Desde los comienzos de la humanidad las civilizaciones han otorgado una especial trascendencia al culto a sus muertos. Por aquel entonces, estos ritos funerarios adquirían un sentido privilegiado cuando el extinto, poniendo en riesgo su existencia consumaba un hecho destacado a favor de su pueblo. Siglos más tarde, continuamos atesorando héroes a quien dignificar su reminiscencia al exponer sus vidas en aras del bienestar común de sus compatriotas.
Al concluir la Primera Guerra Mundial o Gran Guerra (28-VII-1914/11-XI-1918), esta práctica secular sería la que impulsó a las administraciones de Francia y Gran Bretaña, a instituir un vestigio funerario mediante la puesta en escena del monumento que encarnase a los soldados perecidos en tan despiadado y demoledor combate. Asimismo, con este indicativo se pretendió procurar un enterramiento físico a aquellos individuos ignorados en combate, “pero conocidos por Dios”, como se ilustra y entalla al pie de la letra en algunas inscripciones. En definitiva, este indicio emblemático se le distinguió como la ‘Tumba al Soldado Desconocido’. Paulatinamente, esta simbología de encumbrar la evocación de quienes en cumplimiento del deber perdieron su vida en acto de servicio en defensa de la Patria, acabó extendiéndose en los años veinte. Curiosamente la amplia mayoría conserva una Guardia de Honor que custodia el descanso sempiterno de los caídos en combate. En nuestro país podemos referir el monumento a los Caídos por España, anteriormente denominado obelisco o monumento a los Héroes del Dos de Mayo, estrenado el 2/V/1840 en atención a las víctimas del alzamiento en armas contra el ejército franco en la Guerra de la Independencia (2-V-1808/17-IV-1814).
Y como reza literalmente en una de sus placas: “Descansan en este campo de lealtad regado con su sangre. Honor eterno al patriotismo”. Posteriormente, el 22/XI/1985, fue S.M. el rey Juan Carlos I (1938-86 años) quien reinauguró el monumento, pasando a dedicarse a todos los Caídos por España y en cuya memoria se dispuso una llama alimentada por gas que arde día y noche. De este modo, se homologaba los innumerables memoriales levantados con carácter de símbolo nacional y que toman por lo general la designación de ‘Tumba del Soldado Desconocido’.
Por lo tanto, la praxis de distinción, dedicatoria y tributo a los Caídos es un profundo reconocimiento que sublima la gloria de los soldados difuntos. Sobraría indicar en este texto, que la rendición de honores a los Caídos es un ceremonial que se hace presente en los actos acreditados de carácter institucional y militar. Hoy, esta dedicación se renueva cada jornada de manera sencilla en las diversas unidades, centros y organismos de las Fuerzas Armadas con el crepúsculo del día, tras el arriado de la Enseña Nacional acompañado del toque de oración. Perdurando incesante la llama que luce el sol con su viva traslación y cálida sensación al esconderse en el horizonte y dejarnos la impronta de aquellas y aquellos que nos dejaron para siempre.
"El elenco de camposantos por quienes forjaron y entregaron su vida por la Patria, acaparan los focos de cualquier localidad de la geografía española bajo el sentido respeto por los Caídos y en los que resplandecen los monumentos, estatuas, monolitos, obeliscos, mausoleos, panteones, tumbas o sepulcros, permanentemente efímeros con un lema que no por repetirlo cada año deja de sorprender: Honor a los que dieron su vida por España"
Con estas connotaciones preliminares, el elenco de camposantos por quienes forjaron y entregaron su vida por la Patria, acaparan los focos de cualquier localidad de la geografía española bajo el sentido respeto por los Caídos y en los que resplandecen los monumentos, estatuas, monolitos, obeliscos, mausoleos, panteones, tumbas o sepulcros, permanentemente efímeros con un lema que no por repetirlo cada año deja de sorprender: “Honor a los que dieron su vida por España”. Y es que, como determina el Artículo 21 de las Reales Ordenanzas para las Fuerzas Armadas que establecen el código de conducta de los militares, mostrando los principios éticos y las reglas de comportamiento de acuerdo con la Constitución y el resto del ordenamiento jurídico: “Los miembros de las Fuerzas Armadas se sentirán herederos y depositarios de la tradición militar española”.
