Comprendiendo el reduccionismo del lenguaje y el ahorro de la terminología, nunca debe dejar de conciliarse con la realidad ni con los sentimientos. Melilla no es una valla, es una ciudad española, no exenta de estar anclada a la incertidumbre de los tiempos que transcurren pero forjada en cinco siglos de historia de España; con peculiaridades que la definen y enmarcada por obra de la geopolítica en un vaivén de sobresaltos.
Melilla es Europa, en su periferia, pero Europa. Es parte sin renuncias de ese conglomerado de naciones que un día decidió caminar hacia un destino común. De una UE que tiene en sus márgenes dos puertas en Africa, Ceuta y Melilla. Dos pasos terrestres hacia una diferencia de renta, derechos y libertades civiles, aún, de notoriedad en un país, Marruecos, tan hermano como impredecible. De las fronteras marítimas de ambas, nada o poco ha gozado de verdadero interés en su delimitación ancestralmente.
Y Europa tiene, por el hecho de sus lindes, una valla perimetral en Melilla y otra en Ceuta. Alambradas que, en su sofisticación y mesura, son la expresión de la protección de la integridad territorial de su propio espacio: europeo, español y melillense. Por ese orden y por el mismo, la responsabilidad está clara. Vallas de necesidad ante un problema de extrema gravedad y dudosa resolución, que cuentan en su haber no pocos episodios trágicos pese a su protección proporcionada, constitucional y decidida, por la Guardia Civil con la ayuda de otros cuerpos de seguridad.
Tras el fatídico 24 de junio, arrojando acontecimientos que jamás debieran suceder, no se ha dudado de emplear cansinamente, al referirse a los hechos y a sus consecuencias (con no pocos rifirrafes políticos en la búsqueda de desgastar al contrincante, que no realmente en la persecución de la verdad), el término “la valla de Melilla”. Aunque no hubiere intención, se torna injusto si además sucede, como sucede, que a esta tierra legendaria no es porción pequeña quien la conoce solo y simplemente por el único hecho de la existencia de una valla que por ser, no ni es suya.
Tanto es así que, tras el hecho luctuoso ocurrido en Ceuta el pasado martes y en el que perdió la vida un migrante durante un intento de entrada irregular, hubo, incluso, algún titular de ámbito nacional ubicándolo con la multiplicada en voces “valla de Melilla”.
En un mundo como el que vivimos, de una aceleración progresiva de la información y difundida tanto por medios de comunicación tradicionales como de nuevo cuño tecnológico, precisamente también por eso, esas distintas voces y pantallas debieran cuidar algo más esa terminología inexacta e injusta pues ya de por sí aporta más incertidumbre a la de la propia realidad. Al menos, eso se nos debe.
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