Tuve la suerte de que la matrona melillense Mina Mizzian estuviera aún en activo cuando nació mi hijo, en abril de 2015, el año en el que ella se jubiló.
Yo a duras penas me mantenía en pie. Primeriza y con un embarazo de riesgo, tenía un miedo atroz a perder el bebé. Pero ahí estaba Mina, dando ánimos y, sobre todo, seguridad a todas las madres que tuvimos la suerte de tenerla como matrona.
Recuerdo que un día me bajó mucho la tensión y estaba aguantando para no dar el cantazo en una de las charlas que dan a padres y madres y ella, de solo mirarme, se dio cuenta de que algo no iba bien. No es que estuviera pendiente de mí. Estaba pendiente de todas. Ese año, Mina tuvo una matrona en prácticas de Murcia, que no recuerdo cómo se llamaba, pero sí recuerdo que se esforzaba muchísimo por estar a la altura de su mentora. Era un sol y tuvo la mejor maestra que se puede tener en el mundo.
Mina tenía ojos para todas las madres. Nadie puede decir que se inclinaba más por esta o por aquella. Ella era de todas. Estaba pendiente y con su cariño, con su simpatía y con su sabiduría hizo que esos nueve meses, en mi caso muy, muy, muy difíciles, pasaran volando para mí y para todas.
Tras el parto, la mayoría de las que estrenábamos maternidad seguimos yendo con nuestros bebés al piso de Avenida de la Democracia, donde Mina tenía una asociación que hacía un trabajo, en mi opinión, imprescindible: allí nos enseñaron a disfrutar de los primeros días de maternidad.
Mina nos enseñó a sacarle los gases al bebé, cómo y cuándo cambiar pañales o cómo evitar quemaduras de pipí o de caca. Allí aprendí a disfrutar del placer de traer una nueva vida al mundo y de amamantar a mi hijo. Mina nos enseñó que todas teníamos dudas y problemas comunes; que todo era normal. En fin, aquello fue un máster de maternidad que pudimos hacer con la mejor matrona del mundo.
Y no exagero. Recuerdo que hablaba con una amiga de la península sobre mi matrona y me dirigía a ella por su nombre y mi amiga se quedaba un poco extrañada porque la formación que recibíamos con Mina en Melilla no era ni por asomo lo que le daban a ella en una gran capital.
Por eso creo que Mina merece más que nadie una calle en Melilla. Ella ha acompañado a muchísimas madres de esta ciudad, que estoy segura, piensan como yo. Mina es también la madre de muchos melillenses.
Si tuviera que describir a Mina, diría que es "la matrona" de Melilla. Y que conste que ese año tuve matronas muy buenas, pero Mina era especial. Influyó, sobre todo, el ambiente de tranquilidad y sosiego que se respiraba en 2015 en la planta de maternidad del centro de salud Zona Centro, a pesar de que éramos muchas y las charlas eran multitudinarias.
Admito que tenía prejuicios con la sanidad en Melilla. Pero la única experiencia fea que tuve fue la de tener que dar a luz sola, separada por una sábana de una mujer marroquí que gritaba muchísimo. Todavía recuerdo su sufrimiento, sus palabras inteligibles para mí y el olor de su vómito.
Por aquellos años, el Comarcal estaba lleno de mujeres marroquíes que venían a parir a Melilla. Eran los años del café para todas. Eso hizo que la experiencia de muchas de nosotras fuera la peor que se puede tener en esas circunstancias.
Mis amigas me mandaban fotos y vídeos de sus partos y a mí ni siquiera me dejaron estar junto a mi marido en el paritorio. Aquello era como una sala de operaciones de la II Guerra Mundial, todo muy humilde y con pocos recursos.
Mina y su ayudante de Murcia (no me perdono haber olvidado su nombre) forman parte de lo mejor de esos nueve meses. Y que conste que tuve la suerte de tener médicos muy buenos dándole seguimiento a mi embarazo de riesgo en el centro de salud Zona Centro.
Los del ambulatorio eran más empáticos, más cercanos que los del hospital, que iban muy desbordados y el estrés se les salía por los ojos. En esas consultas en el hospital a veces me sentía como un número romano, de esos que mucha gente no sabe ni leerlos.
Me iba a casa con la sensación de que mis problemas no le importaban a nadie en el Comarcal. Pero ahora, 7 años después entiendo que con una avalancha como la que tenían en los paritorios, hacían lo que podían y más.
Algo influyó el hecho de que pasé por muchos médicos. Recuerdo que llegué a tener miedo de que me tocara en el parto una doctora que solía ser muy severa, sobre todo, cuando notaba que se nos disparaba el peso o teníamos algo descontrolado.
Lo comenté con Mina y me dijo que no tenía motivos para preocuparme. El día que parí esa doctora estaba de guardia y fue la que me hizo la cesárea. La cicatriz es básicamente la firma de una artista. Como dice mi madre: el que sabe, sabe. Tuve mucha suerte porque he visto cada navajazos por ahí, con queloides de juzgado de guardia, que parecen hechos con cuchillos de carnicería.
En definitiva, creo que Mina merece la calle que CpM ha propuesto ponerle en Melilla. La iniciativa ha conseguido el consenso en un tiempo en que parece que en la ciudad no se ponen de acuerdo en nada. ¿Quién que sea de Melilla y haya tenido sus hijos en Melilla no conoce a Mina?
Mina nos ha cuidado a todas sin reparar en cultura, edad ni estatus social. A todas nos enseñó que ser madre es una bendición y hay que disfrutar todo el proceso. Pero sobre todo, la recuerdo como una defensora de la lactancia materna: el secreto para criar hijos sanos y fuertes. Nos lo inculcó y las que seguimos su consejo, damos fe de que no mentía.
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