Opinión

Melilla, ciudad sitiada

El ministro del Interior, Fernando Grande Marlaska, ha firmado una orden, publicada el pasado viernes en el Boletín Oficial del Estado, que amplía el cierre de la frontera de Melilla con Marruecos al menos hasta el 28 de este mes de febrero.

Vamos camino de cumplir el primer año sin tráfico fronterizo y, de alguna manera, los melillenses nos hemos acostumbrado a vivir sin salir a Nador; sin visitar a la familia o a los amigos del otro lado de la frontera; sin pasar el fin de semana en las casas alquiladas del otro lado; sin comer en los restaurantes marroquíes o pasear por sus zocos. En fin, sin desconectar de nuestros 13 kilómetros cuadrados de confinamiento y sin tener acceso a la mano de obra del país vecino, que durante años ha hecho nuestro día a día más llevadero; bien en las tareas del hogar o bien en nuestros negocios.

Supuestamente, este mes debería celebrarse la Reunión de Alto Nivel con Marruecos suspendida el pasado 17 de diciembre de mutuo acuerdo, según nos dijeron nuestros representantes políticos. Queremos creer que esta vez sí habrá encuentro para hablar de los temas que nos interesan a las dos partes.

Podemos seguir viviendo sin Marruecos, pero entonces esto nunca será lo mismo. Tenemos que replantearnos el tipo de relación que queremos con el país vecino porque lo que, en mi opinión, deberíamos buscar es una relación en la que ambos salgamos ganando. No podemos convertirnos única y exclusivamente en fuente de empleo y de prestación de servicios sanitarios para el país vecino. Queremos más. Necesitamos más y urge llegar a un consenso porque corremos el riesgo de morir de inanición.

La cuestión es saber hasta dónde está dispuesto a caminar Marruecos para llegar a un consenso en el que nos beneficiemos ambos. Hasta dónde está dispuesta a ceder España. ¿Seguirá Rabat con su política de asfixia? ¿Permitirán los nadorenses que sus políticos sigan intentando ahorcarnos? ¿Lo permitiremos nosotros?

De eso hay que hablar. No podemos seguir fingiendo que no pasa nada; que la vida continúa sin que tengamos que hacer grandes sacrificios para adaptarnos a una rutina sin el otro. Una frontera no puede entenderse únicamente como una barrera que separa sino más bien como un puente que une. Tenemos que llegar a un entendimiento por el bien de las dos partes.

Pero eso exige un aval de Europa. Llevamos años reclamando a Bruselas que nos ayude a gestionar los flujos migratorios que llegan a la frontera Sur porque no podemos pretender que España asuma sola el coste político y económico de las medidas que se toman en las vallas de Melilla y Ceuta. Tampoco podemos seguir pidiéndole a Marruecos que asuma en solitario el resguardo de nuestras fronteras.

De la misma manera que Europa ha movilizado una generosa cantidad de dinero para ayudar a España a salir de la crisis de la Covid, tiene que ayudarnos a llegar a un consenso con Marruecos porque quien ataca a una de las partes, necesariamente está atacando al todo. No podemos permitir que Francia siga mimando a Rabat mientras, a cambio, España tiene que tragarse sus perrerías. Si estamos juntos en el mismo barco, tiene que notarse, queridos franceses.

No sé, sinceramente, si sirve de algo que el español Josep Borrell esté de canciller en la Unión Europea. De momento no ha habido un solo gesto que nos avise de su existencia. Está porque está o porque tiene que estar, pero podría estar perfectamente otra persona en su lugar y no notaríamos la diferencia. Que hable español no nos ha beneficiado en nada. Quizás somos ilusos y esperábamos empatía. No ha habido suerte.

No se trata, simplemente, de barrer para casa. Se trata de barrer para Europa. Si somos parte de la Unión Europea, tenemos que recibir el amparo del Parlamento europeo. Marruecos es libre de decidir cuándo y cómo abre sus fronteras, pero tiene que tener claro que la UE estará pendiente de todos y cada uno de sus actos.

No se trata de una guerra ni se trata de ganarla solos. Ahora mismo, las guerras modernas son económicas. Lo que está haciendo Marruecos con Melilla es lo que antiguamente se entendía como una ciudad sitiada. Las tropas enemigas rodeaban un pueblo o una fortaleza para rendir a sus habitantes de hambre. Ahora no hacen falta armas, basta con tirar de los mecanismos que ayudan a cortar los suministros, el empleo y el consumo.

Creer a estas alturas que el cierre de la frontera de Melilla es sólo una cuestión sanitaria es como creer que el rey Mohamed VI se puso la vacuna china el primero para dar ejemplo a sus ciudadanos. Y no es así. Se la puso porque, como todos, quiere vivir y quiere asegurarse de recibir el antídoto que nos agarra a este mundo.

Quienes en Marruecos creían y decían que la frontera abriría en febrero se acaban de llevar un fiasco. No abrirá. La situación epidemiológica no nos permite hacerlo. Rabat no ha dado muestras de querer caminar hacia el consenso. Podemos seguir enrocados o podemos negociar. La situación es de emergencia.

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