El violinista Ara Malikian suele contar en sus conciertos cómo el instrumento de cuerda que le catapultó a la fama salvó a su abuelo cuando huía del genocidio armenio. La historia de Míster Juan, un músico refugiado de Colombia, es diferente pero tiene algo en común, y es que su inseparable saxofón, en cierto modo, también le salvó en algún momento.
Juan Roosevelth Aguilar Gámez es uno de los usuarios del Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) de Melilla, donde vive desde que llegó a la ciudad hace medio año para pedir asilo. Llevaba dos meses en Valencia intentándolo sin éxito, ya que en el teléfono para solicitar una cita e iniciar los trámites “nunca contestaron”.
Hasta que un día, alguien le comentó que en Ceuta podría conseguirlo. En su camino hacia África, le sugirieron que mejor probara en Melilla, donde cientos de migrantes latinoamericanos han llegado en el último año buscando el mismo objetivo. Míster Juan desembarcó en la ciudad con su saxofón, el instrumento con el que enseguida se hizo notar en sus calles para ganarse la vida.
Porque, aunque la música callejera “ha existido todo el tiempo”, tal y como explica él mismo en una entrevista con EFE, en Melilla no era habitual hasta que este colombiano de 60 años, con largas rastas a lo Bob Marley, decidió empezar a tocar “sin timidez” en el céntrico Parque Hernández tras pedir permiso primero en el CETI y después a la Ciudad Autónoma.
Quería, de esta manera, “alegrar los corazones de los melillenses” mientras esperaba la tramitación de su solicitud de asilo, algo que ha conseguido con creces, pues la sorpresa y curiosidad con las que al principio reaccionaba su público dieron paso enseguida a peticiones para tocar en otras zonas de la ciudad, en terrazas e incluso en algún evento puntual.
Así es como empezó la “conquista mutua” entre este músico y Melilla, “un lugar espectacular para esperar”, en el que está viviendo una “experiencia maravillosa”, y donde cree que no sería mala idea quedarse, aunque reconoce que es una ciudad pequeña. Tampoco es algo que dependa de él, ya que los usuarios del CETI, donde comparte habitación con otros siete hombres -un venezolano, un colombiano y cinco malienses-, suelen ser reubicados cada cierto tiempo.
“Entonces, igual hay que emigrar”, comenta Míster Juan, un hombre que lleva viviendo de la música desde hace cuatro décadas porque, dice, no sabe hacer otra cosa. Y, aunque canta y toca nueve instrumentos, hace cinco años decidió “divorciarse” de todos ellos para dedicarse en exclusiva al saxofón, con el que empezó su relación “por accidente”.
Todo ocurrió en 2017. Llevaba tres años trabajando largas temporadas en más de 500 hoteles de Turquía, país donde descubrieron su arte a través de Facebook. Durante seis meses, Míster Juan animaba las vacaciones de miles de turistas llevando grupos de músicos desde Colombia. Pero uno de ellos, un saxofonista, se negó a tocar ‘Despacito’, la célebre canción de Luis Fonsi que aquel año dio el bombazo.
“Dijo que no tocaba ‘Despacito’ porque para él era reguetón. Entonces tuve un problema, porque yo había llevado al chico y me llamaron la atención”, rememora. La solución que encontró fue pedirle a su jefe que comprara un saxofón y él aprendería a tocarlo, a pesar de que nunca lo había hecho, ayudándose de sus conocimientos de música, su mundo profesional desde 1984, siempre en la calle.
“Cuestión de fe, le tocó confiar en mí”, explica mientras cuenta sonriendo la anécdota que ha repetido tantas veces. Su jefe le dio 15 días, pero a Míster Juan le sobró una semana para que de aquel instrumento dorado saliera ‘Despacito’, la canción que, según dice, le salvó porque a él le aumentaron el sueldo y le regalaron el saxofón mientras “al otro chico le tocó volverse para Colombia”.
Fue en ese momento cuando cambió para siempre la vida de este colombiano, nacido en Cali pero criado en el archipiélago de San Andrés, que hasta entonces no sabía que el saxofón era “tan romántico y cautivador”. “Me olvidé de la guitarra, del piano, del violín… Me divorcié de todos los instrumentos y de cantar, que es lo mío, realmente, para quedarme con él”, agrega.
Desde entonces, ayudado por un pesado altavoz, que acompaña con melodía las notas que va tocando, el saxofonista despliega todos los días un amplio repertorio donde no faltan los clásicos y las baladas. “Música en español que en Colombia siempre hemos escuchado y la llamamos música para planchar”, resume poco antes de iniciar su actuación en la calle General Marina, uno de sus lugares fijos.
Míster Juan, con su carácter humilde, dice que aún no ha asimilado el cambio que vivió hace un lustro. Casi se le puede notar por la delicadeza con la que trata el saxofón desde que abre el maletín donde lo guarda, el mismo donde el público le va dejando sus monedas, que el músico va ahorrando para mandar a Colombia y mantener a su hija, Bamba, que tiene 12 años.
Ella es, precisamente, la razón por la que este hombre decidió migrar a España y pedir asilo. Quiere que la niña estudie aquí, “un país primermundista”, huyendo de los problemas de acoso escolar que hay en su lugar de origen debido, sobre todo, a cuestiones étnicas.
“La meta es conseguir los documentos para que mi hija venga a estudiar. Ni siquiera estoy hablando de que venga a vivir, no. Que venga a estudiar, que se capacite en España, porque es mejor que estudie aquí que allá”, explica este músico de oscuros ojos vidriosos y padre, ante todo, que dice no tener sueños porque vive la vida “día a día” y dejando que tome su curso.
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