Con esta premisa se fundamenta textualmente el protocolo y la magnificencia que lo caracteriza, mediante “el homenaje a los héroes que la forjaron y a todos los que entregaron su vida por España es un deber de gratitud y un motivo de estímulo para la continuación de su obra”.
En nuestros días el emblema del rastro esculpido en cualesquiera de estos monumentos o tumbas, florece como la oportunidad de rememorar, encomiar y caer en la cuenta de un hecho, actor o sujeto definido de la historia. Toda vez, que el protagonismo del monumento es tan inmemorial como las primeras civilizaciones emergentes que aparecieron en el Viejo Continente.
Tómense como modelo las grandes composiciones de la Antigua Grecia, porque no solo manifestaban la cimentación arquitectónica y las destrezas y maestrías alfareras de los expertos del momento, sino que incorporaban en sí mismas una fusión de pensamientos y valores que mansamente fueron estimados por el conjunto poblacional como una esencia meritoria de ser perpetuada. Es aquí donde irrumpe la consideración del monumento y su lógica preservación histórica, como magnitud de una misma justificación de la memoria y causa de las sociedades.
A este tenor, la acción de hacer memoria forma parte ineludible dentro de la historia, pero esta no podría ser concebida como la escueta recopilación de relatos particulares compilados para componer un enfoque general de los acontecimientos y efemérides pasados.
Con lo cual, la memoria es la que se proyecta a partir de lo colectivo.
De manera, que se concatena como el producto donde el tejido social adopte procedimientos de diálogos y espacios de comunicación compartidos y en los que reside la declaración conjunta de un hecho, más allá de su descripción. A su vez, nacen puntos neurálgicos de reconocimiento en los que la ciudadanía queda prendida y deja de invisibilizarse como un antecedente de dignificación genérica.
Para ser más preciso en lo fundamentado, las representaciones de la epigrafía concurrentes en las civilizaciones primitivas y los componentes de los altares como ritual de culto, desembocaron en lo que se conoce como monumento. Las formas expresivas y alegóricas hacen parte de los métodos identitarios de las comunidades: las rúbricas permitieron desenmascarar el umbral cosmogónico de un pueblo concreto, mientras que los monumentos recreaban las heroicidades y respeto hacia alguien.
Dicho esto, se constatan otras aplicaciones para las dedicatorias póstumas o la alusión de las gestas, tales como los epitafios con la leyenda o breve texto escrito para identificar y honrar al difunto, además de las placas y los mausoleos. No obstante, los monumentos aglutinan un valor inconfundible al residir justamente en recintos de encuentro social y ser preconcebidos a partir de la institucionalidad nacional.
Indiscutiblemente, ello demuestra que existe un espacio de reconocimiento corporativo previo a la plasmación del monumento. Con lo que puede contemplarse como la conformidad de la memoria histórica de los homenajeados. En tanto, el diálogo conjunto para la indagación de consensos desde la apreciación de los sucesos, es el modo de implementar la memoria allende a la historia. O séase, conformar el plantel de una afinidad del conglomerado social con las reseñas, referencias y narraciones y entender los procesos de omisión desencadenados cuando la historia se hace desde la mirada crítica de uno de los actores dentro de las vicisitudes acreditadas.
Llegados a este punto, habría que analizar y no es este el fin de esta disertación, que la observación de los ejércitos en su discurrir, ha redundado en procesos de memoria que delata una visual institucionalista de las páginas que circunscriben el quehacer refinado militar. Es decir, la que se percata con creces del ejercicio estratégico y la cifra de bajas dentro de los conflictos y no advierte las descriptivas que los soldados deben aportar en el armazón de una remembranza de las Fuerzas Armadas más allá de su cometido institucional.
