar Rubio porque el tiempo que ella dedica a hacer deportes probablemente nosotras lo invertimos pasando horas a la intemperie con nuestros hijos en un parque o en Los Pinos o en el cine o haciendo deberes o estudiando con ellos temas que hoy nos parecen súper difíciles porque quizás los estudiamos cuando estábamos en la ESO y los tiempos cambian. Los niños de hoy van a un ritmo asombroso.

España es un país que le está perdiendo el gusto a la natalidad. Los padres notamos que los niños molestan en los aviones, en los restaurantes; en las urbanizaciones... No sabemos dónde meternos cuando el niño toca lo que no tiene que tocar; dice lo que no debería decir o le entran ganas de hacer pis o caca en los lugares menos indicados del mundo.

No hablo, ni mucho menos de niños malcriados o malotes. Hablo de niños a secas. Niños que ríen a carcajadas, que se divierten con sus amigos porque no se enteran de la crisis, ni de la guerra de Ucrania, ni del precio del combustible, ni del cierre de comercios. Hablo de niños, de niñez, de infancia. Tenemos tantos en Melilla, que no lo valoramos.

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