Editorial

Melilla, la frontera de cristal

Los últimos datos que maneja la Delegación del Gobierno sobre el tráfico en la frontera demuestran que hay más entradas a Melilla que salidas.

Entre el 16 de agosto pasado y el 30 de septiembre (último mes y medio) entraron en la ciudad 90.882 personas y salieron 81.053. O sea, en 45 días cruzaron hacia Marruecos casi 10.000 personas menos de las que entraron a Melilla.

Estas cifras hay que verlas en perspectiva. Tenemos que de media al día salieron de la ciudad 1.800 personas y entraron 2.019. Son pocas, comparadas con las 30.000 entradas diarias que se producían antes de la pandemia.

Hay que tener en cuenta que a mediados de agosto bajó notablemente el tránsito de pasajeros de la OPE, lo que significa que probablemente una persona ha entrado y salido varias veces de nuestra ciudad porque la población de Melilla al cierre de 2021 (últimos datos disponibles) era de 86.261 personas, según el Instituto Nacional de Estadística (INE).

Antes de la pandemia, Melilla se quedaba vacía los fines de semana. Muchísimos melillenses aprovechaban el fin de semana para, en lugar de marchar a la península, ir a hacer turismo en el país vecino. Eso no ocurre en estos momentos y prueba de ello es la gran afluencia de público que hay los sábados en las actividades que organiza la Asociación de Comerciantes del Centro de Melilla. No había tanta afluencia hace dos años y, además, era impensable. Melilla se quedaba vacía los fines de semana.

Los datos son elocuentes se ha reducido drásticamente el número de personas que entran o salen de Melilla y en eso creo que influyen no solo las colas, que las ha habido siempre, sino el enfado que muchos melillenses tienen con Marruecos por la presión sin parangón a la que ha sometido y sigue sometiendo a la ciudad. Ha crecido en Melilla el criterio de que "Marruecos no nos hacen falta". Pero también el cierre unilateral e indefinido de la frontera han demostrado que no hay nada seguro del otro lado. La gente tiene miedo que pueda pasar cualquier en Nador. Lo admiten, incluso, los que admiran el encanto de su decadencia.

Si alguien quiere salir a hacer turismo a Nador y no puede traerse un trozo de pescado a Melilla, no sale porque Nador no es Rabat o Marrakech. Se puede salir a comer, a hacer rutas en bici, ir a las calas y poco más. Ha perdido atractivo.

Lo mismo pasa si quieres ir a pasarte un día en la playa y no puedes llevarte el maletero del coche lleno de lo normal en estos casos: desde la sombrilla y las toallas, hasta una mesa y la aperitivos para picar. Nadie quiere pasar por el mal trago de hacer una cola kilométrica para sufrir el disgusto de que te quiten algo o no te dejen meter algo en el país vecino.

Las limitaciones en ambos sentidos han desincentivado el comercio fronterizo. No apetece hacer turismo en un país donde apenas se puede hacer compras ni visitar a la familia con las manos vacías. Esta situación ha convertido nuestra frontera en lo que Carlos Fuentes llama la frontera de cristal, en alusión al contacto aséptico de dos personajes que se miran, pero no se tocan. Cada uno en su sitio. Puede que esto sea una buena definición de lo que es una reapertura gradual.

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