En este aspecto y en suposición de las actuaciones sociales, la memoria colectiva puede alimentar diversos contenidos. Primero, convertirse en una herramienta para el reconocimiento de las identidades en su multiplicidad. Lo que entraña percibir que en un mismo marco de exploración de la memoria, bifurcan varios estilos de identidades que merecen ser atendidos y detallar con una narrativa precisa los hechos. Y segundo, ser instrumento de controversia a las maneras de prejuzgar la historia y contradecir la asunción de los acontecimientos puntuales que supedita las posiciones de los vencedores y derrotados.
No ha de soslayarse de esta breve exposición, que es preciso captar que la historia igualmente es un arma arrojadiza política de la que los Estados se valen para introducir un retrato compacto de su fortaleza dentro de los artificios de poder, frente a los gobernados y otros países.
Y de cara a la viabilidad que disfrazan las alocuciones junto a la escritura de ser retocados o redelimitados, los monumentos se prestan a la memoria como una señal de reconocimiento que perdura más allá de los potenciales puntos de vistas del revisionismo histórico.
El monumento, como estampa visual de los procesos sociales trenzados desde el reconocimiento, no solo concede incrustar un precedente recogido en la escritura o documento, sino que se constituye como un distintivo que puede encandilar o descomponer los imaginarios de los hechos ocurridos. Y como derivación, generar medios de dignificación para los habitantes víctimas de esos episodios que se interpretan a partir de dichas significaciones. Ahora bien, no puede contraerse la presencia de los monumentos al requerimiento exclusivo de las víctimas, pues el propósito que los envuelve podría esgrimirse tanto para los procesos de dignificación, como para la construcción de hechuras que atribuyen ideales de triunfo en la guerra y erigirse en prototipo de enardecimiento del poder militar ante los detractores.
La multiplicación exponencial de referencias categóricas en la construcción de monumentos para la reclamación histórica surte tras los pasos de reconocimiento derivados de la Segunda Guerra Mundial (1-IX-1939/2-IX-1945). Al igual, que de la interposición de organismos internacionales para implantar instrumentos en las pesquisas de la no repetición del conflicto y que como es sabido, dejó un número elevadísimo de vidas catapultadas y se valió del menester de sacar a la luz a los sectores más desamparados.
Dando un salto en el tiempo al objeto de no extralimitar la extensión de estas líneas, el reconocimiento de los soldados fallecidos de cualquier estado, puede considerarse una fuente de nacionalización de las muertes a partir de la noción de pertenencia a esa Patria. Y a partir de aquí, digamos que trascienden dos modalidades de rendir tributo a los militares caídos en los conflictos bélicos.
Primero, se encuadra en la innovación de panteones esparcidos por el continente europeo, donde los excombatientes ya no se aprecian en virtud de la responsabilidad que éstos desempeñaban en su día, sino que sus nombres comparten espacio y sitio con sus compañeros difuntos. Lo que evidencia la grandeza de la persona y no tanto la de su cargo militar. Y segundo, oscila en una evolución majestuosa en el que los lugares de encuentro común se alzan imágenes para la tipificación del papel de estos soldados desde una escultura anónima.
No cabe duda, que ambas formas de reconocimiento entrevén el tránsito determinante en la arquitectura de una memoria histórica humanizadora en la familia castrense. Subsiguientemente, a raíz de la admiración que reciben los monumentos, es permisible englobar que en éstos confluyen dos posiciones para la memoria histórica de los soldados de todos los tiempos. Comenzando por tomar el trazado hacia el reconocimiento del soldado como figura y sujeto de una beligerancia concreta y para esa dedicatoria que merece todo un pelotón perdido en ese lance histórico.
