Solo realmente sobrevive en la senda del olvido y a la que los ciudadanos de cualquier lugar abraza, su denominación, su carácter, también su historia. Una historia, la historia en general, igualmente contrahecha de muchas cicatrices, preñada de los avatares del destino y con sus luces y sombras.
Un destino inevitable tantas veces y soslayable en tantas otras, Melilla. Un lugar siempre es la suma de errores y aciertos. En ambos la legítima, aunque con frecuencia desmedida, búsqueda del patrimonio de la gloria hace que más allá de sus viejas y legendarias piedras y, sobre todo, identidad el devenir de un lugar vaya marcado por esa vocación humana que en su salud social debe buscar, o debería, la conciliación con la renuncia a la imposición.
Siempre hay un espacio común entre quienes llevan siglos viviendo juntos y donde la voluntad sincera y generosa sabe llegar. En esa senda del olvido inevitable hay momentos en los que diferentes episodios traen protagonistas a la memoria. Episodios que, no ajenos a la épica, cuentan también con un cierto grado lógico de desconfianza.
En la historia de cualquier sitio nunca falta la lírica, la epopeya, la leyenda e incluso la deuda con la hazaña. Esto es intrínseco cuando nuestro recuerdo retrocede hacia la profundidad del túnel del pasado. Pero, sin duda, en ese difícil relato a veces de la historia, por la dificultad de las luces que le alumbran, encontramos la espoleta para afianzar nuestro cariño, apego y orgullo y sentido de pertenencia.
No es a gusto de todos el relato del pasado, tampoco lo es la certeza del presente y así avanzan los años. En ese avance algo de generosidad falta y a nadie le es ajena. Dar luz a un aniversario es, sobre todo, enfocar lo que une a una tierra en perjuicio de lo que separa. No es tarea sencilla, tampoco imposible.
Personas puntuales en episodios o periodos concretos fueron cosiendo nuevas páginas de ese libro siempre inacabado del relato de un pueblo, Melilla. También es su cómputo, principalmente el de quienes supieron ver la diversidad inapelable y fértil como una oportunidad y una clara identidad. Española, europea, pero de marcado caracter, acento y tradición africanas que definen el poder de la tierra. Y aunque el norte se imponga por la necesidad que las circunstancias incitan, ese acervo africano cuajado de sensaciones, relaciones selladas por encima del tiempo y los obstáculos, vivencias y emociones compartidas nunca declinará.
En esa tolerancia que debe seguir progresando; en lo que a todos aglutina, de nacimiento, adopción o de tránsito, en lo que es común, 527 años de sociedad, de tierra de España, Melilla, la vieja Rusadir.