Su sueño es escapar como sea de una ciudad de apenas 12 kilómetros que se convierte en una jaula. Pero ¿cuál es el futuro que les depara al otro lado a los menores extranjeros que inician solos su travesía hasta la península? Para Marta O., trabajadora social de una pequeña asociación que ofrece en Madrid formación laboral a jóvenes, hay esperanza pero siempre que se les den oportunidades.
“Son unos auténticos supervivientes”, resalta esta profesional, subrayando que no hay que olvidar que se está hablando de niños. “Son menores que están solos en la calle. Crecen de golpe. Tienen muchas necesidades de todo tipo, también de afecto”, añade.
Su asociación trabaja con el colectivo de jóvenes en general y no tienen un programa específico para chavales inmigrantes pero llevan atendiendo desde hace tiempo a muchos que acaban en Madrid.
“Cuando los ves, ya sabes que vienen de Melilla por cómo visten”, explica Marta. Esta profesional ha tenido la oportunidad de viajar hasta nuestra ciudad, donde ha podido ver a los niños que están en situación de calle. Lo más “impactante” ha sido comprobar cómo están los que sobreviven en la zona de la escollera. “La situación de riesgo es aún mayor”, señala.
El largo peregrinaje que iniciaron desde sus países de origen (la mayoría procedentes de Marruecos) hasta llegar a Madrid, muchos de ellos previo paso por Melilla, les hace caer también en problemas de consumo de drogas. “Hay que tratarlos y protegerlos. Son niños”, insiste.
Muchos chicos que recalan en su asociación suelen hacerlo porque otros paisanos que llegaron antes que ellos les hablaron del colectivo, que les ofrece atencion social y búsqueda de recursos de formación y empleo. De Melilla escaparon escondidos en barcos, después de hacer ‘risky’.
La mayoría de los jóvenes extranjeros con los que trabajan tienen en torno a los 17 y 18 años, aunque también han atendido a chicos de 15 y 16. A la espera de las pruebas de edad, a algunos les han tratado en otros lugares como a adultos y luego ha resultado que eran menores.
También asegura que muchos de ellos “llegan muy tocados” de La Purísima de Melilla. “Hay mucho rechazo a ese centro”, indica. Los jóvenes cuentan que hay muchas personas en las instalaciones, que no están bien acondicionadas y que a veces les toca dormir en el suelo. También se quejan de la relación con algunos de los trabajadores.
“El centro está estigmatizado y ya vienen con ese rechazo. El boca a boca hace mucho y entre ellos se cuentan cómo se está allí, lo que no facilita que quieran ir a La Purísima”, subraya.
Uno de los principales problemas a los que se enfrentan estos jóvenes es que a veces tienen permiso de residencia pero no para trabajar. “Es una limitación muy grande”, indica, señalando que a todas las dificultades que ya tienen de por sí, hay que sumar esta, porque nadie les ofrece una oportunidad de trabajo si no tienen esta tarjeta.
“Muchos tienen ganas pero no se les da la oportunidad”, apunta, aunque destaca que muchos han ido consiguiendo trabajos y asentándose. “Tardan más tiempo de lo que nos gustaría”, reconoce apenada. En Madrid también están saturados y se han cerrado diferentes recursos.
“Lo que se encuentran no cumple las expectativas con las que venían”, reconoce. Pero para muchos de ellos su objetivo no es España y continúan su viaje hacia otros países como Francia o Alemania. Muchos van en búsqueda de parte de una familia que emigró antes que ellos, en búsqueda de esa familia que dejaron atrás.
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