Mientras que la segunda aúna las contiendas de más envergadura y donde es inverosímil precisar la cuantía de las bajas producidas, al igual que las peculiaridades de los soldados fallecidos o del pelotón en el campo de batalla. Obviamente, en ambas situaciones el soldado es la representación plena que ejemplifica al resto de individuos en servicio y con cuya empresa militar se llevó sus vidas.
Así, los monumentos de los soldados desconocidos se muestran como una práctica de distinción a las víctimas, cuyos testimonios no pudieron averiguarse desde los procesos de historia militar, hasta cobrar especial relevancia la fisonomía imperecedera del soldado desconocido.
Si bien, una de las objeciones más demandantes a los símbolos iconográficos de los soldados desconocidos, subyace en que el emblema de la escultura suele disponerse más para robustecer los términos propagandísticos de un estado y así encomiar la operación militar y no como una causa de reconocimiento.
Por ende, la amplia mayoría de los monumentos irradian más peso a la tesis artística que a la exploración histórica.
En otras palabras: a menudo los monumentos se tornan en soporte de análisis a la esteticidad de la manifestación del soldado desconocido y no propiamente a los contenidos para la construcción de la memoria histórica de aquellos que ofrendaron su vida por la Patria.
Es más, la politización de los monumentos apareja un prólogo donde la disposición de la memoria a partir de las representaciones, queda a merced de la aprobación de la administración que reemplaza a quien se le instauró la obra. En similitud a como ocurre en la construcción de los discursos históricos con el reconocimiento a las víctimas, quedando supeditado a la rivalidad ideológica que surja en cada uno de los países. Además, el contexto imperante del monumento lo sentencia a la recordación no de los soldados caídos, sino del gobierno que en su día emprendió su levantamiento.
Llegando a la conclusión que las construcciones de los monumentos no son en sí un referente para la memoria colectiva acerca de los militares desconocidos, sino que en algunos entornos se erigen en una pieza más del puzle con respecto a la iconografía institucional de la nación.
En este acomodo de opiniones y criterios, en ocasiones los monumentos a los soldados desconocidos se tornan incógnitos por estar carentes de un profundo tratamiento sociológico y antropológico que tolere enraizar un cuadro humanizado de los militares que entregan su vida dando lo mejor de sí. Hasta el punto, que la iconoclastia amenaza la reminiscencia colectiva de estos monumentos.
Sin ir más lejos, la Segunda Guerra Mundial reprodujo sin parangón la necesidad imperiosa de las poblaciones de recurrir como arma de guerra a la aniquilación de la memoria del territorio acometido. Durante este período y tiempo más tarde, tomando como ejemplo la Guerra de Yugoslavia (25-VI-1991/12-XI-2001), el conflicto estuvo caracterizado por el descarte premeditado de un sin número de vestigios históricos y religiosos. La exclusión de la memoria y con ello los monumentos como estrategia de guerra, pone en entredicho la competencia para la recuperación de toda una obra con suficiente valor para el grupo humano que lo erigió. Amén, que la valoración y codificación histórica que se le otorga a un gobierno o a un líder político, termina salpicando a sus tropas.
Por tanto, los soldados caídos en el desempeño de los encargos marcados, corren la suerte de la categorización histórica que se le adjudique a ese líder. Y eso, una vez más de entre tantas, deshumaniza por completo al soldado desconocido.
Pese a los avances advertidos para distinguir la semblanza de los militares al servicio de los estados, la metodología de dignificación podría completarse y prolongarse en los imaginarios sociales, en tanto la historia desenvuelva todos los esfuerzos por comprender a los soldados más allá de su operar y actuar en nombre del país al que protege.
Los monumentos a los soldados desconocidos configuran una insignia emblemática de reconocimiento. El modus operandi de memoria histórica únicamente podrá producirse en la medida en que esa sociedad realice un reconocimiento íntegro a los procesos de humanización.
Algo así solo será admisible cuando el imaginario colectivo perciba e inserte al soldado desconocido en el relato histórico como un individuo de derechos y no como un integrante más del conflicto.
Habría entonces que percatarse que la institucionalidad castrense no se desenvuelve de modo apartado a las realidades coyunturales de la población. Como asimismo, su diálogo no se promueve exclusivamente por las intervenciones legales y constitucionales asignadas a los ejércitos, sino que puede fraguarse un entramado social que dé luz verde al reconocimiento de los soldados dentro de los estados, pero no solo en función de su rol ejercido, sino igualmente como personas dotadas de dignidad humana.
"Esta ceremonia encomiable pretende reunirnos con recogimiento ante los episodios acaecidos en la Historia de los Ejércitos de España, acercándonos vehementemente ante los monumentos, panteones, mausoleos o nichos que irradian el recuerdo duradero de una memoria inextinguible imposible de olvidar"
Consecuentemente, hoy llevado a término en los Ejércitos de España en los que se incardinan ejército y sociedad, se transfigura como punto de encuentro y se torna en santuario de peregrinación para ir en la búsqueda de corazones empeñados, que tiempo atrás combatieron con audacia, se emplearon con honradez y perecieron con arresto hasta entregar el don más preciado que poseían: la vida.
Este acto majestuoso que se graba una vez más en lo arcano de lo recóndito del alma, forma parte de la recapitulación del Día Oficial de los Caídos por la Patria, ensalzado con elegancia para testimoniar y encumbrar un designio que es parte de todas y todos. Expresión rigurosa como consabidamente se contrasta en los actos castrenses, que en esta jornada permanece viva e incandescente: ejercicio sencillo e insondable iniciado con el instante en el cual la Bandera Nacional como garante del culto solemnizado, es izada meticulosamente a media asta en las bases, acuartelamientos y establecimientos de todo lo que atañe a la razón de ser de España.
Conjuntamente a lo citado anteriormente y tras entonarse el Himno de Homenaje a los Caídos por la Patria, es recitado tal como reza el texto: “Lo demandó el honor y obedecieron, lo requirió el deber y lo acataron; con su sangre, la empresa rubricaron, con su esfuerzo la Patria engrandecieron”. Luego, esta ceremonia encomiable pretende reunirnos con recogimiento ante los episodios acaecidos en la Historia de los Ejércitos de España, acercándonos vehementemente ante los monumentos, panteones, mausoleos o nichos que irradian el recuerdo duradero de una memoria inextinguible imposible de olvidar.
Unos segundos renovados frente al pasado hasta quedar envueltos en quietud y entremezclarse apaciblemente con la fragancia de los crisantemos, gitanillas o petunias, contenidos con un nudo en la garganta y el eco esplendoroso que instantes más tarde se hacen unánimes con el hálito de la oración colectiva. Plegaria lacrada con tres versos imborrables que recuerdan e inmortalizan a nuestras queridas y queridos compañeros: “No quisieron servir a otra Bandera, no quisieron andar otro camino, no supieron vivir de otra manera”.
De ahí, que en esta jornada nos encontremos ante uno de los preceptos más arraigados de los pueblos de España y que a todas luces se haya impregnado con el espíritu de cuerpo. Símbolo inalterable a modo de ofrenda vivificado con la generosidad de todas y todos y que nos aproxima a identidades que lo dieron todo por la Patria. ¡Soldados de los Ejércitos de España, desprendidos con pasión!, que lucharon con determinación para entregarse con bravura y enarbolar a la madre libertad. Han sido nada más y nada menos, que decenas por cientos y miles de personas sin las que no hubiésemos alcanzado la prosperidad que al presente disfrutamos.
Descansen todas y todos en paz y brille la luz para siempre, con la seguridad que quienes le seguimos y confiamos, sabremos con la ayuda de Dios, si llegara el caso, dar continuidad a su encomiable ejemplo.
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